Nivel 26 (31 page)

Read Nivel 26 Online

Authors: Anthony E. Zuiker

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Nivel 26
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

Dark contemplaba la pantalla en negro, a la espera de que sucediera algo. Aquello no era todo. Sqweegel quería algo. Quería jugar su partida final.

¿A qué venía aquel silencio, entonces? Y, entonces, a través de la negra bruma digital, oyó la voz de Sibby:

—¿Steve?

—Estoy aquí, Sibby. ¿Qué sucede? ¿Está él ahí contigo?

—Todo me da vueltas…

—Estoy aquí contigo. No lo olvides. Aunque se corte la conexión y ya no puedas oír mi voz, estoy contigo. Te seguiré hablando. Iré a por ti.

—Sé que lo harás —dijo ella—. Y luego iremos a Disneylandia. Todos nosotros.

—Claro que sí.

—Oh, Dios, Steve, deberías ver el bebé. Nunca había visto nada tan hermos…

Y nada más. Sólo se oía el chirrido de unas ruedecillas sobre un suelo de cemento.

Dark acercó la cara a la pantalla intentando vislumbrar cualquier atisbo de imagen, cualquier pista de lo que fuera a pasar a continuación.

Entonces oyó una especie de resoplido que poco a poco se fue convirtiendo en una gran carcajada. El cabrón se estaba riendo. Luego la pantalla parpadeó y se quedó completamente negra.

La señal se había cortado.

Pero daba igual. Sibby le había dado lo que Casos especiales, con todos sus agentes, especialistas y protocolos, no había sido capaz de darle.

Una pista.

Disneylandia.

¿Estaban cerca de Anaheim? Era un principio, pero era demasiado vago para resultar útil. Si ese siniestro hijo de puta no hubiera cortado la señal, Sibby habría podido dejar caer otra pista.

Pero al menos era algo.

Dark le envió un mensaje a Constance.

BUSCA EN EL ÁREA DE ANAHEIM. DISNEYLANDIA.

11000 de Wilshire

—¿Se puede saber qué cojones acaba de pasar? —preguntó Riggins.

—Hemos perdido la señal… —farfulló un agente derrumbado sobre un teclado.

—Bueno, pues recupérala.

—Llego hasta la página de inicio de sesión, pero no me deja entrar.

—Vuelve a intentarlo.

—Es lo que estoy haciendo.

—¡Pues esfuérzate más, joder!

Mientras tanto, al otro lado de la sala, Constance leyó el mensaje de Dark y volvió a mirar la pantalla. Una montaña cubierta de nieve.

Anaheim.

Y entonces experimentó uno de esos hermosos momentos para los que vivía pero le solían pasar desapercibidos: el dulce y puro placer que se sentía al establecer una conexión.

La montaña cubierta de nieve no era de verdad. Era la cima del Matterhorn, en Disneylandia. Sus padres la llevaban todos los veranos a visitar el parque; bueno, hasta que se divorciaron.

La casa de Sqweegel se encontraba en algún punto cercano a la zona más jodidamente conocida del sur de California.

Capítulo 90

Hollywood

19.13 horas

Dark le dio un puñetazo a la pared de su habitación. El yeso se desintegró bajo su puño e hizo un agujero de casi medio metro en la pared. No había sido demasiado inteligente por su parte: un encargado curioso podía haberlo oído y aparecer en su puerta en cualquier momento.

Pero la rabia que sentía tenía que salir por algún sitio. Su sistema nervioso no la podía soportar más.

Dark necesitaba matar, y su mente racional apenas era capaz de detenerlo.

Hacía años que no se sentía así. Desde que perdió a su familia adoptiva. A partir de entonces, su corazón se transformó en una supernova y el centro de su alma en una densa bola de hierro sin sentimientos. Arrastró consigo esa bola de hierro por todo el mundo, golpeando con ella cualquier cosa que él creyera que lo separaba del larguirucho monstruo que le había hecho aquello. Y, finalmente, tras un año de sangrientos, frustrantes y enfermizos fracasos, todo quedó calcinado, todos sus sentidos ardieron y luego se enfriaron… quedaron reducidos a la nada.

