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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (25 page)

BOOK: Mestiza
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Respiré profundamente y busqué entre mis recuerdos algo que me calmase. No encontré nada.

—¿Y por qué tendría que ser así, Cody?

Deacon se apartó de mí, con la petaca en la mano.

—Tú trajiste a tu madre hasta aquí. Por eso. ¡Esos puros murieron porque tu madre está por ahí buscándote! Si no estuvieses aquí, seguirían vivos.

—Tonterías —Zarak se puso de pie, apartando su silla de mi camino. Justo a tiempo. Me lancé al otro lado de la habitación, parándome frente a Cody.

—Vas a lamentar haber dicho eso.

Los labios de Cody se torcieron en una sonrisa de sufciencia. No me tenía miedo.

—Wow. Por amenazar a un puro sí que te echarán del Covenant. ¿Igual es eso lo que quieres? Así podrás reunirte con tu madre.

Abrí la boca casi hasta el suelo, y mi puño estaba a punto de darle en la suya. Deacon intervino, pasando un brazo por mi cintura. Me levantó y me llevó en di­rección contraria.

—Fuera —no me dio mucha opción con su mano en mi espalda, empujándome hacia las puertas de cristal.

Estar fuera no calmó mi enfado.

—¡Lo voy a matar!

—No, no lo harás —Deacon me pasó la petaca—. Dale un trago. Te ayudará.

La destapé y tomé un trago sano. El líquido abrasó mi interior y sólo acentuó mi enfado. Intenté apartar a Deacon, pero para alguien tan delgado y sin entrenar, probó ser un buen obstáculo.

Maldito sea.

—No voy a dejarte entrar ahí. Puede que tu tío sea el Patriarca, pero si pegas a Cody sacarás tu culo del Covenant.

Tenía razón, pero sonreí.

—Merecería la pena.

—¿Tú crees? —se echó a un lado, con los rizos rubios cayéndole sobre los ojos mientras me volvía a bloquear el paso.

—¿Cómo crees que le sentaría a Aiden?

La pregunta me dio de lleno.

—¿Eh?

—Si te echan, ¿qué pensaría mi hermano?

Solté las manos.

—No… no sé.

Deacon me señaló con la petaca.

—Se culparía a sí mismo. Pensaría que no te entrenó o aconsejó lo suficientemente bien. ¿Eso quieres?

Entrecerré los ojos. No me gustaba su razonamiento lógico.

—¿Igual que él te aconseja que no te pases el día borracho? Y aun así lo haces. ¿Cómo crees que le hace sentir eso?

Lentamente bajó la petaca.

—Touché.

Unos segundos después, llegó el apoyo.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Caleb.

—Algunos de tus amigos no se están portando bien —Deacon inclinó la cabe­za hacia la puerta.

Caleb frunció el ceño mientras venía hacia mí.

—¿Alguno te ha hecho algo? —la rabia cruzó su cara cuando le conté lo que Cody había dicho—. ¿Estás de coña?

Crucé los brazos.

—¿Acaso te lo parezco?

—No. Vámonos a la otra isla. Estos capullos de ahí no lo entienden.

—Nadie lo entiende —dije, con la rabia todavía inundando mi interior—. Pue­des quedarte aquí con tus amigos, yo me vuelvo. Esto ha sido una idea horrible.

—¡Hey! —Caleb levantó las cejas—. No son mis amigos. ¡Tú sí! Y lo entiendo, Álex. Sé que estás pasando por muchas cosas.

La tomé con Caleb. Sabía que no tenía razón, pero no podía parar.

—¿Qué lo entiendes? ¿Cómo narices ibas a poder entenderlo? ¡Tu madre no te quiere cerca! ¡Tu padre sigue vivo! No es un daimon, Caleb. ¿Cómo narices vas a entenderlo?

Extendió las manos como si pudiese parar físicamente mis palabras. Su cara refejó el dolor.

—¿Álex? Dioses.

Deacon se metió la petaca en el bolsillo, suspirando.

