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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (172 page)

BOOK: Musashi
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—Me llamo Miyamoto Musashi, rōnin de Mimasaka e hijo de Munisai, descendiente de la familia Shimmen. He venido a las puertas del castillo cumpliendo con la voluntad del shōgun, expresada en la citación que me envió.

Tadakatsu asintió varias veces, sacudiendo su papada.

—Muchas gracias por las molestias que te has tomado —le dijo, y entonces adoptó un tono de disculpa—: Con respecto a tu nombramiento para un cargo oficial, para el que fuiste recomendado por el sacerdote Takuan y el señor Hōjō de Awa, anoche se produjo un súbito cambio en los planes del shōgun y, como resultado, no serás contratado. Puesto que varios de nosotros no estábamos de acuerdo con esta decisión, el Consejo de Ancianos ha revisado hoy el asunto. De hecho, hemos estado discutiendo hasta ahora. Planteamos la cuestión nuevamente al shōgun, pero lamento decirte que no hemos podido alterar la decisión que tomó.

El funcionario miraba a Musashi con simpatía y por un instante pareció buscar palabras de consuelo.

—En nuestro mundo huidizo —siguió diciendo—, esta clase de cosas suceden continuamente. No debes irritarte por lo que la gente diga de ti. En el terreno de los nombramientos oficiales, a menudo es difícil saber si uno ha sido afortunado o no.

Musashi, todavía inclinado, respondió:

—Sí, señor.

Las palabras de Tadakatsu eran como música en sus oídos. La gratitud brotaba del fondo de su corazón, llenando todo su cuerpo.

—Comprendo la decisión, señor, y te estoy agradecido.

Pronunció estas palabras con toda naturalidad. A Musashi le tenía sin cuidado el prestigio y no había la menor ironía en su actitud. Tenía la sensación de que un ser más grande que el shōgun acababa de concederle un nombramiento mucho más importante que el tutor oficial. Le había sido dispensada la palabra de los dioses.

«Lo ha encajado bien», pensó Tadakatsu, mirando sutilmente a Musashi. Entonces dijo en voz alta:

—Quizá sea presuntuoso por mi parte, pero me han dicho que tienes unos intereses artísticos del todo insólitos en un samurai. Quisiera presentar una muestra de tu obra al shōgun. Responder a los chismorreos maliciosos de la gente ordinaria no es importante. Creo que sería más adecuado para un noble samurai alzarse por encima de la cháchara de la gente y dejar tras de sí un mudo testimonio de la pureza de su corazón. Una obra de arte sería apropiada, ¿no crees?

Mientras Musashi todavía reflexionaba en el significado de estas palabras, Tadakatsu añadió:

—Espero que nos volvamos a ver.

Dicho esto abandonó la estancia.

Musashi alzó la cabeza y se sentó erguido. Tardó un par de minutos en comprender el significado de las palabras de Tadakatsu, esto es, que no había necesidad de responder a los chismorreos maliciosos, pero tenía que dar una prueba de su carácter. Si así lo hacía, su honor quedaría limpio, y los hombres que le habían recomendado no sufrirían ninguna pérdida de prestigio.

Musashi pensó en lo curioso que era que la mayoría de los niños supieran dibujar, así como cantar, pero que olvidaran la manera de hacerlo a medida que crecían. Tal vez la poca sabiduría que aprendían con la edad era inhibitoria. Él mismo no era ninguna excepción. De niño a menudo se dedicaba a dibujar, y era ésta una de sus maneras favoritas de superar la soledad. Pero desde los trece o catorce hasta pasados los veinte, había abandonado el dibujo casi por completo. En el curso de sus viajes, a menudo se había detenido en templos o casas de personajes acaudalados, donde había tenido la oportunidad de ver buenas pinturas, murales o pergaminos colgados en los lugares de honor, lo cual le había producido un vivo interés por el arte.

La sencillez aristocrática y la sutil profundidad de la pintura de unos castaños de Liang-k'ai le había producido una impresión especialmente profunda. Tras ver esa obra en la casa de Kōetsu, había aprovechado todas las oportunidades a su alcance para ver las excepcionales pinturas chinas de la dinastía Sung, las obras de los maestros japoneses Zen del siglo XV y las pinturas de maestros contemporáneos de la escuela Kanō, en especial Kanō Sanraku y Kaihō Yūshō. Naturalmente, tenía sus preferencias. El trazo audaz y viril de Liang-k'ai, desde el punto de vista de un espadachín, le revelaba la prodigiosa fuerza de un gigante. Kaihō Yūshō, posiblemente porque era de origen samurai, había alcanzado en su ancianidad semejante grado de pureza que Musashi lo consideraba un hombre digno de tomarlo como modelo. También le atraían los efectos de luz espontáneos en las obras del sacerdote ermitaño y esteta Shōkadō Shōjō, el cual le gustaba tanto más cuanto que tenía la reputación de ser amigo de Takuan.

La pintura, que parecía un arte muy alejado del camino que él había elegido, difícilmente era apropiada para una persona que no solía pasarse un mes entero en un solo lugar. Sin embargo, de vez en cuando Musashi se dedicaba a la pintura.