Sibby había atizado las cenizas y había encontrado restos de calor en un lugar que Dark consideraba estéril desde hacía tiempo. Ella fue apartando lentamente las cenizas, alimentado el fuego hasta hacerlo sentir humano otra vez.

Pero ahora ella estaba en manos de un maníaco. Y Dark se sentía como si alguien hubiera lanzando un misil antibúnker contra su pecho. Sentía que las entrañas le ardían, le explotaban y se reducían a pedazos.

Necesitaba destruir a Sqweegel por encima de todo… pero lo único que podía hacer era mirar fijamente la pantalla del navegador y resistir el impulso de arrojar el portátil contra la pared de la habitación, arrancarle la tapa y destrozar las teclas con sus propias manos…

—Un momento… ¡Sí! A la tercera va la vencida. Volvemos a tener señal.

Riggins y Constance se abalanzaron sobre el monitor, completamente ocupado por el rostro de Sqweegel. La cremallera que ocultaba su boca parecía un rasguño de la propia pantalla. En cualquier momento, su gruesa y húmeda lengua la atravesaría.

—Constance Brielle —dijo él—. Sé que estás con nosotros. Esto también te concierne.

Todos se volvieron de golpe hacia ella. Pero Constance los ignoró. No podía dejar de mirar aquella boca; la boca de Dios a punto de recitar sus pecados en voz alta.

—Tenemos mucho de qué hablar —anunció Sqweegel—. Todos nosotros.

Entonces el rostro de Sqweegel desapareció y la cámara enfocó a Sibby.

—¿Steve?

—Estoy aquí —dijo Dark tocando la pantalla LCD con la punta de los dedos. Sintió el leve calor de los píxeles e imaginó que se trataba de ella.

—¿Ya estamos todos? —preguntó Sqweegel mientras giraba la cámara de nuevo hacia él. Con el brazo derecho acunaba al bebé, que seguía vestido con su traje de bondage blanco.

—Es importante que aclaremos unas cuantas cosas antes de proceder a la conclusión.

Cuanto más miraba a Sqweegel, más convencida estaba Constance de que podía verlos. Lo notaba en mil pequeños detalles de sus reacciones. No era un hombre actuando ante un público imaginario. No, los podía ver a todos.

Debía de tener algún tipo de cámara de vigilancia en aquella sala. Quizá incluso más de una.

«¿Cómo?».

Con la mirada fija en la pantalla, Constance cogió un bolígrafo y un pósit y garabateó:

«Sigue triangulando en SILENCIO. Necesito la dirección CUANTO ANTES. Sólo para mis ojos».

Le dio la nota al agente que estaba a su lado, pero no la soltó hasta asegurarse de que lo había entendido bien.

Sqweegel se alisó una arrugas imaginarias en su traje de látex y luego alzó su rostro hacia la cámara como si fuera un presentador de televisión. Con total seguridad en sí mismo. La espalda erguida. Absolutamente relajado ante su público.

Y ahora que ya se habían congregado todos sus espectadores, empezó a hablar.

Capítulo 91

Poco después de medianoche/Día del padre

—Mi propósito en la tierra es liberar al ser humano de sus pecados y recordarle las virtudes divinas —dijo Sqweegel a la cámara—. Sean putas viudas y avariciosas que han perdido la esperanza y follan para conseguir dinero del gobierno; de sacerdotes maricas que han olvidado su fe y abusan de los niños creyendo que podrán librarse de las llamas eternas mediante la confesión; de privilegiados delincuentes juveniles en busca de emociones fuertes pero que son incapaces de afrontar sus consecuencias; o del hipócrita defensor del país que ni siquiera es capaz de proteger a su hijo bastardo.

—Voy a destruirte —le dijo Dark a la pantalla.

Sqweegel levantó la mirada hacia él y soltó una sonrisita de suficiencia bajo la máscara. Dark lo notó por la forma que adoptó el látex.

