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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (49 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Jessica que le escuchaba con atención, le removió el pelo
con los dedos y tras suspirar pronunció un
«¡Sí, acepto!»
, alto y claro.
Luego estiró de su mano con fuerza y cuando le tuvo a su altura, le besó con
ardor.

Todos los presentes, aplaudieron conmovidos.

No habría boda de momento, pero... ¿quién sabe...? Eso,
inevitablemente lo sabe el caprichoso
Destino..
.

 

¿FIN...?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

Manhattan, 6 enero de 2.014

 

—¿Gabriel Gómez?

La voz de Paula, la asistenta social, sonó a través de la
puerta entreabierta de la sala destinada a las visitas del centro de acogida.

—Sí, soy yo.

Se levantó de la silla de la sala de espera y miró a
Jessica. 

—¿Quieres acompañarme?

Ella meditó unos segundos sin dejar de dar vueltas a la
alianza de oro blanco y diamantes.

—Creo que será mejor para él que me quede aquí esperándote.
A mi parecer, es todavía demasiado reciente. Aún no me tiene la suficiente
confianza.

—No es culpa suya. Siente pánico a los extraños.

Gabriel le cogió la mano que tan incómoda movía sin parar.

—Tampoco es culpa tuya, Jessica. Dale tiempo... 

Ella asintió y le regaló una sonrisa esperanzadora.

—Claro, todo el que necesite.

Él le devolvió la sonrisa y luego le besó en los labios.

—En media hora estoy de vuelta.

—Ve tranquilo. 

   

Tras atravesar el umbral de la puerta, la joven la cerró
con llave. Gabriel se sentó en una silla y dejando sobre la mesa el paquete
debidamente, se dispuso a esperar.

Un par de minutos más tarde, Scott entró en la sala,
cabizbajo, acompañado de Paula. 

—Scott, mira quién ha venido a verte... tu amigo Gabriel...

El niño al escuchar su nombre, alzó la mirada tímidamente
encontrándose con los ojos de él. 

—Hola, campeón. 

Gabriel inspiró hondo. Scott parecía recuperar peso y
tonalidad en las mejillas tras el último encuentro. Eso le tranquilizaba. El
centro le trataba bien, era evidente.

—Bueno, creo que os dejaré a solas unos minutos. ¿Te parece
bien, Scott? —le preguntó ella doblando las rodillas para colocarse a su
altura.

El niño no articuló ninguna palabra ni siquiera un solo
gesto de aprobación.

Paula le colocó la mano en el brazo para que supiera que no
estaba obligado si no quería.

—Scott, no pasa nada. Si no te apetece, Gabriel no se
enfadará... vendrá otro día.

La joven miró a Gabriel y después se encogió de hombros,
resignada.

—Me temo que hoy no está inspirado. Será mejor que vengas
en otro momento.

—Claro. No hay problema.

Gabriel se levantó de la silla y cogió el paquete. Pero
antes de empezar a andar, lo miró y volvió a colocar este sobre la mesa.

—Paula, el paquete es un regalo para Scott. Dáselo por
favor,  de parte de Jessica y mío.

—Por supuesto.

Mirando una vez más a Scott, salió de la sala algo menos
preocupado que la vez anterior. El centro y la terapia psicológica, estaban
ayudando mucho a Scott a superar el asesinato de su padre y el abandono de
todos estos años por parte de su abuelo, Charly.

Mientras atravesaba el pasillo y se acercaba a Jessica, no
pudo dejar de pensar en lo ocurrido.

Ella al verle llegar, cerró el libro que estaba leyendo y
se quitó las gafas de pasta de color burdeos. 

—¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí tan pronto? —preguntó con
un deje de preocupación.

—Necesita más tiempo y yo tengo todo el del mundo.

Jessica se levantó y Gabriel le cogió de la cintura.

—¿Tienes un momento para pasar por el aeropuerto? Tengo
algo importante que mostrarte.

—¿Ya empezamos con las misteriosas sorpresas?

—Me temo que sí —sonrió—. Soy así de raro. Me gusta tenerte
nerviosa. —Se acercó para susurrarle al oído—: No me preguntes porqué, pero me
pone muy cachondo...

Jessica se rió y luego le pegó un manotazo.

—No cambies nunca, Gabriel.

—Te aseguro que así será...

La estrechó con más intensidad de la cintura y dio un
mordisco a su hombro.

Al llegar al aeropuerto JKF, Gabriel aparcó el coche en
batería. Apagó la radio y giró la llave del contacto para detener el
motor. 