Como en el caso de otros adultos que se han olvidado de dibujar, su mente trabajaba, pero no su espíritu. Concentrado en dibujar con habilidad, era incapaz de expresarse naturalmente. Muchas eran las ocasiones en las que había abandonado, sintiéndose desalentado. Luego, más tarde o más temprano, invariablemente algún impulso le movía a empuñar el pincel de nuevo, en secreto. Como sus pinturas le avergonzaban, nunca las enseñaba a los demás, aunque dejaba que inspeccionaran sus esculturas.

Una actitud a la que puso fin en aquel momento. Para conmemorar aquel día decisivo, decidió pintar una obra que pudiera ser mostrada al shōgun o a cualquier otra persona.

Trabajó rápidamente y sin interrupción hasta que terminó. Entonces introdujo el pincel en un jarro de agua y se marchó, sin volver una sola vez la cabeza atrás para ver su obra.

En el patio se volvió para echar un último vistazo al imponente portal, y un interrogante llenó su mente: ¿dónde estaba la gloria, dentro o fuera del pórtico?

Sakai Tadakatsu regresó a la sala de espera y se sentó durante algún tiempo, contemplando la pintura todavía húmeda. Era una representación de la planicie de Musashino. En el centro, muy grande, el sol naciente, el cual, simbolizando la confianza de Musashi en su propia integridad, era bermellón. El resto de la obra había sido ejecutado en tinta para captar la sensación otoñal de la planicie.

«Hemos perdido un tigre que ha vuelto a la naturaleza», se dijo Tadakatsu.

El sonido del cielo

—¿Ya estás de vuelta? —le preguntó Gonnosuke, parpadeando al ver el traje formal rígidamente almidonado de Musashi.

Musashi entró en la casa y tomó asiento. Gonnosuke se arrodilló en el borde de la esterilla de juncos e hizo una reverencia.

—Felicidades —le dijo efusivamente—. ¿Tendrás que empezar a trabajar en seguida?

—El nombramiento ha sido cancelado —dijo Musashi, riendo.

—¿Cancelado? ¿Estás de broma?

—No, y a decir verdad me satisface que haya sido así.

—No te comprendo. ¿Sabes qué ha salido mal?

—No encontré motivos para preguntarlo. Doy gracias a los cielos por el giro que han tomado las cosas.

—Pero parece una pena.

—¿Incluso tú opinas que sólo puedo hallar la gloria dentro de los muros del castillo de Edo?

Gonnosuke no le respondió.

—Durante cierto tiempo abrigué esa ambición. Soñaba en aplicar mi conocimiento de la esgrima al problema de aportar paz y felicidad al pueblo, en hacer del Camino de la Espada el Camino del Gobierno. Pensé que ser funcionario del shōgun me daría ocasión de poner a prueba mi idea.

—Alguien te ha difamado, ¿no es cierto?

—Es posible, pero no pienses más en ello. Y no me interpretes mal. He llegado a saber, sobre todo hoy, que mis ideas son poco más que sueños.

—Eso no es cierto. Yo he tenido la misma idea: el Camino de la Espada y el espíritu del buen gobierno deberían ser una y la misma cosa.

—Me alegro de que estemos de acuerdo. Pero lo cierto es que la verdad del sabio, a solas en su estudio, no siempre coincide con lo que el mundo en general considera cierto.

—Entonces crees que la verdad que tú y yo buscamos no tiene utilidad en el mundo real.

—No, no se trata de eso —dijo Musashi con impaciencia—. Mientras este país exista, por mucho que cambien las cosas, el Camino del Espíritu del hombre valiente nunca dejará de ser útil... Si piensas un poco en el asunto, te darás cuenta de que el Camino del Gobierno no depende sólo del Arte de la Guerra. Un sistema político impecable debe basarse en una mezcla perfecta de las artes militar y literaria. Hacer que el mundo viva en paz es el objetivo último del Camino de la Espada. Por eso he llegado a la conclusión de que mis pensamientos son sólo sueños, y sueños infantiles por cierto. Debo aprender a ser un humilde servidor de dos dioses, uno de la espada y otro de la pluma. Antes de que intente gobernar la nación, he de aprender lo que la nación tiene que enseñarme.

Concluyó con una risa, pero se interrumpió bruscamente y preguntó a Gonnosuke si tenía un tintero o un equipo de escritura.

Cuando terminó de escribir, dobló la carta y dijo a Gonnosuke:

—Lamento molestarte, pero quisiera pedirte que entregues este mensaje en mi nombre.

—¿En la residencia Hōjō?

—Sí. He escrito acerca de mis sentimientos. Saluda efusivamente de mi parte a Takuan y al señor Ujikatsu... Ah, una cosa más. He guardado algo que pertenece a Iori. Te ruego que se lo devuelvas.

Sacó la bolsa que le diera el padre de Iori y la depositó al lado de la carta.

Gonnosuke, sin poder ocultar una expresión de inquietud en su semblante, se le acercó moviéndose sobre las rodillas y le preguntó:

—¿Por qué devuelves ahora esto a Iori?

