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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (10 page)

BOOK: Mestiza
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Capítulo 7

DI UN PASO HACIA ATRÁS. NUNCA ANTES HABÍA VISTO A ESE CHICO, PERO HABÍA ALGO EXTRAÑAMENTE FAMILIAR EN ESOS OJOS Y LA FORMA DE SU CARA.

—¿Pero qué tenemos aquí? —mostró una vaga sonrisa—. ¿Una mestiza ansiosa por conocerme? —volvió a mirar a la otra chica, y luego a mí.

—Oh, bueno… Pensaba que eras otra persona. Lo siento.

En sus ojos brilló la diversión.

—Supongo que estaba siendo presuntuoso, ¿no?

No pude evitar sonreír.

—Pues sí.

—¿Pero no estabas siendo tú también presuntuosa por asumir que yo era otra persona? ¿Acaso importa? —moví la cabeza—. Bueno, debería presentarme —dio un paso adelante e hizo una reverencia, literalmente, se inclinó por la cintura e hizo una reverencia—. Soy Deacon St.Delphi, ¿y tú eres?

Casi abro la mandíbula hasta el suelo. La verdad es que debí haberlo sabido desde que vi sus ojos. Eran casi idénticos a los de Aiden.

Los labios de Deacon se movieron en una sonrisa engreída.

—Veo que has oído hablar de mí.

—Sí, conozco a tu hermano.

Alzó las cejas.

—¿Mi perfecto hermano conoce a una mestiza? Interesante. ¿Cómo te llamas?

Claramente molesta por la falta de atención, la chica detrás suya se enfurruñó y se fue de nuestro lado. La seguí con la mirada, pero él no la miró ni por el rabillo del ojo.

—Me llamo Alexandria Andros, pero…

—Pero todos te llaman Álex —Deacon suspiró—. Sí. También he oído hablar de ti —se fue hasta la barra y cogió una botella, tomando un gran trago—. Eres la chica que mi hermano se pasó meses buscando, y ahora carga con su entrenamiento.

Mi sonrisa se volvió amarga.

—¿Qué carga con mi entrenamiento?

Sonrió, haciendo oscilar la botella en sus dedos.

—Tampoco es que me importase cargar contigo. Pero mi hermano… bueno, no suele disfrutar con lo que tiene delante. Por ejemplo yo. Pasa todo el tiempo asegurán­dose de que me comporto como un buen puro en lugar de divertirme. Ahora… pasa todo su tiempo asegurándose de que tú te comportes.

Eso no tuvo nada de sentido.

—No creo que tu hermano esté muy orgulloso de mí ahora mismo.

—Lo dudo —me ofreció la botella. Moví la cabeza. Se puso un vaso y sonrió am­pliamente—. Estoy seguro de que mi hermano está muy orgulloso de ti.

—¿Por qué crees…?

Dejando la botella a un lado, cogió un vaso y puso un dedo en el borde. Las llamas rodearon el vaso. Un segundo después, hizo subir y bajar el fuego por el vaso. Otro controlador de fuego, debí haberlo sabido. Las afnidades de los puros hacia ciertos elementos solían venir de familia.

—¿Qué por qué iba a pensar eso? —Deacon se inclinó como si fuese a contarme un gran secreto—. Porque conozco a mi hermano y sé que no se habría ofrecido voluntario para poner en forma a ningún mestizo. No es muy paciente.

Fruncí el ceño.

—Es bastante paciente conmigo —excepto por lo de hoy, pero no iba a contárselo.

Deacon me dio una mirada de complicidad.

—¿Es necesario que diga algo más?

—Creo que no.

A él también le debió parecer igual de divertido. Rodeando mis hombros con su brazo libre, me condujo hasta el porche y justo en el camino de Lea y Elena, la chica que conocí en la sala el primer día que volví. Sólo recordaba su nombre por su corte de pelo tan corto.

Suspiré.

Deacon miró hacia mí.

—¿Amigas tuyas?

—Más bien no —dije entre dientes.

