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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (6 page)

BOOK: Mestiza
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—Déjame pasar, Caleb. ¡Juro a los dioses que le voy a romper la cara!

—No llevas ni un día de vuelta, Álex. Wow.

—Cállate —le miré.

—Álex, déjalo. Vas a meterte en una pelea y te van a echar. ¿Y entonces qué? ¿Serás una sirvienta el resto de tu vida? De todas formas sabes que miente. Olvídalo.

Miré hacia mi mano y vi varios mechones de pelo rojo enredados entre mis dedos. Genial.

Caleb vio las ganas en mi mirada y parece que se dio cuenta que seguir cerca de esta sala no iba a acabar bien. Agarrándome por el brazo, me arrastró por el pasillo.

—Sólo es una estúpida. Sabes que no decía más que estupideces, ¿verdad?

—¿Quién sabe? —gruñí— tiene razón, ¿sabes? No tengo ni idea de por qué mi madre se fue. Puede que hablase con la Abuela Piperi. No lo sé.

—La verdad es que dudo que el oráculo dijese que ibas a matar a tu madre.

Poco convencida, abrí la puerta de un puñetazo.

Caleb me seguía de cerca.

—Simplemente olvídalo, ¿vale? Tienes que concentrarte en el entrenamiento, no en lo que Lea o el oráculo hayan podido decir.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

—Vale. Entonces podrías preguntarle al oráculo qué fue lo que dijo a tu madre.

Me lo quedé mirando.

—¿Qué? Podrías preguntárselo tú al oráculo si tanto te importa.

—No hay manera de que esa mujer siga viva —entorné los ojos cegados por el sol—. Fue hace tres años cuando mamá pudo haber hablado con ella.

Ahora Caleb seguía mirándome igual.

—¿Qué? No puede ser. Ahora tiene que tener… como ciento cincuenta años.

Los puros tenían mucho poder y un oráculo quizá tuviese más, pero ninguno de ellos era inmortal.

—Álex, ella es el oráculo. Seguirá viva hasta que el próximo tenga el poder.

Puse los ojos en blanco.

—Sólo es una vieja chifada. ¿Qué intima con los dioses? Las únicas cosas con las que intima son los árboles y su club de bridge.

Hizo un sonido de exasperación.

—Nunca dejará de sorprenderme que siendo lo que eres, lo que somos, sigas sin creer en los dioses.

—No. Creo en ellos. Sólo creo que son terratenientes ausentes. Ahora mismo, segura­mente estén en Las Vegas, tirándose a strippers y haciendo trampas al póker.

Caleb se apartó de mí de un salto, aterrizando sobre las piedrecillas blancas y marro­nes.

—Que no me pille estando a tu lado cuando uno de ellos te fulmine.

Me reí.

—Sí, en realidad están observando y cuidando el negocio. Por eso tenemos daimons por ahí sueltos, drenando puros y matando mortales por diversión.

—Para eso nos tienen los dioses —Caleb sonrió como si acabase de explicarlo todo.

—Da igual —nos detuvimos al fnal de caminito de piedra. De ahí, se podía ir a la residencia de las chicas o de los chicos.

Los dos miramos hacia la zona pantanosa. Plantas leñosas y pequeños arbustos salpi­caban las saladas aguas, haciendo que cruzar aquello fuese casi imposible. Más allá estaba el bosque, literalmente en tierra de nadie. Cuando era más pequeña pensaba que en los bosques oscuros vivían monstruos. Cuando me hice mayor aprendí que seguir el pantanal te llevaba a la isla principal, lo que me daba una ruta de escape perfecta cuando quería escabullirme.

—¿La vieja bruja sigue viviendo ahí? —pregunté al fin— ¿y si pudiera hablar con Piperi?

Caleb asintió.

—Eso creo, pero ¿quién sabe? Baja hasta el campus de vez en cuando.

—Oh —entrecerré los ojos por la fuerte luz—. ¿Sabes qué estaba pensando?

