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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (9 page)

BOOK: Mestiza
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Levanté la mirada y me sonreí al ver su sonrisa ladeada.

—Me alegro.

Empezó a decir algo, pero su sonrisa desapareció cuando me dio una advertencia en voz baja.

—Álex. Levantaté.

Mi espalda protestó por el repentino movimiento, pero en cuanto vi a Marcus en la puerta, entendí por qué. No podía dejar que pareciese que me habían dado la paliza de mi vida delante de él.

Marcus estaba apoyado en la puerta, con los brazos cruzados.

—Me preguntaba qué tal estaría yendo el entrenamiento. Veo que va como se esperaba.

Au. Respiré profundamente.

—¿Le gustaría intentarlo?

Marcus alzó las cejas y sonrió, pero Aiden me puso una mano en el brazo advir­tiéndome.

—No.

Me quité la mano de encima. Estaba bastante segura de que podía con mi tío. Con su pelo perfecto y sus pantalones ajustados color caqui parecía el ejemplo perfecto del «miembro del mes del club náutico».

—Yo me apunto si está dispuesto —volví a ofrecerme con una sonrisa brillante.

—Álex, te digo que no lo hagas. Él era…

Marcus se apartó de la pared.

—Está bien, Aiden. Normalmente no aceptaría una oferta tan ridícula, pero hoy me siento caritativo.

Me reí por lo bajo.

—¿Caritativo?

—Marcus, no es necesario —Aiden se movió delante mío—. Está empezando a aprender los bloqueos correctamente.

Le fruncí el ceño.
Leches. Vaya forma de cubrirme, compañero
. Mi ego volvió a la vida y aparté a Aiden de un empujón.

—Creo que puedo con él.

Marcus echó la cabeza hacia atrás y rió, pero Aiden parecía estar bastante lejos de divertirse con la situación.

—Álex, te digo que no lo hagas. Calla y escúchame.

Miré a Aiden con inocencia.

—¿Qué haga qué?

—No.
Lo tiene controlado
, Aiden. Veamos qué ha aprendido. Ya que me está retan­do, supongo que estará lista.

Puse las manos sobre las caderas.

—No sé. Me sentiría mal por darle una paliza a un viejo.

La mirada verde esmeralda de Marcus clavó en mí.

—Atácame.

—¿Qué?

Parecía perplejo, pero entonces chasqueó los dedos.

—¡Claro! Aún no has aprendido ningún movimiento de ataque real. Entonces tendré que atacarte yo. ¿Sabes técnicas defensivas de bloqueo?

¿Marcus conocía técnicas defensivas de bloqueo? Cambié el peso y miré a Aiden. No parecía gustarle nada de esto.

—Sí.

—Entonces deberías estar sufcientemente entrenada para defenderte —Marcus hizo una pausa y su sonrisa desapareció—. Imagina que soy el enemigo, Alexandria.

—Oh, eso no será muy difícil,
Decano Andros
—levanté las manos y le hice mover­se hacia delante. Yo era la leche.

Marcus no me dio otra advertencia más que un leve temblor en su brazo justo antes de moverse. Levanté mi brazo, justo como Aiden me enseñó, y bloqueé el puñe­tazo directo. No pude evitar una sonrisa al desviar otro devastador puñetazo. Fijé mi mirada en mi tío según se incorporaba y se preparaba para otro ataque.

—Échate atrás —la voz de Aiden me llegó desde una banda, baja y dura—. Estás demasiado cerca.

Me eché hacia delante, bloqueando otro de los golpes de Marcus. Me lo creí de­masiado.

—Tienes que ser más rápido…

Sin embargo Marcus no hizo la patada giratoria que yo esperaba, sino que me agarró y retorció el brazo. Según me giraba puso su otro brazo alrededor de mi cuello, en una brutal llave de estrangulamiento.

El corazón me golpeó las costillas. Cualquier movimiento sólo hacía que el brazo se torciese en un ángulo aún más poco natural. En segundos me había dejado total­mente inmóvil. En cualquier otra situación, como una en la que no fuese mi tío el que me estuviese ahogando, le habría alabado por esa rápida maniobra.

