Read Mestiza Online

Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (23 page)

BOOK: Mestiza
12.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿De que ella qué? ¿Qué no sea un daimon? —me cogió del brazo, lleván­dome al lado de una de las máquinas recreativas—. Álex, estaba en el grupo de daimons que mataron a la familia de Lea.

Me solté el brazo.

—Caleb, ha venido a Carolina del Norte. ¿Por qué si no iba a venir si no me recordase, si no quisiese verme?

—Podría querer matarte, Álex. Eso para empezar. Ya está muerta.

—¡No lo sabes! Nadie lo sabe.

Levantó la barbilla.

—¿Y si lo hizo?

Mi enfado pasó a ser determinación.

—Entonces la encontraré y la mataré yo misma. Pero conozco a mi madre. Luchará contra lo que se ha convertido.

Caleb se pasó una mano por el pelo y se agarró el cuello por detrás.

—Álex, creo que… \1.

Puse cara de extrañada.

—¿Crees qué?

Su cara cambió a la expresión turbada que siempre tenía cuando veía a Seth. Al darme la vuelta confrmé mis sospechas. Seth estaba mirando desde la puerta, inmediatamente rodeado por sus groupies.

—Sabes, sigues poniendo esa cara cuando está cerca, la gente va a empezar a hablar.

—Lo que digas.

Cambié de tema.

—Por cierto, ¿qué pasa entre Olivia y tú? ¿Has hablado con ella sobre Myrtle?

—No. No hay nada entre ella y yo —Caleb me miró a mí, ahora con una ex­presión de curiosidad—. ¿Y qué pasa entre Seth y tú? Espera, déjame reformular la frase: ¿Qué te pasa a ti con Seth?

Puse los ojos en blanco.

—Es sólo que… no me gusta. Y no cambies de tema.

Hizo una mueca.

—¿Cómo puede no gustarte? Es el Apollyon. Como mestizos estamos obliga­dos a que nos guste. Es el único que puede controlar los elementos.

—Da igual.

—Álex. Mírale —intentó darme la vuelta, pero yo me quedé en el sitio—. Oh, espera. Está mirando hacia aquí.

Le hice retroceder más.

—No viene hacia aquí, ¿verdad?

Sonrió.

—Sí. No. Espera. Elena le ha cortado el paso.

—Oh, gracias a los dioses.

Caleb bajó las cejas.

—¿Pero qué pasa contigo?

—Es extraño y…

Se acercó más.

—¿Y qué? Vamos. Dímelo. Tienes que contármelo. Soy tu mejor amigo. Dime por qué le odias —entrecerró los ojos—. ¿Es porque estás irremediablemente atraí­da hacia él?

Reí.

—Dioses. No. Vas a pensar que la razón real es incluso más disparatada.

—Prueba.

Así que le conté las sospechas de Seth acerca de por qué le habían mandado aquí y sobre los tatuajes, pero omití la parte en la que quería tocarle. Me daba de­masiada vergüenza como para decirlo en voz alta. Se le veía totalmente perplejo… y emocionado. Casi hasta dio un salto.

—¿Los tatuajes eran verdad? ¿Sólo tú puedes verlos?

—Eso parece —suspiré, mirando por encima de mi hombro. Elena estaba as­querosamente cerca de Seth—. No tengo ni idea de lo que signifca, pero Seth no estaba muy contento con ello. ¿La tormenta de antes? ¿La lluvia? Fue él.

—¿Qué? Había oído que algunos puros podían controlar el tiempo, pero nun­ca lo había visto —le echó un ojo—. Wow. Increíble.

—¿Podrías quitarte esa cara de flipado durante dos segundos? Me está po­niendo nerviosa.

Me dio un golpecito en el brazo.

—Vale, tengo que concentrarme —se veía que tenía que esforzarse para no mirar a Seth. No era porque Caleb se sintiese atraído por él. La verdad es que Seth estaba lleno hasta arriba de éter. No podíamos evitarlo.

—¿Por qué iba a tener algo que ver contigo la orden de Lucian?

