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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

Nadie te encontrará (37 page)

BOOK: Nadie te encontrará
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—Tengo que… tener el control. Es la única forma de que pueda…

Relajó su cuerpo, me tomó la cara con una mano y luego la volvió hacia él hasta que me vi obligada a mirarlo a los ojos. Con la voz ronca y tierna pese a ello, me acarició el pómulo con el pulgar.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Annie? Si no puedes seguir, no importa, lo entiendo.

Una oleada de miedo me recorrió el cuerpo, pero volví la cara hacia su mano y le mordisqueé con delicadeza la parte carnosa del dedo. Luego me incliné hacia abajo, formando una cortina con mi pelo, y apreté los labios contra los suyos.

Sin embargo, en cuanto empezó a responder a mis besos con más fuerza, sujetándome el culo y frotando mi entrepierna contra la suya, volví a sentir una oleada de pánico y me quedé paralizada de nuevo. Percibió mi reticencia y quiso decir algo, pero yo le inmovilicé las manos por encima de la cabeza y, con la cara ardiendo de humillación, le susurré en la boca:

—No puedes tocarme… no puedes moverte.

No estaba segura de si lo había entendido, pero relajó los labios, y cuando acerqué mi boca a la suya, no me devolvió los besos. Seguí recorriendo sus labios con los míos, mordisqueándolos, presionándolos, tirando de ellos. Deslizando la lengua en el interior de su boca, la acaricié con ella y la succioné hasta que empezó a gemir.

Nos desnudé a ambos y nos quedamos en ropa interior. Le besé el pecho, arrastrando mi pelo con suavidad hacia delante y hacia atrás, hasta que se le endurecieron los pezones y se le erizó el vello del cuerpo. A horcajadas, lo miré a los ojos mientras le acercaba una mano a mis pechos y me acariciaba los pezones con ella, desplazando su mano por la totalidad de mi torso y luego, a medida que iba sintiéndome más cómoda, colocándola entre mis piernas. Me acaricié a mí misma con su mano, la primera mano que me tocaba ahí abajo, incluida la mía, desde el Animal. Cuando mi cuerpo empezó a responder con una ola de placer, todavía no estaba preparada para remontarla, de modo que volví a dirigir su mano hacia uno de mis pechos. Lo besé otra vez, introduje los dedos de los pies en sus calzoncillos y tiré de ellos hacia abajo. Luego, sin dejar de besarlo, me bajé las bragas y me las quité.

Tras sujetarle las manos por encima de la cabeza, las frentes de ambos en contacto, me quedé inmóvil encima de él y apoyé los labios justo encima de los suyos, sintiendo el movimiento de su aliento cálido mezclándose con el mío. Tenía la piel ardiente, enfebrecida, y una fina capa de sudor cubría nuestros cuerpos. Al principio, su respiración era entrecortada, pero logró apaciguarla, manteniéndola a raya por mí.

Apoyando el peso de mi cuerpo en los dedos de los pies, me abrí de piernas y me deslicé hacia abajo, introduciéndolo dentro de mí. Él no me penetró, lo tomé yo.

Se quedó con el aliento atrapado en la garganta, y yo hice una pausa, con el corazón expectante, esperando a que perdiera el control en cualquier momento, a que me obligase a tumbarme de espaldas y me embistiera, a que acometiese con fuerza, a que hiciese algo. Pero no hizo nada. Y a mí me dieron ganas de llorar de agradecimiento, por el inmenso regalo que me estaba haciendo.

Mientras me deslizaba hacia arriba y hacia abajo, no se movió. Con cada movimiento ascendente, su respiración era mi único indicador de la dura batalla que estaba librando en su interior, y el hecho de saber que tenía a aquel hombre tan fuerte, tan seguro de sí, sometido a mi voluntad y no a la suya, me hizo moverme más rápido. Y más rápido aún. Con más dureza aún. Desafiándolo a que intentase tocarme, dirigí toda mi ira contra su cuerpo. Utilizando mi sexo como arma. Y cuando se corrió, siguió sin levantar las caderas, siguió sin embestirme, tan sólo sus manos se doblaron sobre las mías mientras la totalidad de su cuerpo se arqueaba, en tensión, y yo me sentí eufórica. Poderosa. Seguí montándolo hasta que debía de resultarle doloroso, pero él seguía sin tocarme. Al final, me detuve, ladeé el rostro y le solté las muñecas. Sólo entonces levantó una mano para apoyarla en mi nuca mientras me acunaba con ternura en sus brazos. Y entonces lloré.

Después, nos quedamos tumbados en la cama, de espaldas, mirando al techo mientras tratábamos de recobrar el aliento. Ninguno de los dos dijo una sola palabra. Había sido una experiencia tan diametralmente opuesta a la que tuve con el Animal, control absoluto frente a ningún control en absoluto, que lo cierto es que había logrado mantener el recuerdo del Animal fuera de aquella habitación, fuera de la cama, fuera de mi cuerpo. Sin embargo, empecé a bajar de aquella nube a medida que iba recobrando el sentido común y pensaba en lo que estaba ocurriendo realmente en mi vida, y en lo que acababa de hacer. Gary quiso decir algo, pero lo interrumpí.

