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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (8 page)

BOOK: Mestiza
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Parece ser que yo era la única virgen por aquí. Suspiré.

—¿Tan malo ha sido tu entrenamiento?

—Creo que hoy me he roto la espalda —le dije inexpresiva.

Pareció querer reírse.

—No te has roto la espalda. Solo estás… falta de práctica. En unos días le estarás pateando el culo a Aiden.

—Lo dudo.

—¿Y qué quería ayer? Colega, de verdad, estoy esperando que aparezca aquí de repente y me eche la bronca por estar en tu habitación.

—Entonces no deberías estar aquí si tienes miedo.

Caleb lo ignoró.

—¿Qué quería Aiden ayer?

—Creo que Lea me delató. Aiden sabía lo que ocurrió en la sala. Realmente no me echó mucho la bronca, pero me podría haber ahorrado el sermón.

—Joder, a veces es un tocapelotas —se volvió a sentar en la silla, pasándose una mano por el pelo—. Quizá podemos quemarle las cejas o algo. Estoy seguro de que Zarak estaría dispuesto a ello.

Reí.

—Estoy segura de que eso no me ayudará.

—Sabes, me lié con…

—¿Qué? —chillé, casi cayéndome del sofá. Mal movimiento. Dolió—. Por favor, dime que no te liaste con Lea.

Se encogió de hombros.

—Estaba aburrido. Ella estaba disponible. No estuvo mal…

Indignada, le tiré un cojín a la cabeza y le corté.

—No quiero detalles. Voy a hacer como que nunca has dicho eso.

Una sonrisa apareció en sus labios.

—Bueno, parece que Lea está decidida a meterte en problemas si te ha delatado.

Me eché hacia atrás, pensando sobre los demás de la habitación.

—No sé. ¿Y la pura que estaba en la habitación?

—¿Quién? ¿Thea? —movió la cabeza—. De ningún modo se lo habría dicho a nadie.

—Y por cierto, ¿qué hace Thea aquí?

Era raro ver a un puro en el Covenant durante el verano. Se quedaban durante el año escolar, pero en cuanto llegaba el verano, se iban con sus padres, seguramente a viajar por el mundo y hacer otras cosas ridículamente caras. Divertidas, cosas total­mente guays. Por supuesto tenían Guardias que los acompañaban en sus aventuras, sólo por si acaso a algún daimon se le ocurría algo.

—Sus padres están en el Consejo y no tienen tiempo para ella. Es muy maja, pero súper callada. Creo que le mola Deacon.

—Deacon, ¿el hermano de Aiden?

—Sip.

Sabía que tenía que haber algo detrás de que a Thea le gustase.

—¿Qué pasa? Los dos son puros —Caleb levantó una ceja, pero entonces pareció recordar que llevaba fuera tres años—.Deacon tiene una reputación.

—Vale —traté de aliviar una contractura repentina en la espalda.

—Y Thea también. Y digamos que Thea gana el premio a la pureza.

Estaba bien saber que no era la única virgen.

—¿Y?

—La reputación de Deacon es… más como de… ummm, ¿cómo puedo decirlo suavemente? —hizo una pausa, pensativo— Deacon se parece a Zeus. Ese tipo de re­putación.

—Bueno… los polos opuestos se atraen, supongo.

—No tan opuestos.

Me encogí de hombros con una mueca de dolor.

—Casi lo olvido. No vas a creerte lo que he oído hoy en la ciudad. Una de las ven­dedoras estaba ocupada hablando mientras yo iba mirando ropa, sin preocuparse por quién podría oírla, pero; ah, sí, por cierto, esa vendedora seguramente ahora piense que soy un travesti.

Me reí.

—A lo que iba, ¿te acuerdas de Kelia Lothos?

Arrugué los labios. Kelia Lothos. El nombre me sonaba.

—¿No era una Guardia de aquí?

—Sí, tiene como diez años más que nosotros. Se ha echado un novio.

