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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

Nadie te encontrará (35 page)

BOOK: Nadie te encontrará
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—Me he pasado todos los fines de semana de este último mes enseñando la foto del cadáver en todos los hoteles y moteles en un radio de una hora de distancia —dijo Gary.

Clayton Falls está en la parte central de la isla, de modo que había estado cubriendo una zona muy extensa.

—¿Y por qué no envías un fax a los hoteles? ¿Y por qué te ocupas tú? ¿Es que no puedes enviar a alguno de tus agentes?

—En primer lugar, si envío un fax, lo más probable es que acabe en la papelera. En invierno despiden a mucha gente, pero ahora que empieza la temporada turística, muchos se reincorporan a sus trabajos, y quiero hablar con ellos personalmente. En segundo lugar, no envío a nadie más porque la mayoría está trabajando en casos en marcha. Estoy dedicando a esto buena parte de mi tiempo libre, Annie.

Impresionada y avergonzada por estar delante del televisor todas las noches mientras él se pateaba las calles, me pregunté si no sería ésa la razón por la que no estaba casado.

—Supongo que tu novia debe de odiarme —dije.

Se quedó callado un instante, y mientras notaba que se me encendían las mejillas, me alegré de no tenerlo delante, para que no me viera la cara.

—Ya sé que antes te resultó muy frustrante, pero tratándose de un segundo intento de secuestro, creo firmemente que deberías acercarte a la comisaría a examinar unas cuantas fotos más de las fichas policiales.

Aún me sentía como una idiota por mi pregunta sin respuesta sobre su novia, y dije:

—Entonces, ¿crees que quienquiera que haya intentado secuestrarme puede estar relacionado de algún modo con el Animal?

—Creo que es importante que no descartemos ninguna posibilidad.

—¿Y eso significa…?

—Que hay un par de cosas en este caso que no cuadran con el perfil típico, como lo de tu foto, por ejemplo… Todavía tenemos pendiente averiguar cómo la consiguió y por qué la necesitaba cuando él mismo ya te había sacado tantas. Si pudieras identificar a algún sospechoso, con un poco de suerte el resto iría cobrando sentido.

Me comprometí a hacerlo al día siguiente.

Aún me ronda por la cabeza una mañana en concreto que Gary fue a visitarme al hospital la primera vez, doctora. Había estado «en el terreno», sea lo que sea lo que eso signifique, y llevaba vaqueros y un anorak negro con el logo de la policía federal. Incluso llevaba una gorra de béisbol. Le pregunté si tenía todos sus trajes en la tintorería, pero lo cierto es que, así vestido, me pareció un tipo duro. Por mucho que me meta con él por sus trajes caros, tengo la clara sensación de que ese hombre no se anda con chiquitas.

Anoche volví a dormir en casa de mi madre, pero después de oírlos discutir a ella y a Wayne toda la noche —ha estado bebiendo como una cosaca desde mi último ingreso en el hospital— tuve otra pesadilla con la furgoneta blanca, sólo que esta vez la pesadilla acababa bien: un hombre me sostenía en sus brazos, en actitud protectora. Cuando me desperté, me di cuenta de que los brazos del hombre de mi sueño eran los de Gary. Me sentí condenadamente culpable. Vamos, que tengo al pobre Luke desviviéndose por mí, con más paciencia que un santo, y voy y empiezo a soñar con el poli que le hizo pasar un infierno.

A veces me gustaría que Gary pudiese acompañarme a todas partes, como un guardaespaldas. Luego me doy cabezazos contra la pared, porque sé que no hay nadie que pueda hacer que me sienta segura todo el tiempo. Tiene gracia, porque siempre creí que me sentía segura con Luke, pero era otra clase de seguridad: una seguridad sosegada, sencilla. No hay nada en Gary que pueda calificarse de sencillo.

Al volver a mi casa esta mañana, me di una vuelta por todo el perímetro acompañada de
Emma
, dando un respingo cada vez que veía una sombra, y luego comprobé la alarma un millón de veces. Para distraerme, eché otro vistazo al folleto de la Facultad de Bellas Artes de la que le hablé. Está en las Rocosas, y es tan bonita… como siempre había imaginado que sería Harvard. Hasta me bajé algunos formularios de su página web. Sabe Dios por qué.

Lo único que conservo que aún me importa es mi casa, y si bien es cierto que estoy un poco desquiciada, tendría que estar como para que me encerraran si se me ocurría venderla para ir en pos de un sueño adolescente. ¿Y si lo intentaba y nunca llegaba a nada como artista? Entonces, ¿qué?

Y hablando de eso, será mejor que demos por terminada esta sesión, doctora. Todavía tengo que pasar por la comisaría de camino a casa para examinar algunas fotos. Al menos es una buena excusa para llamar a Gary esta noche.

Sesión veintitrés

Siento haberla llamado con tan poca antelación para esta sesión, doctora, pero es que son tantas las locuras que han ocurrido este último par de días que no podía esperar a la visita que teníamos concertada.

