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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho Detective (5 page)

BOOK: Papelucho Detective
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Cuando pasó el alboroto, le pregunté:

—Quiero que me explique cómo es esa hermana…

—No sé todavía.

—Quiero saber si existe.

—Sí, existe, pero no la conocemos. Hay que rezar por ella.

—¿Para qué, si no la conocemos? Puede ser una antipática.

—Es tu hermana, hijo.

—Si es, ¿cómo se llama?

—No se llama todavía. No ha sido bautizada. Es muy posible que sea un hermano… No sabemos.

—No entiendo. Si existe, es, y si es, ¿qué es? ¿Hombre o mujer?

—Existe y no sabemos si es hombre o niñita y si va a nacer o se perderá.

Total que no entendí palabra. Lo único que saqué en limpio es que si se pierde, por lo menos no hay que buscarla. Una hermana perdida puede ser un hermano perdido. Da lo mismo.

En todo caso, si nace, yo pienso que es bueno tener alguien menor que uno para poderlo mandar. Y también uno puede educarlo para que sirva de algo. Y el bautizo es una especie de fiesta con dulces, torta y recuerdos.

¿Cuántos días habrá que esperar para eso?

Me pasa algo bastante grave, pero ni me atrevo a decírselo a mi mamá porque mi papá repite todo el día: “¡No hay que molestarla!”.

Estaba partiendo nueces con el martillo, cuando me maté un dedo. Fue sin vuelta. Mi pobre dedo agonizó toda la noche. Yo lo sentía palpitar hasta que me dormí, y debe haberse muerto en ese momento porque no latió más. Uno ni sabe que tiene corazón hasta en los dedos. Ahora que está muerto, no duele, pero se está poniendo negro y me da como pena de él. No sé cómo enterrarlo. Es terrible tener un dedo muerto y que nadie lo sepa.

Parece que mi mamá ahora está enferma de otra cosa, una cuestión como “abrazada”. No es grave, pero es largo, dijo la Domi. Y yo que me estaba acostumbrando a tener una hermana. Porque la quiero enseñar a obedecerme. Porque nadie me ha obedecido nunca. Es lo que pasa cuando uno es menor. Pero ya no seré más el menor. Estoy decidido. Y da como una felicidad cuando uno piensa que no va a tener que ordenar más, ni hacer tareas, ni recoger cosas del suelo, ni hacer mandados. Para eso estará el menor. Es cuestión de enseñarlo bien cuando nazca. Creo que le voy a enseñar hasta a lavarme los dientes. Será mi esclavo, como fui yo el esclavo de Javier. Y cuando el pobre cumpla nueve años le voy a dar el dato que puede nacerle otro hermano para que él descanse.

Como mi mamá no quiere que salga, le encargué a la Domi que me comprara un chupete. Así haremos callar a la hermana. No sé cómo le puede gustar a las guaguas chupar tanto; debe ser de puro aburridas. Yo dejé blanco el chupete a ver si me acostumbraba, y ¡nada!

Tampoco me acostumbro a que mi mamá se haya vuelto santa de repente. No hay caso que rete a nadie, ni siquiera a Javier. Y si la Domi se atrasa, apenas suspira. Todo eso hace pensar que uno puede quedar huérfano.

Anoche, cuando estaba soñando que era huérfano y no sabía qué hacer con la famosa hermana, mi mamá que era una santa igual a la Virgen del Carmen (esto era en el sueño), me mandó a buscar la cuna, el chal rosado y la mamadera que había en el cuarto de costura. Entonces me acordé de que los había llevado a la población. Y desperté con la complicación de que todo eso era para la famosa hermana. Y cualquier día va a nacer, mi mamá va a pedir las cosas y van a estar desaparecidas. Y ahí sí que se muere mi mamá de que su hija no tenga en qué dormir.

Me senté en la cama desvelado pensando que había que ir a buscarlas y al mismo tiempo no salir, para que ella no se ponga nerviosa. Y es imposible. Y si ella fuera santa de verdad, haría el milagro de que las cosas aparecieran de nuevo en el cuarto de costura. Pero no; no hay nada ahí. Lo que pasa es que ella está tratando de ser santa, y creo que no le resulta mucho. Porque yo creo que las santas no duermen todo el día.

Y hasta en el colegio no pienso más que en cunas, mamaderas y chales rosados. Y fui a una tienda a la vuelta del colegio y había una cunita muy "hermosa y práctica", según dijo la tendera, pero costaba miles de pesos.

Yo pensaba de economizar micro y juntar plata si me voy y me vengo a pie. Ahora que subieron, me parecía fácil, ero saqué la cuenta y me demoro casi un año en la cuna, si no hay días de fiesta. Y la mamadera y el chal. Total que tengo que pensar en hacer negocios.