Miró hacia mí.

—¿Qué?

—Mamá nunca me dijo por qué teníamos que irnos, Caleb. Ni una sola vez en estos tres años. Creo que estaría… mejor si supiese por qué mamá se fue. Sé que no va a cambiar nada de lo que ha ocurrido, pero por lo menos sabría qué narices era tan importante como para tener que salir de aquí.

—Sólo el oráculo lo sabe y ¿quién sabe cuándo volverá por aquí? Tampoco puedes llegar a ella. Vive por allí lejos. Ni siquiera yo me aventuro tan lejos por el pantanal. Así que ni lo pienses.

Mis labios se curvaron.

—Todos estos años, y aún me conoces bien.

Rió por lo bajo.

—Quizá podríamos hacerle una festa y atraerla aquí fuera. Creo que vino para el equinoccio de primavera.

—¿En serio? —quizá hablar con el oráculo podría darme algunas respuestas, o contarme mi futuro.

Caleb se encogió de hombros.

—No me acuerdo bien, pero hablando de fiestas, va a haber una este fn de semana en la isla principal. La organiza zarak. ¿Te apuntas?

Reprimí un bostezo.

—¿Zarak? Wow. Hace siglos que no le veo, pero dudo que el ir de fiesta sea algo que pueda hacer hasta dentro de mucho. Estoy castigada.

—¿Qué? —Caleb se quedó con la boca abierta— puedes escaparte. Eras la reina de las escapadas.

—Sí, pero eso era antes de que mi tío se convirtiese en el decano y yo estuviese a un paso de que me expulsaran.

Caleb gruñó.

—Alex, casi te expulsan como tres veces. ¿Desde cuándo eso te ha parado? De todas formas, estoy seguro de que daremos con algo. Además, será como una festa de bienve­nida para ti.

Era una mala idea, pero sentí la emoción de siempre cosquilleando en mi tripa.

—Bueno… por la noche no estaré entrenando.

—No —confirmó Caleb.

Una sonrisa nació en mis labios.

—Y escabullirse un poco nunca ha matado a nadie.

—O le ha expulsado.

Nos sonreímos, y sólo con eso, las cosas estaban como antes de que todo se fuese al inferno.

***

Caleb y yo tuvimos un poco de acción en el almacén del edifcio principal de la es­cuela después de cenar. Cogimos todas las cosas de vestir que me pudiesen quedar bien y Caleb prometió de nuevo que iría con una de las otras mestizas a comprarme algo al día siguiente. No podía imaginarme con lo que volvería.

Con los brazos llenos, nos dirigimos hacia mi residencia. Sólo me sorprendí un poco cuando vi la formidable figura de Aiden al lado de las gruesas columnas de mármol del ancho porche. Caleb abrió los ojos como platos.

Gruñí.

—Pillada.

Mis pisadas se hicieron más lentas según nos acercábamos a él. No pude adivinar nada por su estoica expresión o por la forma en que inclinó la cabeza hacia Caleb respe­tuosamente. Por primera vez en su vida, Caleb se quedó sin palabras cuando Aiden se le acercó y cogió el montón de ropa que llevaba en los brazos.

—¿Tengo que recordarte que los chicos no pueden entrar en la residencia de las chi­cas, Nicolo?

Caleb negó con la cabeza en silencio.

Levantó las cejas mientras se volvió hacia mí.

—Tenemos que hablar.

Miré a Caleb en vano, pero él se apartó con una media sonrisa de disculpa. Por un segundo, consideré seguirle. No lo hice.

—¿De qué tenemos que hablar?

Aiden se acercó a mí con un brusco movimiento de la cabeza.

—No has descansado nada en todo el día ¿verdad?

Me cambié el peso al otro brazo.

—No. He estado poniéndome al día con los amigos.

