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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (34 page)

BOOK: Mestiza
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Asumí que estaba hablando de Elysia, un sitio parecido al cielo. Respiré pro­fundamente y me froté los ojos.

—Si alguien se lo merece, es ella. Sé que suena mal habiéndose convertido en un daimon, pero ella nunca lo habría elegido.

—Lo sé, Álex. Los dioses también lo saben.

Lentamente me recompuse y me puse de pie.

—Perdón por… haber descargado todo en ti —le miré de reojo.

Aiden arrugó la frente.

—Ni se te ocurra pedir perdón por esto, Álex. Ya te lo dije, que si alguna vez necesitabas algo podías venir a mí.

—Gracias… por todo.

Asintió, echándose a un lado al pasar yo.

—¿Álex? —cogió un bote de la encimera. El doctor debía de haber venido en algún momento—. No te lo olvides.

Cogí el bote y murmuré un gracias. Con cara de sueño, le seguí fuera al sol. Me dolían la cabeza y los ojos, pero de alguna forma el sol me sentaba bien. Estaba viva.

Nos quedamos un rato en el camino de mármol, ambos mirando a través del patio hacia el océano a lo lejos. Me pregunté en qué estaría pensando.

—¿Vuelves a tu residencia? —preguntó.

—Sí.

No hablamos sobre nuestra conversación en Nashville o sobre aquella noche en su casa, pero me seguía rondando por la cabeza según íbamos hacia las residen­cias. Caminando tan cerca como íbamos, era difícil no pensar en ello, pero cuando pensé en Caleb, todos los pensamientos sobre amor —o falta de— se desvanecieron. Necesitaba verle.

—Ya… nos vemos por aquí.

Aiden asintió mientras miraba por la zona. Unos cuantos mestizos estaban tranquilamente en los bancos que había entre las residencias. Había una pura con ellos. Estaba haciendo llover sobre un punto. Estaba guay.

Suspiré.

—Bueno…

—¿Álex?

—¿Sí?

Me miró, con una suave sonrisa sobre sus labios.

—Estarás bien.

—Sí… lo estoy. Supongo que hace falta algo más que unos cuantos daimons hambrientos para acabar conmigo, ¿eh?

Rió, y ese sonido casi me deja sin aire en los pulmones. Me encantaba cómo se reía. Le miré, con una pequeña sonrisa en mis labios. Como siempre, nuestros ojos se encontraron y algo profundo brilló entre nosotros. Incluso aquí, al aire libre como estábamos, seguía ahí.

Aiden dio un paso atrás. No había nada más que decir. Le saludé con la mano y le miré mientras desaparecía de mi vista, entonces acorté por el patio y me dirigí hacia la habitación de Caleb. No me preocupaba que me pillasen yendo a la resi­dencia de los chicos. No habíamos tenido oportunidad de hablar desde que todo empezó a ir mal. Abrió la puerta al primer golpe, llevaba un pantalón de chándal y una camiseta ancha.

—Hey —dije.

Sonrió y abrió la puerta del todo. La sonrisa inmediatamente se convirtió en una mueca de dolor y se agarró un costado.

—Mierda. Siempre me olvido de no moverme de cierta manera.

—¿Estás bien?

—Sí, sólo me duelen un poco las costillas. ¿Y tú?

Le seguí hacia el cuarto y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama.

—Bien. Me acaba de ver el doctor de aquí.

Se acomodó a mi lado en la cama. Arrugó la frente mientras me observaba.

—¿Y esas marcas? ¿Por qué no se han curado como las mías?

Le miré a los brazos. Cuatro días después y el único recuerdo que le quedaba eran las costillas magulladas y unas pocas cicatrices pálidas en los brazos.

—No lo sé. El doctor dijo que se irían en unos días. Me dio un bote con algo para ponerme —me palpé el bolsillo—. Tienen bastante mala pinta ¿verdad?

—No. Tienes pinta de… de que debería tener miedo de que me dieses una paliza o algo.

