Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados (12 page)

BOOK: Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados
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En su solapa luce siempre la tricolor republicana.

Juan Fernando López Aguilar.
Es un estupendo dibujante y me invadía con caricaturas y retratos.

María Isabel López i Chamosa.
«¡Señora Chamosa, cállese!»

Una y otra vez la presidenta le gritaba, en las tardes de los miércoles, llamándola al «orden», porque muy a menudo Isabel, una luchadora sindicalista, no aguantaba las declaraciones que salían de algunos diputados peperos en contra de posiciones democráticas.

Diego López Garrido.
Líder y secretario general de Nueva Izquierda. Ahora ocupa una plaza de diputado en el PSOE.

Con su currículo uno puede ir a donde le dé la gana.

Asistí a la fundación de Nueva Izquierda. Un buen proyecto de difícil recorrido.

Al final fue el PSOE quien absorbió a todos los miembros supervivientes de esta organización.

Víctor Morlán.
Diputado por Huesca. Coincidimos muchas veces en la Comisión de Infraestructuras y nos apoyamos mutuamente contra secretarios de Estado y directores generales olvidadizos y algunos fieros integristas ideológicos.

José Núñez Castain.
Diputado del PA por Cádiz. Tiene carrete y sabe estar donde tiene que estar. Siempre apoyaba las posiciones «izquierdosas» del Mixto, excepto cuando se trataba de temas del País Vasco. «Hay demasiados muertos de mi tierra —nos comentaba—, bajo los terroristas de ETA.»

Leire Pajín Iraola.
Coincidimos en un programa titulado
Parlamento
. A ella la llevaban como la diputada más joven, y a mí, aunque no el más viejo, por sus cercanías.

Le pregunté si era vasca y me dijo que sí, pero que había vivido casi siempre en Alicante.

A lo largo de esa legislatura nos vimos por el Congreso y me pareció una ciudadana muy lista, muy combativa.

«Anda —me dijeron— por el círculo del nuevo secretario general del PSOE.»

Pregunté por él. «Rodríguez Zapatero —me dijeron—. Le ha ganado por la mano a Bono.»

José Luis Rodríguez Zapatero.
No dio mucha lata. De vez en cuando proponía pactos de buena voluntad con el PP, como el de los Partidos Políticos, y todos andábamos un poco de culo.

Como orador era muy deficiente, y movía los brazos igual que un autómata.

Supongo que, como yo, acabará aprendiendo.

Alfredo Pérez Rubalcaba
. Venía de muy largo porque ya había andado por los ministerios de don Felipe y tuvo que poner orden en el desorden de aquel soñador que quiso compararnos con los británicos.

La enseñanza estaba al borde del caos y él apechugó con el desastre de aquel momento poniendo las cosas en su sitio, o más cerca de su sitio.

Es un magnífico orador, muy hiriente y muy irónico. Es de Solares, como el agua.

Ricard Pérez Casado.
Por cercanía de asiento, muchas tardes, cuando el hemiciclo quedaba semidesierto, me acercaba y charlaba con él. Ex alcalde de Valencia y administrador de la Unión Europea en Mostar y Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) .

Me contó su experiencia y analizó lo que estaba pasando en Valencia con su partido.

Hablábamos de libros. Es un excelente lector.

Un día coincidimos en su ciudad en el festival de la revista
Cartelera Turia
y nos reímos como locos viendo el espectáculo preparado por las gentes de su tierra.

Jesús Caldera.
Salmantino y uno de los apoyos fundamentales de su secretario general. Portavoz del PSOE, juntos nos enrabietamos en alguna ocasión en la Junta de Portavoces, cuando el Gobierno nos trituraba con sus mayorías absolutas.

Joan Puigcercós i Boixassa.
Un diario catalán me preguntó qué opinaba de este diputado de ERC. Mi respuesta les hizo gracia: «Se parece a Bruce Springsteen».

Camina con rotundidad de joven roquero, tiene mucho sentido del humor y mientras conversábamos en una de esas tardes tediosas de largos parlamentos, me confesó que era fan de Xavier Ribalta. «Un día —le dije— iremos a verlo.» Hasta ahora no lo hemos hecho.

Como parlamentario es cáustico y defiende sus planteamientos nacionalistas con una rotundidad que a los «nacionalistas nacionales» los pone un «poquito» tensos.

Luis Mardones Sevilla.
Es de la escuela canaria: habla siempre sin papeles y toma la palabra para hablar sobre todo lo que haya que hablar.

Es veterinario de profesión, pero lleva muchos años en la vida política y, a veces, me aclaraba esas dudas que surgen de las burocracias administrativas parlamentarias, que uno desconoce desde su ignorancia beduinesca.

En un facsímil del diario
Treball
del PSUC, editado para conmemorar un aniversario de la legalización del partido, en una nota hablaban de que el gobernador de Lérida, señor Mardones, prohibió unos mítines del PSUC y de Esquerra Republicana.

Le preguntamos. Sonrió y nos dijo: «Cosas de Fraga».

