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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (5 page)

BOOK: Mestiza
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Respiré profundamente y empujé la puerta. Nadie pareció darse cuenta de mi presencia. Todos estaban ocupados animando a un puro que hacía fotar unos cuantos muebles por el aire. La joven era novata en controlar el aire, lo que explicaba todo el ruido. Mamá también usaba el aire. Después de todo, era el elemento más común. Los puros sólo podían controlar uno, a veces dos si eran muy poderosos.

Estudié a la chica. Con sus brillantes rizos rojos y enormes ojos azules, parecía tener como doce años, sobre todo por estar ahí al lado de los enormes mestizos con su bonita sudadera. La verdad es que yo no era la más indicada para hablar. Medía poco más de un metro sesenta, lo que era bastante enana comparada con la mayoría de los mestizos.

Maldije a mi padre mortal.

Mientras tanto, la pura cerró con fuerza los labios cuando otra silla cayó al suelo y el público soltó más risitas, todos excepto uno, Caleb Nicolo. Alto, rubio y con una sonrisa encantadora, Caleb había sido mi compañero de batallas cuando estaba en el Covenant. No debería haberme sorprendido tanto verle aquí en verano. Su madre mortal nunca quiso tener nada que ver con su «extraño» hijo y su padre pura-sangre se desentendió totalmente de él.

Caleb me miraba con los ojos como platos, asombrado.

—Pero… qué…

En ese momento todo el mundo se giró hacia mí, incluso la pura. Al perder la concentración, todas las cosas cayeron al suelo de golpe. Unos cuantos mestizos se dispersaron cuando cayó el sofá y luego la mesa de billar. Abrí los brazos.

—Cuánto tiempo sin vernos ¿eh?

Caleb se espabiló, y en dos segundos cruzó toda la sala y me dio un abrazo de oso. Luego me agarró y me empezó a dar vueltas.

—¿Dónde has estado? —me dejó de nuevo en el suelo— ¿tres años, Álex? ¿Qué demonios? ¿Sabes lo que dice la mitad de los estudiantes que os pasó a ti y a tu madre? ¡Pensábamos que estabais muertas! En serio, te daría un puñetazo ahora mismo.

No podía contener la sonrisa.

—Yo también te he echado de menos.

Continuó mirándome como si fuese una especie de espejismo.

—No puedo creer que estés aquí delante de verdad. Más vale que tengas una historia brutal que contarme.

Reí.

—¿Cómo qué?

—Más te vale haber tenido un bebé, matado a alguien o haberte acostado con un puro. Esas son tus tres opciones. Cualquier otra cosa es totalmente inaceptable.

—Pues vas a estar muy decepcionado, porque no ha sido nada emocionante.

Caleb dejó caer el brazo sobre mis hombros y me llevó hacia uno de los sofás.

—Entonces tienes que decirme qué narices has estado haciendo y cómo has vuel­to. ¿Por qué no nos llamaste? No hay ni un solo sitio en el mundo que no tenga cober­tura.

—Yo opto por lo de que haya matado a alguien.

Miré hacia atrás y vi a Jackson Manos en el grupo de mestizos que no había re­conocido. Era tal y como lo recordaba. Pelo oscuro con la raya en medio, un cuerpo hecho para que las chicas babeasen por él, y unos igualmente sexys y oscuros ojos. Le dediqué mi mejor sonrisa.

—Lo que tú digas, capullo, no he matado a nadie.

Jackson sacudió la cabeza mientras se nos acercaba.

—¿Recuerdas haber hecho caer a Nick sobre su cuello durante las prácticas? Casi le matas. Menos mal que sanamos muy rápido, si no le habrías dejado sin entrena­mientos durante meses.

Todos nos reímos al recordarlo. El pobre Nick se pasó una semana en la enferme­ría tras el incidente. Lo bien que nos lo estábamos pasando y la curiosidad general hizo que los demás mestizos vinieran al sofá. Como sabía que en algún momento tendría que responder a alguna de las preguntas sobre mi ausencia, me inventé una historia bastante sosa sobre que mamá quería vivir entre mortales. Caleb me miró como du­dando, pero no dijo nada.

