Authors: Douglas Coupland
Más tarde, nos hemos encontrado con mi padre y, como habíamos terminado ya de jugar, hemos ido todos a Tut's Hut. Estábamos muertos de hambre.
La cocina de Tut's Hut estaba cerrada y hemos tenido que mendigar algo de comida, cualquier tipo de comida; la camarera nos ha traído un vaso de plástico lleno de trozos de frutas utilizadas para adornar platos: piña, guindas al marrasquino y fresas. Le he gastado una broma y le he dicho que, como mi padre era un alcohólico que se pasaba la vida en el bar, había crecido cenando cosas para picar casi todas las noches, pero la camarera ha puesto una cara muy rara, y Karla me ha recordado que es frecuente que la gente se vaya a vivir a Las Vegas para olvidar algo, y ha dejado de venir a nuestra mesa, y mi padre, que estaba sentado dos asientos más allá, se ha sentido violento porque no está acostumbrado a este tipo de bromas.
El Luxor tiene un rayo láser de luz blanca que sale de la punta de la pirámide: nunca había visto nada que llegara tan arriba, ni siquiera sabía que existiera un rayo de luz así. Puro y nítido y, visto desde el suelo, es tan intenso que parece atravesar la atmósfera. Me he puesto a divagar sobre el láser, pero todo el mundo ha pensado que estaba chiflado, y Abe me ha dicho que me callara.
A Ethan le habría gustado el rayo de luz porque toda la pirámide del Luxor se parece a la pirámide del billete de un dólar, de modo que le he enviado una postal. En lugar de recurrir a una falsificación egipcia, el Luxor debería comprender las cosas y adoptar un motivo de la Casa de la Moneda de Estados Unidos.
Todd estaba en el vestíbulo de La Hacienda cuando hemos entrado, hacia las 2.30. Tenía un cubo de plástico lleno de dólares de Kennedy y estaba borracho de tanto beber gratis, pero ya no estaba en plan borde. El ruido del casino era horrendo. Dejaba en ridículo los motores de gasolina de las máquinas que utilizan para soplar las hojas en Palo Alto. Cuando Karla y yo nos dirigíamos hacia el ascensor, Todd se nos ha acercado y nos ha contado su impresión sobre las máquinas tragaperras: «Las máquinas de dólar hacen cunc, cunc, cunc, cunc, cunc; las de 25 centavos, cazunca, zunca, zunca, zunca; las de un centavo, ninc, ninc, ninc, ninc.» Imitaba muy bien las máquinas. Creo que se ha hecho muy amigo de las tragaperras. Hemos alabado su actuación y lo hemos enviado, tambaleándose, a la sala de juego para que perdiera las monedas que le quedaban. Ha dicho: «¡Esta noche hago ejercicio con la parte alta del cuerpo!», y nos ha enseñado cómo flexionaba el bíceps.
Karla se ha quedado dormida enseguida; como a mí siempre me cuesta, he bajado al casino y he jugado con las máquinas como un gilipollas hasta que he perdido 20 dólares en monedas de 25 centavos.
ViernesArenas
relojes robados
alianzas abandonadas
bloques de hormigón enterrados y llenos de billetes de 100 dólares.
Quieres rendirte.
Sujeto a lo aleatorio, admites tu incapacidad para comprender los sistemas lógicos y lineales.
21
escalera de color
tres limones
salsa barbacoa
cubo de plástico
mandos para abrir puertas de garajes
altavoz de graves
antena
tono
La Quinta
tarjeta de visita
Generamos historias para ti porque tú no conservas las tuyas.
Todd se dio el lote anoche con una unidad Lisa de la fiesta de Sony a la que regresó después de gritarnos. Esta mañana ha entrado en tromba en la habitación de Karla y mía y ha confesado, con los ojos llorosos y cargado con una bandeja de cruasanes. Ha sido un mal principio para un día extraño. Estaba enfermo de remordimiento.
Anatole estaba en el cuarto de baño porque había venido a buscar el secador de Karla, de modo que lo ha oído todo a través de la puerta. Todd ha hecho que Anatole, Karla y yo juráramos sobre un montón de Biblias que nunca diríamos nada a Dusty. Anatole ha iniciado una de sus parrafadas de «en Frrangsia...» sobre cómo todos los franceses tienen alguna amante, pero se ha callado al ver lo triste que estaba Todd.
Todd ha pasado todo el día taciturno y silencioso. Al pensar en Dusty y en Lindsay Ruth, que están en casa, me he alegrado de que se sintiera fatal; Todd ha estado negando de tal manera su nueva unidad familiar que tenía que estallar. Por lo menos, no se HA ACOSTADO con una Lisa.
Además, fuera llovía. Llovía. Es raro pensar que Las Vegas pueda tener alguna clase de clima atmosférico, como si fuera un lugar real. Aunque, como todo el mundo está siempre metido en los casinos, supongo que no importa.
