Naves del oeste (19 page)

Read Naves del oeste Online

Authors: Paul Kearney

Tags: #Fantástico

BOOK: Naves del oeste
4.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Piensa en el progreso que este ejército de magos podría realizar en la búsqueda del conocimiento puro, con todos los materiales necesarios y la tranquilidad de poder dedicarse en paz a sus estudios. Golophin, por primera vez en la historia, las entrañas de la biblioteca de San Garaso en Charibon han sido abiertas y sus tesoros sacados a la luz. Hay tratados y grimorios allí abajo que datan de antes del Primer Imperio. Estuvieron sellados durante siglos por orden de la Iglesia, y ahora son finalmente estudiados por gente capaz de entenderlos. He visto una primera edición del
Bestiario
de Ardinac…

—¡No! Todas las ediciones fueron destruidas por Willardius.

Bardolin se echó a reír, y levantó los brazos en alto.

—¡Te digo que la he visto! Golophin, escúchame, y piensa en esto. Imagina lo que una mente como la tuya, aliada con la de Aruan, podría significar para el progreso de la ciencia, tanto teúrgica como de otro tipo. Una octava disciplina es sólo el principio. Ésta es una oportunidad preciosa, un punto crucial en la historia justo aquí y ahora, mientras los murciélagos chillan a nuestro alrededor en las colinas del norte de Torunn. Es posible que haya cosas en nuestro régimen que no te gusten; ningún hombre es perfecto, ni siquiera Aruan. Pero, maldita sea, nuestros motivos son buenos. Queremos llevar a la humanidad por un camino distinto.

»En este momento, estamos ante una encrucijada. El hombre puede seguir lo que considera ciencia, y desarrollar formas de matar aún más eficaces, construyendo un mundo donde no hay lugar para el dweomer, y que tarde o temprano presenciará su muerte. O puede abrazar su auténtico legado, y convertirse en algo totalmente distinto. Podemos crear una sociedad donde la teúrgia forme parte de la vida diaria, y donde el conocimiento se valore por encima de las sucias manipulaciones de los artesanos. En este momento histórico, la humanidad debe escoger entre esos dos destinos, y la elección se hará sobre una marea de sangre, porque así son las revoluciones. Pero eso, por muy lamentable que sea, no invalida la decisión. Únete a nosotros, Golophin, en el nombre de Dios. Tal vez podamos ahorrarle al mundo parte de esa sangre.

Los dos hombres se miraron atentamente a través del fuego. Golophin no podía hablar. Por primera vez en su larga vida, no sabía qué decir.

—No te estoy pidiendo que decidas ahora. Pero al menos piénsalo. —Bardolin se levantó—. Aruan ha pasado mucho tiempo fuera de Normannia. Éste es un país extranjero para él. Pero no para nosotros. Pese a su sabiduría, nosotros poseemos una familiaridad con este mundo actual que a él le falta. Y te respeta, Golophin. Si tu conciencia todavía se remueve, piensa en esto: estoy convencido de que tendrías más influencia sobre sus decisiones como consejero y amigo que como antagonista. Por lo que a mí respecta, siempre has sido mi amigo, y sigues siéndolo, creas lo que creas.

Bardolin se levantó con la agilidad de un hombre mucho más joven.

—Piénsalo, Golophin. Por lo menos, piénsalo. Adiós.

Y desapareció, sólo con un leve estremecimiento del aire y una débil ráfaga de ozono para señalar su paso. Golophin no se movió, sino que continuó contemplando la luz de la hoguera igual que un ciego.

Capítulo 10

El salón de armas estaba abarrotado, y hervía de conversaciones que se elevaban hasta las altas vigas del techo entre murmullos y especulaciones. Prácticamente estaban presentes todos los oficiales superiores del país, con la excepción de Aras de Gaderion, pero éste había enviado a un oficial correo para representarlo e informar al alto mando de los acontecimientos recientes en el paso.