Pareció estar pensando en ello mientras íbamos por el pasillo. Gracias a los dioses tenía una habitación en el piso de abajo. Odiaba las escaleras, y aunque el Covenant tenía más dinero del que yo podría comprender, no había ni un solo ascensor en todo el campus.

—Deberías haber estado descansando. Mañana no será fácil para ti.

—Siempre podrías ponérmelo fácil.

Aiden rió. El sonido fue un profundo y sonoro ruido que me habría puesto una sonri­sa en la cara en otra situación. En una en la que no se estuviese riendo de mí.

Arrugué la frente mientras abría la puerta de mi habitación de un empujón.

—¿Por qué puedes entrar en mi habitación si Caleb no puede?

Arqueó una ceja.

—No soy un estudiante.

—Pero sigues siendo un chico —metí mi montón de ropa en la habitación y la dejé en el suelo—. No eres un Instructor ni un Guía. Así que creo que si tú puedes estar aquí, Caleb debería poder también.

Aiden me estudió un momento, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Me han dicho que antes estuviste interesada en ser una Centinela en vez de Guar­dia.

Me senté en la cama y le sonreí.

—Has estado investigándome.

—Decidí que sería mejor estar preparado.

—Estoy segura de que te han contado cosas estupendas sobre mí.

Puso los ojos en blanco.

—La mayor parte de lo que dijo el Decano Andros era cierto. Se te conoce bien entre los Instructores. Alabaron tu talento y tu ambición. Por lo demás… bueno, era de esperar. Sólo eras una niña; aún sigues siéndolo.

—No soy una niña.

Los labios de Aiden se movieron como si quisiera sonreír.

—Sigues siendo una niña.

Me puse roja. Una cosa era que te llamase niña una persona mayor. ¿A quién le im­portaba? Pero cuando era un tío que estaba súper bueno el que me lo decía, no me dejaba muy cómoda por dentro.

—Que no soy una niña —repetí.

—¿En serio? ¿Entonces eres adulta?

—Claro —le mostré mi mejor sonrisa, la que normalmente me sacaba de líos.

No le afectó a Aiden.

—Interesante. Un adulto sabría cuándo retirarse de una pelea, Álex. Especialmente después de haber sido advertido de que cualquier comportamiento cuestionable podría acabar en su expulsión del Covenant.

Mi sonrisa se desvaneció.

—No tengo ni idea de lo que hablas, pero estoy de acuerdo.

Aiden inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Ah no?

—Nop.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Debería haber servido de advertencia, pero me vi a mí misma mirando aquellos labios en lugar de prestándole atención a él. De repente, se agachó frente a mí a nivel de la vista.

—Entonces tendría que estar aliviado de saber que lo que me dijeron hace sólo una hora es falso. Que no fuiste tú la que agarró a una chica del pelo y la tiró de la silla en la sala de estar común.

Abrí la boca para negarlo, pero mis protestas murieron. Mierda. Siempre había al­guien encantado de delatar a la gente.

—¿Comprendes la precaria posición en la que te encuentras? —su firme mirada se clavó en la mía— ¿lo estúpido que es el que unas simples palabras te lleven a la violencia?

Tirar a Lea de la silla había sido estúpido, pero ella me había cabreado.

—Estaba hablando de mi madre.

—¿Y eso importa? Piensa en ello. Sólo son palabras y las palabras no signifcan nada. La acción sí. ¿Vas a pelearte con todo aquel que diga algo sobre ti o tu madre? Si es así, deberías ir haciendo las maletas ya.

—Pero…

—Va a haber rumores, rumores ridículos sobre por qué tu madre se fue. Por qué no volviste. No puedes pelearte con todo aquel que te moleste.

Incliné la cabeza hacia un lado.

—Podría intentarlo.

—Álex, necesitas concentrarte en volver al Covenant. Ahora mismo estás aquí como un favor. Quieres venganza contra los daimons ¿verdad?

—¡Sí! —mi voz se volvió violenta al apretar los puños.

