Misterio del gato desaparecido (13 page)

BOOK: Misterio del gato desaparecido
11.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Sí, y creemos que ellos también lo están —dijo Fatty—. Nos ha intrigado mucho, inspector. Porque, comprenda, nosotros conocemos y queremos a Luke, y nos parece imposible que un muchacho como él hiciera una cosa semejante. Es un poco simple, y siempre tiene miedo de las personas mayores y de lo que puedan hacerle. Y es muy amable, pero el señor Goon y el señor Tupping están convencidos de que ha sido él.

—Bien, yo aconsejaría a Luke que saliera de su escondite y volviera a su trabajo —dijo el inspector—. Y... no veo que necesite decir nada de «dónde» ha estado ni de «quién» le ha escondido. No hay ninguna necesidad.

—Tendrá que volver con su padrastro —dijo Bets—, y oh, inspector Jenks, es un padrastro tan «cruel». Le pegará.

—No, no le pegará —replicó el inspector—. Yo hablaré con él, y veréis cómo le deja tranquilo. Entretanto, yo revisaré este misterio para ver si puedo arrojar alguna luz sobre él. Ahora que os he oído resulta mucho más interesante.

—Es usted un inspector muy «simpático» —le dijo Bets cogiéndole de la mano—. Espero que si alguna vez hago algo malo sea «usted» quien me coja y nadie más que usted.

Todos rieron.

—Yo no creo que tú hagas nunca nada malo, Bets —repuso el inspector, sonriendo a la niña—. Me asombraría mucho que lo hicieras.

—¿Qué le ocurre a «Buster»? —exclamó Fatty en aquel momento.

El perro se había alejado del grupo y estaba ladrando furiosamente en lo alto de la orilla. Entonces hasta sus oídos llegó una voz.

—¡Llamen a este perro! ¡Sujétenlo o daré parte!

—¡Es el viejo Ahuyentador! —susurró Daisy—. ¡Nos ha seguido a pesar de todo! «Buster» debe haberle oído venir y por eso le ha ladrado.

—¡Eh, vosotros! ¡Llamad al perro! —decía la voz furiosa del señor Goon. Fatty subió por la orilla entre los árboles y se detuvo en lo alto, mirando al señor Goon, que estaba fuera de sí.

—¡Eh! Sabía que estabais aquí —dijo el señor Goon—. ¡Sí, y también sé quién está con vosotros!

—Entonces me pregunto por qué no es usted más educado —dijo Fatty en tono suave.

—¡Más educado! ¿Por qué había de serlo? —exclamó el señor Goon—. Ah, os he pescado... amparando a quien ha cometido un delito. Esta vez habéis ido demasiado lejos. Llamad a este perro, y dejad que baje a la orilla y ponga mis manos en quien ya sabéis.

Fatty rió por lo bajo, llamó a «Buster» y le sujetó por el collar, apartándose cortésmente mientras el señor Goon se abría paso entre los arbustos y luego saltaba junto al agua, esperando encontrar a los cuatro niños y el infeliz Luke.

¡Pero ante su horror y asombro a quien encontró fue al inspector! El señor Goon no podía dar crédito a sus ojos. Los tenía bastante saltones, pero ahora parecía como si le fueran a caer al suelo. Se quedó mirando al inspector Jenks sin poder articular palabra.

—Buenas tardes, Goon —le dijo el inspector.

—Bu-bu-bu —comenzó Goon, y luego tragó saliva apresuradamente—. Bu-bu-buenas tardes, inspector. Yo, no esperaba verle aquí.

—Creí haberle oído decir que estaba deseando ponerme las manos encima —dijo el inspector.

Goon volvió a tragar saliva, se aflojó el cuello con el dedo y luego intentó sonreír.

—Qué buen humor gasta, inspector —le dijo con voz temblorosa—. Yo... yo esperaba encontrar a otra persona. Es... es una verdadera sorpresa verle aquí, señor.

—Estos niños me han hecho el honor de consultarme acerca de ese asunto del gato desaparecido —dijo el inspector—. Siéntese, Goon. Me gustaría conocer su versión del caso detalladamente. Supongo que no habrá adelantado gran cosa, ¿verdad?