El rey entró sin ceremonias, cojeando un poco como siempre que estaba cansado. Se sabía en todo el palacio que últimamente dormía en una silla junto a la cama de la reina. Ésta se encontraba muy mal, y no duraría más que unos pocos días. El día anterior se había despachado una embajada formal a Aurungabar por orden suya, y la corte hervía de especulaciones sobre lo que ello podía significar. Pero era mejor mantenerse alejado del rey. Su carácter, nunca demasiado amistoso, se había vuelto realmente arisco en los últimos tiempos.

El salón enmudeció cuando él hizo su entrada, flanqueado por el general Formio y un hombre alto y horriblemente mutilado, vestido con una túnica manchada y con un saco al hombro. El guardia personal de Corfe, Felorin, entró detrás de ellos, vigilando con cautela la espalda del forastero. El pequeño grupo se detuvo frente a la mesa de mapas, y Corfe estudió los rostros de los oficiales reunidos. Todos contemplaban con ávida curiosidad a su anciano compañero.

—Caballeros, me gustaría presentaros al mago Golophin de Hebrion, antaño primer consejero del rey Abeleyn. Ha traído una noticia del oeste que debe tener prioridad sobre todos los demás asuntos por el momento. Golophin, si eres tan amable…

El anciano mago dio las gracias a Corfe y contempló los rostros impacientes que le rodeaban, igual que había hecho el rey. Su voz sonora no tenía la musicalidad acostumbrada cuando habló.

—El rey Abeleyn de Hebrion ha muerto, y también el rey Mark de Astarac y el duque Frobishir de Gabrion. El gran conjunto naval que comandaban ha sido destruido. La flota del oeste ha desembarcado en Hebrion, y el reino se ha rendido al enemigo.

Hubo un segundo de silencio estupefacto, y luego todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo, un tumulto de exclamaciones horrorizadas y preguntas perdidas en el clamor. Corfe levantó una mano, y el ruido cesó. El rostro del rey de Torunna estaba gris como el mármol.

—Dejadle continuar.

Golophin, que se había servido un vaso de la botella sobre la mesa sin que nadie lo invitara, lo vació de un trago. Olía a humo de leña, a sudor y a un aroma evocador parecido al aire electrificado de una tormenta. Una vena le latía en el hueco de la sien como un gusano azul.

—Las tropas himerianas están en marcha. Han salido de Fulk por los dos lados de las Hebros, en dirección a Imerdon y a la costa norte de Hebrion. Un ejército ha pasado de Candelaria al este de Astarac y ha derrotado a los astaranos en las colinas. Garmidalan está a punto de ser sitiada, si no lo ha sido ya. Y, si mi información es correcta, otro ejército himeriano se dirige a los pasos de las Malvennor mientras hablamos, para tomar Cartigella desde la retaguardia.

—¿Cómo sabéis todo eso? —preguntó el general Comillan, con el grueso mostacho erizado como una escoba.

—Tengo una… una fuente digna de confianza en el campamento himeriano.

—¿No van a ofrecer siquiera algo de resistencia? —preguntó un toruniano con tono incrédulo.

—No en Hebrion. Se ha acordado que no habrá pillajes ni saqueos en Abrusio, a cambio de una ocupación incruenta. En Astarac, el ejército ha sido pillado por sorpresa, igual que todos nosotros. Están en plena retirada hacia el oeste. La guarnición de Cartigella es eficiente, sin embargo, y probablemente resistirán al asedio a las órdenes de Cristian, el príncipe heredero. —Golophin volvió a llenar su vaso, lo contempló como si fuera cicuta, y lo vació de golpe—. Pero la caída de Cartigella es sólo cuestión de tiempo.