—¿Quieres poder salir y luchar contra ellos? Entonces tienes que centrarte en el entrenamiento en vez de en lo que la gente diga sobre ti.

—¡Pero ella dijo que yo fui la razón por la que mamá murió! —escuchar mi voz me afectó, tuve que mirar hacia otro lado. Era débil. Vergonzoso. Débil y vergonzoso no estaban en el vocabulario de un Centinela.

—Álex, mírame.

Dudé antes de hacerlo. Por un momento, la dureza de su expresión se suavizó. Cuando me miró así, realmente creí que había entendido mi reacción. Quizá no estaba de acuerdo con ello, pero por lo menos entendió por qué lo hice.

—Sabes que no había nada que pudieses hacer acerca de lo que le ocurrió a tu madre —sus ojos buscaron mi cara—. Lo sabes, ¿verdad?

—Debería haber hecho algo. Tuve todo el tiempo y debería haber llamado a al­guien. Quizá entonces… —me pasé la mano por el pelo y respiré profundamente—. Quizá nada de esto habría pasado.

—Álex, no podías haber sabido que iba a acabar así.

—Pero sí que lo sabía —cerré los ojos, sintiendo un nudo en el estómago—. Todos lo sabemos. Es lo que ocurre cuando abandonas la seguridad de la comunidad. Sabía que ocurriría, pero tenía miedo de que no la dejasen volver después de haberse ido. No podía… dejarla sola ahí fuera.

Aiden se quedó en silencio tanto rato que pensé que se había ido de la habitación, pero entonces sentí su mano en mi hombro. Abrí los ojos, volviendo la cabeza y miré abajo hacia su mano. Sus dedos eran largos y parecían gráciles. Mortales, imaginé. Pero ahora eran amables. Como si no tuviese control sobre mí misma, miré sus ojos plateados. No pude evitar que me recordase a lo que pasó entre nosotros en la fábrica.

Repentinamente, Aiden me soltó. Se pasó una mano por el pelo, parecía inseguro de lo que hacía.

—Mira. Descansa un poco. Las ocho de la mañana llegan rápidamente —se dio la vuelta para salir, pero paró—. Y no vuelvas a salir de la habitación esta noche. No quiero descubrir por la mañana que has quemado un pueblo mientras yo dormía.

Había varias contestaciones que tenía preparadas, todas ellas inteligentes y mor­daces, pero me las tragué y me levanté de la cama. Aiden se paró en la puerta y miró por el pasillo vacío.

—Álex, lo que le pasó a tu madre no fue por tu culpa. El cargar con eso sólo te estorbará. No te lleva a ningún sitio. ¿Entiendes?

—Claro —mentí.

A pesar de que quería creer que lo que Aiden decía era verdad, sabía que no lo era. Si hubiese contactado con el Covenant, mamá seguiría viva. Así que sí, de algún modo, Lea tenía razón.

Yo era responsable de la muerte de mi madre.

Capítulo 5

EL DÍA SIGUIENTE FUE COMO VOLVER ATRÁS EN EL TIEMPO, LEVANTAR­SE DEMASIADO PRONTO COMO PARA PENSAR BIEN Y LLEVAR ROPA DISEÑA­DA PARA QUE TE PATEEN EL CULO. Pero esta vez en cambio, había algunas cosas diferentes.

Viendo a Aiden, por ejemplo, estaba claro que no iba a ser como los Instructores que tuve antes. Eran Centinelas o Guardias heridos en el trabajo, o los que querían asentarse. Antes siempre acababa con Instructores que eran o viejos como la peste o aburridos de morirse.

Aiden no era nada de eso.

Llevaba el mismo tipo de pantalones de trabajo que robé del armario del almacén, pero mientras yo llevaba una modesta camiseta blanca, él llevaba una sin mangas. Y dios, tenía brazos que lucir. Su piel no caía; estaba lejos de ser aburrido, e iba por ahí cazando daimons.

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