Nadie te encontrará (41 page)

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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Nadie te encontrará
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Mamá abrió los ojos como platos al tiempo que se tensaba en la silla, pero un segundo después relajó el cuerpo y empezó a ajustarse el dobladillo de la falda. A continuación, centró su atención en una uña.

Con ambas manos sobre la mesa, Gary se inclinó hacia delante.

—Verá, mis superiores… ellos creen que usted no quería que Annie sólo estuviera desaparecida una semana. Eso es lo que usted le dijo a Wayne, pero ellos creen que contrató a Simon Rousseau para que la matara: Annie tenía firmada una póliza de seguro de vida con la empresa para la que trabajaba, y estoy seguro de que usted sabía que era la única beneficiaría. Su plan salió mal, es cierto: se suponía que Annie nunca debía haber vuelto a casa con vida.

El cuerpo de mi madre se estremecía con cada frase, y sus ojos aumentaban de tamaño por momentos. Empezó a tartamudear:

—No… no… por supuesto que no… ¿matarla? No… Yo nunca… ni en un millón de años…

—Me parece que no me entiende, Lorraine. No sólo
creen
que usted contrató a Simon Rousseau para que la matara, sino que
quieren
que lo contratara para matarla, porque eso supondrá una diferencia sustancial en el tiempo de condena.

Observé la cara de mi madre mientras se humedecía los labios con la lengua un par de veces. Gary quizás interpretase ese gesto como si obedeciera a su estado de nervios, pero yo conocía a mi madre, y sabía que lamerse los labios era una señal inequívoca de que estaba tratando de hacer que su cerebro podrido por el vodka se centrase.

—¿Que quieren que lo haya hecho?

—Han invertido una gran cantidad de tiempo y un montón de dinero, dinero de los contribuyentes, en este caso. Y mis superiores… bueno, digamos que no están demasiado contentos con eso. ¿Y la gente? ¿La gente que pasó sus fines de semana peinando el bosque y colgando carteles mientras usted sabía lo que le había pasado a Annie desde el principio? Bueno, no tardarán en clamar sangre por esto. Así que no sólo quieren que alguien pague por esto, necesitan que alguien pague por esto.

—Bueno, pues me alegro de que quieran que alguien pague por lo ocurrido. La persona que lo hizo debería pagar. —Se le humedecieron los ojos—. Cuando pienso en todo lo que Annie tuvo que pasar…

Gary dulcificó la voz al decir:

—Verá, Lorraine, yo estoy de su parte. Estoy tratando de ayudarla a salir de este embrollo. No sólo quieren condenarla, Lorraine: quieren atarle una soga al cuello. Así que a menos que me ofrezca algo con lo que pueda trabajar, la acusarán de contratar a un sicario para matar a su propia hija, y yo no voy a poder hacer nada por impedirlo.

Ahora tenía ambos ojos caídos mientras lo miraba con recelo. Aún no estaba lista para entrar en la trampa y mordisquear el queso, pero ya olisqueaba el aire. Yo los observaba a ambos, horrorizada, fascinada, y pese a todo, distante, como si se tratara de la madre de otra persona, de algún otro agente de policía.

—Yo estaba en ese hospital con usted, Lorraine, vi lo duro que resultó para usted. Sé que quiere de verdad a su hija, que sería capaz de hacer cualquier cosa por ella. —Mi madre empezó a balancear los pies en el aire, por debajo de la mesa—. Pero Annie… puede llegar a ser muy terca, lo sé, y no importa lo buenos que sean sus consejos, ella nunca le hace caso, ¿no es así?

No estaba segura de que me gustase adonde iba a ir a parar con aquello.

—Nadie le hace caso, ¿verdad? Ni su hija, ni Wayne… No debe de ser nada fácil verlo desaprovechar una oportunidad tras otra, sin darle nunca un respiro a usted…

—Ese hombre no sabría encontrar la salida de una bolsa de papel a menos que la tuviese metida en la cabeza. —Sacudió la cola de caballo, preparada para pasar al contraataque—. Algunos hombres necesitan un empujoncito para utilizar todo su potencial.