—Esta ha sido la primera vez que he… hecho lo que hemos hecho desde que volví a casa. Y sólo quiero que sepas que me alegro de que haya sido contigo, pero no tienes de qué preocuparte: no tengo ninguna expectativa ni nada parecido. Espero que esto no cambie las cosas entre nosotros.

El ritmo de su respiración se interrumpió, quedó en suspenso un momento, y luego se reanudó. Volvió la cara hacia mí y abrió la boca, pero lo interrumpí de nuevo.

—No me malinterpretes, no es que me arrepienta de nada, y desde luego, espero que tú tampoco, pero no quiero tener una de esas conversaciones trascendentes… ¿me entiendes? Pasemos página y ya está. ¿Cuál es el siguiente paso en la investigación?

Sentí que sus ojos me escocían en la cara, pero mantuve la mirada clavada en el techo. Hablando en voz baja, dijo:

—Después de interrogar al personal del hotel mañana y enseñarles el retrato del ordenador y la foto que me enviaron ayer por fax, me iré a la siguiente ciudad, Kinsol.

Había olvidado lo cerca que estábamos de Kinsol. No era una ciudad grande, seguramente sólo había uno o dos hoteles, y la mayor parte de la población trabajaba en la cárcel.

Me eché a reír y dije:

—Podrías pasarte a saludar a mi tío, pero lo acaban de poner en libertad.

Gary se apoyó en un codo y me miró.

—¿Qué tío?

Había dado por sentado que lo sabía, pero mi madre y mi tío tienen apellidos distintos, de modo que tal vez no fuera así.

—El hermanastro de mi madre, Dwight. Atracó un par de bancos. Acaba de salir en los periódicos, lo estáis buscando en relación con otro atraco. Pero no tenemos ningún contacto con él, de manera que no puedo ayudaros con eso.

Gary se dejó caer en la cama, de espaldas, y fijó la mirada en el techo. Quise preguntarle en qué estaba pensando, pero ya había aprendido que no obtendría ningún tipo de respuesta presionándolo.

—¿Hay algo que pueda hacer yo para ayudar en mi investigación? —propuse.

—Por el momento, intenta mantenerte alejada de todos, sólo eso. Tengo que hacer algunas indagaciones, pero mañana debería tener más información, y entonces te diré qué hacer a partir de entonces. Si averiguas o recuerdas algo que pueda servir de ayuda, llámame enseguida. Y también puedes llamarme si sólo necesitas hablar.

Empezaba a arrastrar las palabras, de modo que sabía que no tardaría en dormirse, así que dije:

—Debería irme.
Emma
está en casa.

—Me gustaría que te quedaras.

—Gracias, pero no puedo dejarla toda la noche.

La verdad es que no confiaba en poder quedarme allí quietecita a su lado en la cama, y a la mañana siguiente habría resultado difícil explicarle por qué había dormido en el armario.

—No me gusta nada la idea de que conduzcas tú sola por estas carreteras tan tarde.

—He llegado hasta aquí, ¿no?

En la penumbra de la habitación, me miró enarcando una ceja, de modo que enterré la cara en el cálido hueco entre su hombro y su cuello y dije:

—Voy a darme una ducha, ¿de acuerdo?

Tras una ducha rápida, que me di tratando de no pensar en lo que acababa de hacer, pasé de puntillas junto a su cuerpo dormido en la cama y salí por la puerta sin hacer ruido. Las calles estaban vacías en el trayecto de vuelta a casa, y yo estaba en mi propio mundo. Si
Emma
hubiese estado conmigo en el coche, habría seguido conduciendo, sin rumbo fijo.

Recordé la conversación que había mantenido con Gary, y deseé no haberle contado los rumores que había oído mi madre sobre Luke y Christina. Los polis siempre están buscando motivos encubiertos en todo. Aunque no es que yo misma no lo hubiese hecho antes, pero sabía que ellos dos eran incapaces de hacerme daño. Pese a todo, había algo en todo aquello que se me escapaba, algo que debería ver y no estaba viendo. Repasé mentalmente toda la información de la que disponía, pero no conseguía distinguir cuál era la pieza del rompecabezas que me faltaba.

Fue una noche larga. Dormí en el interior del armario, pero no dejé de dar vueltas y más vueltas, todas las vueltas que se pueden dar en un armario, y me he despertado tarde esta mañana. Medio dormida, me senté en el porche de la casa con el inalámbrico a mi lado, aguardando la llamada de Gary para que me comunicara qué había averiguado.

Me había olvidado por completo de que Luke iba a pasarse por casa a dejarme unos recibos y unos libros que iba a prestarme, así que me sorprendió oír una camioneta aparcando delante de casa. Cuando levanté la vista y vi que era él, empezaron a temblarme las piernas. Traté de serenarme un poco y le abrí la puerta. Quiso abrazarme, pero yo no lo abracé a él.

—¿Va todo bien? —dijo.

—Lo siento, es que estoy cansada. Anoche no dormí muy bien.

