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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (29 page)

BOOK: Mestiza
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Vi lástima en esos ojos.

—Álex, lo siento. Sé que esperabas que no fuese así. ¿Estás bien?

En realidad no, pero quería parecer fuerte.

—Sí.

Apretó los labios.

—Ya… hablaremos más tarde, ¿vale? Te diré cuándo volvemos a empezar los entrenamientos. Va a ser todo un caos los próximos días.

—Aiden… Kain dijo que ella me estaba buscando. Que venía a por mí.

Tuvo que haber algo en mi voz, porque rápidamente vino enfrente de mí. Me agarró las mejillas, con una voz que no me dejó dudar ni una de las palabras que me dijo.

—No dejaré que eso ocurra. Nunca. Nunca te enfrentarás a ella.

Tragué. Su cercanía, su tacto, me trajo tantos recuerdos; necesité un momento para responder.

—Pero si lo hiciese, podría lograrlo.

—¿Kain dijo algo más sobre tu madre?

Seguirá matando hasta que te encuentre…

—No —moví la cabeza mientras la culpa roía un agujero en mi alma.

Dejó caer una mano sobre su pecho, donde se frotó en un punto sobre el co­razón.

—Vas a volver a hacer algo estúpido.

Sonreí débilmente.

—Bueno, normalmente lo hago como una vez al día.

Aiden levantó una ceja, con los ojos animados.

—No, eso no es lo que quería decir.

—¿Entonces qué?

Movió la cabeza.

—Nada. Ya hablaremos —se cruzó con Seth de vuelta a la sala. Por un mo­mento, los gestos de los dos se volvieron duros como la piedra. En sus caras podía haber un respeto mutuo, pero también antipatía.

Salí antes de que Seth pudiese pararme. Cuando llegué a la residencia de las chicas, varias estudiantes estaban en el porche. Las noticias volaban rápido aunque aún era pronto, pero lo más sorprendente es que Lea estaba entre ellas.

Verla me encogió el corazón. Se la veía fatal dentro de cómo era ella, es decir, que estaba como cualquiera de nosotros en día bueno. No estaba segura de qué decirle. No éramos amigas, pero era inimaginable por lo que estaba pasando.

¿Qué podía decirle? Ningún tipo de disculpa ni palabras de pésame iban a hacerle sentir mejor, pero según me acercaba a ella, vi el rojo de sus ojos, la delgada línea que formaban sus labios normalmente carnosos y el aire general de descon­suelo a su alrededor. Me hizo recordar cómo me sentí cuando pensé que mi madre había muerto. Ahora, coge eso y multiplícalo por dos; así es como se sentía Lea.

Nuestras miradas se cruzaron, y una patética disculpa salió de mi boca.

—Lo siento… todo.

Sorprendentemente, Lea me saludó con la cabeza cuando nos cruzamos mien­tras entraba. Me paré un poco detrás suyo, deseando que me llamase zorra o se burlase de mi cara. Hasta eso sería mejor que esto. Triste y dolorida, caminé por el pasillo y pasé al lado de un grupo de chicas. Murmuraron algo y tenían razón. Mi madre era un daimon asesino.

En mi habitación me derrumbé. Aún vestida como iba me quedé dormida, tal y como le pasa a la gente después de afrontar algo tan enorme que cambia tu vida. En algún momento, en ese estado medio lúcido antes de perder la consciencia por completo, me percaté de que cuando Seth y yo nos tocamos en la sala médica, no hubo ningún cordón azul.

***

Aiden me mandó una nota al día siguiente diciendo que el entrenamiento seguía cancelado. No dijo cuándo volvería a ponerse en contacto conmigo. Según pasaban las horas, iba creciendo mi preocupación. ¿Se habría arrepentido Aiden de lo que pasó entre los dos? ¿Aún me desearía? ¿Volveríamos a hablar?

Tenía bastante desordenadas mis prioridades, pero no podía evitarlo. Desde que me había despertado sólo podía pensar en lo que casi ocurre entre los dos. Y cuando lo hice me sentí caliente y avergonzada.