Reí.

—Eso es porque
puedo
darte una paliza.

Levantó las cejas.

—Álex, estaba un poco ido en el bosque, pero he oído que…

—¿La maté? —cogí otra almohada—. Sí, lo hice.

Mi franqueza le hizo estremecerse.

—Lo… lo siento mucho. Ojalá supiese qué decirte para hacerte sentir mejor.

—No tienes que decir nada —me estiré a su lado, mirando hacia las pequeñas estrellas verdes del techo. Por la noche brillaban—. Caleb, siento haberte arrastra­do a todo eso.

—No. Tú no me arrastraste a nada.

—No tenías que haber estado ahí. Lo que Daniel estaba haciendo…

Apretó los puños. No creo que viese que me daba cuenta de ello, pero lo hice.

—Tú no…

—No tenías que haber estado allí.

Movió la mano, cortándome.

—Déjalo. Tomé la decisión de seguirte. Podría haber avisado a los Guardias o a los Centinelas. En lugar de eso, te seguí. Fue mi elección.

Le miré y vi que estaba serio. Parecía no haber dormido bien. Miré a otro lado.

—Siento que… hayas tenido que pasar por todo esto.

—No pasa nada, ¿vale? Mira. ¿Para qué están los amigos si no pueden com­partir unas cuantas horas con unos daimons pirados? Podemos verlo como una experiencia unificadora.

Resoplé.

—¿Experiencia unificadora?

Asintió y empezó a contarme acerca de todos los mestizos que habían ido a visitarle desde que volvió al Covenant. Cuando mencionó a Olivia, se le puso esa cara de bobo. De pronto, me pregunté si a mí también se me ponía cara de boba cuando pensaba en Aiden. Dioses, esperaba que no.

—Así que antes, una mofeta se me montó la pierna —continuó Caleb.

—¿Qué?

Rió y me guiñó un ojo.

—No estabas escuchándome.

—Lo siento —pestañeé—. Me he quedado un poco traspuesta.

—Ya te digo.

Y entonces me dio un ataque de verborrea.

—Casi me lo monto con Aiden.

Caleb abrió la boca de par en par. Necesitó unos cuantos intentos para decir algo coherente.

—¿Quieres decir que casi montas con él un puzzle?

Arrugué la frente ante la imagen.

—No.

—¿Una fiesta entonces?

Moví la cabeza.

Me miró poniéndose pálido.

—Álex, ¿en qué narices estás pensando? ¿Estás loca? ¿Quieres acabar sirvien­do? Wow. Oh dioses, estás pirada.

Gruñí.

—He dicho que casi nos lo montamos, Caleb. Relájate.

—¿Casi? —levantó los brazos e hizo una mueca—. Al Consejo, a los Señores no les importa el casi. Tío, pensaba que Aiden era guay. Malditos pura-sangre, no les importa una mierda lo que nos ocurra. Arriesgan todo tu futuro sólo para meterse entre…

—Hey. Aiden no es así.

Caleb me miró sin gracia.

—¿Ah no?

—No —me froté los ojos—. Aiden no va a arriesgar mi futuro. Créeme. No es para nada como el resto de ellos.

Le confaría mi vida. Caleb.

Lo pensó en silencio.

—¿Cómo ocurrió?

—No voy a entrar en detalles, pervertido. Es algo que… simplemente pasó, pero ya se ha acabado. Es que se lo tenía que contar a alguien, pero tienes que pro­meterme que no dirás nada.

—Claro que no. No puedo creer que lo hayas tenido ni que decir.

—Lo sé, pero me siento mejor diciéndolo. ¿Vale?

—Álex… él te importa de verdad ¿no?

Cerré los ojos.

—Sí.

—¿Te das cuenta de lo mal que está eso?

—Sí, pero… él es tan diferente a cualquiera de los puros que conocemos. No piensa como ellos. Es majo y es realmente divertido una vez que lo conoces. Ha aguantado todas mis mierdas, y creo que me gusta por eso. No sé, Aiden me puede.