—O de un fracasado investigador federal que no pudo salvar a su familia adoptiva de un pequeño ser mortal.

—A mí no me puedes acusar de nada —dijo Dark—. No ves nada más que pecados a tu alrededor, pero ignoras los tuyos. ¿Quieres asesinar a todo el mundo? ¿Enviarnos a todos al infierno? Hazlo. Pero espero que hayas hecho las maletas, porque cuando te ponga las manos encima, tú irás con ellos.

Sqweegel ladeó la cabeza.

—No tengo miedo, Steeeeeeve. Hay dos razones por las que quería que habláramos hoy. En primer lugar, quiero absolverte de tus pecados.

—Que te jodan —le espetó Dark.

—Ésa parece ser tu respuesta para todo. Que lo jodan. Que me jodan. Que las jodan. ¿Pero no sabes lo que ocurre cuando jodes? ¿Acaso no te lo enseñó tu madre adoptiva? ¿Quizá mientras te metía la mano bajo tus calzoncillos para dejártelo claro? ¿Hizo que se te pusiera dura? ¿Todavía fantaseas con ella, Steve?

—Ve al grano.

—Cuando jodes, creas un bebé. Al menos, ésa era la intención de Dios. Y tú creaste uno.

—Sí. Lo tienes en tu sótano. Y voy a recuperarlo, maldito cabrón.

—¿Crees que ése es tu bebé? —preguntó Sqweegel—. ¿Estás seguro?

Sqweegel se rió por lo bajo. No pudo evitarlo. En cuanto empezaba, le resultaba difícil parar. Tenía una risa animal; era así desde la infancia. Se le escapaba cuando dejaba que sus emociones salieran a flote. A veces le resultaba muy difícil contenerla. Durante décadas se había esforzado en conseguir un nivel de autocontrol sobrehumano. Pero ahora el viaje estaba a punto de finalizar, y parecía que su cuerpo lo supiera.

Pero aquello era serio. Uno no podía destruir a su enemigo mortal con unas cuantas palabras todos los días.

—¿De qué hablas? —preguntó Dark.

—Este bebé no es tuyo —respondió Sqweegel—. Es mío.

—Mentiroso.

—No, no. Verás: drogué a Sibby la noche en que tú te olvidaste de la virtud de la continencia y le metiste tu hambrienta polla a Constance Brielle.

La sangre de Dark se le heló en las venas.

Oh, Dios. Sqweegel lo sabía.

Capítulo 92

Poco después de medianoche/Día del padre

Constance se sentía como si estuviera desnuda en medio de la sala de control, rodeada de hombres que veían todos y cada uno de sus defectos, sus protuberancias y recovecos.

¿Cómo podía haberse enterado Sqweegel? Ella no se lo había dicho a nadie. Ni siquiera a su madre en Filadelfia. Se trataba de un secreto que había decidido llevarse a la tumba; y afrontaría entonces el juicio. Sin embargo, parecía que ya la estaban juzgando.

—Ella abortó, Steeeeeeeve —dijo Sqweegel—. Pero tú ya lo sabías, ¿verdad? Incluso le ofreciste un cheque, cómo era… oooh, sí, el número 1183, para ayudarla a pagar los… ¿servicios? Pero ella lo rompió y lo tiró donde nadie pudiera encontrarlo. Bueno, nadie salvo alguien que tuviera un pequeño rollo de cinta adhesiva y mucho tiempo libre.

Entonces Constance lo recordó. En aquel momento, el aguijón de la indiferencia de Dark y su frialdad la pusieron furiosa. Pero lo había superado. Había pasado página.

—Ah, no te enfades —le dijo Sqweegel a la pantalla—. Constance quería mantenerlo todo en secreto. No quería causarte ningún problema. Ya sabes, quería evitar que hubiera una vida a tu alrededor demandando atención. Habría sido muy malo para ti, ¿verdad, Steeeeeeve?

Constance oyó el eco de la voz de Dark en la guarida de Sqweegel. Resonó tan alto que saturó los pequeños altavoces del portátil y se distorsionó.

—¡Cierra la boca!