Agachó la cabeza, hablándome directamente al oído.

—Ahora imagina que fuese un daimon —dijo Marcus—. ¿Qué crees que pasaría ahora?

Me negué a contestar, apretando los dientes.

—Alexandria, te he hecho una pregunta. ¿Qué pasaría si fuese un daimon? —apretó un poco más.

Mi mirada se encontró con la de Aiden. Estaba observando todo con un enfado impotente en la cara. Sabía que una parte de él quería tomar parte, pero sabía que no podía.

—¿Lo intentamos de nuevo? —preguntó Marcus.

—¡No! Estaría… muerta.

—Sí. Estarías muerta —Marcus me soltó y me tambaleé hacia delante. Pasó rozándome, mientras se dirigía hacia Aiden—. Si aún pretendes tenerla lista para el inicio de las clases, quizá quieras trabajar su actitud y asegurarte de que la próxima vez te haga caso. Si continúa así, fracasará. Sin quitarme los ojos de encima, le inclinó la cabeza a Aiden cortésmente.

Rabié en silencio hasta el momento en que Marcus desapareció.

—¿Qué demonios le habré hecho yo? —me froté el cuello distraídamente—. ¡Po­día haberme roto el brazo!

—Si te hubiese querido romper el brazo, lo habría hecho. Te dije que te quedases callada, Álex. ¿Qué esperabas de Marcus? ¿Pensabas que era un simple vago pura-sangre que necesitaba protección? —su voz salpicaba sarcasmo.

—¡Bueno, lo parece! ¿Cómo se supone que iba a saber que su secreto era ser un rambo con vaqueros?

Aiden vino hacia mí, me alcanzó y me cogió de la barbilla.

—Deberías haberlo sabido porque te dije que no le presionases. Y aun así lo hicis­te. No me escuchaste. Fue un Centinela, Álex.

—¿Qué? ¿Marcus fue un Centinela? ¡No lo sabía!

—Intenté decírtelo —Aiden cerró los ojos y me soltó la barbilla. Dándose la vuel­ta, se pasó una mano por el pelo—. Marcus tiene razón. No estarás lista para el curso si no me escuchas —suspiró—. Por esto es por lo que nunca podría ser Instructor o Guía. No tengo paciencia para esta mierda.

Esta era una de las veces que sabía que tenía que callarme, pero no podía. Enfadadísima, lo seguí por las esterillas.

—¡Te estoy escuchando!

Se dio la vuelta.

—¿Qué parte has escuchado, Álex? Te dije específcamente que no le presionaras. Si no puedes escucharme, ¿cómo puede cualquier otro, incluido Marcus, esperar que escuches a tus Instructores durante el curso?

Tenía razón, pero estaba demasiado avergonzada y enfadada para admitirlo.

—Sólo lo hizo porque no le gusto.

Soltó un ruido de exasperación.

—No tiene nada que ver con si le gustas o no, Álex. ¡Tiene todo que ver con el hecho de que no escuchas! Te has pasado mucho tiempo ahí fuera donde podías defen­derte fácilmente de los mortales, pero ya no estás en el mundo mortal.

—Ya lo sé. ¡No soy estúpida!

—¿En serio? —sus ojos destellaron furia plateada—. Estás por detrás de todos los de aquí. Incluso los pura-sangre que vendrán al colegio en otoño tendrán conocimien­tos básicos sobre cómo defenderse. ¿Sigues queriendo ser una Centinela? Después de lo que me has mostrado hoy, dudo que sea el caso. ¿Sabes lo que distingue a un Cen­tinela? Obediencia, Álex.

Sentí cómo me sonrojaba. El repentino brote de lágrimas cálidas me escoció en los ojos. Pestañeé y me alejé de él.

Aiden maldijo entre dientes.

