Microsiervos (41 page)

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Authors: Douglas Coupland

BOOK: Microsiervos
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«¿Código de Barras sabe quién eres? ¿Lo que eres?»

«No. Ya conoces el chiste: En Internet nadie sabe que eres un perro.» «¡Oh, Dios mío!» «¡Lo harás!»

«Código de Barras podría ser cualquiera, Michael.»

«En mi interior yo ya lo quiero, Daniel. Ya nos hemos unido. Aceptaré lo que el destino me envíe.»

«Pero dime una cosa, ¿cómo puedes hablar con alguien durante casi un año y no saber siquiera su edad o sexo?»

«Bueno, Daniel, eso forma parte de la gracia del asunto.»

De vuelta en la oficina, he salido a dar un paseo con Karla y se lo he contado todo; ha dicho que era lo más romántico que había oído en su vida y me ha besuqueado en mitad de una calle del centro. «Michael es muy valiente por amar tan a ciegas.»

Cuando le he dicho que era un tema privado y que Michael preferiría que Dusty y Susan no supieran nada, ha puesto cara de ligera irritación, pero lo ha entendido. Pueden ser implacables.

Susan me ha enseñado una docena de cajas de «mechones Corta y Peina» que había comprado en la sección de las Barbies en Toys-R-Us. Era horripilante: cabello postizo muerto en una caja rosa. Todas las Chyx van a recibir una muñequera oficial Chyx hecha con cabello liberado y trenzado de Barbie, adornado con un pequeño fragmento de un lingote reticular de silicio que ha diseñado un amigo de Sunnyvale de Emmett. «¿A que mola?» Ya se han puesto en contacto con Susan unas tres mil quinientas Chyxs vía Internet. Parece que lo de Chyx va en serio. Lo cierto es que la CNN ha cambiado el mundo de Susan.

Distorsión temporal: llevo aquí meses. ¿Cuántos? No podría decirlo. Me voy a Waterloo dentro de tres días.

Martes

Iba en coche con mi madre por Menlo Park y, de repente, nos hemos encontrado rodeados por, no sé, algo así como nueve Porsches. Era ridículo. Y mi madre ha dicho: «Cuando tu padre y yo nos vinimos a vivir aquí en 1986 y vi todos estos coches, me dije: "Vaya, cuántos traficantes de droga hay por aquí."»

«Mamá, ¿comprabas drogas para las fiestas de papá con la gente de IBM?»

Es divertido tomarle el pelo a mi madre. Ha sonreído: «Venga, ya sabes que me gusta recortar noticias de los periódicos.»

Esta rápida charla me ha servido para recordar que, aunque los coches que aquí se valoran no son los mismos que en Microsoft, la relación de la gente con ellos no es menos jerárquica y fetichista.

Ethan no sabe nada de mi misión de alcahuete. Cree que voy a Waterloo a negociar la compra de unas subrutinas y tal vez a contratar a un nuevo miembro para nuestro equipo. Ha venido a casa para decirme que me acompañará a Ontario: tiene que hablar con la gente de CorelDraw en Ottawa. Le pagan para que vaya, así que es un rollo muy distinto.

Le he dicho que era una casualidad fortuita, pero Ethan ha contestado que eso no sólo era redundante («casualidad fortuita») sino que, además, él no creía en lo fortuito; supongo que eso es un reconocimiento tácito de religiosidad.

Ethan.

Raro.

Ha dicho que me lo demostraría por la noche.

Después nos hemos enzarzado en una discusión sobre las Facultades de
Nerds
y el final de la era en que la educación se administraba en una «dosis única»; y, naturalmente, eso ha llevado a hacer una lista de universidades que teman la mejor reputación
nerd
.

• Cal-Tec (
nerds
a tope: el Laboratorio de Propulsión Jet está sobre la colina, a la vuelta de la esquina. Corren rumores de que tuvieron que implantar un examen de graduación con sólo dos notas, apto o no apto, porque había demasiados suicidios relacionados con la nota media en la graduación.)

