Microsiervos (46 page)

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Authors: Douglas Coupland

BOOK: Microsiervos
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Karla ha pasado toda la mañana dando masajes a los pliegues flácidos de la piel de mi madre. Me pregunto si ella está ahí. Si es eso con lo que yo... con lo que nosotros hemos vivido durante semanas, nosotros, que ahora miramos a los ojos de mi madre y le decimos: «Hola, ¿hay alguien ahí?», pensando: «Nosotros estamos aquí. ¿Dónde estás tú, mamá? ¿Adónde has ido? ¿Cómo has desaparecido? ¿Cómo te ha robado el mundo? ¿Cómo te has desvanecido?»

Lo cierto es que Karla ha sido la primera en cruzar la frontera entre las palabras y la piel; el habla y la carne.

Karla ha invadido el cuerpo de mi madre. La semana pasada le quitó las Nike, cogió una botella de plástico de aceite mineral del baño, la mezcló con aceite de sésamo y trepó sobre mi madre, situada boca abajo en la cama reclinable alquilada. Le dijo a mi padre que mirara, porque él iba a ser el siguiente, así que miró.

Karla cavó y esculpió en el cuerpo de mi madre, lo estiró como sólo ella sabe hacerlo, llevando sensaciones a su carne, a los romboides, los tríceps, a las articulaciones de las muñecas y a los lugares donde la exploración no provocaba ninguna reacción; Karla, lanzando su fe como un láser en el cuerpo de esta mujer.

La semana pasada fue el principio, la Confusión, cuando todo pareció perdido; la imagen de mi madre en el suelo, paralizada y falta de oxígeno en la piscina municipal de Palo Alto, nos acosaba. Ethan nos recibió en el hospital, su piel tenía el color de la grasa del tocino, con el apéndice de un gota a gota. Dusty y Lindsay también estaban: Dusty contuvo el aliento llena de miedo, apartó la vista de nosotros, después volvió a mirarnos y nos ofreció a Lindsay como consuelo.

Ha habido conversaciones, un pronóstico, folletos explicativos, consejeros, seminarios y expertos.

Algún día, mi madre podría recuperar total o parcialmente las funciones corporales, pero en este momento no tenemos más que las contracciones y el conocimiento de que el miedo se ha encerrado en su cuerpo. Puede abrir y cerrar los ojos, pero no lo bastante como para emitir mensajes como un semáforo. Está llena de cables y artilugios; su exterior parece el interior de un enchufe de teléfono.

¿Cuál es su versión de la historia? Se ha borrado la contraseña para acceder a ella.

Durante la semana pasada, Karla le cogía la mano a mi padre y hacía que tocara a mi madre, diciendo: «Ella está aquí y nunca se ha ido.»

Y fue Karla quien hizo que empezáramos a hablarle, a hablar con mi madre, que tenía unos ojos que parecían los de un pez, inexpresivos, perdidos, y que exigían un acto de fe para dar por supuesto que seguían intactas las ricas dimensiones interiores. Fue Karla quien me hizo mirar esos ojos ausentes y dijo: «Habla con ella, Dan, puede oírte. Cómo es posible que no seas capaz de mirar esos ojos que te quisieron cuando eras un niño y no puedas contarle algo de lo que has hecho hoy. Habla con ella, Dan, dile... que el de hoy ha sido un día como cualquier otro. Hemos trabajado. Hemos programado. Nuestro producto va bien, ¿no es estupendo?»

Y le conté a mi madre todas estas cosas.

Y así lo he hecho a diario, he sostenido la mano que me sostuvo a mí hace tanto, tanto tiempo.

Y Karla guió suavemente a mi padre hasta la cama, diciendo: «Señor Underwood, arremánguese. Señor Underwood, su mujer sigue aquí y nunca lo ha necesitado tanto como ahora.»