—Caballeros —dijo suavemente Corfe—, estamos en guerra. La movilización general está en marcha. He firmado el decreto de reclutamiento no hace ni media hora. A partir de ahora, este reino está bajo la ley marcial, y todos los hombres capacitados del país han sido llamados a defender su bandera. Sin excepciones. Comillan, Formio, por la mañana empezaréis a inspeccionar a la primera hornada de reclutas. Quiero que los pongáis en forma lo antes posible. Comillan, la guardia personal formará el núcleo del nuevo escuadrón de adiestramiento.

—Señor, debo protestar.

—Tomo nota de tu protesta. Coronel Heyn, te estoy preparando un grupo que llevarás al norte dentro de dos días, para reforzar a Aras. Coronel Melf.

—¿Señor?

—Tú también tendrás un mando independiente. En cuanto los contingentes merduk lleguen de Aurungabar, te pondrás en marcha y los conducirás al sur, hasta el puerto de Rone. Vuestra zona de operaciones serán las colinas del sur de las Címbricas, donde las montañas descienden hasta el mismo Levangore. El enemigo puede tratar de infiltrar una columna en torno a nuestro flanco sur en esa zona. Por supuesto, estarás en contacto con el almirante Bersa.

—¡Señor! —Melf, un hombre alto y delgado que parecía un campesino, sonrió complacido.

—¿Y el grueso del ejército, señor? —preguntó Formio.

—Permanecerá aquí en Torunn por el momento, bajo mi mando. Eso implica a los catedralistas, a tus Huérfanos, Formio, y a la guardia personal, por supuesto. Alférez Roche, mis disculpas por hacerte esperar. ¿Qué noticias traes de Aras?

El joven oficial pareció tragar saliva durante un segundo, y luego extrajo un despacho con gestos temblorosos.

—Señor…

—Léelo, por favor. Todos los presentes deben oírlo.

El alférez Roche apartó la tapa del tubo de cuero y desenrolló el papel de su interior. Se aclaró la garganta.

—Lleva fecha de hace seis días, señor.

Corfe:

Te escribo aprisa y sin ceremonias. El portador de este despacho te hará una descripción más detallada de lo sucedido aquí de lo que puede conseguir mi pluma. Ha vivido esos sucesos en persona. Pero debes saber algo: hemos sido completamente expulsados de las llanuras por un avance enemigo a gran escala. No podemos enviar ninguna patrulla sin encontrar grandes cantidades de enemigos, y durante la semana pasada hemos sufrido cuantiosas pérdidas de hombres y caballos. He tenido la tentación de hacer una salida a gran escala, pero prefiero esperar a tu aprobación antes de intentar una operación de tal envergadura. Los soldados de Finnmark y Torber todavía no han llegado, gracias a los puentes que quemamos, pero parece que los himerianos son suficientes sin ellos. Me aventuro a decir que ya deben haber vaciado Charibon de gran parte de su guarnición. Se proponen tomar Gaderion, eso está claro.

Hay algo más. Nos hemos encontrado con algo nuevo, algo de lo que el portador podrá hablarte con más detalle. Esos Perros, tal como los llaman… son una especie de bestias, u hombres que pueden convertirse en bestias a voluntad. Los rumores habían corrido por el continente durante años, como todos sabemos, pero ahora he visto patrullas, y medios tercios de hombres experimentados, masacrados como conejos por esas cosas, siempre por la noche, apenas entrevistos. Nuestra inteligencia es inexistente. Creo que pronto estaremos sitiados.

Hombre a hombre, somos mejores soldados que los himerianos, pero no sabemos cómo luchar contra este nuevo enemigo, y no tenemos practicantes de dweomer que puedan aconsejarnos. Necesito refuerzos, pero también necesito un modo de resistir. Necesito saber cómo matar a esas cosas.

Nade Aras

Oficial al mando en Gaderion

Hubo un silencio explosivo, como si todos se hubieran quedado sin aliento. Corfe fue el primero en hablar.

—Alférez Roche, ¿has visto esas cosas de las que habla el general Aras?

—Sí, señor.