—Por cierto, ¿qué narices llevas puesto? Parece el uniforme de entrenamiento de los chicos —Caleb me tiró de la manga.

—Es todo lo que tengo —di un suspiro dramático—. Dudo que vaya a salir pronto de aquí, y no tengo dinero.

Sonrió.

—Sé dónde guardan todos los uniformes aquí. Mañana puedo pillarte algo nuevo en la ciudad.

—No tienes por qué hacerlo. Además, no creo que quiera que compres por mí. Acabaré pareciendo una stripper.

Caleb rió y se le hicieron unas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos azules.

—No te preocupes por ello. Papá me mandó una fortuna hace unas semanas. Creo que se siente culpable por ser una mierda de padre. De todas formas, haré que venga conmigo alguna de las chicas.

La pura —que se llamaba Thea— acabó viniendo donde estábamos. Parecía maja y realmente interesada en mí, pero hizo la pregunta que más temía.

—Y tu madre… ¿Se ha reconciliado con Lucian? —preguntó bajito con voz de niña.

Me obligué a no mostrar ninguna emoción.

—No.

Pareció sorprendida. Igual que todos los mestizos.

—Pero… no pueden divorciarse —dijo Caleb— ¿van a hacer eso de separar la casa con distintos códigos postales? Los puros nunca se divorciaban. Creían que sus parejas estaban predestinadas por los dioses. Yo siempre he pensado que todo eso era una mierda, pero eso del «no divorcio» explicaba por qué tantos tenían aventuras.

—Eh… no —dije—. Mamá… no ha sobrevivido ahí fuera.

Caleb se quedó boquiabierto.

—Oh, dios. Lo siento.

Me forcé a encogerme de hombros.

—No pasa nada.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Jackson, con tan poco tacto como siempre.

Respiré profundamente, y decidí contarles la verdad.

—Un daimon la atrapó.

Eso llevó a otra ronda de preguntas, a las que respondí con la verdad. Sus caras refejaban horror y emoción cuando llegué a la parte en que peleé y maté a dos de los daimons. Hasta Jackson parecía impresionado. Ninguno de ellos había visto a un daimon en la vida real.

No entré en detalles sobre mi encuentro con Marcus, pero les dije que mi verano no iba a ser todo diversión y juegos. Cuando mencioné que iba a entrenarme con Aiden, se oyó un quejido colectivo.

—¿Qué? —miré a todo el grupo.

Caleb quitó las piernas de mi regazo y se levantó.

—Aiden es uno de los más duros…

—Bruscos —añadió Jackson solemnemente.

—Mezquinos —dijo una mestiza con el pelo marrón muy corto. Creo que se lla­maba Elena.

Un malestar recorrió mi cuerpo. ¿Dónde me había metido al juntarme con él? Y aún no habían acabado con las descripciones.

—Fuertes —añadió otro chico.

Elena miró por la habitación, con una medio sonrisa.

—Sexys.

Hubo una serie de suspiros entre las chicas, pero Caleb frunció el ceño.

—Esa no es la cuestión. Tío, es una bestia. Ni siquiera es un Instructor. Es un Cen­tinela puro y duro.

—Las últimas clases que se iban a graduar fueron asignadas a su área —Jackson sacudió la cabeza—. Ni siquiera es un Guía, pero eliminó a más de la mitad de ellos y los devolvió como Guardias.

—Oh —me encogí de hombros. Tampoco sonaba tan mal. Estaba a punto de decir esto cuando una nueva voz interrumpió.

—Anda, mira quién ha vuelto. Si es nuestra única e inimitable chica sin estudios —dijo Lea Samos alargando las palabras.

Cerré los ojos y conté hasta diez. Lo dejé en cinco.

—¿Te has perdido, Lea? Aquí no es donde regalan los test de embarazo.