Hoy vino a ver a mi mamá una de esas señoras antiguas que a uno le pellizcan la barba y el cachete. Se creía muy simpática y tenía olor a polilla, porque andaba con chaqueta nueva. Y yo no tuve ninguna culpa de que se sentara en la silla con la pata quebrada. Porque yo la había compuesto de verdad y ella de puro pesada la desarmó. Total de que ella también se quebró algo o cosa por el estilo, pero eso fue porque era tan vieja como la misma silla. Y lo viejo se rompe solo. Pero se armó el boche y hasta vino la ambulancia de la propia clínica y por fin se la llevó con chaqueta nueva y todo. Y mi mamá con sus nervios armó un boche tan grande que mi papá le tuvo que dar montones de píldoras, hasta que por fin se calló. Y ahora les ha dado con que tienen que hacer alguna cosa por la señora y yo le dije a la Domi que hiciera una torta. Y no tuve más remedio que acostarme porque la verdad que me dolía la cabeza porque a mi mamá a cada rato le daba con que la silla y que yo la había puesto ahí con la pata suelta y dale y dale. Y yo no tenía ni pizca de sueño, porque era hora del té. Así que apenas oí el chiflido del Chirigüe me levanté y fui a ver para qué me necesitaba. Y me necesitaba con harta urgencia porque la mamá de la guagua de la población me mandaba a pedir alimento. Yo no tenía ni cobre, en la casa no había alimento y en la cocina había un gran pedazo de carne sobrante. Y claro que se lo di al Chirigüe para la pobre guagua. Nadie me preguntó a mí por la carne. Dale con buscarla por toda la casa y dale con rezongar y confundirse, la Domi y mi mamá. Y venía gente a comer y que esto y lo otro. Total que era lo más sencillo. Llamé a la carnicería y pedí por teléfono diez kilos de carne para que se acabara el alboroto. Pero ni se acabó, porque dale de nuevo con que quién pidió la carne y que a quién se le ocurre pedir diez kilos. —Yo la pedí —dije por fin—. Si no había carne y necesitaban carne, ahí la tienen… La Domi y mi mamá me miraron muy serias y no alegaron más. Tengo un amigo nuevo, un tal Ramón que tiene una hermana grande que se va a casar. Ella se cambia todo el tiempo de vestidos y de bocas y peinados y el novio tiene cara de aviso de pasta de dientes.

Ramón vive en una casa grande de vidrios tremendamente limpios. Y el jardín está dentro de la casa en vez de estar afuera. Eso quiere decir que son millonarios porque el garaje es más grande que toda mi casa. Y los novios se miran y se mirar y se ríen. Y nos echan a Ramón y a mí de todas partes. Y a Ramón lo mandan a jugar conmigo a cada rato y ni sé qué hacer con él. A mí me gustaría ir a casa de él si no fuera que toda la gente se lo pasa escribiendo sobres de invitaciones y rabiando muy confundida. Y la empleada Purperina está hasta la coronilla de abrir la puerta para recibir regalos. Entonces yo me ofrecí de abrirla mientras ella descansa. Y me entregó cien pesos para darle treinta pesos de propina a cada persona que trae uno y los diez que sobran son para mí. El primer regalo era una lámpara y la señora que lo trajo manejaba un auto de lujo. Recibí la lámpara y le pasé los cien.

—¿Tiene vuelto de treinta pesos? —le pregunté. Movió la cabeza, se rió y se fue.

El segundo regalo era otra lámpara igual, pero un poco más fea. Esa la trajo un señor manejando un Buick y tampoco tenía cambio y el tercer regalo eran dos lámparas iguales a las otras y la pareja que las vino a dejar no quiso la propina. Total, gané cien pesos para la cuna. Y después sonó la campanilla varias veces, pero como no tenía propinas para esos regalos, no abrí.

El matrimonio va a ser la fiesta más salvaje, con varias clases de helados, sandwiches, pavos, tortas y demases. Hay como trescientos regalos en una pieza y de ésos, doscientos son vasos de todas clases y los demás lámparas también de todas clases. Por lo menos van a tener luz en la casa y algo en que tomar agua o refrescos.

Javier y yo nos preparamos para gozar el día del matrimonio y aprovechar bastante por haber aguantado tanto al Ramón. Y también ahora con la cuestión de los regalos y las propinas uno tiene más paciencia porque lo aguanta como "trabajo" para ganar el pan. Quiero decir la cuna. Ya tengo juntados quinientos pesos y nadie tiene vuelto de quinientos y los que tienen no reciben propina.

La mamá del Ramón estaba muy nerviosa con las invitaciones porque dice que no las alcanza a repartir por lo atrasadas. Yo me ofrecí a llevarlas por otros quinientos pesos.

—Este niño parece muy responsable —dijo y me dio los quinientos.

Pero cuando le pregunté a mi mamá para ir a dejarlas, santa y todo, me dijo un "por nada" de esos que no se puede alegar.

—Las dejarás en el correo —me dijo al fin.

Fui al correo, eché las cartas y de pasadita me fui a la tienda de las cunas.

—Aquí tiene mil pesos por la cuna —le dije a la vendedora.

—¿De pie?

—¿Hay cunas de pie y de mano, como las máquinas de coser? —pregunté.