—Pues verá... tengo muchas pistas, inspector —replicó el señor Goon con ansiedad y con la esperanza de modificar la opinión que de él tenía el inspector—. Y quisiera su consejo ahora que está usted aquí, señor.

Y sacando un sobre blanco de su bolsillo lo abrió, mostrando dos colillas de cigarro, el botón azul, el pedazo de cinta, el caramelo de menta y el cordón de zapato color marrón. El inspector los contempló con asombro.

—¿Y todo esto son pistas? —preguntó al fin.

—Sí, inspector —contestó Goon—. Las encontré en el lugar donde se cometió el robo, inspector. En la misma jaula de los gatos.

—¿De verdad encontró usted todas esas cosas en la jaula de los gatos? —dijo el inspector mirándolo todo como si no pudiera dar crédito a sus ojos—. ¿Y estaba también esta bola de menta, Goon?

—Sí, señor, todo. En mi vida había encontrado tantas pistas juntas, inspector —dijo Goon, satisfecho al ver la sorpresa de su superior.

—Ni yo —fue la respuesta del inspector, quien miró a los cinco niños, que estaban horrorizados al ver que Goon había enseñado las falsas pistas al inspector Jenks. Un brillo picaresco apareció en sus ojos.

—Bien, Goon —dijo el inspector—, hay que felicitarle por haber descubierto tantos indicios. Er... ¿supongo que vosotros habréis descubierto alguna también?

Fatty sacó el sobre en que guardaba los duplicados de las mismas cosas que Goon había encontrado, y comenzó a abrirlo despacio y con gran solemnidad. Bets tenía ganas de reír, pero no se atrevió.

—No sé si usted considerará que son pistas, inspector —dijo Fatty—. Probablemente no. Nosotros tampoco creemos que lo sean.

Y ante el asombro de Goon, Fatty comenzó a sacar del sobre la serie duplicada de todas las pistas que el policía había extraído de su sobre.

Primero salió el caramelo de menta.

—Una bolita de menta —dijo Fatty en tono solemne. Luego siguió la cinta.

—Un pedazo de cinta de sujetar el cabello —dijo Fatty, y Daisy rió por lo bajo.

—Un cordón de zapatos color castaño —prosiguió Fatty. A continuación apareció el botón azul—. Un botón azul y... er... ¡«dos» colillas de cigarro puro!

—¡Dos! —exclamó Goon con desmayo—. ¿Qué es todo esto? Aquí hay algo raro.

—Es bastante curioso, por no decir otra cosa —dijo el inspector—. Estoy seguro de que los niños están de acuerdo conmigo.

Los niños nada dijeron. La verdad es que no sabían qué decir. Incluso Fatty nada dijo, aunque en su interior aplaudía al inspector Jenks por haberlo adivinado todo y no haberles descubierto.

—Bien —dijo el inspector Jenks—, creo que podéis guardar las pistas en los sobres respectivos. No creo que nos ayuden gran cosa, pero ¿tal vez piensa usted lo contrario, Goon?

—No, inspector —replicó el pobre Goon con el rostro rojo de coraje, asombro y contrariedad. Pensar que sus maravillosas pistas eran las mismas que las de los niños... ¿qué significaba aquello? ¡Pobre Goon! La verdad se fue haciendo luz en su cerebro, pero no ocurrió hasta aquella noche cuando estaba ya acostado, y entonces no había remedio, pues comprendió que jamás se atrevería a sacar a relucir el asunto de las pistas mientras el inspector Jenks estuviera de parte de los niños.

—Y ahora, Goon —dijo el inspector en tono natural—, propongo que vayamos en busca de Luke para decirle que salga de su escondite y haga frente a los hechos. No podemos tenerlo escondido semanas y semanas.

Fue la cuarta vez que aquella tarde Goon se quedaba boquiabierto. ¿Ir a buscar a Luke a su escondite? ¿Qué diantre sabría el inspector de todo aquello? Miró a los niños de soslayo. ¡Dichosos entrometidos! Ahora, teniendo al inspector a su lado, no podía aterrorizar a Luke cuando le encontrara, como era su propósito.