Gary le dedicó una sonrisa triste.

—Pero usted no habría tenido por qué darle ese empujoncito, Lorraine. Si hubiera sido un mejor marido, si hubiese sabido ganarse la vida y traer algo de dinero a casa… bueno, usted no habría tenido que hacer nada de esto, ¿no es así?

Mi madre empezó a asentir con la cabeza, en señal de conformidad, pero al darse cuenta de que lo hacía dejó de hacerlo.

—Y ambos sabemos que Wayne debería haber arreglado las cosas con el prestamista para que usted hubiese podido salvar a Annie. Pero no lo hizo, ¿verdad? No, lo dejó en sus manos, para que usted se encargara de intentar arreglarlo. Y ahora él quiere que cargue con todo.

Se inclinó hacia ella hasta quedarse a escasos centímetros de su nariz. Mi madre se succionaba el labio como si estuviera tratando de extraer las últimas gotas de alcohol. Quería decirlo, quería contárselo todo, sólo necesitaba un pequeño empujón.

En un tono de voz rebosante de comprensión, Gary dijo:

—Wayne la ha decepcionado, de eso no hay ninguna duda, pero nosotros podemos ayudarla, Lorraine. Podemos garantizarle su seguridad. No es culpa suya que las cosas se le fueran de las manos. —Y con ese pequeño empujón, cayó por el precipicio, con la cara enrojecida y los ojos febriles.

—Se suponía que sólo iba a retenerla durante una semana. Me dijo que la cabaña era muy acogedora, pasó más de un mes acondicionándola para ella, pero no quería decirme dónde estaba porque así aseguraba que sería más creíble si de verdad no sabía dónde encontrarla. Tenía una sustancia que la calmaría para que no pasase miedo ni nada, estaría dormida casi todo el tiempo, y era un fármaco totalmente inofensivo. Transcurrida la semana prevista, la dejaría en el maletero de un coche en alguna calle y entonces me llamaría y me diría dónde estaba para que yo pudiera hacer una llamada anónima a la policía. ¡Pero no me llamó! Y el número de móvil que me dio ya no estaba operativo. Y yo no podía hacer nada para salvarla. El prestamista dijo que me rajaría la cara… —Con los ojos abiertos como platos, se llevó las dos manos a las mejillas—. Envié a Wayne a hablar con él y sólo consiguió estropearlo todo aún más, tanto que todavía le debíamos más dinero.

—¿Le dio esto a Simon? —Gary le enseñó la foto que había encontrado en la cabaña.

—Fue la única foto decente que encontré… siempre está frunciendo el ceño en las fotos que yo le tomo.

—Entonces, ¿consideraba relevante que ese hombre encontrase atractiva a Annie?

—Había visto fotos de ella en la celda de Dwight de cuando era pequeña, quería ver cómo era de mayor.

Gary, que se estaba tomando un sorbo de café, se atragantó y sufrió un ataque de tos. Respiró profundamente varias veces y se aclaró la garganta, pero antes de que pudiera decir algo, mi madre se lanzó a pronunciar su alegato final.

—Bueno, como ve, no fue culpa mía: si él se hubiese ceñido a mi plan, a ella no le habría pasado nada. Pero ahora que ya se lo he contado todo, puede hablar con sus jefes y aclararlo. —Sonrió con coquetería y se inclinó por encima de la mesa, colocando su mano encima de la de él—. Siempre me ha parecido usted la clase de hombre que sabe cómo cuidar de una mujer. Como muestra de agradecimiento, me gustaría prepararle una buena cena… ¿qué le parece? —Ladeó la cabeza y le obsequió con otra de sus sonrisas.

Gary siguió sorbiendo el café al menos durante un minuto y, a continuación, dejó la taza encima de la mesa y sacó su otra mano de debajo de la de mi madre.

—Lorraine, queda usted detenida. No va a ir a ninguna parte durante mucho, muchísimo tiempo.

Parecía genuinamente sorprendida. Luego, confusa. Luego, dolida.