Cuando salí de aquí el otro día, me fui directa a la comisaría de Clayton Falls y pasé una hora mirando fotos. Estaba a punto de dejarlo a causa de mi dolor de espalda, que me estaba matando, y todos aquellos animales empezaban a parecer iguales; sólo uno de ellos me resultaba familiar, pero recordé que hacía poco que había visto su foto en el periódico. Entonces pensé en Gary, que estaba por ahí enseñando la foto del muerto, y me animé a seguir. Estuve a punto de pasar la fotografía de un tipo con la cabeza afeitada y barba, pero había algo en aquellos ojos candidos y azules, una contradicción con el resto de su cara, que me hizo detenerme y examinarlo más de cerca. Era él.

Empecé a notar unos sudores fríos y se me nubló la vista. Para evitar desmayarme, aparté la mirada y apoyé la frente encima de la mesa. Concentrándome en los latidos desbocados de mi corazón, respiré profundamente varias veces y entoné al ritmo de las palpitaciones: «Está muerto… está muerto… está muerto…». Cuando recobré la vista y mi corazón se sosegó, me enfrenté a su imagen de nuevo.

Hice señas a uno de los polis para que se acercara, y cuando le dije lo que había encontrado, llamó a Gary a su móvil. En ninguna de las fotos aparecía ningún nombre, y los polis se negaron a responder a ninguna de mis preguntas, de modo que insistí en hablar con Gary.

—No entiendo por qué nadie quiere decirme quién es… ¡está fichado! Me he pasado horas mirando esas putas fotos, lo mínimo que podríais hacer es darme su nombre…

—Es estupendo que hayas identificado una foto, Annie, pero antes tenemos que verificar la información. No quiero que te pongas aún más nerviosa para que al final resulte que nos hemos equivocado de hombre…

—Es él. He pasado un año entero con él.

—No dudo de ti ni por un instante, y te llamaré en cuanto averigüe el historial completo de ese tipo. Mientras tanto, vete a casa e intenta descansar un poco, ¿de acuerdo? Y también necesito que me hagas una lista de las personas que podrían querer hacerte daño.

—¡No hay nadie! Ya se la hice a mi psicóloga, le hice una lista de toda la gente que conozco, maldita sea. El Animal debía de tener algún amigo que…

—Y eso es lo que estoy tratando de averiguar. Y ahora vete a casa, envíame la lista que hiciste, y volveremos a hablar muy pronto.

Al día siguiente me puse a pasearme arriba y abajo por la casa esperando a que Gary me llamara, cosa que no hizo, como tampoco se puso al móvil. Entonces maté un par de horas limpiando y luego, sintiendo curiosidad por el tipo cuya foto me había resultado familiar en comisaría, empecé a hojear todos mis periódicos reciclados, página por página. En el último de todos vi un titular que hablaba del «delincuente puesto en libertad recientemente a quien se busca en relación con un atraco en una tienda», y leí el artículo con más detenimiento. En cuanto leí el nombre, supe quién era: el hermanastro de mi madre. Por la fecha, deduje que lo habían puesto en libertad unas semanas antes, y me pregunté si mamá lo sabría, o si debería decírselo. Pasé toda la tarde sopesando los pros y los contras de ser yo quien le diera la noticia. Hacia las cinco estaba subiéndome ya por las paredes, de modo que cuando mi madre llamó para invitarme a cenar algo de pasta, le dije que sí.

La cena no fue del todo mal, pero cuando terminamos y yo aún seguía debatiéndome entre darle o no la noticia sobre su hermanastro, mi madre se puso a hablar de una niña que había desaparecido en Calgary. Le dije que no quería oírlo. Ella prosiguió sin inmutarse, explicando con todo lujo de detalles la desesperación de la madre, que había salido en televisión a suplicar por el regreso de su hija, pero mi madre no creía que estuviese manejando bien el tema de la prensa.

—Es muy arisca con ellos; si quiere que la ayuden a recuperar a su hija, más le vale que cambie de actitud.

—Los periodistas pueden ser muy crueles, mamá, tú ya lo sabes.

—La prensa es el menor de sus problemas ahora mismo. La policía está interrogando al padre; por lo visto, éste tenía una amante. Una amante preñada, nada menos.

—Mamá, ¿podemos dejar este tema, por favor?

Abrió la boca, pero antes de darle tiempo a que siguiera hablando de nuevo, solté:

—He visto la foto de Dwight en el periódico.

Cerró la boca de golpe y se me quedó mirando.

—Tu hermanastro, mamá, ¿te acuerdas? Lo han soltado, pero lo buscan para interrogarlo sobre un atraco…

—¿Quieres comer algo más?

Nos sostuvimos la mirada un momento.

—Perdona si te he molestado, sólo quería…

—Hay más salsa, ¿quieres?

Su rostro no dejaba traslucir ninguna emoción, pero por el modo en que retorcía su servilleta, supe que era mejor dejarlo correr.

—No, no quiero más, gracias. Tengo el estómago revuelto porque hoy al fin he identificado una foto en comisaría. Gary no ha querido decirme su nombre, pero está investigando el historial de ese hombre… dice que no tardará en darme más información.