—Buena pregunta —de repente me vino—. Igual Lucian teme que yo sea un riesgo. Ya sabes, por mi madre. Igual se ha traído a Seth por si hacía alguna locura.

—¿Hacías qué? ¿Dejarla entrar? ¿Hacerle una festa de bienvenida a tu madre? —lo dijo con voz de incredulidad—. Tú no harías eso y creo que ni siquiera Lucian pensaría en ello.

Asentí, pero mi nueva idea comenzaba a ganar peso. Eso explicaría por qué Lucian no quería que volviese al Covenant. En su casa, estaría continuamente vi­gilada, pero aquí podía vagar con libertad. Sólo había un punto débil en esta idea: ¿realmente pensaba Lucian que podría hacer algo tan horrible?

—Seguramente no sea nada —Caleb se mordió el labio—. Quiero decir, ¿qué podría ser? No puede signifcar nada.

—Tiene que signifcar algo. Tengo que averiguarlo.

Caleb se quedó mirándome.

—¿Crees que… te estás concentrando en esto por… por todo lo que ha ocurri­do?

Bueno, claro que sí, pero esa no era la cuestión.

—No.

—Quizá el estrés te está haciendo ver más de lo que hay.

—No estoy viendo más de lo que hay —solté. No parecía estar de acuerdo. Cabreada con él y la conversación, di un vistazo a la sala de entretenimiento. Elena seguía teniendo a Seth acorralado, pero eso no fue lo que llamó mi atención. Jackson estaba en la sala.

Estaba apoyado contra una de las mesas de billar al lado de Cody y otro mes­tizo. Su piel siempre morena parecía extrañamente pálida y parecía no haber dor­mido mucho últimamente. No podía culparle. Aunque no sabía cuál era el estado actual de su relación con Lea, tenía que estar preocupado por ella, triste por lo que les había pasado a sus padres.

Mi mirada pasó a Cody. Por un segundo nuestros ojos se encontraron. No es­peraba una sonrisa ni nada, pero podía haberme atravesado con su mirada gélida y asqueada. Confundida, vi cómo se inclinaba y le decía algo a Jackson.

Respiré temblorosa.

—Creo que están hablando de mí.

—¿Quiénes? —Caleb se dio la vuelta—. Oh. ¿Jackson y Cody? Te estás vol­viendo paranoica.

—¿Crees que… lo saben?

—¿Lo de tu madre? —movió la cabeza—. Saben que es un daimon, pero no creo que sepan que estuvo en Lake Lure.

—Aiden dijo que la gente se enteraría —mi voz se tensó.

Caleb pareció crecer cuando se percató de mi miedo.

—Nadie va a culparte. Nadie va a usarlo contra ti. No pueden, porque no tiene nada que ver contigo.

Asentí, deseando creerle.

—Claro. Supongo que tienes razón.

. . .

Durante la semana siguiente, los susurros crecieron. La gente se me quedaba mirando. La gente hablaba. Al principio, nadie tenía narices de decirme nada direc­tamente, pero los puros… bueno, ellos sabían que no podía tocarlos.

Mientras volvía a la sala de entrenamiento después de comer, me crucé con Cody en el patio. Mantuve la cabeza agachada y pasé a su lado a toda prisa, pero aun así escuché sus palabras.

—No deberías estar aquí.

Levanté la cabeza, pero él ya estaba a medio camino. Me dirigí de nuevo al entrenamiento, con sus palabras repitiéndose una y otra vez. Cuando el entrena­miento estaba llegando a su fn, dije algo.

—¿Crees que hay alguna posibilidad… de que mi madre no haya atacado a esa gente?

Dejó caer la colchoneta y me miró.

—Si no lo hizo, entonces cambiaría lo que sabemos sobre los daimons ¿no?

Asentí, solemne. Los daimons necesitaban drenar éter para sobrevivir. Mamá no sería una excepción.

—Pero pueden… drenar sin matar, ¿verdad?