—Hey pelirroja —dijo—. Estás genial.

Tuve que darle la razón sobre la pelirroja. Lea estaba estupenda con ese vestido rojo ajustado que le marcaba cada curva del cuerpo. Estaba muy buena, lo malo es que era una total y completa zorra.

Su mirada pasó de mí al brazo de Deacon, que aún colgaba de mi hombro.

—Oh, dioses, por favor dime que te has tirado una copa por encima y vas tempo­ralmente con ella para esconder la mancha. Porque Deacon, preferiría usar como seda dental el pelo de la espalda de un daimon que ir por ahí con un tumor como ese.

Deacon me miró con las cejas levantadas.

—Parece que tenías razón con eso de «más bien no somos amigas».

Me giré hacia él con la mirada vacía.

Él le devolvió una brillante sonrisa a Lea. Incluso tenía hoyuelos, y estaba segura de que Aiden también los tendría si sonriese alguna vez.

—Tienes una boca bonita para unas palabras tan feas.

Lea sonrió como una tonta.

—Nunca antes te había importado cómo usaba mi boca, Deacon.

Miré a Deacon boquiabierta.

—Oh… wow.

Sus labios se curvaron en una media sonrisa, pero no respondió. Salí pitando de allí y arrastré a Caleb hasta el porche. Ahora no había demasiada gente ahí. Mirando por encima del hombro, vi que Lea y Deacon se habían marchado hacia la sala.

—Vale. ¿Qué me he perdido mientras estaba fuera? —pregunté.

Caleb puso cara de extrañado.

—¿De qué hablas?

—¿Lea y Deacon están liados?

Se echó a reír.

—No, pero les gusta mucho fanfarronear.

Le di en el brazo.

—No te rías de mí. ¿Y si la gente pensase que sí? Lea podría meterse en un buen problema.

—No están liados, Álex. Lea es estúpida, pero no tanto. Incluso a pesar de que es­tán intentando cambiar la ley de la Orden de razas, ningún mestizo de por aquí estaría dispuesto a tontear con un puro.

—¿Están cambiando la Orden de Razas?

—Intentar es la palabra clave. Lograrlo es otra historia.

Los ojos de Caleb se abrieron de par en par ante la inesperada voz. Me giré, casi soltando mi copa. Kain Poros estaba sentado en el borde de la barandilla, vestido con el uniforme del Covenant.

—¿Qué haces aquí?

—Hacer de niñera —gruñó Kain—, y no me importa lo que estéis bebiendo, así que dejad de buscar dónde tirar la copa.

Una vez que me recuperé por la impresión ante su displicente actitud sobre los menores y la bebida, sonreí.

—¿Así que están intentando cambiar la Orden de Razas?

—Sí, pero están encontrando mucha oposición —paró, estrechando la mirada ha­cia un mestizo que se estaba acercando demasiado a la hoguera que alguien había decidido encender.

—¡Hey! ¡Sí! ¡Tú! Apártate de ahí a hora mismo.

Caleb se me acercó, poniendo su copa en el suelo como si nada.

—Odio que lo llamen Orden de Razas. Suena muy ridículo.

—Estoy de acuerdo —asintió Kain—. Pero así es como la han llamado siempre.

Llegado a este punto habíamos reunido un poco de público.

—¿Puede alguien explicarme por favor qué narices están intentando cambiar?

—Es una petición para quitar la orden en contra de que se mezclen las dos razas.

Un chico de pelo marrón rapado muy corto sonrió satisfecho.

—¿Una petición para permitir que los mestizos y los puros se mezclen? —abrí los ojos de par en par—. ¿Quién lo ha instado?

El puro resopló.

—No tengas muchas esperanzas. No va a ocurrir. El permitir que los mestizos y los puros se mezclen no es lo único que están intentando. El Consejo no va a hacer nada en contra de los dioses y por supuesto que no van a permitir que entren mestizos en el Consejo. No hay nada por lo que emocionarse.

