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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (26 page)

BOOK: Mestiza
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Seth caminó lentamente por toda la sala de estar.

—Ahora todo tiene sentido. Por qué… te sentí el primer día. No me extraña que tu madre se fuese de aquí.

Seguramente pensó que podría esconderte de al­guna forma entre los mortales —se giró y miró a Lucian —¿Por qué nos queríais juntar? Ya sabéis lo que pasará.

—No sabemos lo que va a pasar —Lucian le devolvió la mirada—. No ha habido dos de vosotros desde hace más de cuatrocientos años. Las cosas han cambiado desde entonces. Y los dioses también.

Mis ojos fueron de uno a otro.

—Chicos… sé lo que estáis diciendo, pero estáis equivocados. No puede ser que yo sea lo mismo que él. No puede ser.

—¿Entonces cómo explicas lo que ha pasado ahí fuera? —Seth se me quedó mirando.

Respiré profundamente, ignorándole.

—No es posible.

—¿Qué ha pasado? —Lucian pareció tener curiosidad.

Los ojos de Lucian bailaban entre los dos mientras Seth explicaba lo del cor­dón azul y cómo, por unos segundos, escuchamos los pensamientos del otro. No le sorprendió.

—No es nada de lo que tengáis que preocuparos. Lo que habéis experimenta­do es un modo de reconoceros. Por eso te reasigné aquí, Seth. Teníamos que ver si ella era la otra mitad. La posibilidad era una oportunidad demasiado buena como para dejarla escapar. No esperaba que tardaseis tanto en juntaros.

—¿Y merecía la pena arriesgarse? —Seth frunció el ceño—. Si los dioses no sabían lo suyo, ahora sí. Podíais haberlo dejado pasar. ¿Es que su vida no vale nada para vosotros?

Mi padrastro se inclinó hacia delante, encontrándose sus ojos con los de Seth.

—¿Entiendes lo que esto signifca? ¿No sólo para vosotros, sino para los nues­tros? Dos de los vuestros lo cambiará todo, Seth. Sí. Ahora eres poderoso, pero cuando ella cumpla dieciocho vuestro poder será ilimitado.

Eso pareció captar el interés de Seth.

—Pero los dioses… no dejarán que eso ocurra.

Lucian se inclinó hacia atrás.

—Los dioses… no nos hablan desde hace siglos, Seth.


¿Qué?
—gritamos Seth y yo. Eso era algo muy fuerte.

—Han desaparecido ellos solos, y el Consejo no cree que vayan a intervenir en nada. Además, si los dioses tienen curiosidad o están preocupados, ya saben lo de Alexandria. Si el oráculo lo ha visto, entonces los dioses ya lo sabían.
Tienen
que saber de ella.

No creí a Lucian. Ni por un segundo.

—¡No supieron de Solaris!

Los dos me miraron. Las cejas de Lucian formaron una línea.

—¿Cómo sabes lo de Solaris?

—He… He leído sobre ella. Mataron a los dos Apollyons.

Lucian movió la cabeza.

—No conoces toda la historia que hay detrás. El otro Apollyon atacó al Con­sejo y a Solaris la obligaron a pararle. No lo hizo. Por eso ambos fueron ejecutados.

Miré extrañada. El libro no decía nada de eso.

Al final Seth se sentó.

—¿Qué ganáis con esto?

Lucian abrió los ojos de par en par.

—Con vosotros dos podemos eliminar a los daimons sin arriesgar tantas vidas. Podríamos cambiar las reglas, las leyes acerca de los mestizos, los decretos de boda, el Consejo. Todo podría ser posible.

Me dieron ganas de darle un puñetazo en la cara. A Lucian no le importaban los mestizos.

—¿Qué normas del Consejo te gustaría cambiar? —Seth miró la cara de Lucian.

—Estas cosas es mejor discutirlas más tarde, Seth —movió la mano hacia mí, sonriendo con esa sonrisa extraña y asquerosa de nuevo—. Está destinada a ser tu otra mitad.

