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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

Nadie te encontrará (40 page)

BOOK: Nadie te encontrará
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—¿Y no te preocupaba el hecho de que pudieran hacerme daño? ¿De que pudieran matarme?

Parecía inmensamente triste.

—Todos los malditos días, pero no podía hacer nada. Si intentaba ayudarte, Lorraine saldría muy mal parada. Durante tu secuestro, estuvo comprando tiempo con el prestamista con el dinero que obtuvo vendiendo tus cosas e intentando convencer a alguien para que hiciera una película, pero no salía nada. Estábamos a punto de quedarnos sin nada cuando apareciste.

Se detuvo a respirar profundamente.

—Cuando te vi en el hospital, estuve a punto de derrumbarme, pero Lorraine dijo que teníamos que seguir adelante y ser fuertes por ti. Y todavía teníamos al prestamista pegado a nuestros talones. Lorraine le dijo que conseguiría dinero cuando vendieses tu historia, pero tú no dejabas de poner pegas a todos sus planes. Se dejó la piel asegurándose de que la prensa no se olvidara de tu caso.

Recordé todas las veces que los periodistas parecían saber exactamente dónde estaba en cada momento, y también el hecho de que dispusiesen de tanta información confidencial desde el principio.

—Todo el dinero que nos daban iba destinado a saldar nuestra deuda, pero hace un mes o así, el tipo nos dijo que o le pagábamos lo que le debíamos de golpe, o iría a por nosotros.

—Espera un momento, el tipo que intentó secuestrarme en la calle… ¿era el prestamista o Dwight?

Wayne clavó la mirada en sus pies.

—¿Acaso contratasteis a otra persona para que me secuestrara… otra vez…?

—No —hablaba en voz tan baja que apenas lo oía—. Fui yo.

—¿Tú? Joder, Wayne, me diste un susto de muerte… Me hiciste daño…

Se volvió hacia mí y empezó a hablar más rápido.

—Lo sé, lo sé, y lo siento. Yo no quería hacerlo. No tenías que haberte caído al suelo… no sabía que fueses a oponer tanta resistencia. Tu madre dijo que los periodistas empezaban a perder el interés. No teníamos otra opción, estábamos desesperados. Nuestra situación era muy jodida, Annie.

—¿Que vuestra situación era muy «jodida»? No, Wayne, estar jodida es que te violen casi todas las noches. Estar jodida es tener que forcejear, llorar y gritar porque así se corría más rápido. Estar jodida es tener que orinar siguiendo un horario. ¿Sabes lo que me hizo una vez, cuando me pilló meando sin que me tocase todavía? Me obligó a beber agua de la taza del inodoro. De la taza del inodoro, Wayne. La gente ni siquiera deja que sus perros hagan eso. Eso sí que es estar jodida.

Con lágrimas en los ojos, Wayne se limitaba a asentir con la cabeza.

—Mi hija murió, Wayne. —Alargué el brazo, tomé una de sus manos en las mías, y la volví hacia arriba—. Su cabecita ni siquiera era más grande que la palma de tu mano, y está muerta. ¿Y tú me estás diciendo que ha sido mi propia familia la que me ha hecho esto? Vosotros, las personas en las que se supone que más debería confiar, y vosotros…

Entonces me oí a mí misma, y todo me cayó encima como una losa, de golpe.

Doblada sobre mi estómago, me abracé las piernas mientras una enorme presión me aplastaba el pecho y sentí como si me apretaran la cabeza en un torno. Aspiré varias bocanadas de aire mientras Wayne me iba dando palmaditas en la espalda y me decía una y otra vez lo mucho que lo sentía. Parecía como si estuviera llorando. Se me nubló el cerco de los ojos y sentí que el cuerpo se me deslizaba hacia delante.

Wayne me pasó el brazo alrededor de la espalda y me sujetó.

—Oh, mierda, Annie, no te me desmayes…

Al cabo de unos minutos, recobré el control sobre mi respiración, pero todavía me sentía débil y tenía frío en todo el cuerpo. Levanté la cabeza y, de una sacudida, me desembaracé del brazo de Wayne. Volví a respirar profundamente y, a continuación, me levanté y me paseé por delante del banco, abrazada a mí misma.

—¿También fuisteis vosotros los que entrasteis en mi casa?

—Sí, se suponía que tu madre iba a entrar detrás de mí para salvarte, pero llegué a tu habitación y no estabas allí, se activó la alarma y salté por la ventana. Después, cuando tu madre pasó la noche en tu casa, le contaste que salías a correr por las mañanas…

La misma noche que mi madre me trajo las galletas de oso y mis fotos. Volví a sentarme en el banco.

Permanecimos allí sentados mucho rato, mirándonos el uno al otro, sin decir nada, comprendiéndolo todo. Al menos yo. Al final, rompí el silencio.

—Sabes que vas a tener que entregarte, ¿verdad?

—Me lo imagino.