—Pero… creía que lo entendía.

Gary se incorporó.

—Y lo entiendo, Lorraine. Entiendo que usted ha cometido un crimen, que ha quebrantado la ley, varias leyes, de hecho, y que en ningún momento no hizo nada para remediar la situación. Entiendo que dirigió a un asesino hasta su hija. Entiendo que el asesino la dejó embarazada y luego asesinó a su pequeña. Que estaba aterrorizada, sola, que fue golpeada, violada y torturada brutalmente… sin saber en ningún momento si viviría para ver el día siguiente. Sin saber nunca por qué le estaba pasando aquello. Ahora por fin puedo darle una respuesta, pero desearía con toda mi alma que no fuese ésta.

Cuando Gary se dirigió a la puerta para abandonar la sala, mi madre se levantó y lo agarró del brazo mientras él trataba de apartarla. Con los ojos azules anegados en lágrimas, apretó sus pechos contra el brazo de él.

—Pero yo no sabía que era un asesino, nunca se me pasó por la cabeza que él… Soy una buena madre, ¿es que no lo entiende? —Se le quebró la voz en la última palabra.

Gary la sujetó por los hombros, la apartó con delicadeza y siguió andando hacia la puerta.

—¡Esto no es justo!

Una vez en la puerta, Gary se volvió y dijo:

—Lo que no es justo es que Annie haya tenido que tenerla a usted por madre.

Entró en la sala contigua, más pequeña, y se puso a mi lado. En silencio, observamos a mi madre a través del espejo. Por unos instantes, después de que hubiera salido de la estancia, tenía el rostro dominado por la indignación, pero poco a poco, fue levantando los párpados, a medida que la abandonaba la última gota de valor líquido y asimilaba las últimas palabras pronunciadas por Gary. Palideció y se tapó la boca con las manos. Esta vez los gemidos no eran falsos. Su cuerpo empezó a dar sacudidas y a temblar violentamente mientras sollozaba. Empezó a lanzar miradas histéricas alrededor de la habitación vacía. Se tambaleó hacia atrás y se desplomó sobre la silla, mirando fijamente a la puerta, sin dejar de llorar.

—¿Quieres entrar y hablar con ella? —sugirió Gary.

—En estos momentos no puedo. —Yo estaba temblando.

Cuando le pregunté qué iba a suceder a continuación, dijo que la retendrían, y también a Wayne, hasta la comparecencia ante el juez, momento en que se fijaría la fianza. Yo ni siquiera había pensado en el hecho de que pudiese celebrarse un juicio. Sin duda, mi madre aceptaría un acuerdo con el fiscal.

Aunque sé que debería traerme sin cuidado lo que le ocurra, me preguntaba de todos modos si contaría con un abogado y cómo iba a poder pagárselo.

—¿Qué pasa con el prestamista? ¿Corren peligro?

—Vamos a encargarnos de eso inmediatamente, pero nos aseguraremos de que estén a salvo.

Ninguno de los dos pronunció una sola palabra mientras Gary me acompañaba a su coche. Desde luego, a mí no se me ocurría nada apropiado que decir: «¿Gracias por detener a mi madre e interrogarla tan hábilmente; tú sí que sabes cómo hundirla para siempre?».

Cuando me volví para subir a mi coche, dijo:

—Tengo algo para ti. —Entonces me entregó una baraja de cartas—. Wayne las llevaba en el bolsillo cuando lo detuvimos y me pidió que te las diera. Quería que supieras cuánto lo siente. —Hizo una pausa y me miró fijamente—. Yo también lo siento mucho, Annie.

—Tú no tienes por qué sentirlo… es tu trabajo, y se te da realmente bien. —Sabía que mis palabras eran muy amargas, y parecía triste—. Habría sido aún peor si se hubiera salido con la suya —le dije, a pesar de que en ese momento no tenía ni idea de si era cierto o no.

Necesitaba saber que él era alguien más además del hombre al que había visto despellejar a mi madre.

—Dime algo que nadie sepa sobre ti.