Seth se giró y me dirigió una larga mirada.

—Podría ser peor, supongo.

Vale, eso me dio cosilla.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Sois como piezas de un puzzle. Encajáis juntos. Tu poder alimentará el suyo… y viceversa —Lucian sonrió—. En serio, es increíble. Eres su otra mitad, Alexandria. Estás destinada a estar con él. Le perteneces.

Sentí que algo me presionaba el pecho.

—Oh. Oh. No.

Seth arrugó la frente.

—No tienes que parecer tan asqueada.

El otro día sentí la necesidad de tocarle. Pensé que era sólo por lo que era, pero ¿podría haber sido por lo que
éramos
? Me estremecí.

—¿Asqueada? ¡Es… repugnante! ¿Os estáis escuchando?

Seth suspiro.

—Ahora estás siendo insultante.

Lo ignoré, le ignoré.

—Yo… no pertenezco a nadie.

Lucian juntó su mirada con la mía, y me sorprendió su intensidad.

—Pues sí.

—¡Eso es una locura!

—Cuando cumpla los dieciocho —Seth torció la boca—, el poder; su poder vendrá hacia mí.

—Sí —Lucian asintió ilusionado—. Una vez pase por la palingenesis, el Des­pertar, a los dieciocho, todo lo que tendrás que hacer es tocarla.

—Entonces… —no tuvo que decir nada. Todos lo sabíamos.

Seth se convertiría en un Asesino de Dioses.

Se volvió hacia Lucian.

—¿Quién lo sabe?

—Lo sabe Marcus, y la madre de Alexandria.

Mi corazón dio un vuelco.

Seth se me quedó mirando, con una expresión ilegible.

—Eso explica por qué se ha acercado tanto al Covenant cuando la mayoría de los daimons no se atreverían, ¿pero por qué? No pueden convertir a un mestizo.

—¿Por qué si no iba a querer un daimon poner sus manos sobre un Apollyon? Incluso ahora, el éter de Alexandria podría alimentarlos durante meses —Lucian me hizo un gesto—. ¿Qué crees que pasará si su madre la tiene después de que pase por la palingenesis?

No podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Creéis que está aquí para hacerle de comida?

Miró hacia arriba.

—¿Por qué si no iba a estar aquí, Alexandria? Por eso es por lo que estaba en contra de que te quedases en el Covenant, y Marcus también. No tenía nada que ver con el tiempo que habías perdido o con tu comportamiento anterior. Había alguna posibilidad de que no pudiésemos atrapar a Rachelle antes de que te graduases. El riesgo de que te encontrases con ella y fallases en tu deber era demasiado grande. No puedo permitir que un daimon le ponga las manos encima a un Apollyon.

—¿Y ahora es diferente? —pregunté.

—Sí —Lucian se puso de pie, poniendo sus manos sobre mis hombros—. Con ella tan cerca, podremos encontrarla. Nunca tendrás que enfrentarte. Es algo bue­no, Alexandria.

—¿Algo bueno? —reí fuertemente y me zafé de sus manos—. Todo esto es muy retorcido… y enfermo.

Seth movió la cabeza hacia mí.

—Álex, no puedes ignorar esto. Ignorar lo que eres. Lo que
ambos
somos…

Puse la mano entre los dos.

—Oh, ni se te ocurra llegar ahí, amigo. ¡No somos nada! ¡Nunca seremos nada! ¿Vale?

Puso los ojos en blanco, aburrido por mis protestas.

Comencé a salir de la habitación.

—En serio, no quiero volver a escuchar nada más de todo esto. Voy a fingir que esta conversación nunca ha sucedido.

—Álex. Para —Seth se dirigió hacia mí.

Le miré.

—¡No me sigas! En serio, Seth. No me importa que me puedas lanzar por el aire. ¡Si me sigues, saltaré desde un maldito puente y te llevaré conmigo!

—Deja que se vaya —Lucian movió la mano de forma elegante—. Necesita tiempo para… aceptar todo esto.

