Mestiza (31 page)

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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
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Y entonces me encontré volando, sin que nadie me tocase. Golpeé la pared tan fuerte que el yeso crujió a mi espalda, igual que me pareció que hacían todos los huesos de mi cuerpo. Y ahí me quedé clavada, con los pies colgando a varios me­tros del suelo. El daimon controlaba el elemento aire, algo contra lo que tampoco había aprendido a defenderme.

—Tenéis que aprender a jugar limpio. Los dos —el otro daimon levantó las manos. Tenía acento sureño, suave y profundo. Se acercó hasta donde estaba col­gando y me dio unos golpecitos en el pie. Era el daimon del callejón, el de pelo oscuro que estaba con mamá—. Nos entra hambre, ¿sabes? Y contigo aquí… bueno, nos roe las entrañas. Es como un fuego que tenemos por dentro.

Intenté separarme de la pared, pero no me moví.

—¡Apártate de él!

Me ignoró, dirigiéndose hacia el inmóvil Caleb.

—No somos nuevos daimons, pero tú… nos pones difícil resistirnos a la atrac­ción del éter. Sólo un poquito.

Eso es todo lo queremos —pasó sus dedos por la cara de Caleb—. Pero no podemos. No hasta que vuelva Rachelle.

—No le toques —casi no reconocí mi propia voz.

Me volvió a mirar y movió una mano. Caí al suelo primero con los pies, y lue­go caí sobre las rodillas. Sin pensar en nada más que alejarle de Caleb, corrí hacia él. El daimon de pelo oscuro movió la cabeza y simplemente movió el brazo hacia arriba. Mi cuerpo golpeó la pared, tirando varios cuadros al suelo. Esto.
Esto
no se parecía a los entrenamientos.

Y esta vez no me levanté.

Molesto, se apartó de Caleb. Se acercó a mí y grité, encarándome a él. Me cogió el brazo y luego el otro, haciéndome levantar.

Sin poder usar los brazos, sólo me quedaban las piernas. Aiden siempre había alabado mis patadas, y con eso en mente, apoyé la espalda contra la pared. Usando los brazos del daimon y la pared para apoyarme, levanté las piernas hasta el pecho y di una patada.

Le di justo en el pecho, y por la cara de asombro que puso, no se lo esperaba. Se tambaleó varios metros y yo volví a caer al suelo.

Daniel salió disparado de la cama y metió los dedos entre mi pelo, tirándome de la cabeza hacia atrás. Por un momento, me golpeó una horrible sensación de déjà vu, pero ahora no estaba Aiden para salvarme, no iba a aparecer la caballe­ría. Mientras forcejeaba con Daniel, el daimon de pelo oscuro se dejó caer frente a mí. Con las manos en las rodillas y una sonrisa tranquila en su cara, parecía que iba a hablar del tiempo conmigo. Así de despreocupado estaba.

—¿Qué está pasando aquí?

Daniel me soltó al oír la voz enfadada de mi madre. Me puse en pie, girándo­me hacia ella. No pude evitar la mezcla de miedo y amor que me invadía. Estaba en la puerta, vigilando los daños con ojo crítico. Sólo la vi con la magia. No pude ver su forma real.

Estaba jodida.

—¿Eric? —dirigió su mirada enfadada hacia el moreno.

—Tu hija… no está contenta de cómo son las cosas ahora.

No pude quitarle los ojos de encima mientras pasaba por encima de un trozo de madera rota.

—Más vale que a mi hija no le falte ni un pelo de la cabeza.

Eric miró a Daniel.

—Su pelo está perfectamente bien. Está bien. Y el otro mestizo también.

—Oh. Sí —se volvió hacia Caleb—. Me acuerdo de él. ¿Es tu novio, Lexie? De todas formas, que amable por acompañarte. Estúpido, pero amable.

—Mamá —mi voz se entrecortó.

Se volvió hacia mí con una sonrisa, una sonrisa grande y bonita.

—¿Lexie?

—Por favor… —tragué—. Por favor, deja que Caleb se vaya.

