Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados (16 page)

BOOK: Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados
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Íbamos a formar parte de la comisión los siguientes diputados: por el PP, dos miembros radicalmente afines a la teoría de la conspiración: el señor Burgo Tajadura y el señor Martínez Pujalte.

Por el PSOE, Martínez Sanjuán, al que por una ingenuidad el PP intentaría conducir al campo de la polémica y hasta llegarían a pedir su sustitución; Rascón Ortega, un jurista que durante el proceso de la comisión pondría en situaciones complicadas a todos aquellos a los que les hubiera gustado que ésta terminase como el rosario de la aurora; Álvaro Cuesta, quien pondría siempre la guinda de la corrección política y mandaría al traste muchas de las propuestas de los grupos más radicales, que eran Esquerra con Tardà i Puig, el PNV con Olavarría y Margarita Uría, IU con Llamazares, y el Mixto con Uxue Barcos y un servidor.

En mitad de todo este pequeño galimatías, como compromisarios de la moderación junto al miembro del PSOE, estaban el presidente de la comisión, el canario Paulino Rivero, quien, como buen isleño, movía siempre muy lentamente los hilos de las conclusiones y a veces tomaba decisiones que contradecían el espíritu de la mayoría, pero que obedecían a los deseos de los gerifaltes de la autoridad.

Apoyando esa moderación, y a veces de manera irritante, estaban los dos miembros de CiU, los señores Guinart y Jané.

En julio comenzamos a caminar en la comisión, y después de largas discusiones sobre el organigrama y la futura programación, empezamos a trabajar en contra de casi todos los medios de comunicación nacionales, que una y otra vez exaltarían el trabajo de la comisión estadounidense del 11-S y nos achacarían escasos medios para salir adelante en el empeño. Sólo el periodista de
La Vanguardia
, el señor José María Brunet, se convirtió en nuestro apoyo más rotundo y siguió las sesiones una a una, sin chafardear por los pasillos como otros «jurnalistas» de copetín.

Tuvimos tan sólo dos letrados, pero fueron ejemplares.

Las comparecencias

Durante más de cuatro meses pasó por la comisión toda una serie de personalidades, desde comisarios de la Policía, altos mandos militares y de la Guardia Civil, el presidente del Gobierno, el ministro del Interior, el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, hasta doña Pilar Manjón, símbolo trágico y emocionante de los sucesos del 11-M, en cuya presencia a todos los miembros (pienso en todos y cada uno) se nos encogió el corazón y sólo fuimos capaces de escuchar su alegato, que fue magnífico y rotundo.

De todas estas comparecencias hay dos intervenciones que me rondan siempre por la cabeza y me gusta recordar. Una, la del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, señor Fungairiño, y la de mi compañera del grupo Mixto, señora Barcos, ya en noviembre, en una comparecencia del ex presidente señor Aznar.

Era un 15 de julio por la tarde cuando inicié mis preguntas al señor Fungairiño.

—Esta mañana he oído una cosa que no sé si la he oído bien o no: que usted se ha enterado de la existencia de la furgoneta hoy aquí, en el Congreso. Me ha parecido entender eso: que hasta hoy no se había enterado usted de la existencia de la famosa furgoneta de Alcalá de Henares.

—Sí, sí, me he enterado hoy. A lo mejor había oído hablar algo de furgonetas, pero también he oído hablar de cintas... En cuanto a la furgoneta de Alcalá de Henares efectivamente...

—¿Se ha enterado hoy por la mañana?—insistí.

—Sí, sí, me he enterado esta mañana. Es que no leo periódicos prácticamente.

—¿No ve la tele tampoco, las noticias?—Risas—. Me sorprende que un ciudadano como usted, que ocupa un cargo tan importante, sea capaz de pasar por encima de toda la información. A mí me parece milagroso, porque yo, desde luego, veo la televisión, oigo la radio y leo dos o tres periódicos diarios. Quizá sea un paranoico de ésos, ¿no?—Risas.

—Perdóneme su señoría la petulancia, pero de televisión solamente veo los documentales de la BBC. —Eso es porque sabe usted inglés.

Me indignó su hipocresía. Porque era mejor pensar eso que admitir que el fiscal jefe de la Audiencia Nacional sentía tal desinterés por su país y lo que en él ocurría.

Luego pasamos a temas administrativos de la justicia, hasta que le pregunté:

—Quizá tampoco sepa que poco antes del 11-M Bin Laden hablaba de España como enemigo, como el sueño de Andalucía.

—A nosotros las amenazas y los mensajes que se dan en televisiones como Al Yazira no nos afectan... no podemos hacer nada como no nos vengan judicializados —dijo.

—Otra cosa que me extraña, como ciudadano, es que usted, como fiscal jefe de la Audiencia Nacional, durante los días 11 y 12 de marzo no hablara con nadie ni nadie le preguntara su opinión.

