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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (17 page)

BOOK: Mestiza
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Miré alrededor a la gente que abarrotaba el enorme salón de la escuela. Era como si todos los Guardias y Centinelas estuviesen allí, de pie bajo las estatuas de las nueve musas. Las nueve olímpicas, hijas de zeus y Mnemosine, o quien fuese con la que se lió. ¿Quién lo sabía a ciencia cierta? El dios se movía bastante.

Los Guardias estaban alineados en todas las esquinas y bloqueaban todas las esquinas, con aspecto pétreo y fero. Los Centinelas estaban en el medio, parecían despiadados y listos para luchar.

No era de extrañar que mis ojos encontrasen a Aiden fnalmente. Estaba entre Kain y Leon. En mi opinión, estos tres parecían ser más peligrosos de entre todos ellos.

Aiden miró hacia arriba, encontrándose sus ojos con los míos. Me hizo un lige­ro saludo con la cabeza, y aunque no dijo nada, sus ojos hablaron por él. Esa única mirada tenía cierta carga de orgullo y cariño. Igual hasta pensaba que yo hacía pa­recer bonito el uniforme de cadete. Empecé a sonreír, pero Caleb me llevó más allá, a la izquierda de los Centinelas donde estaban los estudiantes. Logramos colarnos al lado de la obsesión secreta de Caleb. Olivia. Qué oportuno.

Sonrió.

—Me preguntaba si ibais a lograr llegar.

Caleb dijo algo incoherente mientras sus mejillas se volvían de color rojo. Me di la vuelta de vergüenza ajena y no pude ver cuál fue la respuesta de Olivia. Pobre Caleb.

—Se te ve bien, Álex —susurró Jackson.

Nunca fallaba. El único chico que no quería que me viese siempre lo hacía.

Le miré y forcé una sonrisa.

—Gracias.

Pareció como si realmente se hubiese creído que de verdad apreciaba su cum­plido, pero entonces apareció Lea, y juro que intentaba llevar el uniforme tan ajus­tado como le era físicamente posible. Miré hacia abajo hacia mí misma y me di cuenta de que mis piernas no se veían ni de cerca tan geniales como las suyas. Zzorra.

La vi contonearse pasando al lado de los Guardias y curvando los labios en un beso hacia uno de ellos antes de meterse entre Luke y Jackson. Murmuró algo, pero mi atención ya estaba en otro lado más llamativo que la genialidad de sus piernas.

Sirvientes mestizos se pusieron detrás del personal, quietos y callados. Fila tras fla, las túnicas de un gris apagado y pantalones blancos gastados los hacían prácticamente indistinguibles los unos de los otros. Desde que había vuelto al Covenant sólo había visto a algunos sirvientes aquí y allá. Su trabajo era ser invisi­bles, pasar fácilmente desapercibidos. O quizá era algo arraigado en nosotros —los mestizos libres— ignorar su presencia. Dioses, había tantos de ellos y todos pare­cían iguales: mirada perdida, expresiones ausentes, y el tatuaje de un rudimentario círculo atravesado por una línea marcaba todas sus frentes. Haciendo asegurar visiblemente que todo el mundo sabía su lugar en el sistema de castas. De repente me afectó.

Podría convertirme en uno de ellos
.

Tragándome la aflada punzada de miedo, miré hacia el frente justo a tiempo para ver a mi tío caminar amenazante hasta el centro de la sala y permanecer con las manos unidas a la espalda. No había ni un mechón de pelo marrón fuera de su sitio, y el traje oscuro que llevaba se veía fuera de lugar. Hasta los Instructores que estaban allí iban mejor vestidos que él en comparación, con sus uniformes del Covenant.

Las gruesas puertas de mármol y cristal se abrieron para dar entrada a los Guardias del Consejo. No pude evitar el gritito ahogado que escapó de mis labios. Era una vista impresionante, con sus uniformes blancos y expresiones crueles. En­tonces entraron los miembros del Consejo. De hecho sólo dos salieron de detrás de los Guardias. No tenía ni idea de quién era la mujer, pero inmediatamente reconocí al hombre.