—No, señor. Me refiero a que usted paga mil pesos de pie y lo demás en letras…

—Como usted quiera. ¿Me puedo llevar la cuna?

—Naturalmente. Firma las letras y la lleva. Pero sale un poco más cara.

—¿Cuánto más?

—Dos mil pesos más.

Me pareció un poco mucho, pero ella alegó que la cuestión de la moneda y el alza y otras patillas y yo firmé las letras. Al fin y al cabo firmar letras no importa mucho.

Y me traje la cuna y la escondí en el jardín para entrarla en la noche cuando estén durmiendo. Es preciosa, hermosa y práctica y mi mamá va a gozar cuando la vea.

Por fin pude devolver la cuna de la famosa hermana.

Aproveché la hora de comida de mamá y papá y Javier, que estaba en la cocina calentando cola para sus cuestiones de trabajos manuales, y nadie me vio pasar. Y encuentro que la cuna es mucho más práctica y hermosa que la de mi mamá.

Uno se acuesta muy feliz cuando tiene la conciencia tranquila de haber devuelto una cosa. Y me dormí de golpe.

Pero después me puse a soñar con ese asunto que se agranda y se agranda inmenso y luego se achica y se achica y se acerca tremendamente y se escapa, y qué sé yo, cuando ¡zas!, di un salto y desperté.

Era plena noche, justo medianoche.

Lo único malo era mi corazón que golpeteaba como un zapatero apurado y ni me dejaba dormir. Algo raro pasaba en la casa y por eso me saltaba el corazón. Yo pensaba que en realidad, lo único que vale la pena de ser en la vida es detective. Porque así uno vive tranquilo. Un detective está siempre esperando al ladrón o algo por el estilo, así que cuando pasa algo raro en la noche, en lugar de asustarse, se alegra. Y decidí que voy a ser detective. Y le voy a explicar a la gente mala que no vale la pena vivir así, igual que los ratones, siempre huyendo. Y cuando decidí ser detective se me tranquilizó el corazón. Pero de todas maneras algo pasaba en la casa a medianoche. Y yo, detective, tenía que descubrirlo. Me levanté muy valiente, porque cuando uno es detective jamás siente miedo. Por suerte había luz en el cuarto de mi mamá. Y se oían voces. Mi papá parecía muy furioso y decía: —Esto no puede seguir así… Por lo visto no era cuestión de detective. Era algo distinto. Yo trataba de adivinar qué sería, pero inútil. Mi mamá se defendía tan enredado que ni se entendía. Yo pensaba que mi papá era muy injusto y peleador. Así que a mí me dio pena mi pobre mamá y la iba a defender, pero en ese momento ella se puso insolente. —¿Qué te figuras tú? —dijo con voz de radioescucha. Se me quitó la pena de ella y se me pasó a papá. ¿Por qué estarían peleando? ¿Sería por la cuestión de la cuenta del almacén? ¿Se irían a separar, quiero decir a divorciar? Yo pensaba: Si me voy con papá, él se va a la oficina y uno queda libre, pero ¿qué hará mi pobre mamá si sus hijos la abandonan? ¿En qué va a pasar el día? Y también me necesita para ayudar a cuidar esa hermana que quiere nacer. ¿Y la hermana se irá con mi papá? Me volví a la cama en puntillas. Entretanto seguía la pelea. Más me pateaba el corazón porque yo tenía que decidirme luego. Antes de que fuera mañana. Pero la cuestión era que la pena de uno se me pasaba al otro y era como un columpio y no sabía qué hacer. Estaba verdaderamente desvelado. Es lo más terrible que hay ser desvelado. Uno no puede dormir por ningún motivo. Se había acabado la pelea y yo pensaba que a lo peor uno de los dos podía haber asfixiado al otro con la almohada. Pero de todos modos tenía que ir a decirle a mamá que estaba completamente desvelado. Así que me levanté otra vez y entré en puntillas por si el asesino tenía que borrar las huellas del crimen. Resulta que los dos estaban tan tranquilos durmiendo y me costó bastante despertar a mi mamá. Y como ella es tan injusta, en lugar de darme las gracias porque yo la había despertado para que ella apagara la luz, se enfureció conmigo. —¿Es posible que hasta de noche molestes? —me dijo. —Estoy desvelado —le expliqué. —¿Por qué? ¿Estás enfermo? ¿Tienes algún dolor? —y le dio como rabia que yo no tuviera ninguno. Tampoco le podía decir yo por qué no me podía dormir. Y en ese momento en realidad casi me habría gustado que siguieran peleando y me habría ido con mi papá. En fin que me dio una pastilla y listo. Pero al día siguiente se me olvidó despertar para irme al colegio. Yo no sabía que era tarde, y cuando oí la voz de trueno con que me llamaba papá a su pieza, pensé enseguida que era la cuestión de la pelea de la noche. Y otra vez cambié de idea y me dieron ganas de irme con mi mamá si se iban a separar. Total que de mi cuarto al de ellos pensaba a mil kilómetros por hora lo que debía hacer. Estaba tan seguro de que me llamaban para elegir.

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