Sorprendentemente, Seth le escuchó. Así que me fui, dando un portazo detrás de mí. Los pensamientos rebotaban en mi cabeza tremendamente caóticos mientras iba hacia la isla. Casi no me di cuenta de que el aire ya no estaba lleno de humo. Alguien se había ocupado del barco en llamas. Los Guardias del puente parecían aburridos cuando me saludaron al pasar.

Algunos minutos después, crucé el campus y la zona arenosa que separaba la facultad y el alojamiento de los visitantes del resto del campus. Bajo ninguna cir­cunstancia podía —o cualquier estudiante, para el caso— vagar alrededor de sus casas, pero necesitaba hablar con alguien —necesitaba a Aiden.

Aiden podría encontrarle sentido a todo esto. Sabría lo que hacer. Como la mayoría de las casas estaban vacías durante el verano, era fácil adivinar cuál era la suya. Sólo una de las cabañas tenía luz dentro. Me paré enfrente de la puerta y dudé. Venir aquí, no sólo iba a meterme a mí en problemas, también a Aiden. Ni siquiera podía imaginarme lo que harían si me viesen en la cabaña de un pura-sangre a estas horas de la noche. Pero le necesitaba, y eso era más importante que las consecuencias.

Aiden respondió unos segundos después, tomándose bastante bien verme al otro lado de su puerta.

—¿Qué pasa?

No era tarde, pero iba vestido como si hubiese estado en la cama. Los pantalo­nes de pijama bajos le quedaban mejor a él que a Lucian. Y la camiseta sin mangas también.

—Necesito hablar contigo.

Me recorrió con la mirada.

—¿Dónde están tus zapatos? ¿Por qué estás llena de arena? Álex, dimelo ya. ¿Qué ha pasado?

Miré atontada hacia abajo —¿mis sandalias?—, estaban perdidas en alguna parte en la isla principal, y nunca volvería a verlas. Suspiré y me retiré unos me­chones de pelo hacia atrás.

—Ya sé que no debería estar aquí, pero no sabía dónde ir.

Aiden acercó sus manos y me cogió los brazos con cariño. Sin decir una pala­bra, me metió en su cabaña.

Capítulo 16

MIENTRAS AIDEN ME LLEVABA HACIA SU SOFÁ Y ME SENTABA, TENÍA UN ASPECTO ENTRE PELIGROSO Y CONSOLADOR AL MISMO TIEMPO.

—Déjame… que te traiga un vaso de agua.

Mi mirada recorrió su sala de estar. No era mucho más grande que mi habi­tación de la residencia, y como la mía, carecía de cualquier tipo de decoración. No había fotos, cuadros, u obras de arte cubriendo las paredes. En vez de eso, había libros y cómics repartidos por la mesita de café, colocados en las múltiples estan­terías y apilados en su pequeño escritorio. No había televisión. Le gustaba leer, probablemente hasta leyese cómics en griego antiguo. Por alguna razón eso me hizo sonreír.

Entonces me fijé en una esquina de la habitación, entre la estantería y el es­critorio. Había una guitarra apoyada contra la pared, y varias púas de colores for­maban una línea en una de las baldas —de todos los colores menos el negro. Lo sabía— esas manos las usaba para algo artístico. Me pregunté si alguna vez con­seguiría que tocase algo para mí. Siempre tuve algo por los chicos que tocaban la guitarra.

—¿Tocas? —señalé la guitarra con la barbilla.

—A veces —me pasó un vaso de agua, y lo vacié antes de que se sentase a mi lado—. ¿Tenías sed?

—Mmmm —me sequé algunas gotas de los labios—. Gracias. ¿Qué pasa con las púas?

Miró la guitarra.

—Las colecciono. Una extraña costumbre mía, supongo.

—Necesitas una negra.

—Supongo —Aiden cogió el vaso y lo puso en la mesa de café, arrugando la frente cuando vio el temblor de mis manos—. Álex, ¿qué ha pasado?