—¿Y te das cuenta de que todo eso no signifca nada? —dijo Caleb—. ¿Qué no va a ninguna parte?

Saberlo dolía más que nada. Suspiré.

—Lo sé. ¿Podemos… hablar de otra cosa?

Caleb se quedó en silencio, pensando en vete tú a saber qué.

—¿Has visto a Seth?

Me apoyé en un codo.

—No. No se pasó mientras estaba en Nashville y hoy tampoco he estado en ninguna parte. ¿Por qué?

Se encogió de hombros como pudo. Con las costillas magulladas le salió un poco de lado. “Supuse que lo habrías visto, ya que…

—¿Ya que, qué?

—Sé que estaba un poco ido en la cabaña, Álex, pero tu madre dijo que eras otro Apollyon —me miró atentamente.

El estómago me dio un vuelco y me eché en la cama hacia arriba, en silencio. Caleb seguía mirándome. Esperando. Tomé aire profundamente y le conté todo rá­pidamente, parando para respirar justo antes de contarle que Seth se convertiría en el Asesino de Dioses. Cuando acabé, Caleb se me quedó mirando como si tuviese tres cabezas.

—¿Qué?

Parpadeó y movió la cabeza.

—Es sólo que… no deberías serlo, Álex. Recuerdo la clase de
Historia y Civi­lización
del año pasado. Hablamos sobre los Apollyons y lo que le pasó a Solaris. Esto es… wow.

—Wow no era la palabra que esperaba —me incorporé y crucé las piernas—. Quiero decir, mola bastante ¿no? A los dieciocho seré o destruida o absorbida por Seth en lugar de poder comprar cigarrillos legalmente.

Pero…

—No es que fuese a fumar. Supongo que podría empezar a hacerlo. Quizá, y sólo quizá, puede que tenga energía el tiempo suficiente como para poder usar akasha, porque le vi usarlo a Seth y es una pasada. Me gustaría darle a uno o dos daimons con eso.

Caleb frunció el ceño.

—No te lo estás tomando para nada en serio.

—Oh, sí. Esto es a lo que me gusta llamar asumir lo imposible.

No le impresionó mi estrategia.

—Dijiste que a Solaris la mataron porque el Primer Apollyon atacó al Consejo ¿verdad? ¿No por lo que ella era?

Me encogí de hombros.

—Así que siempre y cuando Seth no se vuelva loco, supongo que estaré bien.

—¿Por qué Solaris no se puso en su contra?

—Porque se enamoró de él o alguna cursilada así.

—Entonces no te enamores de Seth.

—La verdad es que no creo que eso vaya a ser un problema.

No parecía del todo convencido.

—Pensaba que los dos erais como uno y teníais que estar juntos o algo así.

—¡No de ese modo! —puse una voz más calmada—. Es como que nuestra energía responde a la del otro. No es más que eso. Yo estoy hecha para… no sé, completarle. ¿Es una mierda o no?

Me miró preocupado.

—Álex, ¿qué vas a hacer con esto?

—¿Qué puedo hacer? No voy a parar de vivir… o dejar de vivir mi vida, por lo que pueda suceder. De esto puede salir algo o muy malo o muy bueno o… nada. No lo sé, pero sé que me voy a concentrar en ser una… —me paré, sorprendida por mis propias palabras. Uff. Este era uno de esos momentos realmente maduros y raros en mi vida.

Mierda. ¿Dónde estaba Aiden para ver esto?

—¿Concentrarte en qué?

Una gran sonrisa apareció en mi cara.

—Concentrarme en ser una Centinela de la leche.

Caleb seguía sin creérselo, pero saqué a Olivia en la conversación y logré dis­traerle. En un momento dado me levanté para marcharme. Mientras iba saliendo, tuve una idea. Vino de la nada, pero en el momento en que se me pasó por la cabe­za, supe que tenía que hacerlo.

