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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (21 page)

BOOK: Mestiza
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Kain no era el único que volvió a aparecer. Durante la siguiente semana, Seth estuvo por el campus, apareciendo por la sala de entretenimiento, la cafetería y la sala de entrenamiento. Hizo que evitarle —que era mi plan— fuese imposible.

Intentar defenderme de Kain sólo con Aiden mirando ya era sufcientemente malo, pero que el Apollyon estuviese también, era un asco.

Por suerte, hoy era el día libre de Kain. Estaba acompañando a un grupo de puros en una excursión de fn de semana. Me sentí mal por él. Ayer, se pasó la ma­yor parte del entrenamiento quejándose de ello. Era un cazador, no un niñero. Yo también estaría cabreada si me cargasen con esa tarea.

En los entrenamientos, por fn habíamos pasado de las técnicas de bloqueo y estábamos trabajando en diferentes tipos de placajes. A pesar de que gané a Aiden varias veces, era súper paciente conmigo. A pesar de mentirme sobre mi madre, había sido un santo.

—Esta semana has estado muy bien —dijo con una sonrisa insegura según salíamos.

Moví la cabeza.

—Kain ayer me dio un palizón.

Aiden abrió la puerta y la sujetó. Normalmente dejaba las puertas abiertas del todo, pero últimamente las cerraba.

—Kain tiene a favor la experiencia, pero aun así te defendías bien de él.

Mis labios se curvaron hacia arriba. Por triste que fuera, vivía por esos mo­mentos en que halagaba mi mejoría.

—Gracias.

Asintió.

—¿Crees que está ayudando el trabajar con Kain?

Nos paramos en las puertas de fuera. Estaba un tanto sorprendida de que me preguntase por mi opinión.

—Sí… tiene diferentes tácticas. Creo que ayuda que puedas ver qué es lo que estoy haciendo mal y guiarme para mejorarlo.

—Bien. Eso es lo que esperaba.

—¿En serio? —solté—. Pensaba que era porque…, da igual.

Aiden entrecerró los ojos.

—Sí. ¿Por qué si no iba a querer que ayudase Kain?

Avergonzada por haber dicho eso sin darme cuenta, me di la vuelta.

—Eh… olvida lo que he dicho.

—Álex —dijo mi nombre de una forma suave y de una paciencia infnita. Con­tra mis deseos, me di la vuelta hacia él—. Traer a Kain no ha tenido nada que ver con aquella noche.

Quería correr y esconderme. También quería buscarme un bozal.

—¿Ah no?

—No.

—Sobre aquella noche… —respiré profundamente—. Siento haberte pegado y… lo otro.

Sus ojos se volvieron más grandes, volviéndose más plateados que grises.

—Acepto tus disculpas por pegarme.

Hasta ese momento no me di cuenta, pero estábamos tan cerca que nuestros zapatos se tocaban. No sé si se había movido, o si había sido yo.

—¿Y sobre lo otro?

Entonces Aiden sonrió, mostrando esos profundos hoyuelos. Su brazo rozó el mío al ir a abrir la puerta.

—No tienes que disculparte por lo otro.

Me tambaleé hacia la brillante luz del sol.

—¿Ah no?

Movió la cabeza sin dejar de sonreír, y entonces simplemente se fue. Confun­dida y un poco obsesionada por lo que eso pudiese signifcar, me fui con mis ami­gos a cenar y ver que nuestra nueva adquisición estaba otra vez en nuestra mesa. Mi sonrisa se desvaneció cuando vi lo encantado que estaba Caleb, la cara que se le ponía cada vez que hablaba con Seth.

Ni siquiera me miraron cuando me senté en la mesa con ellos. Todo el mundo parecía ensimismado con lo que sea que Seth estuviese contando. Yo parecía ser la única a la que no le impresionaba.

—¿A cuántos has matado? —Caleb se inclinó hacia delante.

¿No habían tenido ya esta conversación?
Oh, sí. Ayer.
Solté un suspiro de abu­rrimiento.

Seth se reclinó en la silla de plástico, con una pierna apoyada en el borde de la mesa.

—Más de veinte.

—Wow —Elena suspiró, con pura admiración brillando en sus ojos.

Puse los ojos en blanco y di un mordisco a la carne seca asada que teníamos.

—¿No sabes el número exacto? —Caleb levantó las cejas—. Yo llevaría una lista con la fecha y la hora.

Lo encontré un tanto siniestro, pero Seth sonrió.

—Veinticinco. Habrían sido veintiséis, pero el último bastardo se me escapó.

—¿Se le escapó al Apollyon? —di un trago de agua—. Que embarazoso.

Caleb abrió los ojos como platos, y sinceramente, no sé qué me hizo decir eso. Quizá esa pequeña advertencia que me dio la última vez que hablamos en priva­do. Seth pareció tomárselo con calma. Me señaló con su botella de agua.

—¿A cuántos has matado tú?

—Dos —me metí una un trozo de carne a la boca.

—No está mal para una chica sin entrenamiento.

Sonreí alegremente.

—Nop.

Caleb me lanzó una mirada de advertencia antes de volverse hacia Seth.

