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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (37 page)

BOOK: Mestiza
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Levantó la barbilla cuando pasé a su lado, usando su mano súper bronceada para pasarse su pelo increíblemente brillante por encima del hombro. El silencio nos rodeó, y entonces ella abrió la boca.

—Estás más adorable que de normal ¿verdad? —se apartó de las columnas y se mordió el labio inferior—. Bueno, al menos las marcas apartan la atención de tu cara. Supongo que eso está bien ¿no?

No sabía si reír o darle un puñetazo en la cara. De todos modos, por absurdo que parezca, me gustó ver a Lea de nuevo siendo tan asquerosa como siempre.

—¿Qué? —entrecerró los ojos como retándome—. ¿No tienes nada que decir?

Lo pensé.

—Lo siento… estás tan bronceada que pensaba que eras una silla de cuero.

Sonrió con superioridad al pasar junto a mí.

—Bah. Friki.

Normalmente, esas palabras habrían comenzado una batalla interminable de insultos, pero esta vez lo dejé pasar. Tenía cosas mejores que hacer. En mi habita­ción separé las velas y los pequeños barcos que se usaban para guiar a los espíritus hasta la otra vida. El significado era totalmente simbólico, pero ya que no tenía un cuerpo ni una tumba, esto era lo mejor que se me había ocurrido.

Me tomé mi tiempo para prepararme, quería estar guapa, bueno, todo lo guapa que podía estar con la mitad del cuerpo cubierto de marcas. Cuando estuve convencida de que mi pelo no parecía una maraña y de que el vestido que llevé a los otros funerales no estaba lleno de pelusas, cogí una chaqueta fina. Me la puse sobre los hombros, recogí las cosas y fui fuera a encontrarme con Caleb.

Él ya estaba al lado del agua, cerca del borde de la zona pantanosa y donde estaban las cabañas del personal. Era el mejor sitio y más privado para hacer esto, y me sentí bien por ello. Ver a Caleb con su mejor ropa me sentó como un puñetazo en el pecho.

Debía de haber rescatado un par de pantalones negros del fondo de su arma­rio, porque le quedaban cortos. Aunque mi madre había intentado matar a Caleb, él se había arreglado en respeto a su memoria y por mí. Algo se me clavó en la garganta. Tragué, pero la sensación no desapareció.

Caleb me miró con lástima al dar un paso al frente y coger las flores de mis manos. En silencio, se puso a colocar los barquitos, y yo arranqué los suaves péta­los y los esparcí sobre los barcos. Creí que a ella… le habría gustado ese toque.

Mirando a los barcos, volví a tragar. Uno por mamá, otro por Kain y otro por todos los demás que habían muerto.

—Te lo agradezco de verdad —dije—. Gracias.

—Me alegro de que estés haciendo esto.

Mis ojos ardieron más y la garganta se me hizo un nudo.

—Y de que me hayas incluido —añadió.

Oh, dioses. Iba a lograr que lo hiciese. Iba a llorar.

Caleb se acercó más a mí y me envolvió los hombros con sus brazos.

—No pasa nada.

Se me escapó una lágrima. La pillé con la punta del dedo antes de que corrie­se por toda mi mejilla, pero detrás vino otra más… y otra. Me sequé la cara con la mano.

—Lo siento —sollocé.

—No —Caleb movió la cabeza—, no tienes que sentir nada.

Asentí y respiré profundamente. Al rato logré frenar las lágrimas y forcé una sonrisa triste. Nos perdimos en nuestros brazos un rato. Los dos teníamos algo que llorar, algo que habíamos perdido. Quizá Caleb también necesitaba esto. El tiempo pa­reció hacerse más lento mientras nos preparábamos.

Miré a las velas.

—Mierda —me había olvidado de coger un mechero.

—¿Necesitas fuego?

Nos giramos hacia la voz grave. Reconocí el sonido con toda mi alma.

Aiden estaba a poca distancia de nosotros, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros. El sol que se empezaba a poner creó un efecto de halo a su alrededor, y por un pequeño momento casi creí que era un dios y no un puro.

Parpadeé, pero no desapareció. Estaba ahí de verdad.

—Sí.