—Si es mentira, me mato —dijo Sqweegel—. Me arrancaré la lengua de cuajo; delante de la cámara. Aceptaré el castigo por mi pecado. Y nunca podré volver a mentir. Pero no estoy mintiendo, ¿verdad, Dark?

No era más que un perturbado diciendo mentiras. Nada más. Sibby intentó ignorar sus palabras y concentrarse en el bebé. Lo único que le importaba era que su pequeña consiguiera salir viva de aquel infierno. Lo demás —ella, Steve, todo— daba igual.

Pero aquellas palabras consiguieron abrirse camino en su mente.

«… le metiste tu hambrienta polla a Constance Brielle…». «Ella abortó, Steeeeeeve…».

Y pensó en la noche en la que le dijo a Steve que estaba embarazada. Lo hizo con mucho cuidado, empleó más cautela que nunca en su vida. Cuando vió el brillo de felicidad en los ojos de Dark, supo que a partir de entonces todo iría bien.

«Es genial», le había dicho él entonces.

«Intenté contártelo, Sibby», le dijo ahora.

También oyó la voz de Constance:

«Fue culpa mía, Sibby. Fue sólo una noche. Sé que estuvo mal. Aborté porque no quería joderos la vida. La responsabilidad es toda mía».

Steve otra vez:

«Mía también. Intenté decírtelo».

—Callaos. Callaos de una puta vez. Todos. Sacad a mi bebé de esta pesadilla de una vez —chilló Sibby.

—¿Ves lo odiosos que podemos resultarles a los demás cuando olvidamos las lecciones divinas? —dijo Sqweegel a la cámara—. Todos tenemos nuestros secretillos. Yo mato gente; tú matas gente. Pero al menos cuando yo lo hago, no lo mantengo en secreto.

Y entonces quitó la cámara del trípode; su rostro volvió a ocupar toda la pantalla.

—Todas las personas que he enviado al infierno se lo merecían —continuó Sqweegel. Constance y tú os deshicisteis de una vida, de modo que Sibby y yo vamos a hacer lo mismo. Ojo por ojo, y el mundo se quedará ciego.

— Debo admitir que… me va a resultar un poco difícil deshacerme de ésta. Le he cogido cariño.

Y, tras decir eso, cortó la conexión a internet.

Los técnicos de Casos especiales hicieron todo lo posible por intentar solucionar el problema, pero pronto se dieron cuenta de que se trataba de la electricidad, que iba y venía, iba y venía, como si se hubiera desatado una tormenta que causara estragos en todos los circuitos.

Al cabo de unos segundos, sin embargo, la conexión se reanudó. Una nueva imagen, pixelada y en blanco y negro, apareció en todos los monitores.

Para ver estas imágenes «en directo»,

regístrate en level26.com

e introduce la siguiente clave:
run4fun

Capítulo 93

Las imágenes eran las de la cámara de vigilancia del centro del mismísimo infierno.

«
Unas manos de látex sumergiendo a un bebé en un contenedor de metal. El bebé tiene frío. Llora. Quiere ir con su madre
…».

La imagen parpadea.

«A la madre le quitan las ataduras de las muñecas y Sqweegel blande ante ella una cuchilla de afeitar, provocándola. Le hace cortes en el pecho. En las piernas. En los pies. Con crueldad, sin piedad, como un carnicero atormentando a un pollo al que está a punto de descuartizar. La madre yace paralizada por el miedo, pero no sirve de nada. El carnicero está decidido».

La imagen parpadea.

«A la madre le quitan las ataduras de los tobillos. Golpea al monstruo con la rodilla en la cara y baja con dificultad de la camilla de hospital. Avanza a ciegas, cojeando, tambaleándose, escupiendo, gritando…».

Other books

Dearly, Beloved by Lia Habel
Fiending for His Love by Angel Williams
The Regulators by Stephen King
The Deliverance of Evil by Roberto Costantini
Kris by J. J. Ruscella, Joseph Kenny
Host by Faith Hunter
Incriminated by Maria Delaurentis