Marte Azul (102 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Azul
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En la costa de Tempe, los nuevos colonos camboyanos salieron de los desembarcadores y se metieron en los pequeños refugios que habían caído con ellos, igual que los Primeros Cien dos siglos antes. Y de las colinas bajaron gentes vestidas con pieles y armadas con arcos y flechas. Llevaban un colmillo rojo de piedra y en la coronilla un lazo recogía sus cabellos. Eh, ustedes, dijeron a los colonos, que se habían agrupado delante de uno de los refugios. Permítannos ayudarlos. Bajen esas armas. Les mostraremos dónde están. Ya no necesitan esos refugios, se han hecho anticuados. Esa colina que ven al oeste es el cráter Perepelkin. Hay huertos de manzanos y cerezos en sus faldas y pueden tomar lo que necesiten. Aquí tienen los planos de una casa-disco, el diseño más adecuado para esta costa. Después necesitarán un puerto y algunas barcas de pesca. Si nos permiten usar el puerto, los llevaremos adonde crecen las trufas. Sí, una casa-disco, una casa-disco Sattehneier. Es muy agradable vivir al aire libre. Ya lo verán.

Todas las ramas del gobierno marciano se habían reunido en el hemiciclo de Mángala para hacer frente a la crisis. La mayoría de Marte Libre en el senado, el consejo ejecutivo y el tribunal global medioambiental sostenía que la incursión ilegal de terranos equivalía a una declaración de guerra y requería una respuesta en consonancia. Algunos senadores propusieron alterar las órbitas de los asteroides para lanzarlos contra la Tierra, a menos que los colonos regresaran a casa y el cable recuperara el sistema de supervisión dual. Bastaba un impacto para emular el CT. Los diplomáticos de la UN señalaron que ésa era un arma de doble filo.

Durante aquellos tensos días alguien llamó a la puerta del hemiciclo en Mángala y entró Maya Toitovna, que dijo:

—Queremos hablar. —Y entonces dio paso a los que habían estado aguardando fuera y los impelió a ocupar el estrado como un impaciente perro ovejero: primero Sax y Ann; después Nadia y Art, Tariki y Nanao, Zeyk y Nazik, Mijail, Vasili, Ursula y Marina, incluso Coyote. Los ancianos issei, que venían a atormentar el presente, que volvían a ocupar el estrado para dar a conocer su opinión. Maya señaló las pantallas de la sala, que mostraban imágenes del exterior: el grupo del estrado se prolongaba en una fila que después de recorrer las salas del edificio salía a la gran plaza central que se abría al mar, donde había medio millón de personas reunidas. Las calles de la ciudad estaban igualmente abarrotadas de gente, que no perdía de vista las pantallas para estar al corriente de lo que sucedía en el hemiciclo. Y en la bahía Chalmers una flota de barcos-ciudad había brotado como un sorpresivo archipiélago, con banderas y pendones ondeando en los mástiles. Y en todas las ciudades marcianas las muchedumbres llenaban las calles y observaban las pantallas.

Ann se adelantó y declaró pausadamente que en los últimos años el gobierno de Marte había actuado al margen de la ley y del espíritu de compasión prohibiendo la inmigración. El pueblo marciano no lo aprobaba y por tanto necesitaban un nuevo gobierno. Aquello era un voto de no confianza. Las nuevas incursiones de colonos terranos eran ilegales y asimismo intolerables, aunque comprensibles, pues el gobierno marciano había sido el primero en violar la ley. Y el número de estos colonos no superaba el de colonos legítimos a quienes ilegalmente el gobierno actual les había impedido venir. Marte, continuó Ann, tenía que mantenerse abierto a la inmigración terrana en la medida de lo posible, dentro de los límites impuestos por el medio, durante todo el tiempo que persistiera la crisis demográfica, que en cualquier caso no se prolongaría mucho más. Su obligación para con sus descendientes consistía en pasar aquellos años de estrechez en paz.

—Nada de lo que hay sobre la mesa vale una guerra, lo hemos comprobado, lo sabemos.

Miró a Sax, que se adelantó y se colocó junto a ella ante los micrófonos.

—Marte tiene que ser protegido —dijo él. La biosfera era nueva y su capacidad de sostén limitada. No disponía de los recursos físicos de la Tierra y gran parte de su espacio vacío necesitaba mantenerse en ese estado. Los terranos debían comprenderlo y no desbordar los sistemas locales; si lo hacían, Marte ya no sería útil para nadie. No cabía duda de que el problema demográfico en la Tierra era grave, pero Marte solo no era la solución—. Hay que renegociar las relaciones Marte-Tierra.