Nos quedamos mirando los columpios. No se veían niños. El sol había desaparecido tras una nube y hacía fresco a la sombra. Una ligera brisa balanceaba los columpios hacia delante y hacia atrás. El aire se impregnó de los rítmicos chirridos de sus cadenas y del olor de la tormenta que se avecinaba.

—Quiero mucho a tu madre, ¿lo sabes?

—Lo sé.

Respiró hondo y, a continuación, devolvió la baraja de cartas a su caja. Quise detenerlo, quise decirle: «Vamos a jugar una última partida». Pero ya era demasiado tarde. Era demasiado tarde para todo.

—Te acompañaré a la comisaría.

Gary acababa de llegar del tribunal y parecía enojado cuando me vio con Wayne, pero en cuanto éste le dijo que quería hacer una confesión, Gary me señaló y me ordenó:

—No vayas a ninguna parte. —Y luego se llevó a Wayne.

Pasé las dos horas siguientes vagando por la comisaría, hojeando revistas y mirando las paredes… contando grietas, contando las manchas. La traición de mi familia me había dolido más que cualquiera de las cosas que me había hecho el Animal, y en un lugar al que él nunca había conseguido acceso. Trataba de huir de aquel dolor lo más rápido posible.

Gary reapareció al fin.

—No deberías haber hablado con él, Annie. Si hubiese salido mal…

Le entregué la cinta.

—Pero no fue así.

—No podemos usar esta…

—No será necesario, ¿verdad que no? —le dije.

No pensaba disculparme, de ninguna manera.

Negó con la cabeza y luego me dijo que Wayne, después de hablar con un abogado, había decidido hacer una declaración completa y testificar contra mi madre a cambio de una pena más leve. Estaba bajo arresto, acusado de cómplice de secuestro, extorsión y negligencia causante de delito. Lo retendrían hasta la vista para decidir la fianza.

Gary dijo que esperan tener los extractos bancarios esta tarde o mañana por la mañana. En realidad no los necesitan para detener a mi madre, pero él quería verificar la declaración de Wayne antes de interrogarla. También estaba a la espera de recibir los resultados del laboratorio sobre las gomas de pelo, pero tal vez no le manden el informe hasta mañana. No consideraban que hubiese riesgo de fuga en el caso de mi madre —que ni siquiera tiene coche—, y no era una amenaza para la sociedad, así que a menos que hubiese alguna novedad, la detendrían por la mañana.

Conminaron a Wayne a que llamara a mi madre para decirle que quería echar un vistazo a un posible negocio muy apetecible que estaba a la venta al norte de la isla. En caso de que se le hiciera demasiado tarde para volver a casa, se quedaría a dormir en casa de un amigo. Luego le mencionó que se había tropezado conmigo, no fuera que llegara a oídos de mi madre, y añadió que ya había vuelto a la ciudad, pero que estaba cansada de conducir y me iba a mi casa a descansar un poco. Se lo tragó todo.

Luego, Gary me acompañó al coche.

—¿Estás bien? —me dijo—. Tendrá que haber sido muy difícil para ti escuchar todo eso.

—No sé cómo soy. Todo esto es tan… No sé. —Negué con la cabeza—. ¿Has oído alguna vez de una madre capaz de hacer algo como esto?

—La gente hace cosas terribles a las personas que más quiere. Es algo que ocurre a todas horas. Casi todos los delitos que se te puedan ocurrir ya se han cometido al menos una vez.

—No sé por qué, pero eso no hace que me sienta mejor.

—Intentaré llamarte en cuanto la detengamos. ¿Quieres presenciar el interrogatorio?

—Dios, no sé si estoy preparada para eso…

—Sé que es tu madre, y que debe de ser realmente difícil entender lo que ha hecho, pero necesito que seas fuerte. No puedes hablar con ella hasta que lo hagamos nosotros, ¿de acuerdo?

—Supongo.

—Hablo en serio, Annie. Quiero que te vayas directamente a casa. Ni siquiera debería estar diciéndote todo lo que te he dicho, pero no me hacía ninguna gracia tenerte en la ignorancia como antes. Podrías sentir la tentación de advertir a tu madre, pero confío en que sabrás hacer lo correcto. No hagas que me arrepienta. Sólo recuerda lo que te ha hecho esa mujer.

Como si necesitara un recordatorio.

Bueno, al menos he obedecido a Gary en parte: no me he ido directamente a casa, pero sí a su consulta. Ni siquiera me importa si alguien me ha visto. Contra toda lógica, sigo esperando que, de algún modo, todo esto no sea más que una inmensa equivocación.

Sesión veinticinco

Probablemente habrá visto ya los periódicos: vuelvo a aparecer en todas las portadas. Durante todo el camino a casa después de nuestra última sesión, estuve pensando en mi madre. Puede ser una hija de puta a veces, en general es bastante egoísta y, desde luego, vive en un mundo donde todo gira en torno a ella, pero… ¿ser capaz de algo así?

Cuando llegué a casa esa noche, tenía un mensaje de Luke en el contestador. Por supuesto, es demasiado bueno para soltar abiertamente: «¿Dónde coño estás?». En vez de eso, decía algo sobre llamarlo cuando hubiese vuelto a casa. No le devolví la llamada: no habría sabido qué decirle.