Y ahí está Bug, leyendo las tiras cómicas de los domingos a mi madre, esforzándose para que
The Lockhorns
resulten graciosos, diciendo después a su impasible público: «Oh, señora Underwood, entiendo muy bien su reacción. Es como si le leyera las servilletas de cóctel de los años setenta en voz alta. Debo admitir que nunca me ha gustado esta tira», y después pasa a hablar de la política de las agencias que distribuyen las tiras cómicas y de las tiras que no le parecen graciosas:
The Family Circus, Charlie Brown, Ziggy, Garfield
y
Sally Forth
. Se anima más con esas conversaciones que con las nuestras.

Está la imagen de Amy contándole chistes verdes a mi madre mientras Michael intenta reprimir las obscenidades, aunque acabe barrido por ellas; y Michael replicando con chistes sobre Pentium.

Está Susan, lavándole el pelo y cortándoselo mientras dice: «Va a quedar igual que Mary Tyler Moore, señora U. Parecerá una muñeca», mientras le comenta las novedades que ha introducido en la página de Chyx.

Y está Ethan, Ethan, al borde de su propia desaparición, diciendo: «Bien, señora U., quién habría pensado que sería yo quien la cuidaría a usted y no al revés. No me diga que no tiene gracia, porque la tiene, y usted lo sabe. Le cambiaría las vendas, pero no lleva ninguna, lo cual no está nada mal.»

Están Dusty y Todd, haciendo una demostración de estiramientos de piernas, hablando de fisioterapia y de lo que hay que hacer para mantener el tono muscular para el día en que los músculos sean capaces de volver a recibir órdenes.

Y está Abe, que trajo una caja llena de dinero, llena de monedas y ha dicho: «Ha llegado el momento de clasificar el cambio, señora U. No es muy divertido para usted, pero intentaré contarle algo mientras las ordeno... Anda, ¿qué es esto...? Vaya, un peso.»

La semana pasada se produjo un gran cambio. La semana pasada, Karla dijo: «Tienes que ir más lejos, Dan, tienes que cogerla en brazos.»

Miré el cuerpo de mi madre, el cuerpo que hacía tanto tiempo que no abrazaba, y pensé en las familias que han tenido que presenciar cómo uno de sus miembros moría lentamente y que ya se habían dicho todo lo que una persona puede decir a otra, de modo que lo único que les quedaba era sentarse a charlar de banalidades o hablar de lo que ponen en la tele, de modo que cogí a mi madre en brazos y le conté cómo me había ido el día. Hablé de los semáforos del Camino Real, las colas de Fry's, la mala educación de las telefonistas, el tráfico de la 101, el precio de las lonchas de queso en Costco.

Esta tarde, la tarde del día de los días.

Con la sensación de que este reino terrenal es hermoso a pesar de los crueles zarpazos que da la vida, he cogido el CalTrain y el BART y he ido hasta Oakland sólo por salir de casa, sólo para combatir las ganas de huir de todo. A veces se nos olvida que el mundo es un paraíso, y últimamente ha habido muchos motivos para fomentar esta amnesia.

Junto al borde de una carretera, he visto una cinta de casete desenrollada, las líneas marrones brillaban al sol: sonido convertido en luz. He sentido una ráfaga de viento cálido en el andén del BART en Oakland. De repente, he deseado estar en casa, estar con mi familia, mis amigos.

Me ha recibido Michael, que ha abierto la puerta principal de la casa. Me ha hablado de un caso que había visto una vez en las noticias, la historia de un chico con parálisis cerebral al que habían conectado a un ordenador y que lo primero que dijo cuando le preguntaron qué quería hacer fue: «Ser piloto.»

Michael me ha dicho: «Se me ha ocurrido que, a lo mejor, tu madre podría estar unida a un ordenador y tener debajo de la mano un teclado pequeño. Así podría hablar con nosotros. —Entonces ha visto mi cara y ha dicho—: Podría hablar contigo, Dan. He estado leyendo sobre el tema.»

Hemos entrado en la cocina, donde Bug y Amy estaban discutiendo sobre la idea de Bug de que «los humanos no existen como yos individuales reales; mejor dicho, sólo existe la "probabilidad" de que tú seas tú en un momento dado. Mientras estás vivo y sano, la probabilidad es bastante elevada, pero cuando enfermas o envejeces, la probabilidad de ser tú mismo se reduce. La posibilidad de "estar del todo ahí" es cada vez menor. Cuando mueres, la probabilidad de ser "tú" equivale a cero».