Hice todo lo posible por parecer relajada, pero mi voz sonaba forzada. Esquivé su mirada.

—¿Han averiguado algo más sobre la foto que identificaste?

Murmuré algo acerca de Gary, que estaba investigando al respecto. Luego se me cayó al suelo uno de los libros que me había traído, y cuando me agaché a recogerlo, por poco nos chocamos. Cuando me incorporé, me miró con aire interrogador, así que le ofrecí una taza de té inmediatamente. Rezando por que se la bebiese rápido, yo me tomé la mía de un trago.

Nunca me había sentido tan falsa como en ese momento, hablando sobre nuestros perros y su trabajo mientras esperaba que el teléfono sonase de un momento a otro, y me pregunté qué haría si Gary llamaba estando Luke allí.

Nuestra conversación estuvo plagada de silencios, y apenas tocó su taza de té antes de anunciar que tenía que irse. Cuando me abrazó en la puerta, tuve que obligarme a mí misma a devolverle el abrazo y me pregunté si notaría el sentimiento de culpa que transpiraban mis poros.

—Annie, ¿estás segura de que te encuentras bien?

Me dieron ganas de confesárselo todo. Pero no podía confesarle nada.

—Es que estoy destrozada, de verdad.

—Bueno, pues descansa un poco, ¿de acuerdo? Ordenes del médico. —Sonrió.

Le devolví una sonrisa forzada.

—Sí, señor.

Cuando se marchó, supe que nunca podría contarle lo que había ocurrido entre Gary y yo. También supe que ya nunca podría volver con él: Luke pertenecía a la mujer que había sido secuestrada, no a la que había vuelto a casa.

Una hora más tarde, el suspense estaba matándome, así que llamé a Gary, pero no contestó y tenía el móvil desconectado. No fue hasta más tarde cuando finalmente me devolvió la llamada. Ojalá no lo hubiese hecho.

El verdadero nombre del Animal era Simon Rousseau, y tenía cuarenta y dos años cuando murió. Se crió en un pueblo de Ontario, y se fue a vivir a Vancouver a los veintipocos años, pero al final se instaló en la isla. Le habían tomado la foto de la ficha policial cuando lo arrestaron a los treinta y nueve años por darle una paliza a un hombre que tuvo que permanecer ingresado en el hospital varias semanas. El Animal, que declaró que la esposa lo había contratado para hacerlo porque su marido le ponía los cuernos, hizo un trato con el fiscal. Un año más tarde, se anuló su condena porque la policía federal no había seguido el procedimiento adecuado con alguna prueba. Cuando lo soltaron de la cárcel de Kinsol, regresó a la parte continental de Canadá y desapareció del radar de la policía hasta el momento en que identifiqué su foto en aquella ficha.

Ahora que tenían un nombre, se habían remontado en el tiempo para tratar de establecer una conexión entre los lugares donde había residido y cualquier delito no resuelto. Descubrieron que, efectivamente, su madre había muerto de cáncer y que su padre había desaparecido, y hasta el momento, nadie había encontrado el coche ni el cuerpo del padre.

Al no conseguir encontrar ningún caso no resuelto relacionado con él, revisaron algunos de los casos «resueltos», uno de los cuales hacía referencia al de una joven llamada Lauren que había sido víctima de una violación y de una paliza. Se encontró su cadáver abandonado en un callejón detrás de su casa. Detuvieron a un vagabundo al que habían sorprendido con su jersey ensangrentado y su bolso y fue juzgado por el asesinato. Murió en prisión un año más tarde.

Simon Rousseau, que vivía a escasas manzanas de la casa de Lauren, siguió manteniéndose unido a la familia durante años, incluso visitó a la madre de Lauren todas las Navidades hasta su muerte, cinco años atrás. Me alegré de que la madre no pudiese llegar a enterarse nunca de que había estado abriéndole la puerta al asesino de su hija todas las Navidades.

Entre los veinte y los treinta años, Rousseau había vivido en Vancouver, pero trabajaba en las madereras del norte como cocinero. Y sí, habían hallado el cuerpo sin vida de una mujer piloto de helicópteros de uno de los aserraderos. Sin embargo, nunca llegaron a investigar el caso como homicidio. Cuando su novio volvió al aserradero, se dio cuenta de que tardaba más de lo normal y fue a buscarla. Como no la encontraba, se organizó una partida de búsqueda, pero tardaron un mes en hallar su cadáver en el fondo de un barranco. Estaba completamente vestida y se había roto el cuello. Como ya era casi de noche cuando había emprendido el camino de vuelta al aserradero, todos dieron por sentado que se había perdido y se había caído por el precipicio.

Se desconocían las actividades y el paradero exacto de Rousseau desde su salida de prisión, y Gary dijo que tal vez nunca llegarían a saber si había sido el responsable de otros crímenes.

Mientras Gary hablaba, yo había permanecido sentada en el sofá, toqueteando un hilo suelto de la manta. Estaba a punto de deshilacharla por completo.

—¿Has vuelto a Clayton Falls? —le dije.

—No, sigo en Eagle Glen.

BOOK: Nadie te encontrará
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