Esa noche en mi armario pensé en mamá —Gary aún no había llamado—, y la imaginé sentada en casa frente al televisor, fumando y bebiendo, sin tener la más remota idea de que la bomba había estallado y toda su vida estaba a punto de irse al garete. A pesar de lo herida y traicionada que me sentía, odiaba saber que no se imaginaba ni por un momento la cantidad de mierda que estaba a punto de caerle encima.

Entonces me acordé de que me había llamado el día de la jornada de puertas abiertas. Me había hecho sentir culpable por una maldita máquina de capuchino a sabiendas de que un ex convicto me iba a secuestrar unas horas más tarde. Por no hablar de cómo había cuidado de mí después del segundo intento de secuestro: me había sentido amada por ella, cuando era ella precisamente quien había organizado aquella maldita pesadilla. Fue en ese momento cuando supe que tenía que presenciar el interrogatorio: tenía que oír de su boca por qué mi madre me había hecho todo aquello.

Hacia las diez de la mañana del día siguiente, recibí la llamada de Gary. Esa misma mañana ya les habían enviado todos los extractos bancarios de mi madre, una documentación que corroboraba la declaración de Wayne, y habían confirmado que las gomas de pelo de color rosa pertenecían al mismo lote de tinte. Ya la habían detenido —lo que habría levantado una auténtica polvareda entre los vecinos— y ahora permanecía encerrada en una sala de la comisaría a la espera de que yo llegara. No tardé mucho tiempo, a pesar de que durante todo el trayecto estuve a punto de dar media vuelta en cualquier momento.

No me había dado cuenta de que estaba temblando hasta que llegué a la comisaría y Gary me ofreció su abrigo. Todavía estaba caliente y olía a él. Me habría gustado poder envolverme por completo en aquella prenda y desaparecer. En una pequeña habitación contigua a la sala donde estaba mi madre, la vi a través de una ventana que supuse que sería un espejo al otro lado. Había un par de policías allí conmigo, y cuando miré a uno de ellos a la cara, bajó la mirada hacia sus zapatos.

Mamá estaba sentada en el borde de la silla, con las manos escondidas bajo los muslos y los pies casi colgando en el aire, sin tocar del todo el suelo. Se le había corrido el maquillaje, restos probables del día anterior, y llevaba la cola de caballo torcida. Entonces me di cuenta. Un párpado un poco más caído que el otro. No estaba completamente borracha, pero saltaba a la vista que se había echado un chorro de vodka en el zumo de naranja esa mañana. Gary entró en la habitación y se puso a mi lado.

—¿Podrás soportarlo? —Apoyó la mano sobre mi hombro y el peso me resultó sólido y cálido.

—¿Qué sentido tiene todo esto? Ya tenéis todas las pruebas.

—Nunca hay suficientes pruebas. He visto cómo un montón de casos que parecían un juego de niños se iban al traste. Sería mejor si pudiéramos conseguir que admitiese su participación, aunque sea en parte.

—¿Quién se va a ocupar del interrogatorio?

—Yo.

Le brillaban los ojos. Si hubiese sido un caballo, habría estado arañando el suelo con los cascos.

A mi madre se le iluminó la cara cuando Gary entró en la habitación. Yo tenía el estómago revuelto.

Empezó por informarle de que estaba siendo grababa en vídeo y audio, lo que hizo que dedicara una sonrisa a la cámara; luego le pidió que dijera su nombre, dirección y la fecha en voz alta. Tuvo que decirle él el día que era.

Cuando hubieron acabado con los trámites preliminares, la informó:

—Los agentes que la han traído hoy aquí le han leído sus derechos, pero es mi deber insistirle una vez más en que tiene derecho a un abogado antes de hablar con nosotros. No tiene la obligación de decirme nada a mí, pero cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en un juicio.

Mi madre negó con la cabeza.

—Todo esto es ridículo… ¿A quién se supone que he secuestrado?

Gary levantó una ceja.

—A su hija.

—Annie no fue secuestrada. Un hombre se la llevó.

Al parecer, tras decidir que era inútil explicarle la definición legal de secuestro —un punto en el que estaba completamente de acuerdo con él—, Gary prosiguió con el interrogatorio.

—Tenemos una declaración firmada por Wayne en la que explica exactamente lo que ocurrió y los implica a ambos en los hechos. —Abrió una carpeta que había encima de la mesa, extrajo un documento y luego señaló un elemento que aparecía en él—. También tenemos un extracto de su tarjeta Visa que demuestra que alquiló usted una furgoneta fuera de la ciudad el día antes de que Annie fuera víctima de una segunda agresión. Tenemos la factura de la compañía de alquiler de la furgoneta blanca con su firma. Tenemos un testigo que puede situarla a usted y a Simon Rousseau en un hotel en Glen Eagle. Hemos confirmado que una goma de pelo hallada entre las pertenencias de Simon Rousseau coincide con otras gomas para el pelo que obran en su posesión. Sabemos que fue usted quien lo hizo.

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