—Pueden, pero los daimons no suelen ver la razón para no matar. Incluso el convertir a un puro requiere de una cantidad de autocontrol que la mayoría de los daimons no tienen.

No habían convertido a ninguno de los puros de Lake Lure. Los daimons ata­cantes no habían mostrado ningún autocontrol.

—¿Álex?

Miré hacia arriba, y no me sorprendió ver que estaba justo delante de mí. En su cara se leía la preocupación. Forcé una sonrisa.

—Parte de mí espera que siga estando ahí de alguna forma. Que no sea todo maldad, que aún sea mamá.

—Ya lo sé —su voz era suave.

—Esa parte en mí, es muy patética, porque sé; en verdad sé que es mala y tienen que detenerla.

Aiden dio un paso al frente, sus ojos eran cálidos y brillantes. Quería olvidar­me de todo y caer en ellos.

Con cuidado alzó la mano hacia mí, y con esos dedos echó hacia atrás el mechón de pelo que siempre acababa en mi cara. Me estremecí sin poder evitarlo.

—No hay nada malo en la esperanza, Álex.

—¿Pero?

—Pero tienes que saber cuándo dejar la esperanza de lado —pasó las yemas de sus dedos por mi mejilla. Dejó caer las manos y dio un paso atrás, rompiendo la conexión—. ¿Recuerdas por qué dijiste que tenías que estar en el Covenant?

La pregunta me pilló por sorpresa.

—Sí… tenía que luchar contra los daimons. Tengo que hacerlo.

Aiden asintió.

—¿Y sigues necesitándolo? ¿Incluso después de saber que tu madre es una de ellos?

Pensé en ello un momento.

—Sí. Siguen estando ahí fuera, matando. Tienen… que ser detenidos. Sigo necesitándolo aunque mamá sea uno de ellos.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Entonces aún hay esperanza.

—¿Esperanza para qué?

Me rozó al pasar a mi lado, parándose lo suficiente como para darme una mi­rada de complicidad.

—Esperanza para ti.

Le vi marcharse, confundido por sus palabras. ¿Esperanza para mí? ¿Esperan­za en que los chicos olvidarían que mi madre era una daimon que posiblemente haya matado a la familia de una compañera de clase?

Más tarde esa noche, sentí las miradas en la sala común. De vez en cuando me llegaban algunas palabras. Algunos de ellos —puros y mestizos— no creían que se pudiese confiar en mí. No estando mamá tan cerca y siendo tan letal. Era estú­pido. Pero se volvió peor. Ahora le gente se preguntaba por qué nos fuimos hace tres años, y por qué nunca había vuelto al Covenant en ese tiempo. Los rumores empezaban a circular. ¿Mi favorito? Que mamá se había convertido en un daimon mucho antes de aquella horrible noche en Miami. Y había gente que se lo creía.

Pasaron los días y sólo me hablaban unos pocos mestizos. Ningún puro. Seth tampoco ayudaba, y mierda, hacía imposible mantenerse alejada de él. Estaba en todas partes; en el patio después del entrenamiento, cenando con Caleb y Luke. Incluso se pasaba de vez en cuando por el entrenamiento, siempre observando en silencio. Era molesto y daba cosilla.

Cada vez que Seth pasaba, la cara de Aiden tenía una expresión extraña. Me decía a mí misma que era una mezcla de disgusto y protección. A pesar de ello, hoy había pasado todo el entrenamiento sin aparecer Seth, así que no pude continuar examinando esa expresión. Qué pena. Vi cómo Aiden cogía uno de los maniquíes con los que habíamos estado practicando y lo arrastró hasta la pared. Esa cosa pe­saba una tonelada, pero él la movía como si no pesara nada.

—¿Necesitas ayuda? —me ofrecí de todas formas.

Movió la cabeza y lo puso contra la pared.

—Ven aquí.

—¿Qué pasa?

—¿Ves esto? —señaló al pecho del maniquí. Había varias hendiduras en el material carnoso. Cuando asentí, pasó las yemas de sus dedos sobre ellas—. Estas son de tus puñetazos de hoy —en su voz había orgullo, y era mejor que cualquier mirada que le pudiese echar a Seth—. Así de fuerte te has vuelto. Increíble.