—No… intento avergonzarte, Álex. Pero estos son los hechos. Sólo hemos en­trenado durante una semana y aún tienes un largo camino por delante. Tienes que escucharme.

Una vez que estuve bien segura de que no iba a ponerme a llorar, me enfrenté a él.

—¿Por qué diste la cara por mí cuando Marcus quiso entregarme a Lucian?

Aiden miró a otro lado, arrugando la frente.

—Porque tienes potencial, y no podemos permitirnos desperdiciar ese potencial.

—Si… no hubiese perdido tanto tiempo, sé que habría sido buena.

Se volvió hacia mí, con sus ojos volviendo a un gris más suave.

—Lo sé, pero es que perdiste mucho tiempo. Ahora tenemos que devolverte a donde deberías estar. Pelear contra tu tío no va a ayudarte.

Dejé caer los hombros y miré hacia otro lado.

—Me odia. Me odia de verdad.

—Álex, él no te odia.

—Oh no, creo que sí. Esta ha sido la primera vez que lo veo desde la primera ma­ñana aquí, y él tenía unas ganas tremendas de probar que soy una perdedora. Es obvio que no quiere que me entrene.

—Ese no es el caso.

Le miré.

—¿En serio? ¿Entonces cuál
es
el caso?

Aiden abrió la boca pero la volvió a cerrar.

—Sí. Exacto.

Estuvo callado unos momentos.

—¿Alguna vez fuisteis cercanos?

Reí un poco.

—¿Antes? No. Sólo lo veía cuando visitaba a mamá. Nunca me prestó atención. Siempre supuse que era uno de esos puros que no estaba muy orgulloso de… los míos.

Había muchos puros por ahí que miraban a los mestizos por encima del hombro, viéndonos más como ciudadanos de segunda clase que otra cosa. Sabían que nos nece­sitaban, pero no cambiaba el hecho de que nos viesen de otra forma diferente.

—Marcus nunca ha pensado eso sobre… los mestizos.

Me encogí de hombros, repentinamente cansada de hablar.

—Entonces supongo que es por mí —miré hacia arriba y forcé una débil sonri­sa—. Así que… ¿vas a decirme qué he hecho mal?

—¿Qué parte? —apretó la boca.

—¿Todo?

Finalmente sonrió, pero las bromas que nos intercambiábamos el uno al otro du­rante los entrenamientos desaparecieron. Sus instrucciones directas y formales me de­jaron claro cuánto le había decepcionado. ¿Pero qué podía hacer yo? No sabía que Marcus era Chuck Norris. Había perdido los estribos. ¿Y entonces qué? ¿Por qué me sentía tan mal?

Tras las prácticas, seguía sin poder quitarme la sensación de ser un completo fra­caso. Ni siquiera cuando Caleb se presentó en mi puerta unas horas después. Arrugué la frente, me eché a un lado y le dejé entrar.

—Se te da muy bien el colarte en esta residencia, Caleb.

Sonrió con satisfacción, pero se desvaneció al darse cuenta de mi ropa llena de sudor.

—Es la fiesta de Zarak. Esta noche. ¿Te acuerdas?

—Mierda. No —cerré la puerta de una patada.

—Bueno, pues más vale que te prepares. Ahora. Ya llegamos tarde.

Me planteé decirle que no me apetecía, pero la idea de quedarme enfurruñada en la habitación no me parecía muy divertida. Supuse que me merecía una noche de di­versión después del día que había pasado, y no es que Aiden o Marcus fueran a saberlo si decidía ir a la fiesta de Zarak.

—Necesito darme una ducha rápida primero. Ponte cómodo.

—Claro —se tiró en el sofá y agarró el mando a distancia—. Va a haber un montón de puros por allí. Gente que no te ha visto desde que volviste. Está claro que saben que has vuelto. Todo el mundo lo comenta.

Puse los ojos en blanco, abrí la puerta del baño y me quité la ropa. No me preocu­paba que Caleb pudiese entrar y verme. Sería como ver a su hermana desnuda; dudo que quisiese ver mis atributos. Según me giré ante el espejo, vi una enorme selección de manchurrones azulados por toda la espalda y los costados. Puaj. Me di la vuelta.