La risa se me atravesó en la garganta.

—Va a parecerte una locura —le eché un vistazo rápido a Aiden, y ver en su cara la preocupación que tenía por mí fue casi mi perdición.

—Álex… me lo puedes contar. No voy a juzgarte.

Me pregunté qué pensaría que había pasado.

Sacó la mano y cogió la mía.

—Confías en mí ¿verdad?

Miré nuestras manos, esos dedos. Estás destinada a estar con él. Esas palabras tuvieron un efecto demoledor en mí. Me solté las manos y me puse de pie.

—Sí. Confiaba en ti. Confío. Sólo es que es una locura.

Aiden se quedó sentado, pero seguía mi paseo errático con los ojos.

—Intenta empezar por el principio.

Asentí, pasándome las manos por el vestido. Empecé con la fiesta. La expre­sión de Aiden se endureció cuando le conté lo que había dicho Cody y se volvió más peligrosa aún cuando le expliqué cómo Seth había acabado con el barco de alguien. Le conté todo, incluso la parte más desagradable con Seth, y cómo éramos «dos mitades» o algo así. Aiden sabía realmente escuchar. No me hizo preguntas, pero sabía que había entendido todo lo que le había soltado.

—Y por eso, no puede ser cierto ¿verdad? Quiero decir, nada de esto es cierto —volví a recorrer toda la sala—. Lucian dijo que por eso mamá se fue. El oráculo le dijo que yo era el segundo Apollyon y tenía miedo de que los dioses… me matasen, supongo —mi risa sonó un tanto estridente.

Aiden se pasó una mano por el pelo.

—Sospeché algo raro cuando Lucian dijo que te quería llevar a su casa. Y cuan­do dijiste que habías visto las marcas de Seth… no puedo creerme que haya estado al lado de alguien tan especial todo este tiempo. ¿Cuándo cumples los dieciocho, Álex?

Me froté las manos nerviosamente.

—El cuatro de marzo —quedaba menos de un año.

Aiden se acarició la barbilla.

—¿Cuándo le hablaste al oráculo, te dijo algo de esto?

—No, sólo me dijo que mataría a los que amo. Nada de esto, pero dijo tantas locuras —tragué saliva, escuchando cómo la sangre recorría mis venas—. Quiero decir, echando la vista atrás, algunas de las cosas que dijo tenían sentido, pero no las entendí.

—¿Cómo ibas a entenderlo? —se acercó, rodeando la mesita de madera—. Ahora sabemos por qué tu madre se arriesgó tanto abandonando la seguridad de la isla. Quería protegerte. La historia de Solaris es realmente trágica, pero se puso en contra del Consejo y los dioses. Eso fue lo que determinó su destino. No lo que estaba escrito sobre ellos en los libros.

—¿Por qué hizo eso Solaris? ¿No sabía lo que iba a pasar?

—Algunos dicen que se enamoró del Primero. Cuando se enfrentó al Consejo, ella lo defendió.

—Es estúpido —puse los ojos en blanco—. Básicamente se suicidó. Eso no es amor.

Aiden esbozo una media sonrisa.

—La gente hace las cosas más estúpidas cuando están enamorados, Álex. Mira lo que hizo tu madre. Es un tipo distinto de amor, pero lo dejó todo porque te que­ría.

—Nunca entendí por qué se fue —mi voz sonó aniñada y frágil—. Ahora lo sé. Se fue para protegerme —saberlo me sentó como la leche cortada—. Sabes, de alguna forma la odiaba por haberme sacado de aquí. Nunca entendí por qué haría algo tan arriesgado y estúpido, pero lo hizo para protegerme.

—Tiene que darte una cierta paz saber el porqué, ¿no?

—¿Paz? No lo sé. Sólo pienso que si no fuese esta especie de cosa extraña, ella seguiría viva.

Mis palabras causaron que un gesto de dolor cruzase su cara.

—No puedes culparte por esto. No voy a permitirlo, Álex. Has llegado muy lejos.

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