Me estremecí.
—No se Richard. No sé si esto es buena idea. —Se hubiera escuchado mejor si mi voz no hubiera temblado.
Esperaba que preguntara, o que hablara, pero no lo hizo. Sentí su poder, como una caricia de un trueno antes de que chocara contra mí. Tuve un segundo de pánico, un momento para preguntarme si su bestia y la mía se arañarían, entonces su poder se frotó por mí como un guante de terciopelo. Mi bestia se levantó como desde una gran profundidad cálida y húmeda, hacia arriba, hacia el calor, hacia la energía de Richard. Empujó a su bestia a través de mí, y la pude sentir, increíblemente enorme, acariciándome tan profundo dentro de mí que me hizo gritar. Sentí su bestia como si se hubiera arrastrado dentro de mí y estuviera acariciándome desde el interior sin que sus manos me tocaran. Mi poder parecía menos verdadero que el suyo, menos sólido. Pero se levantó en torno a la dura y musculosa piel como una bruma de terciopelo, girando a través de su poder, a través de mi propio cuerpo. Hasta que sentí como si algo enorme estuviera creciendo dentro de mí, algo que nunca había sentido antes, hinchándose dentro de mí. Se sentía más grande que mi cuerpo, como si no pudiera sostenerlo dentro de mí, como una copa llena hasta el borde de líquido caliente y escaldado, pero el líquido se mantenía de salir a raudales, y todavía lo mantenía, lo sostuve, lo sostuve, hasta que estalló sobre mí, por mí, fuera de mí, en un rugido de poder que puso el mundo dorado y lento, atrajo mi cuerpo a mis pies, curvando mi espalda, mis manos arañando el aire tratando de aferrarse a algo, cualquier cosa, mientras mi cuerpo se derramaba en partes y se rizaba en la cama. En un espacio de un latido pensé que había cambiado y me había deslizado de mi piel de verdad, pero no era así. Me sentía como si estuviera flotando y sólo poco a poco sentí mi cuerpo de nuevo. Me quedé sobre mi espalda, mis rodillas dobladas debajo de mí, mis manos a los lados, tan relajada que era como estar drogado.
Sentí movimiento en la cama debajo de mí y un momento después, Richard apareció por encima de mí. Estaba a cuatro patas, cerniéndose sobre mí y tenía problemas para concentrarme en su rostro. Se movió sobre mi cara, mirándome fijamente a los ojos, mientras trataba de mirarlo.
—Anita, ¿estás bien?
Me reí, lento y perezoso.
—Ayúdame a enderezar mis rodillas y estaré bien.
Me ayudó a estirar las piernas, e incluso entonces todo lo que quería hacer era estar allí.
—¿Qué me hiciste?
Se acostó a mi lado, apoyado sobre un codo.
—Hice que te corrieras, utilizando las bestias.
Parpadeé, lamí mis labios y traté de pensar en una pregunta inteligente y me di por vencida, así que me conforme con lo que quería saber.
—¿Es siempre así entre licántropos?
—No —dijo, y se inclinó sobre mí, hasta que su cara lleno mi visión—. No, sólo con una verdadera lupa, o una verdadera Nimir-Ra, pueden responder a mi forma de Ulfric como lo acabas de hacer.
Me sostuve lo suficiente para que me volviera para que pudiera ver su rostro claramente.
—¿Nunca has hecho eso con nadie antes?
Miró hacia abajo y luego, una cortina de pelo se deslizo por su rostro, escondiéndolo de mí. Eché el pelo hacía atrás para poder ver su perfil casi perfecto.
—¿Con quién? —pregunté.
El calor subió desde su cuello hasta su cara. No estaba segura de que alguna vez lo hubiera visto ruborizarse.
—Fue Raina, ¿no?
Asintió con la cabeza.
—Sí.
Dejé caer el pelo en su lugar y me quedé allí unos segundos pensando en ello. Entonces, me reí, me reía y no podía parar.
Estaba cerca de mi hombro, contemplándome.
—¿Anita?
La risa se desvaneció cuando mire sus ojos preocupados.
—Cuando Raina os obligaba a dar todos estos años. ¿Sabía que ella era la única que podía hacer esto con vosotros?
Asintió, con el rostro solemne.
—Raina apuntó el inconveniente de no ser su mascota.
Agarré su mano y la metí en la parte delantera de mis bragas. Las yemas de los dedos encontraron la humedad que había absorbido la seda, y no tuve que guiar más su mano.
Puso su gran mano en mi ingle y la tela se empapó. Paso la punta de sus dedos por la cara interna de mi muslo y la piel estaba mojada, mojada hasta las rodillas.
—¿Cómo renunciar? —Mi voz salió como un susurro.
