—¿Cuál es su problema? —pregunté.
Igor respondió.
—Trató de hacerse amigo de Claudia.
—Y conmigo —dijo Cherry.
Mire hacía la cara sonriente de Cherry y el ceño fruncido de Claudia.
—¿Y él no está sangrando y con moratones?
—No fue necesario hacerle daño —dijo Claudia—, sólo tuvimos que ser muy, muy claras. —El tono de su voz y la mirada en sus ojos hizo que mis ojos no parecieran tan fríos. No sé si alguna mujer alguna vez tuviera ese efecto en mí. Me hizo sentir sexista lo que era inquietante, porque ella era mujer, pero era cierto.
Las aletas de su nariz se inflaron y los vi a todos ellos olfatear el aire. Todos se movieron a la vez, se dispersaron alrededor de la habitación. Claudia se levantó, me agarró del brazo, el brazo del arma, y me movió hacía el otro lado de la cocina y contra la pared. Ya tenía su pistola en la mano derecha. Moví mi brazo del arma para liberarla cuando Igor se movió a su lado y se para enfrente de mí, bloqueando mi vista. Igor también sostenía su arma. Estaba a punto de preguntar qué diablos estaba pasando, cuando lo olí. El olor acre como de moho de las serpientes.
Cogí la Browning y apunté hacía la puerta, sujetándola con las dos manos cuando el hombre serpiente paso a través de la puerta de la cocina con Caleb delante de él, una escopeta recortada presionaba el ángulo de su mandíbula.
—Si alguien se mueve, él muere.
CUARENTA
Todos se congelaron, como si todos hubiéramos aspirado a la vez y contuviéramos el aire.
—Nadie tiene que morir aquí —dijo el hombre serpiente. Me miro con unos enormes ojos color cobre. La franja de color negro por encima de los ojos parecía maquillaje. No se observaban cicatrices en este rostro. Era más bajo y parecía más joven. Su rostro casi tenía una sonrisa, pero la mandíbula de serpiente no es adecuada para sonreír. Los ojos eran tan vacíos y extraños como el resto de él.
—Nuestro jefe sólo quiere hablar con la Sra. Blake, eso es todo.
—Dile que coja un maldito teléfono y pida una cita —dije. Apuntaba con el cañón de la Browning a un punto cercano al centro de su pecho, lo suficiente por encima de la cabeza de Caleb por lo que no estaba preocupado por dispararle, pero lo suficiente cerca de su garganta que con la munición que había en la pistola podría casi decapitarlo.
Si alguna vez moviera el cañón de la mandíbula de Caleb. Una escopeta recortada, con bala de plata disparada, y Caleb estaría muerto. No me gustaba mucho, pero no podía dejar que los chicos malos le volaran la cabeza, ¿no?
—Él no cree que fueras a ir —dijo el hombre serpiente.
—Vete, que llame y me comprometo a darle la consideración que merece. —Mi voz era tranquila porque estaba calmando mis nervios todo lo que podía, a la espera de algún disparo, si alguno llegaba.
El hombre serpiente apretó el cañón de la escopeta contra el cuello de Caleb, hasta que obligó a salir un pequeño sonido de dolor de él.
—Esta es una bala de plata, Sra. Blake. Esto destrozará su cabeza.
—Al segundo después tú también estarás muerto. —Le dijo Claudia, con su voz tranquila y firme como el brazo que sostenía el arma apuntando a la cabeza del hombre serpiente.
Soltó una risa silbante, que hizo eco detrás de él. Más de esas cosas comenzaron a moverse a través de la puerta abierta. Cogí un flash de brillante metal, más armas.
—Nadie pasa a través de esa puerta, o te mando lejos y dejo a Caleb tomar sus posibilidades.
Apretó el cañón contra la mandíbula de Caleb hasta que el hombre más pequeño tuvo que ponerse de puntillas y vi los primeros indicios de pánico en su rostro.
—Creo que no le gusta mucho —silbó el hombre serpiente.
—No importa —dije—, no voy a dejar entrar más armas en esta habitación.
—Promete no lastimar a Anita —dijo Merle. Casi me había olvidado de que estaba de pie a un lado y detrás de nosotros.
—No le vamos a hacer daño ni a un pelo de su cabeza.
—Podemos oler que estas mintiendo —dijo Claudia.
La cabeza de la serpiente se movió de lado.
