Authors: Douglas Coupland
La verdad es que es una buena pregunta, y me he acordado de que sí, que más o menos me preguntaba adónde te llevarían los agujeros de los dibujos animados si saltabas dentro.
Bug se ha callado y ha apoyado la cabeza sobre las piernas de Susan.
«¿Sabes una cosa, Susi? Habría venido aquí a cambio de nada. Sin sueldo. —Bug ha levantado la vista—. Vaya por Dios, Ethan: no has oído lo que acabo de decir. —Se ha relajado—. Bueno, ya me entendéis. Sólo quería dejar atrás a mi viejo yo y empezar de nuevo. No es una cuestión de dinero. El dinero nunca ha sido lo importante. Casi nunca lo es. No lo ha sido para ninguno de nosotros... ¿no, Ethan? ¿Lo ha sido alguna vez?»
No creo que lo haya sido nunca. Nos hemos quedado quietos y en silencio mientras Bug se tranquilizaba un poco. He puesto un viejo compacto de Bessie Smith, y hemos seguido sentados mientras el alcohol perturbaba nuestros códigos, nuestros pensamientos, nuestras vidas, al menos durante lo que quedaba de oscuridad, hasta que nos reclamara de nuevo el trabajo.
Hoy me ha desvelado una pesadilla y la resaca no me ha dejado dormir luego. Cuidado con esas eurobebidas a capas: ¡están hechas con licores espantosos, repletos de aguijones de abeja!
Todos hemos recibido por el correo electrónico un mensaje de Bug:
«Hola, muchachos. Aquí estoy. Acordaos del instituto, siempre había gente que empezaba a salir con alguien en octavo y todavía ahora sigue saliendo. Conocen toda la secuencia lógica sobre el modo en que se supone que deben suceder las cosas. En la tercera semana, pongamos, tienen una riña y dicen: "Ah, claro, solo es la riña de la tercera semana", y se pasa. Como nunca he salido con nadie, no sé que pasos debe seguir una relación. Tengo que aprender todos los pasos con décadas de retraso, pero quiero hacerlo.
Siento lo de anoche. Me he ido a Napa, a una pensión, a pasar unos dias para pensar un poco en todo. Tiempo libre y todo eso. Asusta, pero es necesario. Vivid y amad. Chao, chicos.»
Según parece, podríamos tener medio arreglado un contrato para distribuir nuestro trabajo: con Maxis, la gente de Sim City. Parece que el pez está mordiendo el anzuelo: Broderbund, Adobe y Alias también han mostrado un cierto interés.
Así que creo que estamos haciendo algo que vale la pena o, mejor dicho, que puede ser rentable. ¡Ay, ay! ¿Estaré perdiendo mi integridad, mi sensibilidad Uno Punto Cero?
He ido en coche con Abe y Ethan por la 101 hasta Electronic Arts en San Mateo, en el bulevar Fashion Island: un amigo al que habíamos conocido en una fiesta
geek
iba a dejarnos probar la versión beta de un juego nuevo y hemos tenido que pasar por ese nudo en trébol que tanto me gusta, el que une la autopista 92 con la 101.
Como la mayoría de los edificios del Valle del Silicio, el de la sede de EA, el complejo Century Two, es estilizado y pulcro, una estética a lo Sony en la que un estilizado objeto con forma de máquina tiene dentro componentes mágicos que fabrican mierda guay. Susan dice que es una estética «masculina». «Si los hombres se salieran con la suya, todos los edificios de la Tierra se parecerían a un Trinitron.»
El aparcamiento de EA era muy raro: todos los coches eran nuevos. Me he sentido como si estuviera en un aparcamiento de El Álamo. En la fuente situada delante, había una gran escultura y unos cuantos juguetes de goma flotando en un agua con olas coronadas de burbujas de lavavajillas Joy.
«Huelo a
nerds»
, ha dicho Abe.
El vestíbulo tenía una vitrina con una pelota de fútbol firmada por John Madden y otra de baloncesto firmada por Michael Jordán, las dos de reglamento.
Hemos jugado con el juego nuevo durante toda la tarde. Casi no tenía fallos y van a entregarlo dentro de unas semanas.
Lo de Fashion Island, por cierto, es genial; está lleno de grandes almacenes enormes, muertos, aislados por la construcción de un acceso nuevo a la autopista.
Después de volver de San Mateo por la 101 he mirado mi contestador de la oficina. Michael dejó el recado de que le telefoneara, así que lo he hecho, aunque estaba sentado en su oficina, a un paso. Daba lo mismo. He oído el mensaje de su contestador superpuesto de cualquier manera a una cásete vieja de
Aprenda a hablar japonés
:
[
Resonante voz berlitziana
:]Japonés fácil
[Turista estadounidense perplejo:]
No encuentro mi equipaje
[Voz de pija japonesa:]
Nimotsu ga mitsukarimasen
[Voz femenina tipo Candice Bergen:]
Mi equipaje está aquí
[Voz viril de primer actor de los Estudios Toho:]
Nimotsu wa, koko desu
[Voz de presentador de concurso:]
¿Hay alguna buena discoteca por aquí cerca?