• CMU

• MIT

• Stanford

• Instituto Politécnico Rensselaer (para estudiantes universitarios)

• Waterloo

• UC Berfceley

• Dartmouth

• Brown: «Universidad
nerd
a la última con un buen plan de estudios en informática.»

Hemos ido en coche a Redwood y hemos jugado con los dardos electrónicos de una bodega que hay allí... Karla, Ethan y yo. Ethan y yo hemos crecido en zonas suburbanas (con esos increíbles cuartos de juegos) y somos bastante buenos jugadores de dardos.

Karla nunca había jugado a los dardos antes de esta noche. Teníamos que tirar tres dardos por persona y ronda, pero Ethan ha metido cuatro monedas de 25 centavos y ha marcado cuatro jugadores. Le hemos preguntado el motivo y ha dicho: «Ya veréis.»

Karla ha tirado primero, yo segundo, Ethan tercero y, para la cuarta ronda, hemos hecho lo que Ethan llama la «ronda aleatoria» en la cual, en lugar de tirar cualquiera de nosotros, había que darse la vuelta, beber un sorbo de cerveza, levantar un pie y lanzar el dardo de espaldas... lo más disparatadamente posible. Ministerio de Tonterías.

Ni que decir tiene que la ronda aleatoria ha ganado todos los juegos y siempre por un mínimo de cien puntos. Escalofriante.

Ethan ha dicho que lo aleatorio es una reducción útil para denominar una pauta que supera cuanto pueden concebir nuestras mentes. «Liberarse de lo aleatorio es una de las decisiones más difíciles que puede tomar una persona.»

¡Ethan!

Identidad. Yo me atengo a la teoría Tootsie: si inventas una personalidad convincente en la Red, entonces ERES esa personalidad. Con las poquísimas posibilidades que tenemos hoy en día para adoptar otra identidad personal, el abanico de identidades que te creas en el vacío de la Red, el menú alternativo de "tus", ES en realidad tu tú. O un isótopo de ti. O tina fotocopia de ti.

Otra vez Kinko's: ¡fotocópiate!

Karla ha comentado que, cuando salieron las fotocopiadoras, la gente se fotocopiaba el culo. «Ahora, con los ordenadores, fotocopiamos nuestro mismísimo ser.»

Jueves

Ethan ha viajado en clase
business y yo
en tercera. Si pagara
Oop!
, él iría en la bodega con todos los perros y gatos sedados.

Ethan se ha esfumado en la puerta de embarque del aeropuerto y, una vez en el aire, la cortina azul se ha corrido, y no hemos vuelto a verlo hasta llegar a Canadá. He rascado un rato con ThinkC y así he podido seguir produciendo. ¡Cómo pesan las baterías! Chupan la gravedad. Maman el planeta.

He llegado a la conclusión de que a los
nerds
les encanta cualquier cosa que huela a teleportación: las autopistas; los salones de primera clase d'e los aeropuertos; las habitaciones de hotel con correo de voz, todo lo que borre la distancia y haga invisible el viaje.

¿Por qué las líneas aéreas no toman nota?

Después de aterrizar, mientras estábamos en la cola de inmigración, en Toronto, Ethan me ha preguntado: «Bueno, muchacho, ¿qué tal la vida en la Granja de Huevos?» (refiriéndose al reino miserable, atestado y sofocante de la tercera clase; podemos agradecer a los ordenadores que los aviones vayan siempre repletos). He dicho: «Estupenda, gracias, Ethan. He cogido unos cuantos sobrecitos de sal y pimienta como recuerdo. Te los cambiaré por tu antifaz Reuben Kinkaid.»

«De qué vas, tío.»

En inmigración, Ethan ha sacado el pasaporte y entonces se le han caído a la moqueta, en un revoloteo monetario, un montón de billetes iraquíes que Susan había comprado en una filatelia de San Francisco y escondido en su pasaporte para gastarle una broma.