Chasqueó la lengua y movió la cabeza.

—No puedo permitirlo.

Me retorcí por dentro.

—Por favor. Él sólo… por favor.

—Nena, no puedo. Le necesito —estiró un brazo y me echó el pelo hacia atrás como solía hacerlo. Me estremecí y ella frunció el ceño—. Sabía que vendrías. Te conozco. La culpa y el miedo te reconcomerían. Lo que no planeé fue lo de él, pero no estoy enfadada. ¿Ves? Va a quedarse.

—Podrías dejar que se fuera —me tembló la barbilla.

Bajó la mano por mi mejilla.

—No puedo. Va a asegurar que cooperas conmigo. Si haces todo lo que te digo, sobrevivirá. No dejaré que le maten o le conviertan.

No eran tan estúpida como para tener esperanzas. Esto tenía truco, segura­mente uno bien grande y horrible. Se apartó, volviendo su atención hacia los dos daimons.

—¿Qué le habéis contado?

Eric levantó la barbilla.

—Nada.

Mi madre asintió. Su voz era la misma, pero mientras hablaba me di cuenta de que le faltaba lo que la hacía suya. No había dulzura ni emoción en ella. Era dura, plana, no la suya. “Bien.” Volvió a hablarme a mí.

—Quiero que entiendas algo, Lexie. Te quiero mucho, mucho.

Parpadeé, apartándome hacia la pared. Sus palabras dolían más que cualquier golpe físico.

—¿Cómo puedes quererme? Eres un daimon.

—Sigo siendo tu madre —respondió en el mismo tono plano—, y tú aún me quieres. Por eso no me mataste cuando tuviste oportunidad.

Un acto y una verdad de los que ya me arrepentía, pero mirándola ahora sólo podía verla a ella, a mamá. Cerré los ojos, obligándome a ver al daimon, al mons­truo dentro de ella. Cuando abrí los ojos seguía siendo la misma.

Sus labios se torcieron en una sonrisa.

—No puedes volver al Covenant. No puedo permitirlo. Tengo que mantenerte alejada de allí. Permanentemente. Mi mirada se dirigió a Caleb. Daniel se iba acercando poco a poco hacia él.

—¿Por qué? —podía mantenerme en calma siempre y cuando ese bastardo no volviese a tocarlo.

—Tengo que mantenerte alejada del Apollyon.

Parpadeé sin esperarme eso.

—¿Qué?

—Te quitará todo. Tu poder, tus dones… todo. Él es el Primero, Lexie. Lo sepa él o no, te quitará todo para poder convertirse en el Asesino de Dioses. No quedará nada de ti cuando haya acabado. El Consejo lo sabe. No les importa. Sólo quieren al Asesino de Dioses, pero Thanatos no dejará nunca que eso ocurra.

Me aparté, moviendo la cabeza. Mamá estaba completamente loca.

—No les importa lo que vaya a hacerte. No puedo permitirlo. ¿Entiendes? —caminó hacia mí, parándose en frente—. Por eso tengo que hacer esto. Tengo que convertirte en un daimon.

La habitación dio vueltas, y por un momento pensé que iba a desmayarme.

—No tengo otra opción —me cogió la mano, llevándosela hacia donde le latía el corazón. La sostuvo ahí—. Como daimon serás más rápida y más fuerte que ahora. Serás inmune al titanio. Tendrás un gran poder… cuando cumplas dieciocho serás imparable.

—No —aparté la mano—. ¡No!

—No tienes ni idea a qué le estás diciendo «no». Pensaba que antes había vivido, pero es ahora cuando estoy viviendo de verdad —mantuvo su mano libre enfrente de mi cara, moviendo los dedos una y otra vez. Una pequeña chispa salió de sus dedos, y luego tenía la mano entera en llamas.

Me intenté apartar, pero me sujetó la mano con más fuerza.

—Fuego, Lexie. Casi no podía controlar el elemento aire cuando era pura-sangre, pero siendo daimon controlo el
fuego
.

—¡Pero estás matando gente! ¿Cómo puede ser eso bueno?