—Bien por ella.

—Espera, Álex. Tienes que esperar. Se llama Héctor, no estoy seguro de cuál es su apellido. Da igual, es un puro de una de las otras comunidades —paró para dar un efecto más dramático. Me acaricié la coleta, sin estar segura de dónde quería ir a parar con esto.

—Es un maldito pura-sangre —levantó las manos—. ¿Recuerdas? No está permitido.

Mis ojos se abrieron de repente.

—Oh no, eso no está bien.

Sacudió la cabeza, y mechones rubios le cayeron sobre la frente.

—No puedo creer que fuesen tan estúpidos como para llegar si quiera a conside­rar algo así.

El hecho de que no pudiésemos tener ningún tipo de relación romántica con un puro era una norma arraigada en nosotros desde que nacíamos. La mayoría de los mestizos ni siquiera lo cuestionaban, pero bueno, la mayoría de los mestizos no se cuestionaban muchas cosas. Se nos entrenaba para obedecer desde el principio.

Intenté encontrar una posición cómoda.

—¿Qué crees que le ocurrirá a Kelia?

Caleb resopló.

—Seguramente la saquen de sus deberes como Guardia y la manden a trabajar en una de las casas.

Eso me llenó de enfado y rencor.

—Y Héctor se llevará un golpecito en la mano. ¿Acaso eso es justo?

Me miró, extrañado.

—No, pero es lo que pasa.

—Es estúpido —sentí que se me tensaba la mandíbula—. ¿A quién le importa si un mestizo y un puro se juntan? ¿Es como para que Kelia tenga que perderlo todo?

Caleb abrió más los ojos.

—Es así, Álex. Ya lo sabes.

Crucé los brazos, preguntándome por qué me sentía así sobre ello. Es como ha­bían sido las cosas durante eones, pero parecía tan injusto.

—Está mal, Caleb. Kelia básicamente va a acabar de esclava sólo por liarse con un puro.

Se quedó callado por un momento, y entonces sus ojos se clavaron en mí.

—¿Tu reacción tiene algo que ver con que resulta que tu nuevo entrenador perso­nal sea el puro por el que babean todas las chicas?

Hice una mueca.

—Para nada. ¿Estás loco? Va a acabar matándome —hice una pausa, hundiéndo­me en el cojín—. Creo que lo tiene planeado.

—Lo que tú digas.

Estirando las piernas, lo atravesé con la mirada.

—Olvidas que he estado tres años en el mundo normal; un mundo donde los pu­ros y mestizos ni siquiera existen. Nadie mira el pedigrí divino del otro antes de salir con él.

Se me quedó mirando en la distancia durante un rato.

—¿Cómo era?

—¿Cómo era el qué?

Caleb se movió inquieto en el borde de la silla.

—Estar ahí fuera, lejos de todo… esto.

—Oh —me apoyé con el codo. La mayoría de los mestizos no tenían ni idea de cómo era eso. Claro que alguna vez se habían mezclado en el mundo exterior, pero nunca habían sido parte, no durante bastante tiempo. Ni tampoco los puros. Para los nuestros, la vida mortal parecía violenta, donde los daimons no eran lo único maligno de lo que la gente tenía que preocuparse.

Claro, nosotros también teníamos nuestros locos. Los chicos que no tenían la pa­labra «no» en su vocabulario, las chicas que dan puñaladas por la espalda, y gente que haría cualquier cosa para conseguir lo que quieren. Pero no era ni parecido al mundo mortal, y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo.

—Bueno, es diferente. Hay mucha gente distinta. Yo llegué a integrarme hasta cierto punto.

Caleb me escuchó con más interés del que debía mientras yo intentaba explicarle cómo era estar ahí fuera. Cada vez que nos mudábamos, mamá tenía que usar las obli­gaciones para meterme en el sistema escolar local sin tener expedientes. Caleb mostró muchísimo interés en el sistema escolar de los mortales, pero era diferente del Covenant. Aquí, nos pasábamos los días peleando en clase. En el mundo mortal, me pasaba la mayoría de las clases mirando a la pizarra.