—Jessica, es hora de explicarte algo importante que
deberías saber —inquirió con el semblante bastante tenso.

Ella sonrió abiertamente.

—Gabriel, no hagas el payaso. Sabes que no se te da bien
pone esa cara tan seria, no va contigo, además te hace parecer más mayor.

—Jessica —resopló, tratando de continuar sin
interrupciones—: Quiero que me escuches con atención, porque lo que voy a
contarte, cambiará tu vida para siempre.

Ella arrugó la frente, pensativa.

—¿Para bien o para mal?

—Déjame que primero te lo diga —le tomó una de las manos.

Jessica guardó silencio y Gabriel le miró a los ojos con
decisión.

—He encontrado a tu hija.

Ella se soltó de su mano abrumada por lo que acababa de
escuchar.

—No tiene ni pizca de gracia —dijo cruzando los brazos,
como protegiéndose de sus palabras.

Gabriel se acercó un poco más a ella, mirándole muy serio.

Jessica, al ver en sus ojos reflejada la honestidad negó
con la cabeza aún sin dar crédito.

—¿Y dónde está? ¿Quién es? ¿Cómo se llama?

—¡Ehhhh...! alto, alto... —se burló levantando las manos en
señal de rendición—. Vayamos por partes.

Jessica tuvo que frotar sus brazos, porque un escalofrío
repentino había invadido de arriba abajo todo su cuerpo.

—Es una chica que ya conoces.

Jessica aún le miró más sorprendida que antes.

—Es amiga mía. La conocí en la parada de taxis de este
mismo aeropuerto, hace apenas cuatro meses.

Gabriel le volvió a coger de la mano, pero esta vez ella no
la retiró, porque en cierta forma necesitaba de su contacto, para tratar de
asimilar lo que tenía que escuchar.

—Vino a Manhattan a través de una beca de bellas artes
otorgada por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Gabriel inspiró y luego tragó saliva, para soltar de golpe
todo el resto.

—Se llama Daniela Luna, es española, su fecha de nacimiento
es el 24 de septiembre del 1991, por consiguiente tiene 22 años.

Jessica abrió los ojos como platos. Sintiendo como los
latidos de su corazón zumbaban en el interior de sus oídos.

—Además de las mismas marcas de la foto de tu bebé y un
parecido asombroso a Adam.

Los ojos de ella enseguida se llenaron de lágrimas y
Gabriel buscó un pañuelo de papel para dárselo.

—¿Es la chica del pub?

—La misma —afirmó él con firmeza.

—Algo en mi interior, me avisó ese día de que era ella,
pero no hice caso.

—No te culpes. 

Jessica se sonó la nariz y se secó las lágrimas.

—¿Está aquí? ¿En el aeropuerto?

Él asintió.

—¿Quieres verla?

—Llevo veintidós años queriendo verla...

—Entonces creo que ya has esperado demasiado...

 

Entraron al aeropuerto y se dirigieron cogidos de la mano
hacia la primera planta. Subieron por las escaleras mecánicas y cruzaron un
largo pasillo hasta llegar a la puerta de embarque del vuelo con destino a
Madrid.

Cuando cruzaron la puerta, Gabriel le pidió que esperara un
momento en aquel sitio.

Los cinco minutos que transcurrieron hasta que regresó de
nuevo, fueron eternos.

Jessica, vio de lejos acercarse a los tres, Gabriel, Eric y
su hija Daniela.

A Jessica se le hizo un nudo en la garganta. Se llevó las
manos temblorosas a la boca. Veintidós años, era demasiado tiempo sin ella.
Veintidós largos y angustiosos años, por fin llegaban a su fin. Estaba viva y
estaba frente a ella. Era real, no se trataba de ningún espejismo...

Gabriel y Eric, se quedaron en segundo plano, a unos metros
antes de llegar hasta Jessica.

Daniela, se soltó de la mano de Eric y tras respirar hondo
muy nerviosa, caminó hacia su madre, que la observaba aún sin dar crédito.

«Dios mío, creo estar viendo a Adam»
, susurró Jessica sin poder evitar llorar.

Cuando quedaban pocos metros, Daniela se detuvo temblorosa.
Ambas se miraron en silencio durante un rato y luego Jessica le sonrió con
ternura, invitándola a acercarse.

—Mi niña... —susurró tendiéndole la mano.