Dio un paso adelante y tocó cada vela de vainilla con la punta de su dedo. Unas extrañas llamas brillantes brillaron y crecieron sin inmutarse con la brisa que venía del océano. Cuando acabó, se levantó y me miró. En su mirada tranquiliza­dora había orgullo, y supe que aprobaba lo que estaba haciendo.

Volví a tragar más lágrimas mientras Aiden se retiraba de nuevo donde estaba antes. Con esfuerzo, aparté la vista de él y cogí mi barco. Caleb me siguió y fuimos hasta donde el agua se hacía espuma, rozándonos las rodillas, sufcientemente lejos como para que la corriente no devolviese los barcos a la orilla.

Caleb puso primero los dos barcos. Movió los labios, pero no escuché lo que dijo. ¿Una oración? No podía estar segura, pero en un momento soltó los barcos, y las olas se los llevaron.

Por mi cabeza pasaban muchas cosas al mirar mi barco. Cerré los ojos, viendo su bonita sonrisa. Me la imaginé asintiendo y diciéndome que estaba todo bien, que era hora de dejarlo todo atrás. Y supongo que, en cierto modo, estaba bien. Ella estaba en un sitio mejor, lo creía de verdad. Siempre hubo algo de culpabilidad. Todo lo que había hecho desde el momento en que el oráculo le habló había llevado hasta esta situación, pero ya había acabado, por fin había acabado. Me incliné y dejé el barco en el agua.

—Gracias por todo, por todo lo que sacrifcaste por mí —hice una pausa, sintiendo cómo se me humedecía la cara—. Te echo mucho de menos. Siempre te querré.

Mis dedos siguieron tocando el barco un segundo más, y entonces las olas se lo llevaron lejos de mí. Más y más lejos, los tres barcos se marchaban, con las velas aún brillando. Para cuando perdí de vista a los barcos y su suave brillo, ya se había oscurecido el cielo. Caleb me esperaba en la arena, y detrás de él estaba Aiden. Si Caleb pensaba algo sobre la presencia de Aiden, no lo mostraba.

Con cuidado me acerqué a la playa. La distancia entre Aiden y yo pareció evaporarse, y éramos sólo los dos. Una pequeña sonrisa surgió en sus labios según me acercaba a él.

—Gracias —susurré.

Aiden pareció entender que le estaba dando las gracias por algo más que por el fuego. Habló en voz muy baja para que sólo yo le oyese.

—Cuando mis padres murieron, nunca pensé que volvería a encontrar la paz. Sé que tú lo has logrado, y me alegro por ello. Te lo mereces, Álex.

—Tú… ¿llegaste a encontrar la paz?

Pasó sus dedos por la curva de mi mejilla. Fue un gesto tan rápido que supe que Caleb no lo había visto.

—Sí, ahora sí.

Respiré profundamente, queriéndole decir tantas cosas, pero no pude. Quería pensar que lo sabía, y seguramente era así. Aiden dio un paso atrás, y con una úl­tima mirada se dio la vuelta y se dirigió a casa. Le miré hasta que se convirtió en tan sólo una sombra.

Volví hacia donde estaba Caleb, me dejé caer a su lado y apoyé la cabeza en su hombro. De vez en cuando, el agua salada nos hacía cosquillas en los dedos de los pies, y podía sentir el olor a vainilla que venía con la brisa del océano. El aire era cálido y agradable, pero el viento traía algo de fresco, lo que signifcaba que el otoño estaba llegando. Pero por ahora, la arena de la isla en la costa de Carolina estaba aún caliente, y el aire seguía oliendo a verano.

Jennifer L. Armentrout

JENNIFER L. ARMENTROUT, vive en Virginia Occidental (EEUU). Todos los rumores que hayas podido escuchar de este estado son ciertos. Bueno, en su mayoría. Cuando no está trabajando duro en la escritura, pasa su tiempo leyendo, saliendo, viendo películas de zombis y haciendo como que escribe. Vive con su marido, el perro de éste, llamado Diesel y Loki, su perrita hyper Jack Russell. Su sueño de convertirse en escritora empezó en clases de algebra, en la cual pasaba el tiempo escribiendo historias cortas… lo que explica sus pésimas notas en matemáticas. Jennifer escribe fantasía urbana, y romántica para jóvenes adultos. És la autora de la saga Covenant y de la saga Lux. Además, escribe novela romántica para adultos bajo el seudónimo de J. Lyn.

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