—Como usted diga, inspector —dijo, levantándose del suelo pomposamente.

—Vamos —dijo el inspector Jenks a los niños—. Vamos a dedicar unas palabras... unas palabras «cariñosas»... al pobre Luke.

CAPÍTULO XVI
UNA GRAN SORPRESA

El inspector abrió la marcha y subió la colina llevando a Bets colgada de su brazo. Goon iba el último y «Buster», esperanzado, no cesaba de olfatear sus tobillos. El pobre hombre no se atrevió a decirle ni una sola vez: «¡Largo de aquí!», tan apabullado estaba.

Los niños no habían pensado que el inspector se empeñaría en que Luke saliera de su escondite para reintegrarse a su trabajo, y se preguntaban qué diría el pobre Luke de aquello.

Mientras subían la colina, Fatty trató de mantener una animada conversación con el señor Goon, pero el policía se limitó a fruncir el ceño tras las anchas espaldas del inspector Jenks.

—El río es un sitio magnífico para ir de merienda, ¿no le parece, señor Goon? —le preguntó Fatty alegremente—. Quisiera saber por qué no va usted algunas veces en sus días libres. ¿O es que usted no descansa nunca?

Pero el señor Goon por toda respuesta lanzó un gruñido, dirigiendo a Fatty una mirada capaz de pulverizarle, aunque, afortunadamente, no ocurrió así.

—¿No es curioso que nosotros encontrásemos las mismas pistas que usted, señor Goon? —dijo Fatty en el mismo tono inocente. Daisy estalló en carcajadas, y el señor Goon lanzó otro gruñido mientras sus ojos parecían querer salirse aún más de sus órbitas.

—Si dices algo más le va a dar un ataque al corazón o algo por el estilo, Fatty —le dijo Larry en voz baja.

Fatty sonrió y no dijo más, pero observaba a «Buster» con aprobación. El perrito caminaba entre los pies del pobre señor Goon, molestándole continuamente.

—Entren —dijo Pip cuando llegaron a su casa, y todos avanzaron por el sendero del jardín. De pronto Pip se detuvo y miró al inspector.

—¿No cree que debiera adelantarme para decir a Luke que usted le aconseja que salva y vuelva al trabajo? —dijo—. No puede imaginarse lo asustado que está.

—Me parece una buena idea —replicó el inspector Jenks—, pero creo que soy yo quien debe hablar con él. No te preocupes. Sé cómo tratar a los muchachos como Luke.

El señor Goon volvió a gruñir. «Él» sí que sabía tratar a los pillastres como Luke. El inspector era demasiado amable, y siempre daba a la gente una oportunidad. ¡Nunca creía las cosas hasta que pudieran probarse! Vaya, si se veía a la legua que Luke había robado el gato.

Pero Goon no podía decir lo que pensaba, de manera que se sentó en un banco próximo y comenzó a escribir en su librito de notas, haciendo caso omiso de los niños. El inspector Jenks se dirigió con Pip hacia la glorieta, pero Luke no estaba allí.

—Oh, ahí está, mire —exclamó Pip señalando a Luke, que se hallaba trabajando en la huerta—. Dice que no sabe estar sin hacer nada, inspector, y cree que cuidando un poco de la huerta corresponde a nuestra gentileza.

—Un pensamiento muy encomiable, sí, señor —murmuró el inspector contemplando a Luke de pies a cabeza mientras trabajaba. Luego volvióse a Pip.

—Llámale, dile que soy un amigo, y luego déjanos, por favor —le dijo.

—¡Eh, Luke! —gritó Pip—. He venido con un buen amigo nuestro que quiere verte. Ven a hablar con él.

Luke se volvió... viendo al corpulento inspector con su uniforme azul, y se puso pálido. Daba la impresión de haber echado raíces en el suelo.

—Yo no he robado el gato —dijo al fin, mirando fijamente al inspector.

—Bien, ¿y si me lo contaras todo? —dijo el inspector Jenks—. Vamos a sentarnos a la glorieta.

Y cogiendo a Luke de un brazo le condujo a la glorieta donde tantas veces los niños habían cambiado impresiones sobre el misterio de la desaparición de «Reina Morena». Luke estaba temblando y Pip le dirigió una sonrisa confortadora, y luego corrió al jardín para reunirse con los otros que allí estaban reunidos.

