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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (22 page)

BOOK: Mestiza
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Se puso tenso. No se movió.

—Álex… hay algo que tengo que decirte.

—Vale —quise creer que su tono de voz era debido a todas las cosas tan duras con las que se había encontrado durante el día.

—Había cámaras de vigilancia. Nos han dado una buena idea sobre lo que ocurrió fuera de la casa, pero no dentro —respiró profundamente y levantó la ca­beza. Nuestros ojos se encontraron—. He venido aquí primero.

Mi pecho se tensó.

—Esto… será malo, ¿verdad?

Aiden no se andó con rodeos.

—Sí.

Cogí aire.

—¿Qué… qué pasa?

Giró todo su cuerpo hacia mí.

—Quería asegurarme de que lo supieses antes… que nadie. No podemos evi­tar que la gente lo sepa. Había mucha gente allí.

—¿Vale?

—Álex, no hay una forma fácil de decirte esto. Vimos a tu madre en las cáma­ras de vigilancia. Era uno de los daimons que les atacaron.

Me levanté y justo después me volví a sentar. Mi cerebro se negaba a procesar esto. Moví la cabeza mientras mis pensamientos no dejaban de repetir lo mismo. No. No. No.
Ella no, cualquiera menos ella
.

—¿Álex?

Sentí como si no pudiese respirar. Esto era peor que ver el vacío en sus ojos mientras estaba tendida en el suelo, peor que escuchar que la habían convertido. Esto… esto era peor.

—Álex, lo siento mucho.

Me costó tragar.

—¿Ella… mató a alguno?

—No hay forma de saberlo a no ser que encontremos a alguno de los mestizos vivos, pero supongo que sí. Es lo que hacen los dainons.

Pestañeé lágrimas calientes.
No llores. No lo hagas.

—¿Has… has visto a Lea? ¿Está bien?

Vi cómo Aiden se asombraba.

La risa que solté sonaba temblorosa y rota.

—Lea y yo no éramos amigas, pero yo no…

—No querrías que ella pasase por esto. Ya lo sé —me cogió la mano con la suya. Sentí sus dedos sorprendentemente calientes y fuertes—. Álex, aún hay más.

Casi vuelvo a reír.

—¿Cómo puede haber más?

Su mano se tensó sobre la mía.

—No puede ser una coincidencia que esté tan cerca del Covenant. Sin duda se acuerda de ti.

—Oh —me quedé quieta, sin poder ir más allá. Me aparté de Aiden, mirán­donos a las manos. El silencio se apoderó de nosotros, y entonces él se inclinó y me envolvió los hombros con su otro brazo. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Incluso en un momento así, podía ver lo mal que estaba esta situación. Aiden no debía de estar ofreciéndome ningún tipo de consuelo. Seguramente no debía ni de haber venido a contármelo. Los mestizos y los puros no se consolaban mutuamen­te.

Pero con Aiden nunca me sentí como una mestiza y nunca pensé en él como un pura-sangre.

Aiden murmuró algo que no pude entender. Sonaba como griego antiguo, el lenguaje de los dioses. No sé por qué, pero el sonido de su voz atravesó las barreras que intentaba construir en mí y que no dejaban de caer. Me hundí hacia delante, con mi cabeza sobre su hombro. Me froté los ojos para aliviar el fuerte picor. Res­piré con bocanadas cortas y temblorosas. No sé cuánto rato estuvimos así, con su mejilla sobre mi cabeza, nuestros dedos entrelazados.

—Muestras una fuerza increíble —murmuró, moviendo el pelo alrededor de mi oreja.

Me obligué a tener los ojos abiertos.

—Oh… estoy reservando todo esto para los años de terapia que me tocarán después.

—No te das cuenta de lo que vales. ¿Todo por lo que has pasado? Eres muy fuerte —me echó hacia atrás, rozándome la mejilla con su mano tan rápido que llegué a pensar que me lo había imaginado—. Álex, tengo que irme a decírselo a Marcus. Me está esperando.