Ha sido genial.

En realidad, ha sido una reacción retardada tras la vez en que, hace dos meses, Ethan le puso en la silla un flotador hinchable para hemorroides cuando un tío de Motorola que a ella le gustaba vino a vernos. Ethan miró el flotador, después al señor Motorola y dijo: «Pobre Susan. No te puedes ni imaginar lo que duele.»

En Canadá, se han llevado rápidamente a Ethan al cuarto de registro de cavidades, mientras yo me las piraba para coger mi pequeño vuelo a Waterloo. He tenido que fingir que no lo conocía porque no quería visitar EL CUARTO, muchas gracias.

He estado mirando la revista de la línea aérea y, al final, tenía uno de esos mapas en los que aparecen todos los lugares a los que vuela la compañía y aquello parecía un mapa de ciencia ficción sobre el modo en que se propaga un virus de un lugar a otro. Estaba lleno de parábolas de ciudad a ciudad a ciudad a ciudad. Si alguna vez el virus Marburg sufre una mutación y es transportado por el aire, ¡ESTAMOS PERDIDOS!

Canadá: qué país tan, tan frío. En el avión, he visto por debajo de mí la azulada luz de la Luna sobre la blanca nieve; torres, postes, luces y parpadeos; una tierra extensa que debe de estar agitada por electrones. Y se me ha ocurrido que las torres pronto quedarán obsoletas. Todas esas torres sueñan con su defunción.

Desde la ventana del hotel, la vista era asquerosa. Había montones de nieve acumulada de inviernos anteriores. Me ha recordado las muestras que toman taladrando el hielo de la Antártida para datar los gases y pólenes atrapados en épocas pasadas. Aunque el montón de delante de mi ventana tenía dos capas de hollín, una de cacas de perro, otra de hollín, otra de cacas de perro. Dios mío, el invierno es una cutrería. No entiendo por qué los esquimales no se suben a los témpanos de hielo a la deriva de puro aburrimiento. O se van a Florida.

Karla me ha enviado un fax diciendo: SI VIVIERAS AQUÍ YA ESTARÍAS EN CASA. He sentido una tremenda añoranza.

He mirado la CNN. He trabajado en
Oop!

Pensamiento: algún día la palabra «gigabits» parecerá tan pequeña como la palabra «docena».

Sábado

Michael quedó con Código de Barras que se encontraría conmigo en un bar de la asociación de estudiantes.

Código de Barras, ante la posibilidad de una conexión cuerpo a cuerpo, admitió en línea que... era, tal como Michael había adivinado, un/una estudiante; así que, por lo menos, la hipótesis del hombre de 48 años con pañal y tirantes había quedado descartada.

«No estés tan seguro, Daniel —me dijo Michael por teléfono desde California sin un ápice de inquietud en la voz—: Hay estudiantes maduros, ya sabes. Bueno, sólo nos queda esperar que no sea así...»

El bar de estudiantes de Waterloo es mejor que otros que he visto. El Refugio Antiaéreo, todo de negro por dentro, una gran bomba pintada en la pared, una gran pantalla de televisión, videojuegos y billar.

La temperatura exterior era de menos 272 °C, y los estudiantes llevaban ropa gruesa que camuflaba su sexo y los protegía de las tempestades de helio líquido que bajaban de la bahía de Hudson. Pensé en lo mucho que le pegaba a Michael enamorarse de alguien por dentro y no tener ni idea de cómo era por fuera. Permanecí sentado junto a la pared, bebiendo unas cervezas, preguntándome, ante cualquiera que pasaba, si sería... eso.