—Te acostumbras —encogió los hombros quitándole importancia—. Te acos­tumbrarás.

La sangre se me heló en las venas.

—Pareces… pareces una loca.

Me miró sin gracia.

—Ahora dices eso, pero ya verás. El Consejo quiere que todo el mundo crea que los daimons son criaturas desalmadas y malvadas. ¿Por qué? Miedo. Saben que somos mucho más poderosos, y al fnal ganaremos esta guerra. Somos como dioses. No. Somos dioses.

Daniel casi se relamió ante la expectativa mientras me miraba. Sentí cómo las náuseas y el miedo se aferraban mí, y moví la cabeza.

—No. No lo hagas. Por favor.

—Es la única forma —se dio la vuelta, mirándome por encima del hombro—. No me hagas obligarte a hacerlo.

La miré, preguntándome cómo pude haber dudado en el callejón. No había nada en esta cosa delante de mí que fuese mi madre. Nada.

—Estás completamente loca.

Se giró, con una expresión dura.

—Te dije que no me hicieses obligarte. ¡Daniel!

Me aparté de la pared cuando Daniel se echó hacia Caleb, que gimió mientras se le acercaba. Mamá me agarró antes de que pudiese alcanzarlos. El daimon aga­chó la cabeza hacia su brazo.

El terror me desgarró.

—¡No! ¡Para!

Daniel rió un momento antes de clavarle los dientes. Caleb se retorció en la cama, con los ojos idos mientras sus gritos aterrados llenaban la cabaña. Empujé a mi madre, pero no pude abrirme paso. Era fuerte, increíblemente fuerte.

—Eric, ven aquí.

Eric pareció ser más que feliz de obedecer. Sus ojos oscuros brillaron de ham­bre. El miedo y el asco me sobrepasaron, y mis forcejeos se acrecentaron. Mamá me tenía sujeta bien fuerte por la cintura.

—Recuerda lo que te dije, Eric. Mordiscos pequeños, cada hora y no más. Si lucha contra ti, mata al chico. Si cumple, deja al chico en paz.

Me quedé helada.

—¡No! ¡No!

—Lo siento, nena. Esto va a doler, pero si no te pones en su contra, acabará pronto. Es la única opción, Lexie. Nunca podría controlarte de otro modo. Ya verás, Lexie. Al final será lo mejor. Te lo prometo.

Y entonces me tiró sobre Eric.

Capítulo 19

SIMPLEMENTE ESO.

Qué zorra.

Grité y me revolví hacia ella mientras Eric me cogía entre sus brazos.

—¡No les dejes que lo hagan!

Ella levantó la mano.

—Eric.

El daimon me dio la vuelta. Pataleé y amenacé con todos los métodos posibles de muerte y desmembramiento, pero no le paró. El daimon me sonrió mientras yo soltaba todo eso. Entonces apretó los dedos, y en un milisegundo, sus dientes se hundieron en la carne blanda de mi brazo.

Un fuego ardiente me recorrió por dentro. Me aparté tratando de escapar del ardor, pero seguía mis movimientos. Por encima de mis chillidos podía escuchar a Caleb gritando y pidiéndoles que parasen. Ni mamá ni el daimon le hicieron caso. El dolor me recorrió todas las partes de mi cuerpo mientras Eric continuaba drenando. La habitación empezó a inclinarse, y era bastante probable que fuese a desmayarme.

—Sufciente —murmuró.

El daimon levantó la cabeza.

—Está muy rica.

—Es el éter. Tiene más que un puro.

Entonces Eric me soltó, y me caí de rodillas, temblando. No había nada, ab­solutamente nada que fuese como esto. Las sacudidas por la marca me dejaron sin respiración. Luchando por tomar aire, me quedé ahí hasta que el fuego pasó a no ser más que un dolor.

Sólo entonces me di cuenta de que Caleb estaba callado. Levanté la cabeza y le vi mirándome. Tenía los ojos como idos, como si de alguna manera hubiese logrado escapar a otro lugar, dejando el cuerpo o algo. Quise estar donde él.