Y empezaron a hacerlo. Exigieron la presencia de un delegado de la UN que explicara las incursiones. Discutieron y protestaron, y hubo gritos acalorados. En las tierras salvajes, los nativos se enfrentaron a los colonos e intercambiaron algunas amenazas, pero otros hablaron, engatusaron, riñeron, negociaron. En un momento dado del proceso, en mil lugares distintos, pudo haber estallado la violencia, pues había mucha gente furiosa, pero las cabezas frías prevalecieron. Todo se mantuvo dentro de los límites de la discusión. Muchos temían que aquello no durara, pero estaba sucediendo y la gente lo veía y mantenía el proceso en marcha. En algún momento tenía que manifestarse la mutación de valores, ¿por qué no allí y entonces? Había pocas armas en el planeta y costaba mucho dar un puñetazo o ensartar con una horca a alguien que discutía contigo. Aquél fue el momento de la mutación, un proceso histórico que se desarrollaba ante su mirada atónita, en las calles, las colinas, las pantallas, en el que tenían la oportunidad de intervenir... y la aprovecharon. Se persuadieron unos a otros, un nuevo gobierno, un nuevo tratado con la Tierra, una paz policéfala. Las negociaciones durarían años. Contrapuntos corales, cantaban una grandiosa fuga.

Con el tiempo ese cable nos traería problemas, siempre lo dije. Pero ustedes no, se pirraban por el cable. Lo único que le reprochaban era su lentitud. Decían: Tardas menos en llegar a la Tierra que a Clarke. Y es cierto, y ridículo. Pero no querían reconocer que nos traería problemas.

¡Camarero, eh, camarero! Tequila para todos y unas rodajas de lima. Estábamos trabajando en el Enchufe cuando bajaron; en la cámara interior no se pudo hacer nada, pero el Enchufe es un edificio muy grande. No sé si venían con un plan inadecuado o si no tenían ningún plan, pero cuando la tercera de sus cabinas llegó, el Enchufe estaba sellado y eran los orgullosos señores de un callejón sin salida de treinta y siete mil kilómetros. Fue una estupidez. Una pesadilla; esos perros salían siempre de noche y parecían lobos, sólo que más rápidos. Y se tiraban al cuello. Una plaga de perros rabiosos, tío, una pesadilla. Igual que en dos mil ciento veintiocho, no sé si sería verdad o no, pero allí estaban, policía terrana en Sheffield, y cuando la gente se enteró se echó a las calles. Yo soy bajito y muchas veces acababa con la cara aplastada contra la espalda de alguien o los pechos de una mujer. Me enteré por la vecina del apartamento de al lado cinco minutos después de que sucediera, a ella se lo había contado una amiga que vivía cerca del Enchufe. La respuesta de la población fue rápida y tumultuosa. Las tropas de asalto de la UN no sabían qué hacer con nosotros; un destacamento intentó tomar Hartz Plaza, pero no pudieron. Ese perro rabioso echando espumarajos que se me tiró al cuello, fue una condenada pesadilla. Los empujamos hasta el Parque del Borde y las jodidas tropas de la nave espacial no habrían podido dar un paso sin masacrar a miles de personas. Gente en las calles, eso es lo único que temen los gobiernos. Bueno, y también el final de los mandatos. ¡O las elecciones libres! O el asesinato político. O que se rían de ellos. Todas las ciudades importantes estaban en comunicación y en todas había tumultos en las calles. Estábamos en Lasswitz y todos fueron al parque del río con velas encendidas, y las cámaras tomaron una panorámica desde el Mirador y mostraron ese mar de velas, fue estupendo. Y Sax y Ann uno al lado del otro, algo sorprendente, increíble.

¡Seguramente los de la UN se cagaron de miedo al oírlos decir la parte del otro! La UN debió pensar que teníamos algún aparato de transferencia cerebral. Lo que más me gustó fue cuando Peter convocó nuevas elecciones para elegir a los líderes del partido rojo y desafió a Irishka a celebrarlas en ese momento a través de las consolas de muñeca. En resumen, un mano a mano, porque si Irishka se hubiese negado, eso habría acabado con ella, así que se vio obligada a aceptar. Deberías haberle visto la cara. Estábamos en Sabishii cuando nos enteramos, y cuando Peter ganó nos volvimos locos, Sabishii se convirtió en una fiesta. Y Senzeni Na, Nilokeras, La Puerta del Infierno y la Estación Argyre, tenías que haberlos visto. Un momento, el resultado fue sesenta a cuarenta, y en la Estación Argyre la cosa se salió de madre porque había muchos partidarios de Irishka con ganas de pelea. Fue Irishka quien salvó la cuenca de Argyre y los puntos secos bajos que quedan en el planeta, no lo olvides. Peter Clayborne es un viejo nisei que nunca ha hecho nada.