Me quedé mirando al descomunal libro que me dejó. Lo había dejado en el suelo, al lado del sofá. Me vino una idea a la cabeza. Podría devolverle el libro, una razón totalmente inocente para buscarlo. Cogiendo el libro, abrí la puerta.

Caleb estaba ahí, con una mano levantada como si estuviese a punto de llamar a la puerta y con una caja de pizza en la otra.

—¡Oh! —sorprendido dio un paso atrás.

—Hey —no pude mirarle a la cara.

Bajó la mano. Nuestra casi pelea seguía fotando entre los dos como un vene­no.

—¿Así que ahora lees fábulas griegas?

—Um… —miré hacia el maldito libro—. Sí… Supongo.

Caleb se mordió el labio, una costumbre nerviosa que tenía desde la infancia.

—Sé lo que ha pasado. Vamos… tu cara ya lo dice todo.

Como ausente, mis dedos tocaron el labio rajado.

—Quería asegurarme de que estabas bien.

Asentí.

—Estoy bien.

—Mira, he traído comida —sujetó la caja con una sonrisa—. Y me van a pillar como no me dejes entrar o me vaya.

—Está bien —dejé el libro en el suelo y salí con él fuera. De camino al patio, opté por un tema inocuo—. Ayer por la mañana vi a Lea.

Asintió.

—Volvió tarde la noche anterior. Ha estado bastante baja de ánimos. Aunque es una zorra, lo siento por ella.

—¿Has hablado con ella?

Caleb asintió.

—Está por ahí dentro. No estoy seguro de que le haya llegado, ¿sabes?

Lo entendí más que él seguramente. Encontramos un sitio con sombra bajo unos grandes olivos y me senté. Cogí la pizza, colocando mis rodajas de pepperoni en una carita sonriente un poco horrible.

—Álex, ¿qué le ha sucedido de verdad a Kain? —su voz era apenas un susu­rro—. Todo el mundo dice que era un daimon, pero eso no es posible ¿verdad?

Aparté la vista de la comida.

—Era un daimon.

El sol pasaba a través de las ramas, dando en el pelo de Caleb y volviéndolo de un color dorado brillante.

—¿Cómo no lo supieron los Centinelas?

—Estaba como siempre. Sus ojos eran normales, sus dientes normales —me apoyé contra el árbol y crucé las piernas por los tobillos—. No había forma de sa­berlo. Yo no lo supe hasta que… vi a las puras —una imagen que nunca iba a poder borrar.

Tragó, mirando a su pizza.

—Más funerales —murmuró. Y luego algo más alto—. No puedo creerlo. Todo este tiempo y nunca ha habido un daimon mestizo. ¿Cómo puede ser?

Le conté lo que dijo Kain, suponiendo que no había ninguna razón para man­tenerlo en secreto. Su reacción fue la típica: dura y seria. Caer en batalla signifcaba la muerte para nosotros, y nunca tuvimos que considerar ninguna otra cosa.

Caleb arrugó la frente.

—¿Y si Kain no ha sido el primero? ¿Y otros daimons ya lo averiguaron antes y lo único es que nosotros no lo sabíamos?

Nos miramos el uno al otro. Tragando, devolví la pizza al cartón.

—Entonces hemos elegido un momento horrible al graduarnos en primavera ¿no?

Los dos reímos… nerviosamente. Luego me puse a recolocar mi pizza, pen­sando en todo lo demás que había pasado. Por delante de mí pasaban imágenes de Aiden sin camiseta. La forma en que me miraba y me besaba. El tacto de los dedos de Aiden lentamente se fue convirtiendo en el tacto de Seth y el cordón azul.

—¿En qué piensas? —Caleb se acercó más y continuó cuando no le respondí —¿Qué sabes? ¡Tienes esa cara que pones! ¡Cómo cuando teníamos trece años y pillaste a los Instructores Lethos y Michaels montándoselo en el almacén!