Amy me ha visto y ha dicho: «Cierra los ojos ahora mismo. Intenta recordar qué camisa llevas.»

Lo he intentado, pero no he podido recordarlo.

Me ha dicho que, seguramente, me costaría mucho más de lo que pensaba: «El hecho de que la memoria personal sea lo primero en desaparecer es una trampa cruel de la naturaleza. Te acordarás del Alka-Seltzer mucho tiempo después de que hayas olvidado a tus hijos.»

Entonces me ha dicho: «Intenta no pensar que pelas una naranja. Intenta no imaginar el jugo que te chorrea por los dedos, la suave cara interior de la piel. El olor. Inténtalo, pero no podrás. El cerebro no procesa negaciones.»

He salido al jardín de atrás y he mirado el Valle del Silicio, nítido, pero difuminándose bajo una inesperada neblina vespertina traída por el viento del oeste. Karla llevaba un jersey y su aliento, en el aire frío, era como el aire cálido que desprende la piscina. Le he dicho que era siempre en otoño, con la llegada de las cosechas, cuando se declaraban las guerras.

Me ha dicho: «Todos caemos algún día. Todos caemos. Tú has caído, y todos nos ayudamos mutuamente a levantarnos.»

A lo lejos, he visto las montañas Contra Costa, y su silueta era tan difusa que las he confundido con nubes, y Karla me ha secado los ojos con hojas caídas y con el borde de su jersey. Le he contado un anuncio de Lego que vi hace veinte años en la tele... era un castillo amarillo y la cámara subía, subía, subía, y el castillo no se terminaba nunca. Me ha dicho que ella también lo había visto.

Mi padre ha aparecido con Misty, y hemos ido a dar un paseo. Hemos bajado por La Cresta; mi padre llevaba consigo el mando a distancia de la puerta del garaje, y nos hemos dedicado a apretar el botón rojo, intentando abrir aleatoriamente las puertas de desconocidos.

Cuando hemos vuelto a casa, mis amigos rodeaban a mi madre delante de un monitor, y sus caras tenían un tono azul celeste; habían olvidado encender la luz de la cocina. Bug y Abe sostenían el cuerpo de mi madre, sobre una silla de la cocina, mientras Michael le sujetaba los brazos. En la pantalla de un Mac Classic, escritas en letra Helvética de cuerpo 36, aparecían las palabras:

estoy aquí

Mi padre ha acariciado la frente de mi madre y ha dicho: «Nosotros también estamos aquí, cariño. —Ha preguntado—: Michael, ¿puede hablar...?»

Michael ha puesto sus brazos sobre los de mi madre, sus dedos sobre los de ella y la ha ayudado a desplazarlos sobre el teclado. Mi padre ha dicho: «Cariño, ¿nos oyes?»


Le ha dicho: «Cariño, ¿cómo estás? ¿Cómo te encuentras?»

;=)

Michael ha intervenido. Ha dicho: «Señor Underwood, pregunte a su esposa algo cuya respuesta sólo ella y usted conozcan. Así estaré seguro de que no soy yo quien habla.»

Mi padre ha preguntado: «Cariño, ¿cómo me llamabas durante nuestra luna de miel en el monte Hood? ¿Te acuerdas?»

Se ha producido una pausa y ha salido una palabra:

mi reno

Mi padre se ha derrumbado, se ha echado a llorar y ha caído de rodillas a los pies de mi madre, y Michael ha dicho: «Vamos a apretar la tecla de las mayúsculas. Las mayúsculas son más sencillas: pensad en las matrículas de los coches. Ahora, señora U., es usted una matrícula personalizada del Estado de California.»

Ha puesto las mayúsculas y ha reducido el tamaño de las letras. Los dedos han tecleado:

BIP BIP

Mi padre ha dicho: «Dinos cómo te sientes... qué podemos hacer...»