Empezaba a sentirme solo y triste y a echar de menos a Karla cuando, de repente, desde detrás de mí apareció una mano, me agarró por la garganta y tiró de mí hacia la pared, como un extraterrestre salido de
Aliens. El regreso
. ¡Joder! Terror puro. Era una mano pequeña pero, qué cono, era de acero, y entonces me susurró una voz, una voz de chica: «Dime algo, chaval. Sé quién no eres. Así que dime algo, dame una señal, envíame un código, que yo sepa quién eres.»

Demonios, acababa de conocer a Catwoman... ¡con una muñequera oficial Chyx!

Me quedé con la mente en blanco. Sólo me vinieron a la cabeza unas palabras, la clavé de Michael para nuestra cita:
«Lonchas de queso»
, susurré con mis cuerdas vocales enmarañadas.

La mano se relajó. Vi un brazo desnudo. Vi un tatuaje en forma de código de barras bajo la marca de la vacuna. Y entonces vi a Código de Barras, revelándose por fin, mientras me soltaba, bajaba de la barandilla en la que estaba sentada y se colocaba ante mí. Más menuda que Karla, más musculosa que Dusty y vestida de un modo tan bestial que Susan, a su lado, parecía una dama sureña: un mugriento chaleco largo sobre un grasiento top sin espalda; pantalones muy cortos; botas de empleado de gasolinera; pelo cortado con un cuchillo desafilado del ejército suizo; los ojos llenos de churretes de rímel y nieve fundida... Todo ello bajo una vieja chaqueta tejida a mano tipo canadiense con una trucha tejida delante y detrás. Era pequeña y bien formada, la encarnación natural de todo aquello en lo que Karla, Dusty y Susan estaban intentando convertirse tímidamente. Era la mujer mas agresiva que he visto en mi vida, tan joven y, ademas, QUÉ APLOMO.

Miró a uno y otro lados. Me miró a los ojos. Dijo: «¿Eres amigo de lonchas Kraft?» Me miró entrecerrando un poco los ojos: «¿Estás aquí para hacerme una entrevista? ¿Por qué no ha venido el propio o la propia Kraft en persona?»

«Es, eh... es el propio... y voy a serte sincero desde el principio: estoy aquí porque él creía que no te gustaría si lo vieras.»

Estrelló una botella contra el suelo y me dio un susto de muerte.

«Pero hombre, ¿qué clase de tía se cree que soy?... ¿Cree que me importa una mierda la pinta que tenga? —Pero entonces cambió de actitud y se mostró amable durante un segundo—: ¿Así que es un "él"? ¿Le importa lo que piense de él?»

«"Lonchas Kraft", tal como lo llamas, es muy tozudo. Ya deberías saberlo.»

Se relajó un poco. «A quién se lo dices. Kraft, esa jodida entidad, es de lo más cabeza dura.»

Soltó una risita. «Ella. —Pausa—: Él...»

«¿Quieres decir —de repente, yo estaba empezando a entender— que no sabías quién era él... lo que era? Bueno, siento ser tan brusco, ¿pero tú tampoco lo sabías?»

«No hagas que me sienta como una imbécil. —Cogió una lata vacía de 7-Up, la aplastó contra su rodilla y, después, volvió a mostrarse dulce—. ¿Kraft está... hum... como casado o algo así?»

«No.»

Me di cuenta de que sentía alivio y empezó a ocurrírseme la idea de que Michael no era el único en haberse enamorado de una entidad.

«¿Quieres ver una foto suya, Código de Barras...? ¿Tienes otro nombre?»

«Amy.»

«¿Quieres ver una foto de Michael, Amy?»

Con voz suave: «¿Tienes una?»

«Sí.»

«¿Se llama Michael?» «Sí.»

«¿Tú cómo te llamas?» «Dan.»

«¿Me la enseñas, Dan?»

«Toma.» Me agarró con ansiedad la foto de grupo que nos habíamos hecho durante una barbacoa en casa de mis padres a principios de año. Estábamos los nueve, pero ella distinguió a Michael de inmediato. Creo que llevé a cabo la negociación amorosa más sorprendente de la historia del amor.

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