—Me voy a las montañas.

—Ya sea las montañas o la ciudad, adondequiera que vayas, Iori y yo queremos acompañarte como tus discípulos.

—No me voy para siempre. Mientras esté ausente, quisiera que cuides de Iori, digamos durante los próximos dos o tres años.

—¿Cómo? ¿Vas a retirarte?

Musashi se rió, descruzó las piernas y se inclinó hacia atrás, apoyándose en los brazos.

—Soy demasiado joven para eso. No abandono mi gran esperanza. Todo sigue delante de mí: deseos, ilusiones, todo... Existe una canción..., no sé quién la escribió, pero dice así:

Mientras anhelo llegar

a la espesura de las montañas,

me veo arrastrado contra mi voluntad

a los lugares

donde la gente reside.

Gonnosuke inclinó la cabeza y escuchó. Entonces se puso en pie y se guardó la carta y la bolsa en el interior del kimono.

—Será mejor que me vaya —dijo en voz baja—. Está oscureciendo.

—De acuerdo. Por favor, devuelve el caballo y dile al señor Ujikatsu que, como las ropas se han ensuciado durante el viaje, me las quedaré.

—Sí, desde luego.

—No creo que fuese discreto por mi parte regresar a la casa del señor Ujikatsu. La cancelación del nombramiento debe significar que el shogunado me considera como indigno de confianza o sospechoso. Si el señor Ujikatsu se relacionara más estrechamente conmigo, podría verse en dificultades. No le escribo eso en la carta, por lo que quiero que se lo expliques tú. Dile que confío en que no se ofenda.

—Comprendo. Estaré de regreso antes de la mañana.

El sol se ponía rápidamente. Gonnosuke cogió el caballo por el bocado y condujo al animal a lo largo del sendero. Puesto que había sido prestado a Musashi, la idea de montarlo no le pasó por la cabeza.

Cerca de dos horas después llegó a Ushigome. Los hombres estaban sentados sin hacer nada, preguntándose qué le había ocurrido a Musashi. Gonnosuke se reunió con ellos y entregó la carta a Takuan.

Un oficial ya les había visitado para informarles sobre los aspectos desfavorables del carácter de Musashi y sus pasadas actividades. Entre todos los puntos en su contra, el peor era que tenía un enemigo que le había jurado venganza. Según los rumores, Musashi no tenía razón.

Tras la marcha del oficial, Shinzō habló con su padre y Takuan de la visita de Osugi.

—Incluso intentó vender aquí su mercancía —comentó el joven, refiriéndose a las difamaciones que la anciana extendía sobre Musashi.

Una cosa que no tenía explicación era por qué la gente aceptaba lo que les decían sin ponerlo en tela de juicio. No sólo las personas ordinarias —mujeres que chismorreaban alrededor del pozo o trabajadores que bebían en humildes casas de sake— sino hombres lo bastante inteligentes para separar los hechos de las invenciones. Los ministros del shōgun habían discutido el asunto durante largas horas, pero incluso ellos habían terminado por dar crédito a las calumnias de Osugi.

Takuan y los demás habían esperado hasta cierto punto que la carta de Musashi expresara su descontento, pero lo cierto era que decía muy poco más allá de exponer sus motivos para marcharse. Empezaba diciendo que había pedido a Gonnosuke que les dijera cómo se sentía. Seguía la canción que le había cantado a Gonnosuke. La breve misiva terminaba diciendo: «Cediendo a mi crónica pasión de viajar, emprendo otro viaje sin rumbo. En esta ocasión os ofrezco el siguiente poema, que quizá os divierta:

Si el universo

es realmente mi jardín,

cuando lo miro,

estoy en la salida de

la casa llamada el Mundo Flotante».

Aunque Ujikatsu y Shinzō se sentían profundamente conmovidos por la consideración de Musashi, el primero dijo:

—Es demasiado modesto. Quisiera verle una sola vez más antes de que se vaya. Takuan, dudo de que venga si enviamos a buscarle, así que vayamos nosotros en su busca. —Se puso en pie, dispuesto a partir de inmediato.

—¿Puedes esperar un momento, señor? —inquirió Gonnosuke—. Me gustaría ir contigo, pero Musashi me pidió que le diera algo a Iori. ¿Te importaría pedir que le hagan venir?

Cuando entró Iori, preguntó:

—¿Me llamabas? —Su mirada se fijó de inmediato en la bolsa que sostenía Gonnosuke.

—Musashi me ha dicho que cuides bien de esto, ya que es la única reliquia que tienes de tu padre. —Entonces le explicó que los dos estarían juntos hasta el regreso de Musashi.

Iori no podía ocultar su decepción, pero no quería parecer débil y asintió sin entusiasmo.

Interrogado por Takuan, Iori contó todo lo que sabía de sus padres. Cuando finalizaron las preguntas, comentó:

—Una cosa que no sabré jamás es lo que ha sido de mi hermana. Mi padre no hablaba mucho de ella, y mi madre murió sin decirme nada que recuerde. Desconozco su paradero, así como si está viva o muerta.

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