En uno de los capítulos de
Dimensión desconocida
, los adultos eran prisioneros de los caprichos de un niño de diez años, Anthony, el cual podía cambiar el mundo sólo con desearlo: podía hacer que la nieve cayera sobre las cosechas, podía borrar a la gente, obligaba a todo el mundo a ver la televisión, que sólo mostraba dinosaurios y dibujos animados. Y lo único que podían decir los demás, para impedir que los borrara, era: «Qué divertido, Anthony, qué divertido.» Un segmento de población de una sola persona.
El CES es una feria comercial como cualquier otra: miles y miles de hombres vestidos con trajes de lana con chapas que dicen cosas como: Doug Duncan, Desarrollo de Producto, MATTEL... o NASA, SIEMENS-NIXDORF, OGILVY & MATHER, UCLA, etcétera. Todo el mundo carga con material de promoción gratuito, como muestras de software, insignias, tazas altas, pins, así como botellas de agua mientras corren de una reunión a otra. El personal de los stands está integrado por miles de esos tipos guaperas que, en el instituto, no pasaban del aprobado alto; ahora venden equipos de música y tienen que lamer el culo a los
nerds
a quienes se habían dedicado a atormentar.
Nosotros, los
oop!
ianos, nos hemos pasado el día entrando y saliendo de distintas reuniones; la mayoría de los temas importantes se trataba en pequeñas salas situadas sobre la planta de la convención. Tienen el mismo aspecto en todos los hoteles: muebles de alquiler con piezas cromadas y cristal, extensiones telefónicas y una fuente de agua refrigerada. Salas llenas de gente con el primer traje bueno de su vida, que envejece ante tus ojos.
Nosotros estábamos allí sólo para charlar y hacer relaciones públicas, ya que nuestra distribución ya está resuelta, y para establecer contacto con la gente que desarrolle los módulos para
Oop!
Cosas normales. También nos hemos presentado en algunos lugares... es una importante cuestión de prestigio saber elegir a quién enseñas tu primera versión de hardware.
Debo decir, sin embargo, que hay algo atemporal en la falsa sinceridad y la buena voluntad sintética de las reuniones, en la jovialidad calculada y el lenguaje corporal simiesco entre el macho dominante y el macho subordinado. Por lo menos, la presencia de Karla, Susan y Amy nos ha salvado de las inevitables bromas sobre bailarinas de striptease. Karla ha comentado que, en las reuniones de marketing de Microsoft, todo el mundo intentaba fingir desenvoltura y fingir que tenía ideas, mientras que, en el CES, todo el mundo intenta fingir sinceridad y fingir que no está desesperado.
Más tarde, durante los raros momentos de tranquilidad, me he dedicado a mirar por las ventanas cómo iban las reuniones de los demás, y la gente se parecía a las personas de las cajas de puros Dutch Master, pero modernizadas. Viejas, pero nuevas... como un teléfono inalámbrico colocado junto a un frutero con manzanas.
Hemos comido un bocado en el vestíbulo situado delante de la sala de Intel para comparar nuestras impresiones acerca de cómo iban desarrollándose las reuniones. El Centro de Convenciones tiene la peor comida de la Tierra servida de un modo absolutamente humillante, indigno y
encuentraunasillasipuedes
. Las personas parecían perros avanzando con dificultad mientras comían porquerías llenas de sodio, enriquecidas con productos derivados y cubiertas de grasa. La comida del Centro de Convenciones es tan perjudicial para el estómago que equivale a cincuenta radiografías del pecho. De hecho, durante el resto del día, la «radiografía del pecho» se ha convertido en nuestro patrón oficial de medida para todo aquello que es seguramente muy nocivo y te acorta la vida, aunque no dejará sentir sus efectos hasta mucho más tarde. Al conocer a alguien horrible, decíamos que era como «diez radiografías del pecho» y que probablemente moriremos tres días antes de lo que habríamos muerto de no haber conocido a esa persona.
Después de la comida, hemos ido a ver la película de Pentium en el cine que Intel ha instalado en el vestíbulo principal. Iba de cómo la interactividad mejorará nuestras vidas en el futuro, y no hemos podido parar de reír recordando todos los chistes sobre Pentium y los decimales que corren por Internet. Y, además, sabíamos que todos los que estaban viendo la película pensaban en lo mismo.
«0,999999985621», he susurrado, y todos se han echado a reír de modo incontrolable y, al final, hemos tenido que marcharnos porque estábamos molestando a demasiada gente con nuestras risitas.
Supongo que si te hacen gracia los chistes sobre el lugar que ocupa una coma es que eres un auténtico
geek
.
Por la tarde, entre dos reuniones, Susan ha pasado la mayor parte del tiempo en el edificio SEGA-Nintendo y ha ido a hacer un reconocimiento del terreno con sus colegas de Chyx al minibar interactivo de Virgin. Ha corrido el rumor de que el supermodelo Fabio estaba firmando autógrafos en otro edificio, de modo que Susan y Karla han salido disparadas para comprobarlo. En efecto, Su Alteza Vellosísima en persona estaba firmando calendarios y libros entre atronadores equipos de música para coches. Susan y Karla han hecho cola durante una hora y, finalmente, las dos han tenido su «momento mágico»: unos fragmentos de conversación íntima sellada con un beso y, lo más importante de todo, con una Polaroid. Susan va a meter la suya en la Red. Le he preguntado a Karla qué le ha dicho y me ha contestado: «Los equipos de música son mi pasión... después de ti.» Qué chistoso.