—Álex, intenta calmarte. Tienes público.

Tenía mucha razón. La gente en algún momento había salido fuera, extendién­dose por el porche, observando como esperando algo. Antes habían querido una pelea y se la habían negado. Respiré hondo e intenté calmar mi ira. Fallé.

—¡Todos los estúpidos que estáis aquí pensáis que yo soy la razón por la que esa gente murió!

Caleb parecía no creerse lo que pasaba.

—Eso no puede ser verdad. Mira. Sólo estás estresada. Volvamos…

Perdí la compostura. Acortando la distancia entre los dos, me pregunté si sería capaz de pegar a mi mejor amigo. Era bastante posible, pero nunca pude averi­guarlo. De la nada, Seth apareció a mi lado, vestido de negro como siempre. ¿Nun­ca se quitaba ese uniforme?

Su presencia no sólo me dejó inmóvil, sino que también hizo que todo el mun­do a nuestro alrededor se callase. Me lanzó una mirada dura y luego habló con esa voz lírica suya.

—Ya vale.

Les habría dicho a todos que se fuesen a tomar viento, pero esta no era una si­tuación normal, y Seth no era una persona normal. Nos quedamos mirando el uno al otro. Claramente, esperaba que hiciese caso de su advertencia o si no…

Con gran esfuerzo, me aparté. Caleb dio un paso hacia mí, pero Deacon le agarró del brazo.

—Deja que se vaya.

Y me fui. Pasaron varias horas hasta que Seth vino a por mí.

—¿Dejas que un puñado de puros te cabreen tanto?

—Estás hecho todo un acosador, Seth. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí?

—\1 soy un acosador, y llevaba ahí el tiempo suficiente como para darme cuenta de que no tienes control sobre ti misma y que eres inestable. Me gusta eso de ti, sobre todo porque lo encuentro entretenido. Pero tienes que saber que no eres responsable de lo que hizo tu madre. ¿A quién le importa lo que piense un puñado de puros malcriados?

—¡No sabéis si mi madre hizo algo!

—¿En serio? —sus ojos escrutaron mi cara. Encontró lo que estaba buscan­do—. ¡Lo dices en serio! Ahora puedo añadir estúpida a mi lista de adjetivos para describirte.

Me pregunté cuáles serían los demás adjetivos.

—Me da igual. Déjame sola.

Seth me cortó.

—Es un daimon. Mata,
mata
a gente inocente, Álex. Es lo que hacen los daimons. No hay ninguna razón detrás. Eso es lo que está haciendo, pero no es tu culpa.

Realmente le quería dar una patada o un puñetazo, pero no sería muy inteli­gente. Ves, tenía autocontrol e inteligencia. Di un paso al lado para irme, pero Seth no me dejó. Me agarró del antebrazo. Carne contra carne.

El mundo explotó.

Una ola de energía me recorrió el cuerpo. Era como lo que sentía cuando esta­ba cerca, pero cien veces más fuerte. No podía hablar, y cuanto más tiempo estaba Seth así, más fuerte era la oleada. Lo que sentía era una locura. Lo que veía era una locura. Una luz intensa y brillante le envolvía la mano. Se retorcía como un cordón, chisporroteando y enrollándose por mi brazo, su mano. Instintivamente supe que nos estaba conectando. Uniéndonos.

Para siempre.

—No. ¡No, no es posible! —el cuerpo de Seth se había puesto rígido.

Realmente deseé que me soltase el brazo, porque sus dedos se me clavaban en la piel y algo… algo más estaba sucediendo. Lo sentí moverse dentro de mí, enrollándose y envolviendo mi interior, y con cada vuelta supe que nos estaba conectando.

Emociones y pensamientos que no eran míos corrieron hacia mí. Llegaron con una luz cegadora, seguida de colores vibrantes que daban vueltas y cambiaban hasta que pude entender y verle el sentido a algunos de ellos.

No es posible.

Iba a matarnos a los dos.