El señor Goon levantó los ojos de su librito de notas.

—¡Oh! —exclamó—. De manera que es ahí donde le teníais escondido... en el fondo del jardín, ¿eh? ¿Y «por qué» no me lo dijisteis a mí en vez de acudir al inspector? ¡Siempre procuráis ponerme en ridículo!

—¡Oh, señor Goon! No podríamos hacer semejante cosa —dijo Fatty—. Nunca he pensado en «ponerle» en ridículo. A un policía tan inteligente como «usted».

—Ya tengo suficiente por esta tarde —exclamó el señor Goon en tono amenazador—. ¡Siempre os estáis riendo de mí! Eres un niño muy malo. ¡Ya sé lo que haría contigo si fuera tu padre!

—¿Quiere usted un caramelo de menta, señor Goon? —le dijo Fatty, sacando la bolita de menta del sobre blanco—. Supongo que ya no es necesario que guardemos estas pistas, de manera que podemos comernos los caramelos.

El señor Goon lanzó un gruñido de disgusto, pero no dijo nada más. ¡Era inútil hablar con Fatty! ¡Siempre tenía respuesta para todo! Larry pensó que en la escuela debía resultar una seria carga para sus maestros.

Los niños se preguntaban qué tal le iría a Luke con el inspector. Hacía ya mucho tiempo que estaban juntos, pero al fin oyeron pasos que se acercaban por el camino de grava.

El señor Goon cerró su libreta y se puso en pie. Todos los niños miraron a ver si Luke venía con el simpático inspector.

¡Sí, iba con él, y su aspecto era también alegre! El inspector sonreía como de costumbre y Bets corrió hacia él.

—¿Es que Luke va a salir de su escondite? ¿Qué va a hacer?

—Bien, me complace comunicaros que Luke está de acuerdo conmigo en que lo mejor es que vuelva a su trabajo y no se esconda más —dijo el inspector.

—Pero ¿y su padrastro? —preguntó Daisy, que no podía soportar la idea de que volvieran a pegar a Luke.

—¡Ah! —replicó el inspector—. Tengo que arreglar eso. Tenía intención de hablar con él personalmente, pero el tiempo vuela. —Miró su reloj—. ¡Um!, sí, tengo que regresar. Goon, debe usted ir enseguida al padrastro de Luke y comunicarle que no debe maltratar al chico. También irá usted a hablar con el señor Tupping, quien, según tengo entendido, es el jardinero de la casa vecina, para decirle que Luke ha de volver a trabajar allí, con el permiso de lady Candling, y que deben darle otra oportunidad.

El señor Goon pareció muy sorprendido. Después de haber animado al padrastro de Luke y al señor Tupping para que trataran al muchacho con dureza y severidad, su empresa no le resultaba muy agradable. Fatty miró fijamente al inspector.

«Apuesto a que obliga a Goon a hacer eso para castigarle por haber asustado a un muchacho», pensó Fatty. El inspector Jenks fijó su mirada en el señor Goon.

—¿Ha entendido bien mis órdenes, Goon? —dijo en tono agradable; no obstante, tenía un timbre duro.

El señor Goon apresuróse a asentir.

—Sí, señor. Perfectamente, inspector —replicó—. Ahora mismo iré a ver al padrastro del muchacho. Se llama Brown. Y también hablaré con el señor Tupping.

—Naturalmente que si recibo alguna queja por malos tratos, usted será el responsable, Goon —prosiguió el inspector Jenks—. Pero me imagino que usted cuidará de hacer entender a esos dos hombres que son órdenes mías, y una de sus obligaciones es hacer que se cumplan mis órdenes con todo cuidado. Estoy seguro de que estará de acuerdo conmigo, ¿verdad, Goon?

BOOK: Misterio del gato desaparecido
11.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Perfect Neighbors by Sarah Pekkanen
Undressing Mr. Darcy by Karen Doornebos
Murder Most Austen by Tracy Kiely
The Magician of Hoad by Margaret Mahy
Corridors of Death by Ruth Dudley Edwards