—La mayoría de la gente no puede oler los cambios en nosotros, no puedes oler nada, por el hedor de la serpiente.
Cherry dijo:
—Anita.
Mis ojos parpadearon hacía ella y vi el movimiento fuera de las puertas correderas de cristal. Estaban tratando de entrar por nuestro flanco.
—Tenemos movimiento de este lado —dijo Igor.
Por una vez, otras personas tenían armas y parecían saber lo que estaban haciendo. Que refrescante. Mi mirada volvió hacia el hombre serpiente a tiempo de verle mover el cañón del arma hacía el cristal de la puerta.
—Tenemos toda la casa rodeada. No hay necesidad de que todos mueran aquí.
Claudia disparó un segundo antes que yo. Su bala pegó en la cara, la mía en lo alto del pecho, bajo el cuello. Su cabeza se desvaneció en un mar de sangre y de cosas más gruesas. Mis oídos resonaban con los disparos en el pequeño espacio. El cuerpo de la serpiente se echó hacía atrás: la escopeta estalló en su convulsa mano. Caleb se tiró al suelo hacía nosotros. Dos hombres serpiente más entraron por la puerta hombro con hombro, con escopetas. Claudia dijo:
—Izquierda.
Maté al de la derecha, y ella tomó al de la izquierda. Ambos fueron golpeados y los dos cayeron al suelo, una escopeta se arrastró por el suelo hacía nosotros.
Otro disparo de escopeta explotó a nuestra izquierda. Me volví hacía el ruido, no pude evitarlo. La puerta corredera de vidrio se había roto, y yo no había oído el sonido de cristales rotos, sólo el estruendo de la escopeta. Igor estaba de rodillas, utilizando la isleta como cobertura, mientras el mismo daba dos disparos al pecho de un hombre. El hombre cayó de rodillas, de repente, como una marioneta cuyos hilos habían sido cortados.
—¡Entrando! —dijo Claudia, y me volví hacía la otra puerta. Podía ver el cañón de un brillante revolver, algo chapado de níquel. Claudia estaba parada con su cuerpo apretado contra los armarios de la pared más cercana, casi oculta de la puerta. Ella disparo dos veces a ese brillante cañón, y un chillido llegó a nuestros oídos. El grito era similar al de una cría de conejo cuando un gato la atrapa. Débilmente oí que alguien gritó:
—¡Cayó, Félix!
Una lluvia de disparos llegó desde la otra habitación desde el interior de la puerta donde ni Claudia ni yo podíamos ver y todavía permanecer ocultas. Alguien me tocó el brazo, y me giré, abofeteando a Nathaniel con el cañón de la Browning. Él señalo, Igor estaba en el suelo, a su lado, el primer hilo carmesí se deslizaba por el suelo. Vi a Zane y Cherry bajo la mesa, pegados al suelo. Vislumbre a Merle un poco más lejos hacía atrás, metido en un rincón entre los armarios, probablemente mejor oculto que cualquiera de nosotros. ¿Qué haces en un tiroteo cuando no llevas un arma? Esconderte. Por un momento encontré los ojos de Merle, antes de volverme hacía los restos.
Un hombre salió por la puerta corredera, con una escopeta de pistón en sus manos. Él disparó en redondo cuando entró por la puerta. Le disparé tres veces antes de que sus rodillas se desplomaran. Debería haber disparado antes de entrar por la puerta.
Claudia estaba disparando sus balas hacía la puerta interior. Creo que ella no estaba disparando contra algo ahora mismo, pero ella estaba manteniendo a raya a los que corrían hacía nosotros. Nada más se movía en la puerta rota, pero me quedé de cuclillas, el arma apuntando apoyada en las dos manos cubriendo la puerta.
Las balas llovían desde la puerta interior y Claudia y yo nos apretamos contra los armarios. Mantuve un ojo en la puerta del fondo, pero no la podía mantener a cubierto y cubrirnos al mismo tiempo. Otro disparo de escopeta explotó contra la pequeña ventana encima del fregadero. Se llevó un buen pellizco de los armarios de la isleta. Yo estaba tan pegada al suelo como podía, sobre mi culo, presionada contra los armarios, pero apuntando con la Browning a la puerta corredera. La escopeta envió otro disparo a través de la ventana y los tiros desde el salón venían uno detrás de otro, no con un objetivo, sólo para mantenernos donde estábamos. Mantenía mis ojos y mi pistola hacía la puerta. Ellos estaban disparando para cubrir algo, y era la única puerta a la izquierda.