¡Camarero! Cerveza para todos, weiss beer, bitte. Así que llevó comida a esos pequeños terranos, ¿eh? No tenía ni idea. Nirgal estrechándoles las manos a todos. Y el doctor dice: ¿Cómo sabe que padece el declive súbito? Fue una condenada pesadilla. Fue una sorpresa ver a Ann trabajando con Sax, aquello parecía una traición. Pero pensándolo bien, no era para sorprenderse. Viajaban y lo hacían todo juntos, debían de haber estado en Venus. Los Pardos, los Azules, qué tontería. Deberíamos haber hecho algo así hace mucho tiempo. Bueno, para qué preocuparse, pronto la palmarán, dentro de diez años no quedará ni uno. No estés tan seguro de eso, ni tan ufano, sólo eres unos cuantos años más joven que ellos, idiota. Fue una semana muy interesante, dormíamos en los parques y la gente se mostraba muy amable. Werteswandel, lo llaman los alemanes. Ésos tienen palabras para todo. Tenía que ocurrir, eso es la evolución. Todos somos mutantes a estas alturas. Habla por ti, chico. Habla con el camarero. ¡Seis años! Es una buena noticia, me sorprende ver que estás sobrio. ¡Oh, yo no, ja, ja, ja, yo no! El pequeño pueblo rojo andando por ahí a lomos de hormigas rojas, creo que nos están ayudando, ¡paf!, han caído por el borde, esperemos que sean hormigas voladoras. No me extraña que haya encontrado tantas hormigas. Y el hombre dice: Bueno, doctor... Ya, ¿y qué más? Ése es el final del chiste, atontado, sólo le da tiempo a decir: Bueno, doctor, y se muere. Declive súbito, ¿lo captas? Ah, claro, ya entiendo, ja, ja. Muy divertido. Pero no vale la pena acalorarse por eso. Siempre que se tiene que apretar a alguien para que te ría un chiste hay que considerar que no es muy logrado. Vete al cuerno. Ni inteligente. En fin, allí estábamos cuando las tropas decidieron regresar al Enchufe. Lo hicieron con corrección, no creas, se pusieron en fila detrás de una pequeña carretilla eléctrica del hotel a la que habían echado el guante y todos nos apartamos un poco para dejarlos pasar, y mientras pasaban la gente les estrechaba las manos, como si todos fueran Nirgal, y a algunos les pedían que se quedaran. O los besaban en las mejillas. Fueron derechitos al Enchufe. ¿Y por qué no, si se han salido con la suya y nos han amenazado sin que el condenado gobierno traidor les plantara cara? Ese bufón no parece comprender los principios del juego. ¿Por qué? Eh, ¿quién demonios eres tú? Soy un forastero. ¿Qué? ¿qué? Perdone, señorita, ¿podría traernos otra ronda de kava? Pues, aún estamos intentando distribuirlas, pero no hemos tenido suerte. No me traiga Fassnacht, odio la Fassnacht, es el peor día del año para mí, asesinaron a Boone en Fassnacht, bombardearon Dresde en Fassnacht. El diablo tiene que expiar infinidad de males. Navegaban por el golfo de Chryse cuando un aullador levantó su barco y lo arrastro hasta las Montañas Cydonia. Una experiencia como ésa tiene que unir mucho. Oh, por favor, ¿quién es ese tipo? No es para tanto, cada semana el viento arrastra algún dirigible y lo sacude un poco. Ese mismo aullador nos atrapó a nosotros, cerca de Santorini, y el agua estaba hecha añicos hasta una profundidad de diez metros, y no bromeo. La IA del barco en el que navegábamos se asustó y nos llevó al fondo, justo encima de otro barco que ya estaba allí. Chocamos violentamente y fue como si hubiera llegado el fin del mundo: todo oscuro, la IA medio loca, muertos de miedo, te lo juro. Seguramente se rompió. Yo desde luego me rompí la clavícula. Son diez cequíes, gracias. Esos aulladores son peligrosos. Una vez, estando en el Mirador de Echus, nos atrapó uno y tuvimos que tendernos en el suelo. Me sujeté las gafas porque si no habrían salido volando. Los coches saltaban como pulgas. En el puerto no quedó ni un barco, fue como si un niño tomara su puerto de juguete y lo arrojara al otro lado de la habitación. También yo experimenté la furia de esa tormenta. Estaba visitando el barco-ciudad
Ascensión
en el mar del Norte, cerca de la isla Korolev. Eh, ahí es donde Witt Fort practica el surf. Sí, por lo que tengo entendido allí es donde las olas marcianas alcanzan mayor altura, y durante esa tormenta se alzaron cien metros, desde el seno hasta la cresta, y no exagero. Olas mucho más altas que los costados del barco-ciudad, que en medio de aquellas espantosas colinas negras parecía un bote salvavidas. Los animales estaban inquietos. Y para colmo el oleaje nos arrastraba hacia el extremo sur de Korolev. Las olas saltaban el cabo. De manera que cada vez que subíamos la gigantesca pared de una ola, el piloto del Ascensión viraba al sur y se deslizaba sobre la cresta un trecho, hasta que volvía a descender. A medida que nos aproximábamos al extremo de la isla las olas eran mayores y más empinadas, basculaban de derecha a izquierda y se estrellaban contra el arrecife cercano a la costa. En la última ola el Ascensión, gracias a una hábil maniobra del piloto, que hizo deslizarse a la ciudad sobre la cresta como si hiciera surf, nos libramos de dar contra aquellos arrecifes y dejamos atrás la isla. Y el doctor dice: ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo? Fue tan hermoso, un momento para el recuerdo. Voy a recuperar mi inversión y retirarme, las cosas ya no son como antes. Ésos son criminales. Me enteré de que ella había partido en una nave estelar, eso me dijeron. ¿Tú la viste? Tendrás que conseguirte un traductor mejor, no lo he dicho. No importa, doctor, me siento mejor. ¿Qué clase de cacharro es ése?