Las enormes ganas de tirarle la copa a la cara eran difíciles de ignorar, pero dudo que Kain estuviese a favor de ello.

—¿Quién eres?

Sus ojos se clavaron en mí, obviamente no le gustó mi tono.

—¿No debería de ser yo el que te lo preguntase a ti, mestiza?

Caleb interrumpió antes de que pudiese responder.

—Se llama Cody Hale.

Ignoré a Caleb y me encaré al puro.

—¿Debería saber quién eres?

—Déjalo, Álex —Kain se bajó de la barandilla, recordándome mi lugar en esta vida. Si Cody decía salta, yo tendría que preguntar cómo de alto. El responderle así no era como un mestizo trataba a un puro; nunca—. Da igual, he oído a miembros del Consejo hablar sobre ello. Los mestizos del Covenant de Tennessee tienen mucho res­paldo. Están pidiendo estar en el Consejo.

—Dudo que lleguen a nada —dijo Caleb.

—No lo sabemos —respondió Kain—. Hay bastantes probabilidades de que el Consejo los escuche en noviembre y puede que incluso estén a favor.

Alcé las cejas.

—¿Cuándo comenzó todo esto?

—Hará algo así como un año —Kain se encogió de hombros—. Ha traído mucho movimiento. El Covenant de Dakota del Sur también está metido en ello. Ya era hora también.

—¿Y qué pasa con este y el de Nueva York? —pregunté.

Caleb resopló.

—Álex, la rama de Carolina del Norte aún está anclada en tiempos de los griegos y estando el Consejo principal en Nueva York, van a aferrarse a las antiguas reglas y ritos. En las afueras, al norte, es otro mundo totalmente distinto. Es brutal.

—Y si hay un movimiento tan fuerte, ¿por qué tienen tantos problemas Hector y Kelia? —arrugué la frente recordando la historia que me contó Caleb.

—Porque no ha ocurrido nada, y creo que nuestros Patriarcas tratan de darnos ejemplo con ellos —Kain tensó los labios.

—Sí, un modo de recordarnos a dónde pertenecemos y qué pasa si no seguimos las reglas —Jackson se abrió paso a través del pequeño grupo, sonriendo a pesar de lo deprimentes que eran sus palabras.

—Oh, por el amor de los dioses —Kain chasqueó la lengua. Se dio la vuelta y salió del porche. Dos mestizos estaban intentando arrancar un todoterreno.

—Más o vale a vosotros dos estar a más de un kilómetro de ese cacharro antes de que llegue ahí. ¡Sí! ¡Vosotros dos!

La conversación sobre la petición empezó a disminuir según iban pasando más vasos de plástico. Al parecer, las discusiones sobre política sólo eran socialmente acep­tables tras la tercera copa. Yo seguía pensando acerca de la Orden de razas y lo que podría signifcar cuando Jackson se sentó en el columpio a mi lado.

Levanté la cabeza, sonriendo.

—Hey.

Me dirigió una sonrisa encantadora.

—¿Has visto a Lea?

—¿Y quién no? —reí.

Él no lo encontró ni de cerca tan divertido como yo, pero mi comentario sarcástico sirvió para dos cosas. Jackson se pegó a mí el resto de la noche, y cuando Lea reapare­ció, su cara se volvió de un tono rojizo cuando vio lo cerca que estábamos Jackson y yo. Y realmente estábamos súper cerca en el columpio del porche. Estaba prácticamente sobre su regazo. Le levanté la copa a Lea.

La mirada entrecerrada que me dirigió lo decía todo. Encantada conmigo misma, me giré hacia Jackson son una sonrisa satisfecha.

—Tu novia no parece muy contenta.

—No lo está desde que volviste —me pasó un dedo por el brazo—. ¿Qué es lo que pasa entre las dos, por cierto? Lea y yo siempre habíamos estado así. Supuse que tenía mucho que ver con el hecho de que las dos éramos agresivas, polémicas y bastante increíbles. Pero aún había más; lo único es que no me acordaba. Me encogí de hombros.

—¿Quién sabe?