Los dedos han tecleado:

OS SNTO

Me he abierto paso entre el grupo. He dicho: «Mamá, mamá... dime que eres tú. Dime qué era lo que no me gustaba en el bocadillo del colegio...»

Los dedos han tecleado:

MNTQLL KKHUET

¡Dios mío, hablar con quien dábamos por perdida! Karla ha intervenido y ha dicho: «Señora U., ¿le va bien el masaje? ¿Le ayuda?»

Los dedos han tecleado:

MB

M GSTA MI CRPO

Karla ha mirado las palabras, ha vacilado un poco y ha dicho: «Ahora, a mí también me gusta mi cuerpo, señora U.»

Las manos de mi madre, con ayuda, han tecleado:

HIJA MÍA

Karla ha perdido el control de sí misma y se ha echado a llorar, y, bueno, yo también me he echado a llorar. Y después, bueno, todo el mundo, y en el centro estaba mi madre, parte mujer, parte máquina, emitiendo la azulada luz Macintosh.

La alegría ha dado paso a las tonterías que, a su vez, han dado paso al alivio y las copas.

Hemos encendido las luces de la cocina. Amy ha dicho: «¡Es todo tan primer contacto!» Los mensajes perdidos han pasado a ser mensajes recuperados:

MISTY CME DMSDO

DAN CRTTE L PLO

STOY MJR

OS QRO A TDS

Aquí está: mi madre habla como una matrícula... como las letras de una canción de Prince... como una página sin algunas vocales... como una escritura en clave. A lo largo de este último año me he dedicado a jugar con las palabras y ahora... bueno, el juego se ha convertido en la vida real.

Al cabo de una hora, ha aparecido en la pantalla el mensaje
MY KNSDA,
y mi padre ha dicho que lo dejáramos por el momento. Estaba oscuro, y nos iluminaba la chimenea, que Todd había encendido. Ha llegado Amy con un montón de mantas de viaje, linternas y unos cuantos punteros láser del tamaño de un lápiz, que recibimos como regalo las pasadas Navidades y ha dicho: «Michael... Dan... Susan..., que alguien me ayude a sacar el sofá junto a la piscina.»

Lo ha colocado todo en la vieja mesita Broyhill y lo hemos sacado junto a la piscina verdeazulada. Una niebla de un tono gris cobalto cubría el cielo sobre el Valle.

Amy ha encendido uno de los láseres portátiles que Abe nos regaló por Navidad, los que utilizamos para señalar en la pared en las reuniones, y ha cortado el cielo con un rayo fino y rojo. Dusty ha cogido a mi madre y la ha colocado en el sofá, mirando al cielo, y mi padre se ha echado a su lado y la ha arropado con las mantas.

Amy le ha dicho: «Señora U., seguro que siempre se ha preguntado qué hacen los chicos en los fines de semana. Bueno, la verdad es que fuman hierba y van al planetario a ver los espectáculos láser con música de Pink Floyd. Michael, pon la música...»

Un himno de otra era del rock ha llenado el aire, hemos encendido todas nuestras luces y las hemos proyectado hacia el cielo en una caótica sinfonía de líneas y color.

Los doce nos hemos quedado de pie en el patio, en la neblinosa oscuridad de un atardecer de enero: Michael y Amy se han metido vestidos en la brillante piscina azul y han rescatado al limpiador R2D2 de su interminable tarea servil; mi padre, echado junto a mi madre en el sofá, la acunaba en sus brazos mientras miraba nuestros láseres y le colocaba la cabeza de modo que ella también viera los rayos; Ethan, pálido e irascible, comprobaba el estado de las pilas con un cacharrito y discutía con Dusty por alguna menudencia; Lindsay estaba casi dormida, acostada junto a mi madre; Abe saltaba en la cama elástica en medio de la neblina con Susan, Todd, Emmett y la pobre, torpe y gorda Misty; sus cuatro láseres cortaban la atmósfera y se unían al mío, al de Karla, al de mi padre, al de Ethan y al de Dusty.

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