—Y… ¿cómo sienta usar los elementos?

—Es increíble —Seth me puso los ojos encima—. A mí nunca me han marcado.

Me puse tensa, con la mano a mitad de camino hacia mi boca. Au.

—¿Qué se siente, Álex?

Me obligué a masticar la comida lentamente.

—Oh… sienta maravillosamente bien.

Se movió, inclinándose tanto que podía sentir su respiración en mi cuello. Mi cuerpo entero se bloqueó.

—Qué fea cicatriz tienes ahí.

El tenedor se me cayó de los dedos, salpicando puré de patatas por toda la mesa. Reuní mi mejor mirada fría y me encontré con su mirada.

—Estás en mi espacio personal, tío.

Una sonrisa juguetona asomó en sus labios.

—¿Y? ¿Qué piensas hacer por ello? ¿Tirarme tu puré? Me muero de miedo.

Pegarte un puñetazo en la cara
. Eso es lo que quería decir y hacer, pero ni siquie­ra yo era tan estúpida. En vez de eso, le devolví la sonrisa.

—¿Por qué estás aquí? ¿No se supone que deberías estar haciendo cosas im­portantes, como
cuidar
de Lucian?

Caleb y el resto de los chicos no pillaron mi indirecta, pero él sí. La sonrisa desapareció de su cara y se levantó. Volviéndose hacia ellos, saludó con la cabeza.

—Ha sido agradable hablar con vosotros —en su camino rozó a Olivia al pa­sar. La pobre chica estaba fipando.

—Oh, dioses, Álex. Es el Apollyon —siseó Elena.

Limpié el desastre del puré.

—Sí. ¿Y?

Dejó caer una servilleta sobre el montón de puré.

—Eh… podrías tenerle un poco más respeto.

—Le he tratado con respeto. Simplemente no le estaba lamiendo el culo —le­vanté las cejas al mirarla.

—No estábamos besándole el culo —frunció el ceño mientras recogía más puré.

Torcí los labios.

—No es lo que me ha parecido.

—Da igual —Caleb soltó aire con un silbido—. Quiero decir, wow. Ha matado a veinticinco daimons. Puede controlar los cuatro elementos además del quinto; el quinto, Álex. Sí, le besaré el culo todo el día. Reprimí un gruñido.

—Deberías montar un club de fans. Elena puede ser tu vicepresidenta.

Puso una sonrisita.

—Pues igual lo hago.

Por suerte, dejamos de hablar de Seth en cuanto Olivia se sentó en nuestra mesa. Caleb estaba totalmente feliz de verla, y mi mirada iba del uno al otro.

—¿Os habéis enterado, chicos? —los ojos color café de Olivia se abrieron de par en par.

Me daba un poco de miedo el preguntar.

—¿Qué?

Me echó una mirada nerviosa.

—Hubo un ataque daimon en Lake Lure anoche. El Consejo acaba de saberlo. No han podido comunicarse con el grupo de puros y sus Guardias.

Esa información barrió todo lo demás de mi mente. Ya no pensaba sobre mi mal comportamiento hacia Seth o lo que pudo haber querido decir Aiden antes. Ni siquiera estaba pensando en mamá.

Elena soltó un gritito.

—¿Qué? Lake Lure está sólo a cuatro horas de aquí.

Lake Lure era una pequeña comunidad donde a bastantes puros les gustaba apartarse. Como el sitio de Gatlinburg donde mi madre solía llevarme, tenía que estar bien vigilado. A salvo. Al menos esa era lo que nos decían.

—¿Cómo es posible? —odié el sonido chillón en el que me salió la voz.

Olivia movió la cabeza.

—No lo sé, pero varios Guardias del Consejo salieron con el grupo este fn de semana, Llevaban al menos dos Centinelas entrenados.

Se me secó la boca. No. No podía ser el mismo grupo, el grupo del que Kain se había estado quejando por tener que cuidar.

—¿Alguien que conozcamos? —Caleb se inclinó.

Ella miró alrededor, bajando la voz.

—Mi madre no ha podido decirme mucho más. Se iba a investigar… la escena, pero dijo que los Centinelas eran Kain o Herc. No sé nada de lo que les ha pasado a ellos, pero…

Los daimons no dejaban a los mestizos con vida.

El silencio cayó sobre la mesa según procesábamos las noticias. Intenté tragar a través de la repentina sequedad de mi garganta. Kain había estado dándome una paliza y bromeando conmigo justo ayer. Era bueno y rápido, pero si estaba desapa­recido, signifcaba que lo habían cogido como aperitivo para después. Kain era un mestizo, así que no podía ser convertido en un daimon.

No. Moví la cabeza.
Se ha escapado. Aún no le han encontrado.
Caleb apartó el plato. Ahora deseaba no haber comido tanto. Las noticias estaban haciendo es­tragos con la comida en mi estómago, pero todos nosotros fngíamos no estar tan afectados. Estábamos entrenándonos. En un año o así, tendríamos que lidiar con todo esto en persona.

—¿Y los puros? ¿Quiénes eran? —la voz de Elena tembló.

La expresión de su cara me llenó de inquietud. De repente comprendí que no era sólo Kain al que habíamos perdido.