—¿Qué?

—Dime lo que sea… cualquier cosa. —Nos miramos directamente a los ojos.

—Está bien —concedió al fin—. A veces, cuando no puedo dormir, me levanto y como mantequilla de cacahuete directamente del tarro, con una cuchara.

—Conque mantequilla de cacahuete, ¿eh? Tendré que probarlo algún día.

—Deberías, ayuda mucho.

Nos miramos el uno al otro unos minutos más y luego me metí en el coche y me fui. Por el espejo retrovisor vi que me seguía con la mirada hasta que un par de policías se acercaron a él, le dieron una palmada en la espalda y le estrecharon la mano. Supongo que ese día hubo fiesta en la comisaría. Cuando aparté la mirada del retrovisor, vi la baraja de cartas en el asiento del pasajero y me di cuenta de que todavía llevaba el abrigo de Gary.

Los periódicos se enteraron de todo antes de lo que mi madre tarda en servirse una copa, y mi teléfono no ha dejado de sonar desde entonces. Ayer mismo sorprendí a un periodista agazapado debajo de la ventana de mi casa;
Emma
se encargó de ahuyentarlo. Ahora ya no sólo soy la chica que desapareció, ahora soy la chica cuya madre ordenó su desaparición. No sé si seré capaz de pasar por toda esta mierda otra vez.

Ayer llamé a Luke porque quería decírselo yo misma, antes de que tuviera que leerlo en la prensa. Estaba en su casa, y por un segundo me pareció oír una voz femenina al fondo, pero pudo haber sido la televisión.

Le conté lo que había hecho mi madre y que había sido detenida.

Al principio se quedó horrorizado y no dejaba de preguntarme si estaba segura, pero cuando le repetí la versión que ella había dado de los hechos, me soltó:

—Vaya, debe de haberse sentido muy mal todo este tiempo… parece que la cosa se le fue completamente de las manos.

¿Sentía lástima… por ella? ¿Y qué pasaba conmigo? ¿Por qué no percibía una justa indignación por su parte? Me dieron ganas de colgarle el teléfono, pero en el fondo, ya no importaba.

Cuando colgué, me quedé mirando una foto de nosotros que había en la repisa de la chimenea. Parecíamos tan felices…

Al día siguiente llamé a Cristina y se lo expliqué. Respiró profundamente y luego dijo:

—Oh, Dios mío, Annie… ¿Estás bien? No, ¿cómo vas a estar bien…? Iré enseguida. Llevaré una botella de vino, ¿será suficiente? No, necesitamos una caja entera. ¿Tu… madre? ¿Tu propia madre te ha hecho esto?

—Sí, todavía estoy intentando hacerme a la idea yo también. ¿Podemos… podemos dejar lo del vino para otro día? Sólo necesito… Sólo necesito un poco de tiempo.

Hizo una pausa y luego dijo:

—Por supuesto, claro que sí. Pero llámame si me necesitas, ¿de acuerdo? Lo dejaré todo e iré enseguida.

—Lo haré, y gracias.

No le dije a Cristina ni a Luke que, en realidad, no llegué a irme de la ciudad, ni pienso decírselo nunca, y desde luego, tampoco voy a decirle a Christina que mi madre trató de incriminarla. Estos dos últimos días, lo único que consigo oír es una especie de pena infinita que me aulla en el cerebro. Y parece ser que no puedo parar de llorar.

Sesión veintiséis

Siento no haber asistido a nuestra última sesión, pero fui a ver a mi madre, y necesitaba un poco de tiempo para recuperarme y recoger los pedazos de mi corazón del suelo. Verá, es curioso, pero la noche después de haberla visto, le aseguro que quería dormir en el armario. Me quedé delante, en la puerta, durante largo rato, con la almohada en la mano, pero sabía que abrir aquella puerta sería como dar un paso atrás, así que volví a acostarme en mi cama y evoqué la imagen de su consulta. Me dije que estaba descansando en su diván y que usted me estaba observando. Y así fue como me quedé dormida.

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