Tres de ellos llegaron a través de la puerta corredera, y todo fue más lento. Estaba viendo el mundo a través de un cristal, todo con bordes afilados. Tenía todo el tiempo del mundo para ver como dos hombres serpientes y el hombre león, Marco, entraban a través de la puerta como un borrón que fue tan rápido que supe que ninguno de ellos era humano. Vi las escopetas, largas y negras, el león, Marco, tenía una 9mm en cada mano. Tuve una visión del rubio, de piel dorada, antes de que la primera bala le diera en el costado, y lo hiciera girarse. Claudia disparó contra una de las serpientes, lo hizo caer, pero la escopeta del otro rugió, y la sentí tambalearse encima de mí.
Puse dos disparos en el pecho del hombre, y se desplomó sobre la mesa de la cocina, dejando caer la escopeta haciendo ruido en el suelo.
Una bala dio cerca de mí, y vi apuntar a Marco desde una posición inclinada. Apunté con la Browning hacía él, pero iba a ser demasiado tarde. Lo miré apretando el gatillo y supe que me tenía. No había tiempo para el miedo, sólo para un pensamiento de calma, él iba a matarme y no podía detenerlo. Entonces un borrón negro paso por su espalda, girándolo hacía atrás, y él disparo dio en el suelo frente a mí. Un hombre en forma de wereleopardo lanzó al hombre fuera de la puerta y desapareció después de él.
Mantuve mi ojo en la puerta, pero nada se movía. Algo caía por mi cara, tibia, casi caliente. Claudia se dejó caer contra los armarios, para sentarse, con las piernas extendidas hacía adelante, con la pistola todavía en la mano, pero sin apretarla. Tardé un segundo para ver su hombro derecho y el brazo llenos de sangre, entonces se volvió hacía la puerta corredera. Me apreté contra los armarios. Si venían a través de la puerta del salón podía matar a algunos de ellos. Si vinieran de las dos puertas a la vez, todo se habría terminado.
Vi un movimiento en la esquina y encontré a Merle con una escopeta en una mano y una serpiente en la otra. La había sacado a través de la ventana.
Vi como su boca se movía más de lo que lo oí y sabía que la falta de sonido no era sólo por el shock, si no que los disparos eran demasiado para una habitación tan pequeña.
Creo que dijo «Tengo esta puesta». Alivié a Claudia y tratamos de cubrir la sala de estar, tenía que confiar en que Merle podría manejar la otra puerta. Los ojos de Claudia parecían laminados cuando me moví hacía ella. Su boca se movía, pero no podía escucharla. Ella empezó a mover su mano izquierda hacía su derecha, inmóvil, como si la mano derecha no pudiese moverse. Mantuve un ojo en la puerta, pero sentí un lento movimiento mientras movía la pistola a la mano izquierda. Cuando la presione contra ella, esperaba que hubiese practicado con la zurda. No me gustaría recibir un disparo por accidente, cuando era muy probable que también consiguiera uno a propósito.
No pasó nada en lo que pareció una eternidad, un silencio completamente inmóvil. Mi oído regreso por etapas. Oí a Caleb repetir una y otra vez. «Hijo de puta, su puta madre, hijo de puta». Estaba acurrucado contra los armarios por detrás de mí, haciéndose un objetivo lo más pequeño posible. Nathaniel había cogido el arma de Igor y estaba apuntando la puerta corredera. Le había enseñado a Nathaniel los elementos básicos de las armas. Había demasiadas alrededor para que no supiera algo sobre ellas, pero mirándolo apoyado en los armarios de la isleta sobre el cuerpo de Igor, cogiendo el arma con las dos manos, su brazo izquierdo estabilizado contra el borde del armario, supe que él dispararía a todo el que entrara por esa puerta. Si él realmente iba a empezar a recoger armas de fuego durante las peleas, iba a tener que sacarlo a disparar conmigo más a menudo.
Por supuesto, eso suponiendo que viviéramos para hacer cualquier otra cosa. El silencio se prolongó, sólo se oía el viento susurrando a través de los árboles fuera de la cristalera rota.
Una voz vino desde la dirección cubierta.
—Soy yo, Micah. —La voz era profunda, casi un gruñido.
—No suena como Micah —dije a mi espalda.
—Suena como cuando no estoy en forma humana —dijo la voz.
Pregunte:
—¿Merle?
—Es Micah —dijo.