Su dedo se deslizó por el interior de mi muslo, al hueco justo debajo. Se inclinó para besarme mientras su dedo se deslizaba lentamente, lentamente, hacía arriba a través de la húmeda piel, bajo la seda húmeda. Su boca se quedó justo por encima de la mía, tan cerca que en un suspiro habríamos hecho contacto. Hablaba, su aliento cálido en mi piel, mientras su dedo acariciaba mis bordes.
—Ninguna cantidad de placer valía la pena el precio. —Sucedieron dos cosas a la vez, el me besó, y su dedo se deslizó dentro de mí.
Grité contra su boca, con la espalda arqueada, las uñas clavadas en su hombro, cuando su dedo encontró ese pequeño punto, y empujo una y otra vez, hasta que me corrí de nuevo. El mundo se veía suave, con los bordes blancos, como a través de una gasa.
Sentí movimiento en la cama, pero no podía concentrarme, no podía ver, no estaba segura de que me importara lo que estaba sucediendo. Sentí manos tanteando mi pantalón corto. Parpadee al ver a Richard de rodillas sobre mí. Deslizó hacia abajo mis pantalones cortos, dejando mis piernas abiertas y arrodillándose entre ellas. Se inclinó sobre mí sacando mi camisola de raso, dejando mis pechos al descubierto. Pasó su mano por encima de ellos, haciendo que me retorciera, después movió sus manos por la línea de mi cuerpo, aferrando sus manos a mis muslos, atrayéndome de un tirón contra su cuerpo.
En el momento en el que se frotó contra mí, sentí la goma de látex del condón. Miré su cara y le pregunte:
—¿Cómo lo sabes? —Se movió de manera que la parte inferior de su cuerpo yacía entre mis piernas, pero seguía presionado contra la parte exterior de mi cuerpo. La mayor parte de su peso estaba apoyado en sus brazos.
—¿Crees que Jean-Claude me avisó del
ardeur
y no me avisó de que no utilizabais control de natalidad?
—Buen punto —dije.
—No —dijo—, esto lo es. —Sentí el movimiento de sus caderas, segundos antes de que empujara dentro de mí, en un movimiento duro que hizo que los sonidos de mi boca fueran entre un grito y un gemido.
Bajó lo suficiente su cara para ver la mía. Jadeé, lo que vio allí lo alentó, porque el arqueó la espalda, su cara mirando algo en la distancia y salió fuera de mí, lentamente, centímetro a centímetro, hasta que hice pequeños ruidos. El salió fuera de mí hasta que apenas me tocaba. Miré hacia abajo a la longitud de su cuerpo para verle estirado, duro y listo. Él siempre había tenido cuidado conmigo, porque él no era pequeño; ese pequeño empuje había sido lo más fuerte que él jamás se había permitido. Él, como Micah, me llenaban hasta ese punto que era entre doloroso y placentero. Vi su espalda y sus caderas un segundo antes de que empujara dentro de mí. Lo mire empujar dentro, vi cada pulgada de él hundiéndose en mí, hasta que incliné la espalda y el cuello, y no pude ver más porque me retorcía debajo de él, las manos apretando el edredón, excavando con los dedos en las sabanas.
Salió de mi de nuevo, y lo detuve con una mano en su estómago.
—Espera, espera. —Estaba teniendo problemas para respirar.
—No te duele. Lo sé por tu cara, tus ojos, tu cuerpo.
Tragué saliva, respiraba inestablemente, y dije:
—No, no me duele. Se siente maravilloso, pero siempre has tenido cuidado, aun cuando te pedí que no lo hicieras. ¿Qué ha cambiado?
Me miró, con el pelo cayendo sobre su cara como un marco de seda.
—Siempre tenía miedo de hacerte daño. Pero sentí tu bestia.
—No he cambiado, sin embargo, Richard, no lo sabemos con certeza.
—Anita —dijo en voz baja, y sabía que me estaba reprendiendo. Tal vez era un caso de mujer protestona, pero aun así…
—Todavía soy humana, Richard, no ha cambiado nada.
Se inclinó hacia mí, su cabello deslizándose alrededor de mi rostro cuando me besó en la mejilla.
—Incluso antes de la primera luna llena, se pueden recibir más daños. El cambio ya ha comenzado, Anita.
Me empujó contra su pecho hasta que se retiró lo justo para ver su cara.
—Siempre te has estado reservando, ¿no?
—Si —dijo.
Busqué en su rostro y vi esa necesidad en sus ojos, y supe porque había estado tan enfadado con Gregory. Había dicho que casi se lamenta de no hacerme lupa de verdad, ahora que me había visto ser Nimir-Ra, pero era más que eso. Me miró con esos ojos color café y supe que él había querido que yo hubiese sido lo que él era, a pesar de que lo odiaba, él en algún nivel había tenido la tentación de hacerme lupa de verdad. En algún lugar mientras hacíamos el amor, donde tenía que ser cuidadoso, él había pensado en ello, más de una vez. Estaba allí en sus ojos, en su cara. Empezó a mirar a otro lado como si él pudiera sentir que lo estaba viendo todo, pero le hice mirarme. Era casi desafiante.