—Oh, tío —Caleb se movió hasta detrás del sofá, quitándose de en medio. No le culpé. Lea y yo teníamos una historia legendaria. Los informes que Marcus había men­cionado acerca de peleas solían involucrar a Lea. Se rió con esa risa ronca y gutural a la que yo estaba tan acostumbrada. Entonces miré hacia arriba. No había cambiado nada.

Vale. Era mentira.

Como poco, Lea se había vuelto más guapa en estos tres últimos años.

Con su largo pelo color cobre, ojos amatista y un bronceado imposible, parecía una modelo elegante. No pude evitar pensar en mis aburridos ojos marrones.

Mientras mi reputación estelar hizo que mi nombre estuviese en boca de todos durante el tiempo que estuve aquí, Lea había cazado al Covenant. No, se había hecho con él.

Sus ojos me recorrieron entera mientras me observaba desde el otro lado de la sala de entretenimientos, fjándose en mi gran camiseta y los arrugados pantalones de deporte. Arqueó una ceja perfectamente formada.

—¿No estás adorable?

Ella, por supuesto, llevaba la falda más corta y ceñida que existe.

—¿No es esa la misma falda que llevabas en tercero? Se te está quedando un poco pequeña. Igual deberías comprarte una talla o tres más.

Lea sonrió sobradamente y se echó el pelo sobre el hombro. Se sentó en una de las modernas sillas fuorescentes al otro lado.

—¿Qué le ha pasado a tu cara?

—¿Qué le ha pasado a la tuya? —repliqué— pareces un maldito Oompa Loompa. Deberías dejar el spray de bronceado, Lea.

Hubo unas cuantas risitas por lo bajo de nuestro improvisado público, pero Lea lo ignoró. Estaba concentrada en mí. Su archienemiga. Estábamos así desde los siete años. Enemigas del arenero, supongo.

—¿Sabes lo que he oído esta mañana?

Suspiré.

—¿Qué?

Jackson caminó hasta su lado, con sus ojos oscuros devorando sus largas piernas. Se puso detrás suyo y tiró de un mechón de pelo.

—Lea, déjalo. Acaba de volver.

Mis cejas se levantaron cuando ella le hizo bajar con un sólo movimiento de su dedo. Él bajó su boca hasta la de ella. Lentamente me giré hacia Caleb. Parecía abu­rrido de la escena y se encogió de hombros. Los Instructores no podían evitar que los estudiantes se liasen. Quiero decir, vamos… Cuando tienes a montón de adolescentes juntos, estas cosas pasan, pero el Covenant no lo veía con buenos ojos. Normalmente los estudiantes no se iban mostrando.

Cuando acabaron de morrearse, Lea volvió a mirarme.

—He oído que el Decano Andros no te quería de vuelta. Tu propio tío quería po­nerte en servidumbre. ¿Cómo es eso de triste?

Le hice un corte de mangas.

—Hicieron falta tres pura-sangres para convencer a su tío de que merecía la pena tenerla por aquí.

Caleb resopló.

—Álex es una de las mejores. Dudo que necesitasen mucho para convencerle.

Lea abrió la boca, pero le corté.

—Fui una de las mejores. Y sí que hizo falta. Al parecer, tengo mala reputación, y él pensaba que había perdido mucho tiempo.

—¿Qué? —Caleb me miró fjamente.

Me encogí de hombros.

—Tengo hasta el fnal del verano para demostrarle a Marcus que puedo ponerme en forma a tiempo para unirme al resto de estudiantes. Tampoco es para tanto, ¿ver­dad Lea? —la miré, sonriendo— ¿recuerdas la última vez que discutimos? Fue hace mucho tiempo, pero estoy segura de que te acordarás bastante bien.

Un rubor rosado se extendió por sus bronceadas mejillas y se tocó la nariz en un movimiento inconsciente, lo que hizo mi sonrisa aún mayor. Siendo tan jóvenes, nues­tras discusiones no deberían de ser un ejercicio de entrenamiento sin ningún tipo de contacto. Pero un insulto llevó a otro, y le rompí la nariz.

Por dos sitios.

Eso también me supuso tres semanas de expulsión.