—¡Argh! —puse cara de asco al recordarlo. Maldito sea por recordar siempre lo más asqueroso—. No es nada. Sólo estoy pensando… sobre todo. Han sido unos cuantos días muy largos.

—Todo ha cambiado.

Miré a Caleb, sintiendo lástima por él.

—Sí.

—Van a tener que cambiar la forma de entrenarnos, ¿sabes? —continuó con la voz más suave que le había escuchado nunca—. Los daimons siempre tienen más velocidad y fuerza, pero ahora vamos a tener que luchar contra mestizos entrena­dos como nosotros. Conocerán nuestras técnicas, nuestros movimientos, todo.

—Muchos de nosotros van a morir ahí fuera. Más que nunca.

—Pero tenemos al Apollyon —me apretó la mano—. Ahora te va a tener que gustar. Va a salvarnos el culo ahí fuera.

La necesidad de contarle todo casi me sobrepasaba, pero miré hacia otro lado, fijando mis ojos en las espesas flores de olor amargo. No me acordaba de cómo se llamaban. ¿Bellacopa o algo así? ¿Qué dijo la Abuela Piperi sobre ellas? Como los besos de los que caminan entre los dioses…

Me giré hacia Caleb y me fijé en que ya no estábamos solos. Olivia estaba a su lado, con los brazos cruzados suavemente en la cintura. Él le contó lo que había pasado, y no actuó como un idiota enamorado, que no estaba mal. Al final, ella se sentó y me miró compasivamente. Supuse que tenía la cara como un mapa, pero la verdad es que no me había fijado mucho.

Caleb dijo algo gracioso y Olivia rió. Yo también, pero Caleb me miró, pillando el tono de falsedad. Intenté meterme en su conversación, pero no pude. Nos pasa­mos el día intentando olvidar una cosa u otra. Caleb y Olivia se concentraban en cualquier cosa menos la dura realidad de mestizos convirtiéndose en daimons. ¿Y yo? Bueno, yo intentaba olvidarlo todo.

Cuando la noche comenzó a caer sobre nosotros, nos dirigimos a nuestras residencias, haciendo planes para quedar a comer mañana.

—Álex, sé que estás pasando por muchas cosas. Además de todo eso, las clases van a empezar en dos semanas. Tienes mucho estrés encima. Y siento lo que pasó aquella noche en casa de Zarak.

¿Las clases empezaban en dos semanas? Maldita sea, ni me había dado cuenta.

—Debería ser yo la que se disculpase —y lo decía en serio—. Siento haber sido tan zorra.

Él se rió y me dio un abrazo rápido. Se apartó y quitó la sonrisa.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí —le vi empezar a darse la vuelta—. ¿Caleb?

Paró, esperando.

—Mamá… mató a esa gente en Lake Lure. Fue la que convirtió a Kain.

—Lo… lo siento —dio un paso adelante, levantando las manos y volviéndolas a dejar caer—. Ya no es tu madre. No es ella la que está haciendo esto.

—Ya lo sé —la madre que yo conocía no disfrutaba ni matando bichos. Nunca habría hecho daño a otra persona viva—. Kain dijo que seguirá matando hasta que me encuentre.

Parecía que no sabía qué decir.

—Álex, seguirá matando pase lo que pase. Sé que suena horrible, pero los Centinelas la encontrarán. Ellos la pararán.

Asentí, jugueteando con el borde de mi camiseta.

—Debería ser yo quien la parase. Es mi madre.

Caleb arrugó la frente.

—Debería ser
cualquiera
excepto tú, ya que
fue
tu madre. Yo… —se puso serio y me miró— Álex, no irías a por ella, ¿verdad?

—¡No! —forcé una risa—. No estoy loca.

Continuó mirándome.

—Mira. Ni siquiera sabría dónde encontrarla —le dije, pero las palabras de Kain me vinieron a la cabeza.
Si dejas la seguridad del Covenant la encontrarás o ella te encontrará a ti
.