[Voz masculina tipo
nerd
japonés:]Chikaku ni, ii disco ga arimasu ka?
[Presentador de concurso:]
Tengo retortijones
[Candice:]
Tengo diarrea
[Macho viril:]
Esta máquina de fotos no funciona bien
[Pijita:]
Coliflor
[Presentador de concurso:]
Berenjena
[Candice:]
Melón con jamón
[Tío viril:]
Cóctel de gambas
BIP...
Le he dicho a Todd que marcara el número de Michael y lo ha hecho, y hemos estado de acuerdo en que los mensajes de Michael siempre perturban el Mundo Libre. Debo añadir que Todd, como tantas otras personas de los noventa, establece una equivalencia entre su valía personal y el número de mensajes que encuentra en su contestador automático. Si la luz roja no parpadea... ERES UN PERDEDOR. La relación casi cibernética de Todd con su contestador (y quién soy yo para decir nada: esto se puede aplicar a todos nosotros) parece precursora de un futuro no muy lejano en el cual los seres humanos tendremos como apéndices ranuras, diodos, timbres, zumbadores y campanillas que nos informarán del tiempo y de la temperatura en el archipiélago Kerguelen, y de si Fergie está o no está tomando el té en ese preciso momento.
Todd dice que, por lo menos, con el correo electrónico uno tiene un «sistema de seguridad para perdedores», de modo que si no tienes un mensaje telefónico, por lo menos puedes tener un texto.
En cualquier caso, a los tres minutos ha sonado mi teléfono y era Michael que me preguntaba si podía invitarme a picar algo a final de la tarde, pero su voz era dubitativa, algo muy poco michaeliano. Tartamudeaba y he empezado a ponerme nervioso, igual que cuando pasas por la aduana en la frontera, aunque no estés escondiendo nada. He dicho que sí y me he preparado para lo que, por lo que parecía, sólo podía ser una noticia terrible.
Hemos ido por la 101 hasta Burlingame, conduciendo y conduciendo y conduciendo y conduciendo y conduciendo y me he dado cuenta de que, en el Valle, la fórmula es NO COCHE = NO VIDA. Hemos llegado ni más ni menos que al Hyatt Regency del aeropuerto de SFO, y le he preguntado por qué demonios estábamos allí.
«Daniel, me encanta este edificio. Parece como si fuera la central nuclear más elegante del mundo. Mira el tejado color óxido de cobre, las estructuras centrales como torres y la belleza del emplazamiento junto a la bahía para tener agua con la que enfriar las candentes barras de combustible transuránicas.» Su expresión no ha cambiado durante toda esta oda.
Hemos hablado de los juegos de Electronic Arts pero, en el fondo de mi pensamiento, estaba intentando recordar si había puesto todo mi esfuerzo en
Oop!
Últimamente todo el mundo ha estado haciendo un trabajo muy espectacular —la libertad y la independencia de movimientos del darwinismo intelectual están sacando lo mejor de todos nosotros— y quizá Michael cree que mi trabajo no es tan espectacular como el de los demás. Aunque yo creo que sí lo es. Vamos, no sólo estoy haciendo una estupenda Programación Orientada a Objetos, sino que creo que mi estación espacial va a ser una pasada. No me parecía justo; especialmente, después de que Abe nos hubiera dado liquidez.
Michael estaba recortándose las uñas y metiéndose las medialunas de queratina en el bolsillo de la camisa. Me estaba poniendo PaRAnOIco.
Hemos llegado y nos hemos sentado en el Swift Water Cafe, y Michael ha pedido un trozo de tarta de manzana claramente no bidimensional, exhibiendo ante mí su traición al código alimenticio Flatländer. Parece que, últimamente, lo está abandonando. Es como un alcohólico volviendo a las andadas. Está cambiando.
Y entonces, sin que viniera a cuento, me ha preguntado: «Daniel, ¿parezco vivo?» Me he quedado de piedra. Creo que es la pregunta más rara que me han hecho en la vida.
He contestado: «Qué pregunta más tonta. Es decir, claro que sí, a veces pareces una máquina, pero...»
Ha dicho: «Estoy vivo. Quizá no tenga una vida propia pero, por lo menos, estoy vivo.»
«Hablas como Abe.»
«Antes siempre me preguntaba si las máquinas se sienten solas alguna vez. En una ocasión, tú y yo hablamos de las máquinas, y yo no dije todo lo que tenía que decir. Recuerdo que antes me ponía furioso cuando leía cosas sobre esas fábricas de coches japonesas en las que apagaban las luces para que los robots trabajen en la oscuridad. —Se ha comido la tarta de manzana, ha pedido a la camarera un whisky de malta y ha dicho—: Pero creo que sí, me siento solo. Muy solo. Sí. Solo.»
No he dicho nada.
«O, mejor dicho, me sentía solo.»
Sentía...
«¿Te sentías solo? ¿Hasta cuándo?», he preguntado.
«Estoy...» «¿Qué?»
«Estoy enamorado, Daniel.» Vaya, menuda bomba. (Y gracias a Dios que no me echa a la calle.)
«Pero si eso es genial, Michael. Felicidades. ¿De quién?»