Asentí mientras me soltaba la mano.

—¿Podría… podría haber alguna posibilidad de que ella no les matase?

Aiden se paró al lado de la puerta.

—Álex, no lo sé. Sería bastante improbable.

—¿Me… me dirás si encuentran a alguno de los mestizos vivo? —sabía que no servía de nada.

Asintió.

—Sí. Álex… si necesitas cualquier cosa, dímelo —cerró la puerta con un clic detrás de él.

Sola, me deslicé hasta el suelo y apoyé la cabeza contra las rodillas. Podría haber una posibilidad de que mamá no hubiese matado a nadie. Podría estar con los otros daimons porque no sabía qué otra cosa podía hacer.

Quizá estaba confusa. Quizá venía a por mí.

Me estremecí, apoyándome más fuerte. Me dolía el corazón. Sentía de nuevo cómo se aplastaba —otra vez. Había una pequeña, diminuta posibilidad de que ella no hubiese matado a nadie. Hasta yo sabía lo estúpido que era aferrarse a esa posibilidad, pero lo hacía. Porque, ¿qué más me quedaba? Las palabras de la Abue­la Piperi se volvieron más claras —no sólo lo que dijo, sino lo que no.

Por alguna razón, mamá dejó la seguridad de la comunidad para alejarme del Covenant, poniendo todo esto —todo este lío— en marcha. Durante estos tres años, nunca pedí ayuda, nunca paré la locura de vivir sin protección entre morta­les.

Las incontables veces que no hice nada me pasaron por delante. De alguna forma yo era responsable de lo que le pasó. Peor aún, si había matado a esa gente inocente, yo era responsable de sus muertes también.

Las piernas no me sostuvieron cuando me puse de pie. Una certeza llenaba mi mente —quizá comenzó la noche en que supe lo que realmente le había pasado. Había una pequeña posibilidad de que ella no hubiese cometido terribles crímenes, pero sí… si el daimon que había sido mi madre había matado a alguien, entonces de una forma u otra, yo iba a matarla. Ella era ahora mi responsabilidad —mi pro­blema.

Capítulo 14

AL DÍA SIGUIENTE DURANTE EL ENTRENAMIENTO HICE COMO QUE NO PASABA NADA. Funcionó bien hasta que nos tomamos un descanso y Aiden me preguntó qué tal estaba.

Mantuve firme la voz.

—Estoy bien.

Luego le di toda una paliza al maniquí.

Hacia el final del entrenamiento, una corriente de energía bajó por mi espalda justo antes de que Seth apareciese. Se quedó en la puerta, mirando en silencio. Te­nía la sensación de que estaba ahí por mí. Gruñí y me tomé mi tiempo enrollando las colchonetas.

Aiden movió la cabeza hacia Seth.

—¿Todo bien?

—¿Quién sabe? —dije frunciendo el ceño.

Aiden se incorporó, recuperando toda su altura.

—¿Te ha estado molestando?

Una gran parte de mí quiso decir que sí, pero en realidad, Seth no me había molestado. Y si lo hubiese hecho ¿qué podría hacer Aiden? Aiden era un Centinela increíble, pero Seth era el Apollyon. Mientras Aiden controlaba el fuego —bastante genial— y sabía pelear, Seth controlaba los cuatro elementos —bastante terrorífco— y podía barrer el suelo con la cara de Aiden.

Aiden se quedó mirando a Seth como diciéndole que no tendría ningún pro­blema en enfrentarse a él por mí. Por est+úpido que pareciese, sentí una gran sonrisa dibujarse en mis labios.

Estaba muy mal.

Obligándome a apartar la sonrisa de mi cara, rodeé a Aiden.

—Luego te veo ¿vale?

Asintió, con los ojos aún fjos en Seth. Pues vale. Cogí la botella de agua del suelo, y me encaminé despacio. Saludé con la cabeza a Seth según pasaba a su lado, medio esperando que sólo estuviese allí para participar en el juego de miradas con Aiden, pero se dio la vuelta e inmediatamente se puso a mi paso.