—¿Por qué no te vienes conmigo? Podemos bajarnos una tonelada de pelis ilegales y verlas. Incuso podemos colarnos en la cafetería y robar un montón de comida. ¿Qué te parece? Suena divertido ¿no?

La verdad es que sí, pero…

—No. Estoy muy cansada, Caleb. Estos últimos días han sido…

—¿Una mierda?

—Sí, se podría decir —me alejé un poco—. ¿Te veo en el desayuno? No creo que tenga entrenamiento.

—Vale —seguía pareciendo preocupado—. Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.

Asentí y me fui para la residencia. Había otro pequeño sobre blanco metido en la rendija. Cuando vi la desordenada letra de Lucian, me sentí intranquila. Nada de Aiden.

—Dioses —lo abrí y lo tiré rápidamente sin leer nada. Aunque estaba reunien­do una suma considerable de dinero. Este sobre llevaba trescientos, y lo junté con el resto del dinero. En cuanto las cosas se calmasen, me iba a ir de compras sin parar.

Después de cambiarme y ponerme un pantalón de pijama de algodón y una camiseta de tirantes, cogí el libro de leyendas griegas y lo llevé a la cama, pasando hasta la sección del Apollyon. Leí esa parte una y otra vez de nuevo, buscando algo que me pudiese decir lo que iba a pasar cuando cumpliese los dieciocho, pero el libro no me dijo nada que no supiese ya.

Que no era demasiado.

Me tuve que quedar dormida, porque lo siguiente que recuerdo es estar mi­rando al techo con la habitación a oscuras. Me senté y me coloqué el pelo. Des­orientada y aún medio dormida, intenté recordar lo que había soñado.

Mamá.

En el sueño estábamos en el zoo. Era como cuando era pequeña, pero yo era más mayor y mamá… mamá se dedicaba a matar a todos los animales, cortándoles la garganta y riéndose. Todo el rato yo me limitaba a estar a su lado mirándola. No la intenté parar ni una sola vez.

Dejé las piernas colgando en el borde de la cama y me quedé ahí sentada hasta que se me retorció el estómago.
Seguirá matando hasta que te encuentre.
Me puse de pie, sentí las piernas extrañamente débiles. ¿Por eso había venido Kain? ¿Sabía mamá de alguna forma que lo iba a ir a buscar y que me daría ese mensaje?

No. No podía ser. Kain volvió al Covenant porque estaba…

¿Por qué vino a un sitio lleno de gente preparada para matarle?

Me vino a la cabeza otro recuerdo, más vívido que los demás. Éramos Aiden y yo enfrente de los maniquíes en la sala de entrenamiento. Le pregunté que qué habría hecho si sus padres hubiesen sido convertidos.

Habría ido a cazarlos. Ellos no hubiesen querido ese tipo de vida.

Cerré fuerte los ojos.

Mamá habría preferido morir a convertirse en un monstruo que se alimenta de toda criatura viviente. Y ahora mismo estaba ahí fuera, matando y cazando, es­perando. De alguna forma acabé frente a mi armario, pasando los dedos sobre mi uniforme del Covenant.

Tenía que encontrarla y matarla yo misma
. Mis propias palabras me ardieron en la mente. No había dudas de lo que había que hacer. Era una locura e imprudente —incluso estúpido— pero el plan tomó forma. Una determinación fría y férrea me poseyó. Dejé de pensar y empecé a actuar.

Era pronto —demasiado pronto como para que hubiese nadie vagando por el Covenant. Tan sólo las sombras de los Guardias en patrulla se movían bajo la luz de la luna. Llegar hasta el almacén detrás de las salas de entrenamiento no fue tan difícil como pensé. Los Guardias estaban más preocupados por las posibles debilidades en el perímetro. Una vez dentro, me dirigí hacia donde guardaban los uniformes. Cogí uno que me quedase bien, y mi corazón se aceleró mientras me lo ponía. No necesitaba un espejo para saber cómo me quedaba —siempre supe que estaría increíble con el uniforme de Centinela. El negro me sentaba muy bien.

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