Vestido con ropajes blancos, Lucian no había cambiado ni una pizca desde la última vez que le vi. Su pelo negro azabache seguía siendo ridículamente largo y su cara mostraba tan pocas emociones como la de un daimon. Era innegable que era un hombre guapo —como todos los puros— pero había algo en él que me dejaba un mal sabor de boca.

Su aire de arrogancia le sentaba como un guante. Según se acercaba a Marcus, sus labios se convirtieron en una sonrisa plastifcada. Los dos intercambiaron sa­ludos. Marcus incluso hizo una pequeña reverencia. Gracias a los dioses, nosotros no teníamos que hacer ninguna de esas tonterías. Si fuese así, alguien tendría que forzarme a ponerme de rodillas de una patada.

Lucian era un Patriarca, pero no era un dios. Ni siquiera era de la nobleza. Sólo era un puro con mucho poder. Oh, y prepotencia. No podía olvidar eso. Nunca había podido entender lo que vio mamá en él.

¿Dinero, poder y prestigio?

Suspiré. Nadie era perfecto, ni siquiera ella.

Algunos Guardias más siguieron a Lucian y a la mujer, que me di cuenta que era una Matriarca. Cada uno de los Guardias era idéntico al anterior excepto uno. Él era diferente, muy distinto de todos los mestizos que estábamos aquí.

El aire pareció salir de la sala cuando entró en el edifcio.

Era alto —quizá tan alto como Aiden, pero no podía estar segura. Su pelo ru­bio estaba recogido en una pequeña coleta, mostrando sus rasgos imposiblemente perfectos y complexión de oro. Iba completamente de negro, como los Centinelas. Bajo diferentes circunstancias —unas en las que no me hubiese dado cuenta de lo que era— habría dicho que estaba buenísimo.

—La ostia —murmuró Luke.

Un fino trasfondo de electricidad entró en la habitación, recorrió toda mi piel y luego entró en mí. Me estremecí y di un paso atrás, chocándome con Caleb.

—El Apollyon —dijo alguien detrás de mí. ¿Quizá Lea? No tenía ni idea.

Pues sí, la ostia.

El Apollyon siguió tras Lucian y Marcus, manteniéndose a sufciente distan­cia. No los estaba acosando de cerca, pero podría reaccionar ante cualquier ame­naza que sintiera. Todos miramos, impactados por su mera presencia. De forma inconsciente, di otro paso atrás cuando el pequeño grupo se acercó a nuestro lado. No sé qué es lo que me pasó, pero de repente, tenía ganas de estar lo más lejos po­sible… y necesitaba estar aquí más que nada en este mundo. Bueno… igual no más que nada, pero casi.

No quería mirarle, pero no podía apartar la vista. Mi estómago se encogió cuando nuestras miradas se encontraron. Sus ojos tenían el color más extraño que había visto nunca, y según se iba acercando, me di cuenta de que no era mi imaginación. Sus ojos eran de color ámbar, casi iridiscente.

Mientras continuaba mirándome, ocurrió algo. Empezó como una débil línea formándose en sus brazos, transformándose en un color negro puro según llegaba a sus dedos. Entonces, de repente, la fna línea que cubría el color dorado de su piel cambió y pasó a convertirse en un montón de dibujos serpenteantes. El tatua­je se movía y cambiaba, entrando por su camiseta y extendiéndose por su cuello hasta que intrincados dibujos cubrieron el lado derecho de su cara. Esas marcas signifcaban algo. El qué, no lo sabía. Cuando pasó a nuestro lado, mi respiración se entrecortó.

—¿Estás bien? —Caleb me miró extrañado.

—Sí —me eché el pelo hacia atrás con manos temblorosas—. Él era…

—Está buenísimo —Elena se giró hacia mí, con los ojos danzando de emoción.

—¿Quién iba a saber que el Apollyon sería tan increíblemente maravilloso?