—Había dos familias —Olivia tragó con difcultad—. Liza y Zeke Dikti, y su hija Letha. La otra familia es… El padre y la madrastra de Lea.

Silencio.

Ninguno de nosotros se movió. Creo que ni siquiera respiramos. Dioses, odia­ba a Lea. La odiaba de verdad, pero sabía cómo sentaba esto. O al menos, antes. Al fnal, Caleb encontró la capacidad de hablar.

—¿Estaban Lea o su hermanastra con ellos?

Olivia sacudió la cabeza.

—Dawn se quedó en casa y Lea está aquí, estaba aquí. Por el camino he visto a Dawn. Venía a recogerla.

—Es horrible —Elena empalideció—. ¿Cuántos años tiene Dawn?

—Tiene como veintidós —Caleb se mordió el labio.

—Es bastante mayor como para tomar el asiento de sus padres, pero quién… —Olivia paró.

Todos sabíamos lo que estaba pensando. ¿Quién iba a querer quedarse con un asiento en el Consejo de esa manera?

***

De vuelta en mi residencia, encontré dos cartas pegadas a mi puerta. Una era un trozo de papel doblado y la otra un sobre. El papel tenía un mensaje garaba­teado de Aiden cancelando el entrenamiento de mañana debido a los inesperados sucesos. Obviamente, le habían llamado para investigar el ataque.

Doblé la nota y la dejé en la mesa. El sobre era otra cosa totalmente diferen­te; era de mi padrastro bipolar. No leí la tarjeta. Sin embargo había unos cuantos billetes de cien dólares doblados dentro. Me los quedé. La tarjeta fue a parar a la papelera.

Después de pasarme el resto de la noche pensando sobre lo que había pasado en Lake Lure, me costó dormirme y me levanté demasiado pronto, llena de inquie­tud.

Para la hora de comer, descubrí que Seth había hecho también el viaje de cua­tro horas con Aiden. Más información fue llegando al Covenant según pasaba el día. Olivia tenía razón. Todos los puros que estaban en Lake Lure habían sido ma­sacrados. Y lo mismo sus sirvientes mestizos. Buscaron por el lago y los alrededo­res, pero sólo encontraron a cuatro del equipo de Seguridad. Les habían drenado todo su éter. Los otros dos, Kain incluido, no habían sido encontrados.

Olivia, que se había convertido en nuestra principal fuente de información, nos contó lo que sabía.

—Algunos de los muertos tenían múltiples marcas. Pero los mestizos que en­contraron… estaban llenos de marcas de daimon.

Leí la misma pregunta escalofriante en las caras pálidas alrededor de la mesa:
¿Por qué?
De nacimiento, los mestizos tenían menos éter en ellos. ¿Por qué drena­rían los daimons repetidamente a un mestizo si tenían puros llenos de éter?

—¿Sabes cómo pasaron a los Guardias?

Movió la cabeza.

—Aún no, pero había cámaras de seguridad alrededor de las cabañas, así que esperan que las grabaciones en vídeo revelen algo.

Algunos de los mestizos intentaron volver un poco a la normalidad según iba pasando el día, y ninguno de nosotros quería estar solo. Pero en los billares falta­ban las risas habituales, y las consolas estaban sin tocar frente a las televisiones.

La atmósfera sombría comenzó a llegarme. Me retiré a mi habitación después de cenar. Unas horas después, escuché cómo llamaban suavemente a mi puerta. Me levanté esperando ver a Caleb o a Olivia.

Aiden estaba ahí de pie, y mi corazón dio un vuelco extraño que empezaba a odiar.

Le hice la pregunta más estúpida.

—¿Estás bien? —claro que no. Mentalmente me di una patada mientras él en­traba y cerraba la puerta.

—¿Te has enterado?

No había razón para mentir.

—Sí, me enteré anoche —me senté en el borde del sofá.

—Acabo de volver. Las noticias viajan rápido —nunca le había visto tan can­sado o afectado. Parecía que se había pasado las manos por el pelo muchas veces, y ahora lo tenía hacia cualquier sitio. La necesidad de confortarle casi me sobrepasó, pero no había nada que pudiese hacer. Señaló hacia el sofá.

—¿Puedo?

—Asentí.

—Es… muy malo, ¿verdad?

Se sentó, con las manos sobre las rodillas.

—Es bastante malo.

—¿Cómo lograron llegar hasta ellos?

Aiden miró hacia arriba.

—Cogieron fuera a uno de los puros. Una vez que los daimons entraron, el ataque sorprendió a los Guardias. Había tres daimons… y los Centinelas… lucha­ron duro.

Tragué saliva. Tres daimons. La noche en Georgia, me sorprendió cuántos iban juntos. Aiden debía estar pensando algo parecido.

—Los daimons están empezando a trabajar en grupos. Están mostrando un nivel de moderación en sus ataques y una organización que nunca antes habían tenido. Dos mestizos están desaparecidos.

—¿Qué crees que signifca eso?

Movió la cabeza.

—No estamos seguros, pero lo descubriremos.

No dudaba de que lo haría.

—Siento… que tengas que cargar con todo esto.

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