Traté de coger aire. Los pensamientos de Seth se deslizaban entre los míos y sus emociones se juntaban y retozaban entre los dos. De repente, todo paró como si una puerta se hubiese cerrado en mi mente. Los colores se retiraron y fnalmente, el cordón azul resplandeció con un brillo azul apagado antes de desaparecer.

—Eh… tus tatuajes han vuelto.

Seth parpadeó mientras miraba hacia donde su mano seguía sobre mi brazo.

—No… no puede estar sucediendo.

—¿Qué… ha pasado? Porque si lo sabes, me encantaría saberlo, en serio.

Miró hacia arriba, sus ojos brillaron en la oscuridad. Su aspecto salvaje se des­vaneció, y se cambió por ira.

—Vamos a morir.

Eso no era lo que quería escuchar.

—¿Qué yo… qué?

Lo que sea que sabía, para él al final acabó encajando. Sus labios se estrecha­ron, y entonces empezó a andar, arrastrándome detrás de él.

—¡Espera! ¿Dónde vamos?

—¡Lo sabían! Lo sabían todo este tiempo. Ahora entiendo por qué Lucian me mandó al Consejo cuando te encontraron.

Mis pies resbalaban en la arena mientras yo iba a tropezones intentando man­tener su paso. Perdí una sandalia en el proceso, y luego la otra unos cuantos pasos después. Mierda, me gustaban esas sandalias.

—¡Seth! Vas a tener que ir más despacio y contarme qué está pasando.

Me lanzó una mirada peligrosa por encima del hombro.

—Tu presuntuoso padrastro va a decirnos lo que pasa.

No me gustaba admitirlo, pero tenía miedo, tenía miedo de verdad.

Los Apollyons podían ser inestables, incluso peligrosos. No era broma. Seth ali­geró el paso, arrastrándome detrás de él. Me resbalé. La rodilla se me enganchó en el dobladillo del vestido y lo desgarró. Con un gruñido impaciente, me levantó y continuó.

Unos rayos brillaron en el cielo mientras continuaba arrastrándome por la isla. Uno cayó sobre un barco amarrado a tan sólo unos metros de nosotros. La luz me asustó, pero Seth ignoró el lío que había causado su enfado.

—¡Para! —clavé los pies en la arena—. ¡El barco está ardiendo! ¡Tenemos que hacer algo!

Seth se dio la vuelta, sus ojos estaban iluminados. Tiró de mí.

—No es de nuestra incumbencia.

Notaba en el pecho que me costaba respirar.

—Seth… me estás asustando.

Su expresión continuó dura y salvaje, pero soltó un poco mi brazo.

—No es de mí de quien tendrías que estar asustada. Vamos.

Tiró de mí pasando al lado del barco y por toda la costa que estaba en silencio.

Seth se giró cuando vio la casa de Lucian, tomando las escaleras de dos en dos. Estaba claro que no le importaba si podía seguirle o no. Entonces me soltó y empezó a golpear la puerta como hace la policía en la televisión.

Dos Guardias de aspecto aterrador abrieron la puerta. El primero sólo me diri­gió una rápida mirada antes de mantener los ojos entrecerrados sobre Seth.

Seth levantó la barbilla.

—Tenemos que ver a Lucian ahora.

El Guardia se puso recto.

—El Patriarca se ha retirado durante la noche. Tendréis que…

Una corriente de aire brutal entró desde detrás de nosotros. Durante un se­gundo no podía ver más allá de todo el pelo que tenía por la cara, pero cuando pude se me paró el corazón. La fuerza casi huracanada dio al Guardia en el pecho, lanzándolo hacia atrás y sujetándolo en medio de la pared del rico vestíbulo de mi padrastro. El viento paró, pero el Guardia continuó contra la pared.

Seth pasó por la puerta y miró al otro Guardia.

—Ve a buscar a Lucian. Ahora.

El Guardia apartó los ojos de su compañero y se apresuró a hacer lo que Seth le había dicho. Seguí a Seth, con las manos temblándome tanto que tuve que suje­tarlas juntas.