Caleb hizo una mueca.

—Es el Apollyon, Elena. No deberías hablar así de él.

Fruncí el ceño.

—Pero esas marcas…

Elena le lanzó una mirada asesina a Caleb.

—¿Qué marcas? ¿Y qué pasa si digo que está bueno? No creo que le vaya a ofender.

—¿A qué te referes? —me abrí paso a través de Caleb—. ¿No has visto esos… tatuajes? Aparecieron de la nada. ¡Le cubrían todo el cuerpo y la cara!

Elena arrugó la boca mientras me miraba.

—Yo no he visto nada. Igual es que estaba atontada mirando esos labios.

—Y ese culo —añadió Lea.

—Esos brazos —añadió Elena.

—¿Lo decís en serio?— les miré a todos—. ¿No habéis visto ningún tipo de ta­tuaje?

Negaron con la cabeza.

Los chicos, excepto Luke, parecían bastante molestos con el jaleo que estaban montando Lea y Elena. Y yo también. Cabreada, me di justo contra Aiden.

—¡Wow! Perdón.

Levantó las cejas.

—No te vayas muy lejos —eso fue todo lo que dijo.

Caleb me empujó a un lado.

—¿Qué es todo esto?

—Ah, Lucian quiere hablar conmigo o algo así.

Se encogió.

—Eso tiene que ser incómodo.

—Cierto—. Por un momento me olvidé de los tatuajes del Apollyon. Aun queriendo, no podía irme muy lejos. Nuestro grupito consiguió salir fuera durante la puesta de sol. Todo el mundo parecía estar hablando del Apollyon. Nadie se esperaba verlo aquí o sabía cuánto tiempo hacía que era uno de los Guardias de Lucian. Como Lucian se había ido a vivir a la isla principal, alguien debería de ha­ber sabido antes que el Apollyon estaba por aquí. Esa pregunta cambió a otra más interesante todavía.

—El Apollyon suele estar por ahí cazando daimons —Luke apareció sobre la barandilla—. ¿Por qué le habrán reasignado para vigilar a Lucian?

—Igual está pasando algo —los ojos de Caleb se dirigieron de nuevo al edificio—. Algo grande. Quizá han amenazado a Lucian.

—¿Quién? —pregunté extrañada, apoyándome en una de las columnas—. Siempre está rodeado de un montón de Guardias. Ni un solo daimon podría acer­carse a él.

—¿A quién le importa? —Lea se mordió el labio y suspiró—. El Apollyon está aquí y está buenísimo. ¿Acaso tenemos que preocuparnos de algo más?

Le hice una mueca.

—Wow. Algún día serás una excelente Centinela.

Se burló de mí.

—Por lo menos
seré
una Centinela algún día.

La miré con los ojos entrecerrados, pero el no parar de Olivia me acabó ca­breando.

—¿Qué pasa contigo?

Olivia miró hacia arriba, con sus enormes ojos color chocolate.

—Perdón. Es sólo que… estoy muy inquieta —se encogió de hombros y se abrazó la cintura—. No sé cómo podéis decir que está bueno. No me malinterpretéis, pero él es el Apollyon. Todo ese poder da un poco de miedo.

—Todo ese poder es sexy —Lea se echó hacia atrás, cerró los ojos y suspiró—. ¿Puedes imaginar cómo debe ser en…?

Las puertas detrás nuestra se abrieron y Aiden se acercó a mí. En los escalones de abajo alguien hizo un ruidito. Lo ignoré y dejé atrás a mi grupo de enemigos y amigos.

—¿Tan pronto? —pregunté una vez que estaba dentro.

Asintió con la cabeza.

—Supongo que quieren acabar con esto cuanto antes.

—Oh —seguí a Aiden por las escaleras—. Hey, gracias por el uniforme —re­cordar cómo lo cogió para mí me hizo sonreír.

Miró por encima del hombro.

—No fue molestia. Te queda bien.

Levanté las cejas mientras mi corazón daba un vuelco.