—Como le decía antes a sus señorías, opinión me pidió una radio argentina. —Risas.

—De Santa Fe o cordobesa?

—No recuerdo si era de Tucumán o de dónde era. Y yo le dije: «Señor periodista, lo siento mucho, pero lo que tenemos que hacer ahora es atender a los heridos».

—¿No le extrañó que sólo le llamara esa radio argentina?

—No. Casi mejor que no me llamara nadie. Me ahorré muchos disgustos al no llamarme nadie.

Comprobé que las respuestas iban a ir siempre por las tangentes de lo preguntado, así que pasé al campo de la metafísica e iniciamos un diálogo sobre el número 11.

—El 11 de septiembre de hace unos años —dije— caían las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 1973 se asesinaba a Allende, también por un golpe terrorista, y el 11 de marzo tuvimos en Madrid el terrible atentado terrorista. A veces, diríamos, los terroristas tienen una obsesión con el once...

—Y también había un grupo terrorista llamado Once de Septiembre. Yo creo que los terroristas eligen las fechas al azar y a veces les coinciden. ¡Yo qué sé! El periodista argentino me preguntaba por eso, efectivamente.

—¡Ah!

—Me preguntó: «EA usted no le extraña que fuera el 11...?» «Mire usted», le dije, «no había caído en lo del 11...»

—Nada más, muchas gracias.

Para terminar, Uxue Barcos añadió:

—Sólo quisiera expresarle una reflexión, señor Fungairiño. Si usted no ve informativos en la televisión, ni lee noticias en la prensa, ni escucha la radio, porque Eduardo Fungairiño sólo ve la BBC y los documentales y no conoce la existencia de esta furgoneta, a mí me parece irrelevante. Sin embargo, quiero que sepa que me deja muy preocupada que el jefe de los fiscales de la Audiencia Nacional no conozca la existencia del vehículo que contenía las dos principales pruebas que ponían sobre la pista de lo que hoy es la investigación de los atentados del 11-M.

Cuando luego analizamos las declaraciones tan desconcertantes y ausentes del señor Fungairiño, llegamos a la conclusión de que alguien le había aconsejado echar balones fuera. Los echó tan lejos que los envió fuera del campo de juego.

El 29 de noviembre iba a comparecer el señor Aznar. Mi compañera Uxue Barcos y yo llegamos a la conclusión de que era mejor que fuese ella quien hiciese las preguntas al ex presidente, porque por mi parte cuatro años de desprecio absoluto y de altanería iban en algún momento a retorcer mis razonamientos y llevar el proceso a un enfrentamiento que a nadie interesaba en esos momentos. Ella lo hizo magníficamente:

—¿Era usted presidente del Gobierno español el 11 de septiembre de 2001?—empezó Uxue Barcos.

—¿Cómo?

—Si era usted presidente del Gobierno español el 11 de septiembre.

—Sí, señora.

Comenzó el desconcierto del señor Aznar, ya que él, supusimos, esperaba mi presencia, pues sabía «de qué pie cojeaba», y le salió una diputada recién escudillada de la que nada sabía y de la que nadie le podía dar informaciones porque se encontraba aislado en su mesa, rodeado del presidente de la comisión y los vocales.

Sudaba. Estaba nervioso y Uxue iba cerrando el círculo de las preguntas:

—¿El Gobierno que usted presidía tomó alguna medida en el marco de la seguridad del Estado a raíz del atentado de la Casa de España en Casablanca en mayo de 2003 ?

—Señoría, el Gobierno tomaba todos los días decisiones y actuaciones en materia de lucha contra el terrorismo.

Con ambigüedad el señor Aznar negaba la mayor. —El señor Vitorino, ex comisario europeo de Interior y Justicia, dijo que había conexiones claras.

Silencio y cambio de tercio.

—Participó usted como presidente del Gobierno español en la cumbre de las Azores, el 16 de marzo de 2003, en la que, junto con el presidente de Estados Unidos y el primer ministro británico, se definió el ataque a Iraq?

En la respuesta el señor Aznar se evadió por los cerros de Úbeda, y la señora Barcos le pidió concreción. Hubo protestas y rumores de los hooligans de siempre, esos por lo que yo prefería estar en la línea de apoyo y no en primera fila.

—... En esa reunión se evaluó la situación internacional provocada por el incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, algunas de las cuales he mencionado en los documentos del actual Gobierno.

Siguió una larga polémica sobre las razones de la participación española en la invasión de Iraq, para llegar a la siguiente pregunta:

—Considera usted que a la vista de la cronología de acontecimientos que le he venido señalando existía un riesgo real y calculable de un atentado de corte islamista en España?

—... Los servicios secretos evaluaban un riesgo bajo y evaluaban un riesgo fundamentalmente en tres áreas: la posibilidad de un ataque a las tropas españolas en Iraq; la posibilidad de ataques a embajadas y legaciones españolas en el exterior; y la posibilidad de ataques a intereses especialmente norteamericanos o israelíes en España...