Tener curiosidad por el mundo exterior no era necesariamente algo bueno. Nor­malmente llevaba a que alguien intentase escapar. Mamá y yo tuvimos más suerte que la mayoría de los que se aventuraron a hacerlo. El Covenant siempre encontraba a los que intentaban vivir en el mundo exterior.

A nosotras nos encontraron un poco demasiado tarde.

Caleb inclinó la cabeza hacia los lados mientras me estudiaba.

—¿Qué tal llevas estar aquí de vuelta?

Me eché de espaldas, mirando al techo.

—Bien.

—¿En serio? —se levantó—. Porque has pasado por muchas cosas.

—Sí, estoy bien.

Caleb se me acercó y se sentó, empujándome hacia un lado.

—Ay.

—Álex, toda la mierda que ha pasado te ha tenido que, ya sabes, afectar. A mí me habría afectado.

Cerré los ojos.

—Caleb, aprecio tu preocupación, pero estás prácticamente sentado encima de mí.

Se movió, pero se quedó a mi lado.

—¿Vas a hablarme de ello?

—Mira. Estoy bien. No es que no me haya afectado —abrí los ojos, curiosa, y lo encontré mirándome como esperaba—. Vale. Sí, me ha afectado. ¿Contento?

—Claro que no estoy contento.

Una cosa que no se me daba bien era hablar sobre cómo me siento. Demonios, ni siquiera se me daba bien
pensar
sobre cómo me siento. Pero no lo parecía.

—Yo… intento no pensar en ello. Es mejor así.

Arrugó la frente.

—¿En serio? ¿Tengo que usar psicología básica en ti y decirte que «seguramente no sea bueno que no pienses en ello»?

Gruñí.

—Odio toda la palabrería psicológica, así que por favor no empieces.

—¿Álex?

Me levanté, ignorando cómo me gritaba la espalda de dolor, y le empujé del sofá. Recuperó el equilibrio con facilidad.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué echo de menos a mi madre? Sí. La echo de menos. ¿Qué fue una auténtica mierda ver cómo la drenaba un daimon? Sí, fue una mierda. ¿Luchar contra daimons pensando que iba a morir fue divertido? No. No fue divertido.
También
fue una mierda.

Asintió, aceptando mi retahíla.

—¿Pudiste hacerle un funeral o algo?

—Vaya pregunta más estúpida, Caleb —me recoloqué el pelo que había escapado de mi coleta—. No pude hacerle un funeral. Después de matar al daimon, había otro. Corrí.

Se puso blanco.

—¿Fue alguien a recoger el cuerpo?

Me encogí avergonzada.

—No sé. No he preguntado.

Pareció pensar en ello.

—Quizá si le hicieses una ceremonia, ayudaría. Ya sabes, una pequeña reunión sólo para recordarla.

Le lancé una mirada dura.

—No vamos a hacerle un funeral… Lo digo en serio. Como vuelvas a pensar en algo así, me arriesgaré a que me echen por darte una paliza —hacerle un funeral significaría enfrentarse al hecho de que mi madre estaba muerta. La coraza, la dureza que había construido a mi alrededor, se rompería y… no podría soportarlo.

—Vale. Vale —levantó las manos—. Sólo pensaba que podría darte un final.

—Ya tengo un final. ¿Recuerdas? La vi morir.

Esta vez fue él el que se avergonzó.

—Álex… lo siento mucho. Dioses. Ni siquiera sé cómo te debiste sentir. No puedo ni imaginarlo.

Entonces dio un paso al frente, como si intentase darme un abrazo, pero lo esqui­vé. Caleb parece que pilló que no quería volver a hablar sobre ello y cambió a temas más seguros. Más cotilleos, más historias de travesuras en el Covenant.