Enrojeciendo, Aiden miró a otro lado.

—Quiero decir… que está bien verte con el uniforme.

Mi sonrisa creció hasta límites épicos. Le alcancé y subí las escaleras al lado de su imponente porte.

—Y entonces… ¿el Apollyon?

Aiden pareció forzado.

—No tenía idea de que iba a estar con Lucian. Deben de haberlo reasignado hace no mucho.

—¿Por qué?

Me tocó el brazo.

—Hay cosas que no puedo decirte, Álex.

Normalmente no me habría quejado por eso, pero la forma en que lo dijo, como burlón, me hizo sentir enfadada y rara.

—No es justo.

Aiden no respondió, y subimos unos cuantos pisos en silencio.

—¿Notaste… algo cuando Seth entró?

—¿Seth?

—El Apollyon se llama Seth.

—Oh. Vaya nombre más aburrido. Se tendría que haber llamado de alguna forma más interesante.

Se rió en voz baja.

—¿Cómo se tendría que haber llamado entonces?

Lo pensé un momento.

—No sé. Algo que sonase a griego, o por lo menos, algo guay.

—¿Cómo le habrías llamado tú?

—No sé. Algo guay, por lo menos. Quizá Apolo. ¿Lo pillas? Apolo. Apollyon.

Aiden se rió.

—Bueno, eso ¿notaste algo?

—Sí… fue extraño. Casi como una corriente eléctrica o algo así.

Asintió mientras seguía sonriendo.

—Es su éter. Es muy poderoso.

Nos acercábamos al piso superior y me pasé una mano por la frente. Las esca­leras son una mierda.

—¿Por qué lo preguntas?

—Parecías ida. La primera vez que estás a su lado es un poco inquietante. Te habría avisado si hubiese sabido que iba a estar aquí.

—Pero eso no ha sido lo más inquietante.

—¿Eh?

Tomé aire profundamente.

—Los… tatuajes eran más inquietantes —lo observe atentamente. Su reacción me diría si estaba loca o qué. Aiden se paró completamente.

—¿Qué?

Oh tío, estaba loca.

Bajó un escalón.

—¿Qué tatuajes, Álex?

Tragué al ver la mirada que me lanzaba.

—Creí haber visto como unas marcas en él. Al principio no estaban, pero luego sí. Creo que… veo cosas raras. Aiden exhaló lentamente, con los ojos fijos en mí. Se acercó, arreglándome un mechón de pelo que se había soltado. Su mano rozó mi mejilla, y en ese momento, no había nada más importante que él tocándome. Atontada, le miré.

Demasiado deprisa, dejó caer la mano y sus ojos se encontraron con los míos. Pude ver que había muchas cosas que me quería contar, pero por alguna razón no podía.

—Tenemos que ir. Marcus está esperando. Álex, intenta ser todo lo agradable que puedas, ¿vale?

Continuó subiendo las escaleras, y me apresuré a alcanzarlo.

—Entonces, ¿tuve visiones?

Aiden miró a los Guardias del fondo del pasillo.

—No lo sé. Luego hablamos de ello.

Frustrada, lo seguí hasta el despacho de Marcus. Lucian aún no había llegado, y Marcus estaba sentado tras su enorme mesa antigua. Estaba igual que antes en la sala, pero sin la chaqueta de traje.

—Entra. Siéntate —se acercó a mí.

Caminé sin ganas por el despacho, aliviada de que Aiden no fuese a dejarme sola. No se sentó a mi lado, sino que se quedó junto a la pared en el mismo sitio que estaba la primera vez que me encontré con Marcus.

Todo ese panorama no auguraba nada bueno, pero no tenía mucho tiempo para pensarlo. Aun estando de espaldas a la puerta, supe cuándo el grupo de Lucian se estaba acercando al despacho, pero no era él el que hacía que se me erizase todo el vello de los brazos. En el momento en que el Apollyon entró en la sala con mi padrastro, todo el oxígeno se desvaneció.

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