—Ves, ¿a que no ha sido tan malo? —mamá me cogió de los hombros y me obligó a ponerme contra la pared.

—No me toques —me salió una voz débil y con difcultad.

Me dirigió una sonrisa fría.

—Ya sé que estás triste, pero ya verás. Juntas cambiaremos el mundo.

Daniel volvió al lado de Caleb, pero no se movió. La forma en que Daniel le miraba me hizo pensar que le quería hacer cosas malas a Caleb.

De repente, las palabras del oráculo me vinieron a la mente.

Alguien con un futuro brillante y corto.

Caleb iba a morir. El miedo me hizo ir hacia la cama. ¡Esto no podía estar pa­sando! En un momento, Eric me tuvo sujeta contra la pared. Sus labios aún estaban manchados de sangre, mi sangre. Una vez seguro de que no me volvería a mover, me soltó y se apartó con una media sonrisa.

Asqueada, aparté mi miedo y mi dolor.

—Mamá… por favor, deja que Caleb se vaya. Por favor. Haré lo que sea —y lo decía en serio. De ninguna forma iba a dejar que Caleb muriese en este sitio aban­donado de la mano de los dioses—. Por favor, deja que se vaya.

Me estudió en silencio.

—¿Qué harías?

Mi voz se quebró.

—Lo que sea. Sólo deja que se vaya.

—¿Me prometes que no te enfrentarás a mí ni huirás?

Las palabras del oráculo continuaron resonando una y otra vez, como un ho­rrible cántico. No sé cuánto más podría soportar Caleb. Tenía un color enfermo, blanquecino. ¿Lo que iba a pasar estaba predestinado, no? ¿Los dioses habrían visto esto? Y si decidía no luchar, me convertiría en un daimon.

Tragué con sabor a bilis.

—Sí, lo prometo.

Su mirada corrió entre Caleb y el daimon. Suspiró.

—Él se queda, pero como has hecho una promesa, te haré yo otra. No lo volve­rán a tocar, pero su presencia asegurará que cumplas tu promesa.

Saliendo de su ensimismamiento, Caleb negó con la cabeza nerviosamente, pero volví a asentir. Le quería fuera de aquí, pero por ahora esto era lo mejor que podía hacer. Me senté al otro lado de la cama, con la espalda contra la pared, y los ojos entre Daniel y Caleb. Eric tomó sitio a mi lado. Todo lo que podía hacer era esperar que alguien hubiese empezado a buscarnos ya. Quizá Aiden al final vino a hablarme o a volver a entrenar. Igual alguien había ido a ver a Caleb, y alguien en el Covenant sumó dos y dos. Si no, en un desagradable giro del destino, la próxima vez que viese a Aiden, intentaría matarme.

Y dudaba que él faquease como yo.

Daniel se volvió hacia mí y miró hacia la marca fresca en mi brazo. Yo cerré los ojos y giré la cabeza. Ahora le tocaba el turno a Daniel, y tenía el presentimiento de que iba a hacer que doliese lo máximo posible. Los ojos me ardían mientras me apoyaba contra la pared, deseando poder desaparecer dentro de ella.

Pasó una hora, y mi cuerpo se tensó cuando Daniel se arrodilló y me cogió el otro brazo. Esto estaba mal, muy mal. No había forma de prepararse para esto, y cuando Eric me puso la mano en la boca, Daniel me mordió la muñeca.

Me hundí contra la pared, tambaleándome cuando acabó. Como un reloj, Da­niel y Eric se iban turnando para marcarme. Mamá parloteaba sobre cómo podría­mos acabar con los miembros del Consejo, empezando por Lucian. Entonces nos sentaríamos en los tronos, y hasta los dioses se inclinarían ante nosotros. Cambia­rían las tornas, dijo, y los daimons gobernarían no sólo sobre los pura-sangre, sino también sobre el mundo mortal.

—Tendremos que acabar con el Primero, pero cuando seas un daimon Apollyon serás más fuerte que él —mejor que él.

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