—¿Puedes quedar conmigo mañana por la noche a eso de las ocho?

Me miró. Creo que de alguna forma sabía lo que le iba a preguntar, porque ya estaba asintiendo.

—Quiero hacerle… algo a mi madre —crucé los brazos en la cintura—. Como una honra fúnebre o algo. Vamos, que no tienes por qué venir.

—Claro que estaré allí.

Me puse roja y asentí.

—Gracias.

Al volver a mi habitación, me encontré con dos cartas pegadas en la puerta, una de Lucian y otra de Marcus. Estuve tentada de tirar las dos a la basura, pero abrí la de mi tío.

Menos mal que lo hice. El mensaje era simple, claro y conciso.

Alexandria, Por favor ven a verme inmediatamente. Marcus.

Mierda.

Tiré las dos cartas sobre la mesita frente a mi sofá y cerré la puerta detrás de mí. Iba pensando sobre qué querría decirme Marcus. Demonios, las posibilidades eran infinitas. La proeza que había hecho, mi futuro en el Covenant, o cualquier cosa sobre el Apollyon. Dioses, dioses, me podrían expulsar de verdad y mandar­me a vivir con Lucian. ¿Cómo podía haberme olvidado de eso?

Cuando logré llegar a su despacho, el sol había comenzado a descender len­tamente sobre las aguas, y la luz difusa creaba todo un arco iris de colores que brillaba sobre el océano. Me intenté preparar para la reunión, pero no sabía lo que Marcus iba a hacer. ¿Me expulsaría? El estómago se me retorció. ¿Qué haría? ¿Vivir con Lucian? ¿Ir a servir? Ninguna de éstas eran opciones con las que pudiese vivir.

Los Guardias me saludaron cortésmente con la cabeza antes de abrir la puerta hacia el despacho de Marcus y se hicieron a un lado. Mi sonrisa era más una mueca, pero la emoción creció en mí cuando reconocí a quien estaba al lado del enorme bulto que era Leon.

Aiden me lanzó una pequeña sonrisa tranquilizadora cuando los Guardias cerraron la puerta detrás de mí, pero en cuanto me giré hacia Marcus me quedé helada.

Parecía cabreado.

Capítulo 21

POSIBLEMENTE FUESE LA PRIMERA VEz QUE LE VEÍA MOSTRAR AL­GÚN TIPO DE EMOCIÓN. Me preparé para lo que suponía que sería el festival de las broncas.

—Primero y más importante, me alegro de que estés viva y de una pieza —luego su mirada cayó sobre mi cuello y finalmente sobre mis brazos—. Apenas de una pieza.

Me mosqueó, pero logré mantener la boca cerrada.

—Lo que hiciste demostró que no tienes ningún aprecio por tu vida ni por la de los demás…

—¡Tengo aprecio a la vida de los demás!

Aiden me lanzó una mirada de aviso que decía cállate.

—Ir tras un daimon, cualquier daimon, sin entrenamiento ni preparación, es la mayor de las imprudencias y de los comportamientos estúpidos. Con lo que eres, en lo que te convertirás, no puedo resaltarte lo irresponsables que han sido tus ac­ciones… —Marcus continuó, pero yo desconecté en ese momento.

En vez de eso, me pregunté cuánto hacía que Leon sabía lo que era. Lucian dijo que sólo él y Marcus sabían lo que Piperi le dijo a mi madre, pero me vino un recuerdo a la mente. Leon fue el primero en venir en mi defensa cuando me tra­jeron de vuelta al Covenant. ¿Lo había sabido siempre? Miré a mi tío, sin prestar atención a lo que estaba diciendo. Existía la posibilidad de que no hubiesen sido sinceros conmigo sobre quién lo sabía. Demonios, Lucian y Marcus no habían sido sinceros sobre muchas cosas.

—Si no es por Seth, estarías muerta o algo peor. Y tu amigo el Sr. Nicolo ha­bría sufrido el mismo destino.

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