Zarak fnalmente apareció y estaba más que feliz de verme. Gracias a él y a Cody, todo el mundo estaba encantado con la idea de cambiar la festa a otro sitio llevándose los Porsches de mamá y papá a Myrtle. Como estaba ocupada con Jackson, perdí la pista a Caleb en algún momento, y escondí mi vaso medio lleno tras el columpio. Me gustaba el estar contentilla, pero sólo estaba a unos pocos tragos de acabar borrachilla.

—¿Te vas con ellos?

Fruncí el ceño, y miré hacia Jackson.

—¿Cómo?

Sonrió, inclinándose tanto hacia mí que sus labios casi rozaron mi oreja al hablar­me.

—¿Vas a Myrtle?

—Oh —columpié los pies hacia delante y atrás—. No sé, pero suena divertido.

Jackson me cogió de las manos, obligándome a ponerme de pie.

—Zarak se va ya. Podemos irnos con él.

Debí haberme perdido la parte en la que él y yo nos convertimos en «nosotros», pero no protesté cuando me hizo bajar las escaleras e ir por la playa. Muchos de los chicos ya se habían ido, y yo vi de un vistazo a Lea metiéndose en el asiento trasero con Deacon. No tenía ni idea de dónde estaba Kain; la última vez que le vi fue cuando lo del todoterreno.

Zarak se metió en el asiento del conductor del único coche que quedaba. Al me­nos él parecía esta sufcientemente bien como para estar detrás del volante. La chica que había visto antes con Deacon estaba tomándose su tiempo decidiendo cuál era el más chulo.

Estaba empezando a aburrirme así que me apoyé contra la casa mientras la chica hablaba con Lea. Jackson se acercó a mí.

Eché la cabeza hacia atrás, encantada por la forma en que la cálida brisa acariciaba mis mejillas.

—¿No deberías irte con ella?

Se quedó callado, mirando por encima de su hombro.

—Obviamente ella tiene otros planes.

—Pero te está mirando —señalé. Tenía su cara pegada contra la ventana.

—Déjala que mire —se acercó más, con una sonrisa picarona—. Ya ha tomado su decisión, ¿no?

—Supongo.

—Y yo he tomado la mía —Jackson se inclinó para besarme.

Aunque me habría encantado ver la cara de Lea después de besar a Jackson, me eché a un lado. Jackson era un jugador buscando las mismas condiciones, y yo no que­ría participar en ese tipo de juegos.

Rió y me cogió, juguetón. Me sujetó bien del brazo y me empujó hacia atrás.

—¿Me vas a hacer ir detrás de ti?

Mi puntito feliz de borrachilla tenía el potencial de convertirse en algo malo si esto seguía así. Soltándome el brazo, forcé una sonrisa.

—Será mejor que te vayas yendo. Zarak va a dejarte aquí.

Volvió a intentar cogerme, pero esquivé esas manos demasiado amistosas.

—¿Tú no vas?

Moví la cabeza.

—Nah. Creo que ha sido sufciente por hoy.

—Me puedo quedar haciéndote compañía si es lo que quieres. Podemos conti­nuar la festa en mi residencia o en la habitación de Zarak —comenzó a andar de espal­das, hacia el coche—. No creo que le importe. Última oportunidad, Álex.

Necesité de todo mi autocontrol para no reírme. Negué con la cabeza y me alejé, sabiendo que estaba pareciendo toda una calientabraguetas.

—Quizá la próxima vez —y me di la vuelta, sin darle a Jackson ni un momento para que me arrastrase hacia ese coche.

Me pregunté si Caleb se habría ido a Myrtle, y fui volviendo por la playa hacia el puente, pasando por varias silenciosas casas en la costa. El aire que me rodeaba olía a sal. Me encantaba ese olor. Me recordaba a mi madre, a mí y los días que solíamos pa­sar en la arena. Tan metida estaba en mis recuerdos, que sólo volví a la realidad cuando un suave escalofrío me recorrió la espalda según me acercaba al puente.

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