Me quedé en el sofá después de que se fuese de la residencia. Debería de tener hambre o ganas de ir a socializar, pero no. Nuestra conversación —la parte sobre mi madre— seguía presente como una herida abierta. Intenté concentrarme en los nuevos cotilleos que sabía. Intenté incluso pensar en lo mono que estaba ahora Jackson —in­cluso Caleb, porque la verdad es que se había puesto bien en estos últimos tres años— pero sus imágenes fueron rápidamente sustituidas por Aiden y sus brazos.

Y eso estaba
muy
mal.

Me di la vuelta y volví a mirar al techo. Yo estaba bien. Muy bien, de hecho. Estar de vuelta en el Covenant era mucho mejor que estar ahí fuera en el mundo normal o limpiando retretes en la casa de algún puro. Me froté los ojos. Estaba bien.

Tenía que estar bien.

Capítulo 6

QUERÍA HACERME UN OVILLO EN UN AGUJERO Y MORIR.

—Bien hecho —Aiden asintió cuando desvié uno de sus golpes—. Usa el antebra­zo. Muévete con decisión.

¿Moverme con decisión? ¿Y si me movía hacia un sitio donde pudiese tumbarme? Esa era una decisión que me gustaba más. Aiden se lanzó hacia mí y bloqueé su puñe­tazo directo. Oh, sí. Eso se me daba bien. Luego empezó a moverse de lado a lado, sin duda para alguien tan tremendamente alto, movía el cuerpo como un ninja.

Su talón pasó rozando mis brazos y me dio en un costado. El impacto apenas entró en mi escala de dolor. Ahora ya me había acostumbrado a la aflada punzada del dolor y el latido justo después. Inhalé lentamente e intenté respirar a pesar del dolor. Los mestizos no dejaban refejar su dolor en la cara frente al enemigo. Al menos de eso me acordaba.

Aiden se irguió, con cara de preocupación.

—¿Estás bien?

Apreté los dientes.

—Sí.

Se me acercó, dudando.

—Ha sido un golpe bastante fuerte, Álex. No pasa nada si duele. Descansaremos unos minutos.

—No —me alejé mientras miraba—. Estoy bien. Volvamos a intentarlo.

Y lo hicimos. Fallar algunos directos o patadas era mucho mejor que dar vueltas corriendo como el día anterior o pasarme la tarde entera en el gimnasio. Eso fue lo que ocurrió cuando me quejé de dolores en la espalda y costado la última vez. Aiden continuó repasando muchas más técnicas de bloqueo aptas para niños de diez años mientras yo observaba sus movimientos obsesivamente. En estos últimos días, me ha­bía dado cuenta de lo retrasada que iba, e incluso yo me sorprendí de haber logrado matar a dos daimons.

Ni siquiera podía bloquear la mayoría de las patadas de Aiden.

—Obsérvame —me rodeó y se puso firme—. Siempre hay algo que te mostrará mi siguiente movimiento. Puede ser un leve temblor del músculo o una breve mirada, pero siempre hay algo. Cuando un daimon ataca es exactamente igual.

Asentí y volvimos a ponernos en posición. Aiden inició un golpe con la mano. Alejé su brazo de un golpe, y luego el otro. No era con sus directos o sus puñetazos con los que tenía un problemas. Eran las patadas, se giraba con gran rapidez. Pero esta vez vi sus ojos caer sobre mi cintura.

Girándome hacia la patada, bajé el brazo en un limpio movimiento curvo que lle­gó un segundo tarde. Su pie alcanzó mi amoratada espalda. Me doblé sobre mí misma al instante, cogiéndome las rodillas mientras respiraba lentamente.

Rápidamente, Aiden estaba a mi lado.

—¿Álex?

—Eso… ha picado un poco.

—Si te hace sentir mejor, esta vez casi lo logras.

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