Corfe agitó una mano con impaciencia.

—Cuéntanos.

Muy brevemente y con tono inexpresivo, Roche contó el destino que había corrido su patrulla dos semanas atrás. El ataque de la enorme bestia a la que apenas pudieron ver, la muerte de su sargento.

—Encontramos los cadáveres en el bosque cuando se hubo marchado, señor. Estaban totalmente destrozados, doce hombres. Y oímos un solo grito. Ensillamos a los caballos que quedaban, montamos de dos en dos, y regresamos a Gaderion aquella misma noche.

—¿Dejasteis los cadáveres sin sepultura? —espetó Comillan.

Roche inclinó la cabeza.

—Me temo que sí, señor. Los hombres estaban aterrados, y…

—No pasa nada, alférez —dijo Corfe. Se volvió al anciano mago, que permanecía a su lado escuchando atentamente—. Golophin, ¿puedes decirnos algo más?

El mago suspiró pesadamente y contempló su vaso vacío.

—Aruan y sus secuaces han estado experimentando durante años, tal vez siglos. Han tomado a hombres normales y los han convertido en cambiaformas. Han tomado a cambiaformas y les han dado propiedades nuevas. Han criado bestias contra natura con el único propósito de hacer la guerra, y ahora las están soltando por todo el mundo. Destruyeron la flota aliada, y ahora participarán en el asalto a Torunna.

—Te traslado la pregunta de Aras: ¿cómo matar a esas cosas?

—Es bastante simple. Hierro o plata. Un corte con un pincho o una hoja fabricados con cualquiera de los dos materiales, y la corriente de dweomer que fluye por las venas de esas criaturas se interrumpe, matándolas instantáneamente.

Corfe parecía algo escéptico.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo, majestad.

—Entonces no son tan terribles, después de todo. Me animas, Golophin.

—Las espadas y puntas de pica del ejército están hechas de acero templado —dijo Formio secamente—. Parece que no les afectarán. Ni tampoco el plomo de nuestras balas. —Miró al mago, desconcertado.

—Correcto, general.

—Los herreros deben ponerse a trabajar, entonces —intervino Corfe—. Hojas y puntas de pica de hierro. Y estoy pensando en algún tipo de aguijones de hierro que puedan adaptarse a las armaduras. Convertiremos a cada hombre en un alfiletero mortífero, de modo que si esas cosas le ponen una sola zarpa encima, se enviarán a sí mismas al infierno.

Los ánimos en el salón se aligeraron un poco, e incluso hubo algunas risitas. Las noticias del oeste eran malas, sí, pero Hebrion y Astarac no eran Torunna, y Abeleyn no era Corfe. El propio mar podía rendirse a la voluntad de Aruan y sus secuaces, pero no había ninguna fuerza en la tierra capaz de detener al ejército toruniano una vez se ponía en marcha.

—Caballeros —dijo Corfe a continuación—. Creo que todos sabéis cuáles son vuestros deberes por el momento, y Dios sabe que hay bastante que hacer. Podéis retiraros. Alférez Baraz, quédate.

—Corfe —dijo Formio en voz baja—. ¿Has vuelto a pensar en nuestra conversación?

—He pensado en ella, Formio —dijo el rey, con tono inexpresivo—, y aunque algunos de tus argumentos son muy válidos, creo que las posibles ganancias superan a los riesgos.

—Si te equivocas…

—Siempre existe esa posibilidad. —Corfe sonrió, y apretó un hombro de Formio—. Somos soldados, no adivinos.

—Tú eres el rey, no un comandante desconocido del que podamos prescindir por capricho.

Other books

When Blackbirds Sing by Martin Boyd
Appleby and the Ospreys by Michael Innes
Dead Spaces: The Big Uneasy 2.0 by Pauline Baird Jones
Traps by MacKenzie Bezos
Bone Witch by Thea Atkinson
The Driver by Mandasue Heller