—Sabía usted, señor Aznar, que para el conjunto de los comparecientes en esta comisión, estoy hablando de agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, en materia de terrorismo de corte islamista el 11 de marzo conocían, y cito textualmente, «el abecé sobre este tipo de terrorismo»?Es una frase de don Jesús de la Morena.

La diputada pasó luego a enumerar una larga retahíla de nombres de altos funcionarios en la cadena de mandos policiales para acabar con la pregunta rotunda:

—¿Opina usted, como declaró en esta comisión su secretario de Estado de Seguridad, don Ignacio Astarloa, que lo sucedido en torno a esa cadena de mando fue un desastre?

Luego se pasó a una discusión un tanto bizantina sobre si el ex presidente convocó o no el gabinete de crisis y si debería haber convocado el pacto antiterrorista. La ambigüedad en la respuesta fue total.

—¿Fue usted quien llamó personalmente a los directores de los principales diarios españoles para informar de la autoría de ETA?

—En la primera llamada les dije cuáles eran las impresiones... En la segunda conversación les dije que había abierto una segunda línea de investigación.

—¿Citó usted expresamente a ETA en su declaración institucional el día 11 de marzo de 2004 a las 14.30?

—He explicado que hice una declaración inequívoca llamando a los terroristas los terroristas de siempre.

—En locuciones anteriores con respecto a atentados de ETA o a acciones de ETA, usted nunca había eludido nombrarla, y esta vez a esta diputada le sorprendió que lo eludiera de una manera tan expresiva. Pero en cualquier caso...

—Eso que está usted diciendo no es verdad.

—No tiene más que coger su declaración. Sí es verdad.

—No es verdad.

—Sí es verdad.

—Es igual; no es verdad.

Aznar comenzó a perder la fría tranquilidad del funcionario de la Hacienda Pública y empezaron a abrirse grietas en su gélida actitud.

Esas grietas se hicieron más profundas cuando la diputada aludió al telegrama de la señora ministra de Exteriores enviado a todas las embajadas.

Se pasó luego a la negación de las declaraciones del señor Dezcaller, de que los servicios del Centro Nacional de Inteligencia quedaron fuera de todo interés por parte del Gobierno y finalmente se pasó, en una dura tensión, a las preguntas sobre si el señor Acebes, entonces ministro del Interior, había informado puntualmente al ex presidente.

Después de un largo alegato mezclando al gran pensador chino Tsun Zu con las reflexiones militares de Napoleón, la diputada llegaba a la siguiente conclusión:

—¿Dónde sitúa usted la responsabilidad política de lo sucedido?

Aznar mostró irritación, agresividad y un poquito de desconcierto a la hora de defender su gestión como presidente:

—Si se produce un atentado, algunos entienden que la culpa es del Gobierno...

Jamás he responsabilizado ni responsabilizaré a un Gobierno de un atentado terrorista, y me parece que el que lo haga comete no sólo una injusticia y una temeridad, sino que, además, miente.

—Señor presidente [de la comisión], el señor Aznar basa esta última intervención en una premisa falsa: en ningún momento he atribuido la responsabilidad del atentado del 11 de marzo al Gobierno del Partido Popular, gobierno que usted encabezaba. Sí he preguntado por la responsabilidad política, señor Aznar, en la improvisación y en la gestión de la información. Eso es lo que he preguntado.

—Usted ha imputado y hecho responsable...

—En ningún momento.

—Usted ha hecho responsable al Gobierno en todo su alegato.

—Señor Aznar, no se empeñe; en el Diario de Sesiones queda bien claro.

—Clarísimo, señoría.

Y sobre el ambiente de la sala, un crujido como el de algo que estuviera a punto de romperse.

La comisión continuó soportando enfrentamientos internos y externos que nos llevaban a los comisionados a situaciones de exasperación, cuando veías que la mentira noticiada no tenía nada que ver con lo que se discutía en el Congreso, sacando horas de los trabajos parlamentarios normales.

Un día, el señor Burgo Tajadura presentó a la mesa de la comisión un escrito en árabe que uno de los acusados más notorios había enviado desde la cárcel. En el escrito, en un árabe muy correcto —cuando el hombre era bastante analfabeto—, se incidía en la teoría de la conspiración y en los posibles contactos de los suicidados en Leganés con tramas etarras.

Pregunté a Mercedes Gallizo, directora general de Prisiones en esa legislatura, si aquel escrito había salido de la cárcel con legalidad. Nada sabía.

—He preguntado y sospechan que salió en el portafolio de uno de los abogados defensores.

Primeras páginas de periódicos adscritos a la conspiración, e intento, por parte de algunos de los miembros de la comisión, de que, dada la ilegalidad del documento, el presidente tomase medidas contra el diputado señor Burgo Tajadura.

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