La sonrisa de Seth parecía satisfecha.

—No le gusto a tu entrenador.

—No es mi entrenador. Es un Centinela —seguí andando—. Y dudo que tú le preocupes siquiera.

Seth rió.

—Tu entrenador, que también es un Centinela, casi no me habló mientras es­tábamos en Lake Lure. Y cuando lo hizo fue bastante frío. Hirió mis sentimientos.

Lo dudé.

—Seguramente no iba dispuesto a hacer amigos teniendo en cuenta lo que estaba pasando.

—¿Teniendo en cuenta que tu madre era parte del grupo de ataque? —levantó una ceja como si nada—. Pareció anormalmente afectado cuando vimos las graba­ciones y la vio.

Sus palabras fueron como un buen golpe en la cara. Me paré y me puse en frente suyo.

—Seth, ¿qué quieres?

Inclinó la cabeza hacia atrás. Una nube oscura se levantó sobre nuestras cabe­zas, proyectando una sombra gris sobre todo el recinto. Iba a llover.

—Quería ver cómo te iba. ¿Tan malo es?

Pensé sobre ello.

—Sí. No me conoces. ¿Por qué te iba a importar?

Miró hacia abajo, encontrándose con mi mirada.

—Vale. Realmente no me importa. Pero tú eres el porqué de que esté atrapado en esta ratonera en medio del campo, cuidando de un capullo creído.

Abrí los ojos de par en par. El tono de su voz hizo sonar elegante esa frase. Fue casi gracioso.

—Sabes, realmente ahora no me importa todo eso —me paré cuando varios mestizos pasaron a nuestro lado. Nos miraron, me miraron. Hice lo que pude para ignorar sus miradas.

—Claro que no. Tu madre ha asesinado a la familia de una compañera de cla­se. Yo también tendría la cabeza en otro sitio.

—¡Dioses! —solté—. Eso ha estado genial, en serio —me fui de allí.

Seth me siguió.

—No… No ha sido muy amable por mi parte. Ya me han dicho alguna vez que soy demasiado brusco. Debería trabajarlo.

—Sí, quizá deberías ir a hacerlo ahora mismo —lancé las palabras por encima de mi hombro.

Impasible, se puso a mi paso.

—Le pregunté a Lucian, ya sabes, le pregunté por qué estaba yo aquí.

Apreté los dientes y seguí andando. Las nubes siniestras continuaron crecien­do. Parecía que se iba a abrir el cielo en cualquier momento.

—¿Sabes lo que respondió? Me preguntó que qué pensaba de ti.

Sólo tenía medio curiosidad por escuchar su respuesta.

—Estaba ansioso por escuchar lo que tenía que decir —un rayo cruzó el cielo, impactando en la costa. Una fracción de segundo después, un trueno silenció la conversación. Subí el ritmo de mis pasos cuando comencé a ver a las chicas de la residencia—. ¿No quieres saberlo?

—No.

Otro relámpago iluminó el cielo. Esta vez dio en la tierra, en alguna parte en el pantanal. Estaba cerca, demasiado cerca.

—Mientes.

Me di la vuelta. Mi respuesta ingeniosa murió antes de tomar forma del todo. Unas marcas negras rompieron el tono dorado de toda su piel que se veía. Iban cambiando de diseño, permanecían quietos unos segundos, y luego se movían en otras formas. ¿Qué eran?

Separé mis ojos de sus brazos, pero los tatuajes se extendieron por sus perfec­tas mejillas, bordeando sus ojos. Sentí la necesidad urgente de tocarlos.

—Los vuelves a ver ¿verdad?

No tenía sentido mentir.

—Sí.

La ira y confusión ardieron en sus ojos. Un relámpago cruzó el cielo.

—Es imposible.

Un trueno sonó tan alto que me estremecí. Todo encajó.

—La tormenta… la estás haciendo tú.