Beatriz Rodríguez Salmones.
Es de lo más llamativo del PP, no sólo por su modo de vestir, sino también por su manera de actuar, reflexionar y decir, con cultura, lo que tiene que decir.

Coincidimos poco y apenas nos hablábamos; pero en condición de singular la tengo sin ninguna duda.

Cuando miro su currículo y veo que está separada y es madre de cinco hijos digo para mí: «¡Hostia!», y aún la admiro más.

Reconozco que como parlamentaria es dura y defiende sus convicciones con fuerza.

Francisco Carlos Rodríguez Sánchez.
Diputado del Bloque Nacionalista Galego.

Si hubiese veinte diputados como él, este Parlamento brillaría por todo: por ideología, por cultura, por humor y por coherencia en sus planteamientos políticos.

Es un gran conocedor de la poesía de su paisana doña Rosalía de Castro, y un luchador, a perpetuidad, en defensa de su país, Galicia, su lengua y su soñada estructura política.

A veces le preguntaba: « ¿Cómo va todo?». Y me respondía, con retranca galaica:

«¡Fatal!».

La gente de su «aparato logístico» lo adoraba. Sobre la mesa de su despacho crecían el mundo y sus alrededores. «Lo encuentro todo», me decía, cuando me admiraba ante el follón que tenía, casi comparable al camarote de los hermanos Marx. Se reía por lo bajo y miraba con ternura el papeleo que sepultaba su mesa.

Un gran tipo.

Carmen Romero López.
Diputada por Cádiz.

La miraba un tanto asombrado, porque no acababa de relacionarla con su condición de mujer del ex presidente González.

Se ríe mucho con sus compañeros y compañeras de partido y sigue con el encanto que tenía.

Siempre me pareció el prototipo de lo que un inglés entendería por mujer española.

Dicen que reunía a poetas y escritores.

Luisa Fernanda Rudi Úbeda.
Presidenta de las Cortes. Poco entrañable.

Fue alcaldesa de mi ciudad, a pesar de lo cual apenas si nos hablábamos, y cuando lo hacíamos era con monosílabos.

Cortaba por lo sano y cuando negaba algo no aceptaba réplicas.

Heredera de Trillo, que era como una campanilla murciana, Rudi, sin embargo, ponía un tono de gravedad a las tardes de control, en las que el tedio se apoderaba de nosotros en cuanto continuaba la sesión sin jefes. Nos quedábamos los ignorantes, y no nos dejaba ni murmurar. «¡Señora Chamosa, cállese!» Una actitud muy normal en ella, cambiando los apellidos de la oposición.

En un concurso de televisión me preguntaron: «Por erre, nombre de presidenta del Congreso de los Diputados». No lo supe porque en mi tierra, como en Cataluña, a todos les ponemos el «el» o el «la», y para mí Rudi era, desde los tiempos zaragozanos, «la Rudi» y, naturalmente, no empezaba por erre. Un desastre.

Joan Saura Laporta.
Encontrar tipos como él, en esos momentos de duda ideológica, fue fundamental.

Saura venía de una larga noche, como diría Raimon en su idioma, de clandestinidades, discusiones de células y creación de una esperanza nueva para esa izquierda que se estaba descuajeringando.

Es un excelente parlamentario de gesto sobrio y palabra rotunda.

Por él conozco rutas que ignoraba. Hicimos un viaje agotador a Bruselas para presentar una denuncia contra el Trasvase del Ebro del señorito Aznar.

Un día en el Delta —
el riu és vida
— agitamos las aguas del gran río y luego repetimos en Zaragoza, en Barcelona y en Madrid.

Con él y con sus gentes participé en la campaña electoral para las municipales catalanas. De vuelta de un mitin en Cambrils entramos a comer en un buen restaurante y el dueño nos avisó, de modo cordial y humorístico, que él era de Esquerra.

No nos envenenó. Comimos muy bien y seguimos viaje hacia Santa Coloma de Gramenet. Hubo discursos y canciones en plena plaza del pueblo. La cabeza se me llena de viejos recuerdos.

Xavier Trias i Llobatera.
Diputado de CiU. Arrastra las erres de modo muy significativo y él mismo se cachondea de ese pequeño defecto.

Es, con todo, un excelente orador y magnífica persona.

Guillermo Vázquez Vázquez.
Diputado del BNG. Tiene un gran sentido del humor con el que conseguía levantar el tedio del hemiciclo con sus fuertes y rijosas intervenciones, donde nada callaba y nada ocultaba.

Un perfecto celta en su parsimonia y estructura física.

Cuando hablábamos, él siempre ponía la nota de lo riguroso.

No abundaban por esos lares —y supongo que por otros tampoco— personajes como él.

Presentación Urán González.
De IU de Valencia. Siempre estaba a nuestro lado cuando los temas eran candentes y se referían a zonas fronterizas de Teruel con su tierra.