Lea apretó los labios.

—¿Sabes qué más sé, Álex?

Crucé los brazos sobre el pecho.

—¿Qué?

—Que mientras todos los de aquí puede que se crean cualquier ridícula excusa que hayas dado sobre por qué tu madre se fue, yo sé la razón real. Sus ojos brillaron con malicia.

Me volví fría como el hielo.

—¿Y cómo lo sabes?

Sus labios se curvaron en los extremos cuando nuestras miradas se encontraron. Pude ver cómo Jackson se apartaba de ella.

—Tu madre se vio con la Abuela Piperi.

¿La Abuela Piperi? Puse los ojos en blanco. Piperi era una vieja loca que se su­ponía que era un oráculo. Los puros creían que intimaba con los dioses. Yo creía que intimaba con mucho alcohol.

—¿Y? —le dije.

—Sé lo que la Abuela Piperi dijo para que tu madre se volviera loca. Estaba loca ¿verdad?

Estaba de pie sin darme cuenta.

—Lea, cállate.

Me miró, con los ojos bien abiertos y sin inmutarse.

—Ahora Álex, quizá quieras calmarte. Una pequeña pelea y estarás limpiando retretes durante el resto de tu vida.

Cerré los puños. ¿Había estado en la sala, debajo de la mesa de Marcus o algo así? ¿Cómo si no iba a saber tanto? Pero tenía razón, y eso era una mierda. Ser mejor persona implicaba irme lejos de ella. Era más difícil de lo que nunca pensé, como andar sobre arenas movedizas. Cuanto más me movía, más me pedía el cuerpo que me que­dase y le rompiese la nariz de nuevo. Pero lo hice, y pasé al lado de su silla sin pegarle.

Era una persona diferente. Mejor persona.

—¿No quieres saber lo que le dijo a tu madre para volverla loca? ¿Para hacerla salir de aquí? Te encantará saber que todo tenía que ver contigo.

Me paré, tal y como Lea sabía que iba a hacer.

Caleb apareció a mi lado y me agarró del brazo.

—Vamos, Álex. Si lo que dice es verdad entonces no tienes que tragarte toda esta basura. Sabes que no sabe nada.

Lea se dio la vuelta, pasando un grácil brazo sobre el respaldo de la silla.

—Pero sí que lo sé. ¿Sabes? Tu madre y Piperi no estaban solas en el jardín. Al­guien más escuchó su conversación.

Me solté de Caleb y me di la vuelta.

—¿Quién las escuchó?

Se encogió de hombros, mirándose las uñas pintadas. En ese preciso momento supe que acabaría pegándole.

—El oráculo le dijo a tu madre que serías tú quien la matarías. Teniendo en cuenta que no pudiste evitar que un daimon la drenase, supongo que Piperi lo dijo en sentido fgurado. ¿De qué sirve una mestiza que ni siquiera puede proteger a su propia madre? ¿Acaso te sorprende por qué Marcus no te quiera de vuelta?

Hubo un momento en que nadie en la habitación se movió. Ni siquiera yo.

Entonces le sonreí, justo antes de coger un montón de su pelo cobrizo y tirarla de la silla.

Que le den a ser mejor persona.

Capítulo 4

LA FORMA EN QUE ABRIÓ LA BOCA MIENTRAS CAÍA DE ESPALDAS CASI COMPENSABA SUS CRUELES PALABRAS. Claramente no esperaba que fuese a ha­cerle nada, creyendo que la amenaza de ser expulsada era demasiado. Lea no conocía el poder de sus propias palabras.

Eché el brazo hacia atrás, con la intención de deshacer lo que hubiesen hecho los médicos para arreglar aquella naricilla suya, pero mi puño nunca llegó a darle. De hecho, Caleb llegó a mí antes de que pudiese dar otro paso hacia ella. De hecho, me sacó de la sala de entretenimiento antes de que pudiera dar un paso más. Me dejó en el suelo y bloqueó el paso hacia Lea. En su cara había una sonrisa mientras yo trataba de esquivarle.

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