Caleb continuó desde el salón.

—Lea y Jackson se han peleado de lo lindo hoy, justo en la playa para que todos les viesen. Fue divertido de ver.

Yo no estaba tan segura de ello. Después de una ducha rápida, me sequé el pelo para que cayese en ondas más o menos manejables. ¿Y ahora qué me ponía?

—¿Estás acabando? Dioses, me aburro.

—Casi —me puse unos vaqueros y una camiseta, aunque me querría haber pues­to el vestidito negro demasiado ligero que Caleb me había escogido, pero el escote de la espalda habría mostrado todos los moratones. Caleb se levantó cuando entré al salón.

—Estás atractiva.

Arrugué la cara.

—¿Crees que esto es atractivo?

Se rió mientras iba hacia la puerta.

—No.

Para cuando nos encontramos con otros mestizos al fnal del campus, el monólo­go sin fn de Caleb sobre quién iba a estar en la festa había sacado de mí lo peor de mi ánimo asqueado. Caleb no dejaba de lanzarle miraditas a una de las chicas que se nos habían unido mientras cruzábamos el puente que llevaba a la isla principal. Era fácil olvidar las prácticas y todo lo que me había perdido los últimos años.

No nos fue difícil pasar a los Guardias. Ninguno de ellos me reconoció, o si lo hi­cieron, no les importó tanto como para mandarme de vuelta a mi habitación. Estaban acostumbrados a que los chavales fuesen de un lado a otro de las islas, especialmente en verano.

—Wow —una de las chicas dejó escapar un suave resoplido mientras bordeába­mos las dunas de arena—. La fiesta es a lo grande.

Tenía razón. Tan pronto como rodeamos la curva, los puros y mestizos se espar­cían desde la enorme casa en la playa. Hacía siglos desde la última vez que estuve en casa de zarak. Como Thea, sus padres tenían asientos en el Consejo, un montón de dinero y poco tiempo para sus hijos pura-sangre.

Con sus increíbles vistas al océano, fachada azul claro y porche encalado, la casa de los padres de Zarak era idéntica a la casa en la que vivió mamá. Supuse que su casa aún estaría al otro lado de la isla. Me atravesó una mezcla de pena y felicidad. Me vi a mí misma de pequeña, jugando en el porche, corriendo por las dunas de arena, riendo, y vi a mamá, sonriéndome. Siempre estaba sonriendo.

—Hey —Caleb vino detrás de mí—. ¿Estás bien?

—Sí.

Pasó los brazos por mis hombros y me dio un achuchón.

—Vamos, aquí vas a ser como una estrella. Todo el mundo estará contento de verte.

Caminando hacia la casa de la playa, la verdad es que me sentí un poco como una estrella. Allí donde miraba, alguien me llamaba o se acercaba para darme un abrazo y un cálido «Bienvenida». Por un momento, me perdí en un mar de caras conocidas. Alguien me puso un vaso de plástico en la mano; otro lo llenó de una botella abierta, y antes de darme cuenta estaba pasándomelo bien entre viejos amigos.

Me dirigí hacia la ancha escalera, esperando encontrarme a Zarak por la casa. Y es que él era, después de todo, uno de mis pura-sangres favoritos. Esquivé a dos mestizos que estaban liándose mientras seguían sujetando con firmeza sus vasos rojos de plástico —increíble habilidad, por cierto— y entré a la cocina, menos abarrotada. Al final, divisé la reconocible cabeza llena de rizos rubios. Parecía ocupado con una chica rubia muy guapa.

Estaba bastante segura de que iba a interrumpir algo, pero no creí que a zarak le importase. Tenía que haberme echado de menos. Me acerqué y le di un golpecito con los dedos en el hombro. Le tomó un momento levantar la cabeza y darse la vuelta. Un par de asombrosos ojos grises —claramente no de Zarak— se encontraron con los míos.

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