Era agradable encontrar personas como ella, que te indicaban, en muchas ocasiones, por dónde debías caminar para no perderte en el tumulto de las gentes del PP, que todo intentaban trivializarlo y culpar a los contrarios de las malas gestiones de las que ellos mismos eran responsables.

Miembro de la Mesa, muchas veces en las Juntas de Portavoces su actitud decidió avances que los jefes del tinglado no hubieran permitido.

Supongo que allí en el hemiciclo, expuesta como el Santísimo, debía de encontrarse incómoda, pero su militancia la mantenía viva durante horas y horas de sesiones inacabables.

Margarita Uría Etxebarría.
Como buena hija de Getxo es elegante y una magnífica parlamentaria.

Hablábamos de teatro, de cine. Es, de los miembros del PNV, junto con Pedro Aspiazu, con los que más conecté.

Cuando veía sus currículos y miraba el mío se me caía la cara de vergüenza. No somos nada ni nadie y así nos va a los de mi tierra.

Francisco Javier Fernández Marugán.
Cuando lo contemplaba moviéndose por el Congreso, me recordaba a los pitufos. Es menudo y sabio como ellos.

Sabe un huevo de economía y me quedé boquiabierto cuando se enzarzó con Pujalte —una filigrana cartagenera— o con Rato.

Al primero le metió rejones de fuego entre costilla y costilla, y el otro, que sale siempre por la bromita del cachondeíllo, se quedó turbado.

«Manda mucho», me decía todo el mundo.

Era cierto.

Fin de plazo

En duras condiciones transcurrieron los últimos meses del mandato de Aznar, que había notificado que no se presentaría en las siguientes elecciones, a celebrarse el 14 de marzo de 2008.

La guerra de Iraq y sus consecuencias abrieron una gran brecha en la sociedad española, y asuntos como el asesinato del cámara Couso hicieron que se presentase una proposición no de ley —sabiendo la inutilidad de esta figura— el 7 de octubre de 2003, reclamando la responsabilidad de esa muerte a los soldados estadounidenses.

Los proyectos de Presupuestos Generales del Estado para el año siguiente empezaron a filtrarse por entre rendijas variopintas, y anunciaban que nada bueno traía para el territorio de donde uno era, en esos momentos, diputado.

En la discusión sobre todos esos asuntos, el PP no aceptó ni una sola enmienda de las presentadas en la comisión y en el Pleno. Por no mentir, aceptaron la corrección de una coma en una frase que sin ella significaba lo contrario. El sentimiento de ser cada vez mas inútil hacía que en la calle, con las gentes que estaban contra la guerra, que pedían paz para un país que iban a destruir y han destruido, te sintieses como un ciudadano que reclamaba derechos que en aquellos momentos se pisoteaban.

Y como a pesar de todo la vida seguía, el Beduino continuó presentando mociones o preguntando oralmente en el hemiciclo sobre un tema que, año tras año, había ido desarrollando de diferentes maneras: la puesta en marcha de un sistema ferroviario de cercanías para Zaragoza y su entorno metropolitano.

En septiembre del último año presentamos una moción sobre el impulso al denominado Espacio Goya en Aragón y fechada el 3 de diciembre, cuando ya el cansancio hacía que los trabajos se fuesen dejando para la siguiente legislatura, es decir, para nunca. Pero eso lo aprendías en el día a día, a medida que tomabas conciencia de lo poco que representabas tú allí y lo poco que significaba tu tierra en ese entorno de cambalaches políticos.

El joven Rodríguez Zapatero que, hasta esos momentos, se había mantenido en una nebulosa, alejado del enfrentamiento dialéctico que llevaban los suyos, comenzó a asomar por todos los lados.

En el tedio imposible de los Presupuestos, los regalos navideños iban llegando desde unas formaciones poderosas hasta las tristes huestes del Mixto, carente de la mínima posibilidad de igualar el txacolí y el queso de Idiazábal. ¿Quién, entre los humildes, podía comprar las hermosas botellas de aceite catalán o los productos asturianos? Sólo unos décimos de lotería entre nosotros y un pequeño abucheo al regalo de la Presidencia que, en lugar de un buen jamón, que es lo que nos gustaba, nos regaló un triste repostero con nuestro nombre como diputados y un recuerdo a otros de la región.

Seguimos combatiendo con la palabra —«nos queda la palabra», que dijo Blas de Otero—, aunque fuera a través de escritos que sabíamos que nunca ya obtendrían respuesta, pero queríamos, hasta el último momento, decir que seguíamos vivos, vivos sin remedio, por mucho que el desprecio más absoluto saliese de las bancadas ministeriales, desde donde seguían mirándome como si no existiese. Menos mal que muchas veces, tras mis comparecencias, las gentes del PSOE aplaudían porque decía lo que ellos no se atrevían a decir, por si un día llegaban a ser Gobierno. Yo, como sabía que nunca iba a ir por esos derroteros, denunciaba, una y otra vez, los flancos débiles de aquella arrogancia siniestra que enmarcaba la actitud del presidente del Gobierno.

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