Daniela pese a la lejanía pudo leer en sus labios aquellas
palabras y entonces tras estremecerse nuevamente, corrió a sus brazos y ambas
se fundieron en un precioso y emotivo abrazo.

Gabriel no pudo evitar sonreír al tiempo que suspiró
frotándose los ojos con el dorso de la mano. Esa escena era demasiado intensa,
demasiado bella... Madre e hija, unidas para siempre.

—Gracias, Eric —dijo colocando su brazo sobre su hombro.

—Tuve tiempo de pensar y recapacitar. No podía negarle algo
que había deseado toda su vida. Dejé de pensar en mí por un momento y lo vi
claro, Daniela debía saber la verdad.

Gabriel miró a su amigo con orgullo y luego añadió:

—Vas a ser un padre cojonudo.

Eric se echó a reír.

—Sí. A ver si a la tercera, va la vencida —negó con la
cabeza—. Esta vez, quiero hacerlo bien. Por eso nos vamos a Madrid. Quiero
pasar más tiempo con mis hijos y con el bebé que vendrá.

—Eric. Lo harás genial —se puso serio—. O te prometo, que
me planto en Madrid y te pateo el culo, si no cuidas de Daniela como se merece.

—No debes preocuparte, porque la quiero y no pienso cagarla
—miró a ambas mujeres una vez más—. Esta vez, no. Así que no hará falta que
vengas a Madrid, a no ser que sea para venir a visitarnos.

—Claro que sí. Cuenta con ello, amigo.

Tras abrazarse durante un largo rato, Daniela alzó la vista
y ambas se quedaron mirándose a los ojos.

—He soñado tantas veces con este momento... —dijo Jessica
con la voz temblorosa—. Dios sabe que he removido cielo y tierra para
encontrarte...

—Lo sé... Sé que no fue decisión tuya.

Jessica empezó a llorar desconsoladamente mientras
acariciaba el rostro de su hija.

—Te he echado tanto de menos...

Daniela empezó a respirar con dificultad, estaba demasiado
conmovida.

—Y yo... mamá.

Ambas volvieron a abrazarse con fuerza, incapaces de decir
nada más.

Cuando se separaron lentamente, Daniela la cogió de la mano
y la colocó sobre su vientre que ya empezaba a tomar forma, aunque el abrigo
disimulara la evidente redondez.

Jessica abrió mucho los ojos. ¿Era lo que creía que era?
Negó con la cabeza, sin dejar de llorar.

—Ella es... Alba, tu nieta...

Daniela le sonrió, apartándose un mechón de la cara.

—Mi nieta... —repitió susurrando con un hilo de voz—. Mi
nieta... Alba...

Jessica suspiró acariciando el vientre de su hija y luego
la besó en la frente.

Poco después, una voz femenina alertó que los pasajeros del
vuelo con destino a Madrid, debían embarcar.

Daniela bajó la vista, una enorme sensación de tristeza se
adueñó de su ser.

Cuando Jessica lo percibió, le levantó la barbilla y la
miró profundamente a los ojos.

Ambas se sostuvieron la mirada unos instantes.

—Te prometo que cuando esté más recuperada, iré a Madrid.
Tengo muchas cosas que explicarte, quiero que me conozcas... y me encantaría
hablarte de quién era tu padre y lo mucho que nos amábamos. Porque no fuiste un
error, fuiste engendrada desde el amor...

Tras escuchar aquellas palabras, Daniela contuvo el aliento
y sus ojos verde oliva volvieron a brillar, emocionados.

—Yo también quiero conocerte.      

Jessica le brindó una hermosa sonrisa y ambas se abrazaron
por última vez.

Gabriel y Eric, se unieron a ambas y tras despedirse,
Jessica miró a su hija hasta perderla tras la puerta de embarque.

Gabriel la besó en el cabello y juntos caminaron en
silencio hacia el aparcamiento.

No tardaron demasiado en llegar al apartamento y justo
después de abrir la puerta, Gabriel le barró el paso antes de que pudiera
entrar.

—De eso nada... —sonrió cogiéndola en brazos bajo su
asombro.

—¿Pero qué haces? —preguntó rodeando su cuello para no
caer.

—Algo que me rondaba en la cabeza hace días.

Gabriel la besó en los labios.

—Aunque no nos hayamos casado, quiero que te sientas en
todo momento
 
mi mujer
...
Así que, hagámoslo como es debido...

Gabriel cruzó el umbral de la puerta con ella en brazos y
al llegar al interior, cerró la puerta de una patada sin dejarla aún en el
suelo.

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