¡Camarero! Pueblos como los de mi país, pero sin castas. Si quieren castas que las conserven en su cabeza. Algunos issei lo intentan, pero los nisei se han convertido en salvajes. Lo que a mí me contaron es que el pequeño pueblo rojo se hartó de tantas tonterías y decidió hacer algo, pues hacía poco que habían domesticado a las hormigas. Y por eso pusieron en marcha esta campaña, para rescatarnos cuando los terranos nos invadieran. Tal vez pienses que pecaban de exceso de confianza, pero tienes que recordar que la biomasa de hormigas rojas de este planeta se acerca al metro cúbico de media; tanta biomasa acabará por sacarnos de la órbita. Deberían probar las hormigas en Mercurio. Cada hormiga lleva a cuestas una tribu del pequeño pueblo rojo, que vive en ciudades semejantes a sillas de elefante. No, no pecan de exceso de confianza, se apoyan en la fuerza de las cifras. Por eso hicieron actuar estúpidamente al gobierno, para provocar esta confrontación. Me pregunto qué excusa tienen esos bastardos, porque la necesitan. Por qué quienes van a Mángala se transforman de inmediato en estúpidos codiciosos y corruptos es algo que siempre me ha intrigado. Bajaron para zurrarnos. ¿Por que siempre es el pequeño pueblo rojo, fuese lo que fuese del Gran Hombre? Odio a ese pequeño pueblo rojo y sus cuentos populares. Hay que ser estúpido para contar cuentos, porque la realidad es mucho más interesante, y si los cuentas que al menos haya titanes y Gorgonas arrojando galaxias espiraladas como si fueran afilados bumeráns. Eh, cuidado, muchacho, despacio. Camarero, tráigale a esta boca motorizada un poco de kava. Necesita remojarse. Tranquilo, señorito, tranquilo. ¡Así que lanzando novas a diestro y siniestro! ¡Ka, bumm! ¡Eh, eh! ¡Calma! Estoy harto de ese pequeño pueblo. Quíteme las manos de encima. Es una pobre excusa para un gobierno de todas maneras. Siempre es lo mismo, chupópteros del poder. Les dije que siguiéramos con las tiendas, sin gobierno global, pero no me hicieron caso. Usted se lo dijo. Sí, se lo dije. Estaba allí. Nirgal, claro. Nirgal y yo estamos de vuelta de todo. ¿Qué quiere decir, honorable anciano; no es usted el Polizón? Caramba, sí, lo soy. Entonces es el padre de Nirgal, debe de estar de vuelta de todo, como dice. Sí, bueno, en Zigoto no siempre era así. Le digo que esa zorra nos daba gato por liebre en cuanto nos descuidábamos. Lo tuvo viviendo en un armario durante años. Vamos, hombre, usted no es Coyote. Bueno, ¿qué puedo decir? No hay muchos que me reconozcan. ¿Y por qué deberían hacerlo? Apuesto a que lo es. No puede serlo. Si es usted el padre de Nirgal, ¿por qué él es tan alto y usted tan bajo? Yo no soy bajo.

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