Sonreí.

—Wow. Tengo los dedos de la muerte.

Rió suavemente.

—Y esto es de tus patadas —pasó sus manos por la cadera del maniquí. Parte del material se había venido abajo. Y parte de mí tenía envidia del maniquí. Quería que sus dedos me tocasen así—. Hay estudiantes de tu edad que han pasado años entrenando y no pueden infigir esta clase de daños.

—Soy una maestra del kung fu. ¿Entonces qué dices? ¿Estoy lista para jugar con los juguetes de mayores?

Aiden miró a la pared, la que tenía tantas ganas de tocar.

—Puede ser.

La idea de entrenar con los cuchillos me hizo querer hacer un bailecito feliz, pero también me recordó para lo que se usaban los cuchillos.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal?

Sólo parecía un poquito cansado.

—Sí.

—Si… si hubiesen convertido a tus padres, ¿qué habrías hecho?

Aiden hizo una pausa antes de responder.

—Habría ido a cazarlos. Álex, ellos no habrían querido ese tipo de vida, per­der toda la moral y todos sus ideales; matar. No habrían querido eso.

Tragué, con los ojos fjos en la pared.

—Pero ellos… eran tus padres.


Eran
mis padres, pero ya no lo serían desde que se convirtieron —Aiden se puso a mi lado, y sentí sus ojos sobre mí—. En algún momento tenemos que olvidar esa relación. Si no es tu… madre, puede ser cualquier otra persona que conozcas o ames. Si ese día llega, tendrás que afrontar que no son la misma persona que solían ser.

Asentí ausente. Técnicamente Aiden tenía razón, pero al fin y al cabo, sus padres no habían sido convertidos. Les habían matado, así que realmente nunca había pasado por algo así.

En ese momento me apartó de la pared.

—Eres más fuerte de lo que crees, Álex. Ser un centinela es una forma de vida para ti, no sólo la mejor opción como lo es para algunos de los demás.

De nuevo, sus palabras me trajeron una oleada de calor.

—¿Cómo sabes que soy tan fuerte? Por lo que sabes podría estar meciéndome sin parar en mi habitación.

Me miró con una cara extraña, pero movió la cabeza.

—No. Estás siempre… tan viva, incluso cuando estás pasando por algo que podría oscurecer el alma de la mayoría —paró ahí, dándose cuenta de lo que acaba­ba de decir. Se ruborizó—. Da igual, eres increíblemente decidida. Hasta el punto de la tozudez. No pararás hasta que lo consigas. Álex, sabes lo que está bien y lo que no. Me preocupa que seas demasiado fuerte.

Mi corazón se hinchó. Se… se
preocupaba
por mí, y había duda antes de res­ponder a la pregunta sobre sus padres. De alguna forma me hizo sentir mejor sobre mi propio conficto emocional, y sacó un buen argumento. No importa a quién me enfrente ahí fuera, si eran daimons, mi deber era matarlos. Por eso era por lo que me estaba entrenando ahora. De alguna forma, me estaba entrenando para matarla.

Respiré profundamente.

—Sabes… odio cuando tienes razón.

Rió cuando le hice una mueca.

—Pero tú tuviste razón aunque no te dabas cuenta.

—¿Eh?

—¿Cuándo dijiste que no sabía cómo divertirme, el día del Solsticio? Tenías razón. Después de que matasen a mis padres, tuve que crecer muy rápido. Leon dice que mi personalidad se quedó en alguna parte —hizo una pausa, riendo sua­vemente—. Supongo que él también tenía razón.

BOOK: Mestiza
12.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Book of the Dead by Carriger, Gail, Cornell, Paul, Hill, Will, Headley, Maria Dahvana, Bullington, Jesse, Tanzer, Molly
The Hand that Trembles by Eriksson, Kjell
The Memory of Trees by F. G. Cottam
Tracks by Niv Kaplan