Todd se ha mosqueado porque Susan y Karla no paraban de comentar los pectorales de Fabio... «Son como cojines de carne... son como filetes de veinte kilos... son como...», a lo que él contestaba: «Ya vale, ¿no?»
Habremos ido, en total, a unas diecisiete reuniones. En el CES, todo el mundo se dedica a soltar, como si nada, el nombre de su hotel. La pertenencia a un hotel concreto es un importante símbolo de categoría en el CES: la gente no ha parado de preguntarnos durante todo el día dónde nos alojábamos. Decían: «Bueno, eh... —(momento tenso)—, ¿y en qué hotel estáis?»
Y nosotros contestábamos como quien no quiere la cosa: «Oh, en el Luxor.»
Los hoteles de Las Vegas se parecen a los juegos de vídeo, porque tanto los juegos como los hoteles recurren al saqueo de las culturas extintas o míticas en busca de un mito comercializable con un buen potencial gráfico: Egipto, Camelot, los piratas. Nos hemos dado cuenta de que sentíamos un poco de lástima por los hoteles que no pueden permitirse recrear con gran lujo de detalles arquetipos míticos o que son tan tontos como para no percibir que la ausencia de un tema los hace indistinguibles de cualquier otro. Es como si los hoteles aburridos fueran incapaces de advertir lo que sucede en el ámbito global de la cultura occidental. Los hoteles de Las Vegas necesitan efectos especiales, atracciones, simuladores,
morfeados...
un hotel actual debe tener sistemas de fantasía o no sobrevive.
Todd ha ido a ver a Siegfred y Roy, y después ha montado el número de enseñarnos a Karla y a mí con muchos aspavientos su programa mientras hacíamos cola para ver una atracción de realidad virtual. Nos ha dejado bastante fríos, por no decir otra cosa. De todos modos, Todd estaba bastante impresionado con Siegfried y Roy en tanto que imponentes ejemplos de cómo la ciencia y la cirugía se combinan en nombre del entretenimiento y los estilos de bronceado. Parecía recordar con melancolía sus días de culturismo, aunque no ha transcurrido ni un año. «Siegfried y Roy son, sin duda, la punta de lanza de un nuevo paradigma del cuerpo humano —ha dicho Todd—. Son hoy el rostro del mañana.»
Y el gran drama del día se ha producido cuando Todd ha sorprendido a sus padres jugando... ¡allí mismo, en la sala del Luxor! Estaban en las máquinas de 25 centavos de videopóquer y aquello sí que ha sido alucinante. Estaban pegados a sus máquinas, daba miedo, eran como esos viejos jubilados que fuman largos cigarrillos marrones y te gritan si creen que estás contaminando el karma de premiabilidad de su máquina. Todd ha corrido hacia ellos y les ha dado un fuerte abrazo; ha sido muy violento pero, al mismo tiempo, demasiado divertido como para perdérselo. Entonces, bueno, han empezado a dar gritos. Todd se ha quedado asustado al ver a sus padres enganchados de un modo tan evidente al mundo «terrenal». Y, quién iba a decirlo, sus padres también están en La Hacienda y lo cierto es que aquello parecía una de esas películas extranjeras que uno alquila y devuelve a medio ver porque son demasiado artificiales para ser verosímiles, y entonces va y entra en acción la vida real, y uno se pregunta si no será que los europeos hace ya tiempo que lo han ligado todo.
Todd ha venido a nuestra habitación y ha refunfuñado durante un rato por lo hipócritas que son sus padres, y he tenido que contenerme para no recordarle que él «pecó» ayer mismo con una Lisa de Sony. Karla se lo ha llevado al Strip a dar un paseo y he tenido un poco de paz por primera vez en todo el día.
He llamado a mi madre desde el hotel durante este período de paz. He apagado las luces y he corrido las cortinas buscando la sensación de privación sensorial. Todo estaba negro y sin sensaciones. En la habitación no había nada más que mi voz y la de mi madre procedente del auricular del teléfono, y me ha recorrido la sensación... la sensación de lo grande que es el don de poder hablar con los demás mientras estamos vivos. Las conversaciones intrascendentes, la voz familiar oída a través del teléfono de una habitación de un hotel de Las Vegas. Era extraño darse cuenta de que, en cierto sentido, no somos más que nuestra voz.
B
ILL
ha estado en la ciudad para lanzar un producto nuevo y resultaba muy raro ver su rostro y oír su voz por las pantallas de la sala de la convención. Era como ser teleportado a la clase de química del instituto. Como un sueño distante. Como un sueño de un sueño. Y la gente tenía los ojos clavados en él y en el menor de sus gestos. Literalmente clavados; miraban su imagen, intentaban descifrar su carisma, y resultaba muy extraño ver a toda aquella gente mirando la imagen de Bill: no escuchaban lo que decía, sino que intentaban imaginar cuál era su... secreto.