—Pasa cuando me pongo de mal humor. Y ahora estoy bastante mosqueado —Seth dio un paso al frente, imponiéndose sobre mí—. No estaría así si supiese qué está pasando. Necesito saber por qué puedes ver las marcas del Apollyon.

Me obligué a mirarle a los ojos. Fue un error, un error enorme y estúpido.

La energía aumentó, salvaje e intensa. La sentí por mi piel y deslizándose por mi espalda.

Y de repente, mi mente se vació de todo excepto de la necesidad de encontrar la fuente de esa energía.
Tenía que alejarme todo lo rápido que me fuese posible
. En lugar de eso, como en una especie de aturdimiento, di un paso al frente. Tenía que ser por lo que él era. La energía que lo recorría tenía este efecto de atracción, uno que atrapaba a los puros, mestizos… incluso a los daimons.

Ahora estaba sintiendo esos efectos. Lo salvaje que vivía en mí levantó la ca­beza y me obligó a ir hacia delante. Me hizo necesitar tocarle, porque estaba bas­tante segura de que lo que fuese que estaba ocurriendo se mostraría en cuanto nos tocásemos.

Seth no se movió cuando levanté mi mirada hacia él. Me miró como si estu­viese intentando resolver un puzzle y yo fuese una de las piezas. La pequeña son­risa se desvaneció y sus labios se abrieron. Inhaló fuerte y levantó una mano para tocarme.

Me costó mucho, pero me escapé. Seth no me siguió. En cuanto di un paso dentro de la residencia, el cielo se abrió, y otro fash de cegadora luz recorrió el cielo oscuro. En algún lugar, no muy lejos, volvió a caer.

***

Más tarde, por la noche, me sinceré con Caleb mientras estábamos al fondo de la sala de entretenimiento. La lluvia había traído a todos dentro, y no teníamos garantizada nuestra privacidad durante mucho rato.

—¿Te acuerdas de lo que dijo la Abuela Piperi?

Levantó las cejas.

—La verdad es que no. Dijo muchas locuras. ¿Por qué?

Jugué con mi pelo, enrollándolo en el dedo.

—A veces creo que no está tan loca.

—Espera. ¿Qué? Tú eres quien dijo que estaba loca.

—Bueno, eso fue antes de que mi madre se pasase al lado oscuro y empezara a matar gente.

Caleb miró por la habitación.

—Álex.

Nadie nos escuchaba, aunque la gente nos miraba de vez en cuando y susu­rraban.

—Es cierto. ¿Lo que dijo Piperi? ¿«Matarás a los que amas»? Pensaba que so­naba a locura, pero eso era antes de saber que mamá era un daimon. Nos estamos entrenando para matar daimons. Parece bastante obvio ¿no?

—Mira, Álex, de ninguna forma vas a tener que estar nunca en esa situación.

—Sólo está como a cuatro horas de aquí. ¿Por qué crees que acabó en Carolina del Norte?

—No lo sé, pero los Centinelas la cogerán antes de que tú… —paró al ver mi cara—. No tendrás que hacerlo tú. El año que viene estarás en el Covenant, Álex.

En otras palabras, un Centinela la habría matado antes de que me graduara, eliminando la posibilidad de que nuestros caminos se cruzasen. La verdad es que no sabía qué pensar.

—Álex, ¿estás bien? —inclinó la cabeza, mirándome a fondo—. Quiero decir… ¿bien de verdad?

Le quité importancia a su preocupación.

—Aiden dijo que no podían estar seguros de que mamá fuese parte del ataque. Estaba en la cámara, pero…

—Álex —en su cara pude ver comprensión y tristeza—. Es un daimon, Álex. Sé que quieres pensar que no. Lo entiendo, pero no olvides en lo que se ha conver­tido.

—¡No lo he hecho! —varios chicos cerca del billar nos miraron. Bajé la voz—. Mira. Todo lo que digo es que podría haber una posibilidad, una pequeña posibi­lidad de que ella…

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