—¿Cuánto has estado cuidando de mí, Richard? —Entonces se apartó, usando el pelo como escudo. Pasé a través de su grueso cabello para tocar su cara, a la vez que él me miró—. Richard, ¿Cuánto cuidado has tenido conmigo?
Cerró el dolor en sus ojos. Susurró:
—Mucho.
Sostuve su cara entre mis manos.
—No tienes que tener más cuidado.
Una mirada de asombro cruzo su suave rostro, y su cabeza se inclinó hacia abajo, y nos besamos, el beso fue como los anteriores, apoyándose, explorando, turnándonos a empujarnos uno al otro. Siguió con el beso lentamente, y sentí su punta tocándome y abriéndome. Me quedé mirando a lo largo de nuestros cuerpos para poder ver como su cuerpo se flexionaba sobre mí, y él se impulsó dentro de mí esta vez más fuerte, más rápido. Mi aliento salió como un grito.
—Anita…
Abrí los ojos, ya que los había cerrado sin darme cuenta. Miré hacía el.
—No tengas más cuidado, Richard, no tengas cuidado.
Sonrió, me dio un beso rápido, entonces estaba de regreso, arqueado por encima de mí y esta vez no se detuvo. Metió cada centímetro de sí mismo tan fuerte y tan rápido como pudo. El sonido de carne contra carne era un sonido constante, un martilleo mojado. Me di cuenta de que no había sido sólo por su tamaño por lo que había sido cuidadoso, era por su fuerza. Su fuerza no sólo radicaba en sus brazos o en la espalda, también en las piernas y los muslos, su cuerpo se prensaba dentro de mí, una y otra vez. Por primera vez, comencé a apreciar su potencia.
Había sentido la fuerza de sus manos, de sus brazos, cuando me sostenía, pero no era nada como esto. Hizo nuestros cuerpos uno solo, palpitante, sudoroso, mojado, empapando la carne. Estaba vagamente consciente de que dolía, que iba a tener hematomas y no me importaba.
Lo llamé por su nombre con mi cuerpo apretado alrededor de él, apretando, teniendo espasmos debajo de él, golpeando mi cuerpo contra la cama, contra el eje de Richard, atravesándome el poder del orgasmo; derramaba gritos desde mi garganta mientras mi cuerpo se sacudía debajo de él. Se sentía bien, mejor que cualquier cosa, pero casi era violento, casi doloroso, casi aterrador. En algún lugar en medio de todo esto me di cuenta de que él se corrió también. Gritó mi nombre, pero se mantuvo en su lugar, mientras seguía retorciéndome y luchando debajo de él. No fue hasta que me tranquilice que se permitió colapsar encima de mí, un poco hacía un lado, así que mi cara presionaba contra su pecho.
Nos quedamos sudorosos, sin aliento, esperando que nuestros corazones fueran lo suficiente lento como para hablar. El encontró primero su voz.
—Gracias, muchas gracias por confiar en mí.
Me reí.
—Estás dándome las gracias. —Levanté su mano hasta mi boca y le besé la palma de la mano y luego apoye mi cara contra su mano—. Confía en mi Richard, ha sido un placer.
Se echó a reír, ese sonido gutural, rico, puramente masculino, y puramente sexual.
—Vamos a necesitar otra ducha.
—El primero que se pueda mover puede tener la primera ducha —dije.
Se rió y me abrazo. Ni siquiera estaba segura de que mis piernas pudieran trabajar bien en la ducha. Tal vez un baño.
TREINTA Y OCHO
Me desperté lo suficiente para sentir el peso de alguien contra mi espalda. Me acurruqué contra el calor, envolviéndome en el sueño. Un brazo sobre mi hombro, moviéndome en el círculo de su brazo y su cuerpo. No era él, los wereleopardos habían conseguido utilizarme para todo esto. Era el calor de su piel. Sólo por el olor, sabía que era Richard. Abrí los ojos y me acurruqué más contra él, encrespándome en su oscuro y musculoso brazo apretándolo alrededor de mi cuerpo como una manta cálida a mí alrededor. Por supuesto una manta no tiene el duro peso de Richard, o la sedosidad de su piel desnuda contra la mía, o la posibilidad de que te abracen de vuelta, usando sus manos para tirar de su cuerpo más apretado contra el tuyo. Cerró la distancia, se movió, hasta que incluso con la diferencia de altura, el pecho, su estómago y sus caderas se pegaran a mi alrededor. Se movió por última vez, y lo pude sentir duro y listo presionando contra mi cuerpo. Era de mañana, él era un hombre, ella quería atención, y yo quería dársela.