—¿Seth? Seth, ¿qué estás haciendo? Tienes que parar. Ahora. ¡No puedes hacer esto! Irrumpir en casa de Lucian…

—Calla.

Me aparté hasta la esquina más lejana del vestíbulo, miré al Guardia. El aire crujía de la tensión y energía, la energía del Apollyon. Me pegué a la pared al sentirla sobre mi piel y meterse dentro de mí.

Un gran alboroto y movimiento al final de las escaleras captó mi atención. Lucian bajó por la escalera de caracol, con un pantalón de pijama y una camiseta ancha. Verle así me hizo reír, pero me salió una risa corta e histérica.

Lucian notó mi posición semi petrifcada en la esquina y luego miró hacia el Guardia suspendido contra la pared. Finalmente, le lanzó a Seth una mirada cal­mada.

—¿De qué va todo esto?

—¡Quiero saber cuánto tiempo ibais a continuar con esta locura antes de ma­tarnos a los dos mientras dormíamos!

Me quedé boquiabierta.

La voz de Lucian se mantuvo al mismo volumen e igual de fría.

—Suelta al Guardia y te contaré todo.

Seth no parecía querer hacerlo, pero soltó al Guardia, y no muy delicadamen­te. El pobre hombre se golpeó contra el suelo.

—Quiero saber la verdad.

Lucian asintió.

—¿Por qué no nos movemos a la sala de estar? Alexandria parece querer sen­tarse.

Seth miró por encima del hombro con el ceño fruncido, como si se hubiese olvidado de mí. Se me debía de ver bastante penosa, porque asintió. Pensé en salir de allí corriendo, pero dudo que llegase muy lejos. Además, a pesar del miedo, yo también tenía curiosidad por saber lo que estaba pasando.

Entramos en una pequeña habitación con paredes de cristal. Me dejé caer so­bre la silla blanca de mimbre. Los Guardias nos siguieron, pero Lucian los echó con un gesto de la mano.

—Por favor, notifquen al Decano Andros que Seth y Alexandria están aquí. Él lo entenderá —los Guardias dudaron, pero Lucian los tranquilizó con un movi­miento de cabeza. Cuando salieron, miró hacia Seth—. ¿Te sientas?

—Prefiero quedarme de pie.

—Um… hay un barco en llamas ahí fuera —mi voz sonaba tensa y demasiado alta—. Quizá alguien quiera echarle un ojo.

—Ya se encargarán —Lucian se sentó en una de las sillas a mi lado—. Alexandria, no he estado muy cercano a ti.

Solté una pequeña burla.

—¿En serio?

Se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en su pantalón de pijama a cuadros.

—Hace tres años, el oráculo le dijo a tu madre que, en tu decimoctavo cum­pleaños, te convertirías en el Apollyon.

Me eché a reír.

—Eso. Es. Ridículo.

—¿Ah sí? —Seth se dio la vuelta hacia mí. Parecía querer zarandearme.

—Um… ¡sí! —abrí los ojos de par en par—. Sólo hay uno de vosotros… —mi voz se fue apagando según iba recordando lo que leí en el libro que Aiden me dejó. Sentí frío y calor al mismo tiempo.

—Antes de que Rachelle se fuera, se lo contó a Marcus. No estaba de acuerdo con sus decisiones, pero sentía que tenía que protegerte.

—¿Protegerme de qué? —en cuanto estas palabras salieron de mi boca, ya sa­bía la respuesta. Protegerme de lo que le pasó a Solaris. Moví la cabeza—. No. Esto es una locura. ¡El oráculo no le dijo eso a mamá!

—¿Te referes a la otra parte, en la que le dijo que matarías a los que amas? Esa no es la parte importante. Lo que es importante es que te convertirás en otro Apollyon —se volvió hacia Seth, sonriendo—. Traer a Seth aquí era la mejor forma de descubrir si lo que dijo el oráculo era correcto.

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