Mi madre se quedó quieta un momento, asintió con la cabeza y luego dijo:

—Muy bien. A lo mejor ahora podrás dejar atrás todo esto, Annie, tesoro.

Me dio unas palmaditas en la mano. Wayne se levantó y salió a fumar.

Cuando se hubo marchado, dije:

—Bueno, no del todo. Gary cree que ese hombre pudo haber tenido un cómplice, que tal vez fue quien intentó secuestrarme el otro día.

Mamá arrugó la frente.

—¿Y se puede saber por qué diablos intenta Gary asustarte de ese modo?

—No intenta asustarme, es por esa foto que el Animal tenía de mí. Creía que la había sacado de mi oficina o algo así, pero Gary no entiende por qué querría esa foto precisamente, ¿entiendes? Hasta me ha hecho enviarle por fax esa lista…

Mierda. En mi afán por defender a Gary no sólo le había contado a mamá lo de la foto, sino que estaba a punto de irme de la lengua con lo de mi lista personal de mierda.

—¿Qué lista?

—Nada, una tontería que la psicóloga quería que hiciera. No es nada.

—Y si no es nada, ¿para qué la quiere Gary? ¿Qué hay en esa lista?

Maldita sea. No iba a olvidarse del tema tan fácilmente. —Sólo es una lista de la gente de mi pasado que podría estar resentida o tener algo contra mí. —¿Como quién?

Ni loca pensaba contarle que había incluido a todas las personas importantes de mi vida en ella, así que le contesté:

—Bah, algunos ex novios y un par de antiguos clientes. Ah, y el «misterioso» agente inmobiliario con el que estaba compitiendo.

—Te refieres a Christina.

—No, el agente con el que competía al principio, cuando me secuestraron.

Entrecerró los ojos.

—¿Es que no te lo ha dicho?

—¿Quién no me ha dicho el qué?

—No quiero crear problemas.

—Vamos, mamá, ¿qué pasa?

—Bueno, supongo que es mejor que lo sepas. —Respiró profundamente—. ¿Te acuerdas de mi amiga Carol? Bueno, pues su hija, Andrea, trabaja en tu oficina y es amiga de la ayudante de Christina…

—¿Y?

—Y Christina era tu competidora para conseguir aquel proyecto, desde el principio. El otro agente «misterioso» era ella.

—No puede ser. Christina me lo habría dicho. El promotor recurrió a ella ante mi ausencia.

Se encogió de hombros.

—Yo creía lo mismo que tú, pero luego Andrea dijo que la ayudante de Christina trabajaba los fines de semana para acabar la propuesta a tiempo. Dijo que incluso vio alguna campaña de marketing diseñada por Christina para el promotor.

Negué con la cabeza.

—Christina sería incapaz de hacerme semejante jugarreta. Para ella los amigos son mucho más importantes que el dinero.

—Hablando de dinero, he oído que su marido está teniendo algunos problemas económicos. Esa casa que le compró no era barata, desde luego, pero ella tampoco parece estar echando el freno en lo que a gastar se refiere. Debe de ser un hombre muy, pero que muy comprensivo… ella y Luke parecían estar muy compenetrados el tiempo que estuviste desaparecida.

—Estaban tratando de encontrarme, es lógico que pasaran mucho tiempo juntos. Además, Drew no le compró la casa a ella, sino que la compraron juntos. A ella le gusta la buena vida ¿y qué tiene eso de malo? Christina trabaja mucho para ganar dinero…

—¿Por qué te pones tan a la defensiva?

—¡Acabas de insinuar que Christina y Luke estaban tonteando!

—Nada más lejos de mi intención, sólo te estaba diciendo lo que he oído por ahí. Ella iba al restaurante todas las noches, muchas veces hasta la hora de cerrar. Lo que me recuerda, ¿sabías que las cosas no estaban yéndole demasiado bien en el restaurante antes de tu desaparición? Bueno, pues Wayne estuvo hablando el otro día con el barman del pub, que conoce al chef del restaurante de Luke, y le dijo que se rumoreaba incluso que tendría que cerrar, pero entonces, después de tu desaparición, empezaron a acudir periodistas y el reclamo hizo que las cosas volvieran a irle viento en popa. Supongo que algo positivo ha salido de todo eso, al fin y al cabo.

El pollo Alfredo que tan a gusto me había comido se me había quedado atascado en la boca del estómago, como si fuera un bloque de cemento.

—Tengo que ir al baño.

Por un momento pensé que vomitaría, pero luego metí las manos bajo el chorro de agua fría, me refresqué la cara y apoyé la frente en el espejo hasta que se me pasó. Tenía el pelo sudoroso a la altura de la nuca, de modo que rebusqué en el cajón, extraje una goma de pelo de color rosa y me hice una cola de caballo con ella. Cuando salí del cuarto de baño, mi madre se estaba sirviendo otra copa.

—Tengo que irme, mamá… gracias por la cena.

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