«No lo sé.»
«¿Qué quieres decir con eso de que no lo sabes?»
«Bueno, lo sé y no lo sé. Estoy enamorado de una entidad llamada "Código de Barras". Y no sé quién es él barra ella, qué edad tiene ni nada de nada. Pero estoy enamorado de... eso. La entidad Código de Barras vive en Waterloo, Ontario, Canadá. Creo que es estudiante. Eso es todo lo que sé.»
«Bien, a ver si lo entiendo: te has enamorado de una persona, pero no tienes ni idea de quién es esa persona.»
«Correcto. Anoche, mientras todos hablabais de tatuaros un código de barras, estuvisteis diciendo las palabras "código de barras" una y otra vez, y yo pensé que iba a volverme loco de amor. No podía hacer otra cosa. Y después Bug estuvo tan abierto y tan sincero que pensé que me iba a dar algo y me di cuenta de que las cosas no pueden seguir como hasta ahora.»
Ha llegado el whisky de Michael. Ha agitado el hielo y ha bebido un trago: ha pasado del Robitussin a la droga dura.
«Código de Barras también come comida plana. Y él barra ella ha escrito un producto tipo
Oopf
pero a lo Flatländer, con un inmenso potencial de juego. Código de Barras es mi alma gemela. En este mundo sólo hay una persona para mí y la he encontrado. Código de Barras es mi aliado en este mundo y...»
Ha hecho una pausa y ha echado un vistazo al restaurante.
«A veces, cuando me siento muy solo, la vida parece algo terrible y no quiero estar aquí. En la Tierra, quiero decir. Me gustaría estar... allí. —Ha señalado el sol que entraba por una ventana, el rayo que bajaba, y el cielo sobre la bahía—. El pensar en Código de Barras es lo único que me mantiene atado a la Tierra.»
«Entonces, ¿qué vas a hacer, Michael?»
Ha suspirado y ha mirado a los hombres de negocios del restaurante.
«Pero ¿qué vas a hacer? —le he preguntado de nuevo. Ha levantado la vista y me ha mirado—. ¿Por eso estoy aquí, Michael? ¿Quieres que me meta en esta historia?»
«¿Puedes hacerme un favor, Daniel?»
Lo sabía. «Cuál.»
«Mírame.»
«Te estoy mirando.»
«No, mírame bien.»
Michael se ha puesto bajo la lente del microscopio: gordito; con gafas; mal vestido; camisa de manga corta de tono amarillo factura; piel pálida; pelo muy corto —el estereotipo del
nerd
, algo que ya casi no existe—; parece un joven delineante de la Lockheed durante la era McCarthy. Sin embargo, a pesar del brillo casi cherenkoviano de su inteligencia, podría ser confundido con un tonto o, como diría Ethan, con un tonto de mierda. He dicho: «¿Debería ver algo especial?»
«Mírame bien, Daniel. ¿Cómo puede nadie enamorarse de mí?»
«Esto es ridículo, Michael. El amor no tiene casi nada que ver con el aspecto físico: se trata de una fusión interior.»
«¿Y el aspecto físico no tiene nada que ver? Para ti es fácil decirlo. Yo tengo que trabajar todos los días en nuestro mundo obsesionado por la imagen corporal que parece una producción televisiva de Aaron Spelling. ¿Crees que no me doy cuenta?»
«¿Y qué...? A mí me parece que cuando una persona siente algo, por lo general, existe una alta probabilidad de que la otra sienta lo mismo. De modo que lo del aspecto físico es discutible.»
«Pero, entonces, me ven, ven mi cuerpo, y se acabó todo.»
En cierto modo, estaba perdiendo la paciencia, ¿pero quién soy yo para ir de experto en amor? «Creo que eres alguien a quien se puede querer perfectamente. Nuestra oficina es una parada de monstruos y no sirve de indicativo de lo que es el mundo en general.»
«Hablas como un padre a cuyo hijo acabaran de ponerle un aparato en los dientes.»
«¿Y qué quieres que haga, Michael?»
Ha hecho una pausa, ha mirado a un lado y otro, y después a mí: «Quiero que vayas a Waterloo por mí. Queda con Código de Barras. Ofrécele... a él o ella... un trabajo. Código de Barras es el mejor programador con el que he hablado nunca.»
«¿Y por qué no vas tú, Michael?»
Ha bajado la vista, ha apretado los brazos sobre el pecho y ha dicho: «No puedo... me rechazaría.»
Bueno, si hay algo que sé bien es que Michael no cede jamás.
«Michael, si lo hago, bajo ninguna circunstancia estaré dispuesto a hacerme pasar por ti, ni siquiera durante un microsegundo.»
«¡No! ¡No tendrás que hacerlo! Limítate a decir que yo no he podido ir y tú has ido en mi lugar.»
«¿Y qué pasa si Código de Barras resulta ser un hombre de 48 años que lleva pañales? ¿Un pañal con tirantes?»
«Así es el amor, aunque espero que no sea ése el
caso.»
«¿Cuánto tiempo hace que Código de Barras y tú os comunicáis por correo electrónico?» «Casi un año.»