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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho Detective (6 page)

BOOK: Papelucho Detective
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Y resultó lo contrario. Porque en lugar de eso, me hablaron en coro, como una sola voz.

—¿Qué significa esto? ¿Qué te figuras tú? —las mismas cosas que ellos se decían en la noche. Pero a mí. Quién sabe si el que debía separarse de ellos era yo. Los miraba pensando y no sabía qué decir.

—¡Contesta!

—Estoy pensando —dije.

—No es hora de pensar…

Entonces me di vuelta para ir a vestirme, pero ni alcancé porque mi papá me pescó de la oreja que me duele y me zampó de todo: Que yo era un irresponsable, un flojo, un frito, un no sé qué y un no sé cuánto y que él a mi edad se sacaba todos los premios y se levantaba antes que el sol, etc., etc. Y lo peor es que al oírlo me dio tanto gusto de ver que nadie se iba a separar de nadie, que me reí solo.

Pero fue peor mi risa porque me tiró la otra oreja y me dijo:

—¡Atrevido!

Pero aunque ahora me dolían las dos orejas yo estaba feliz.

Hoy fue el día más brutal.

Resulta que hace mucho tiempo le había mandado un recorte con mi nombre y dirección a un gallo famoso que es el tipo más forzudo y atleta del mundo, un tal Charles Atlas. Y ya ni me acordaba de mi carta, cuando llega la Domi con un tremendo sobre para mí escrito a máquina y con estampillas de EE.UU. Yo creí que era broma, pero cuando me convencí, lo abrí y saqué las cartas. Eran como tres, y un librito. El propio señor Charles Atlas me escribía. Y me manda una hoja y miles de papeles. Él me asegura que en tres meses yo puedo ser campeón de cualquier cosa y crecer como un metro y tener los músculos más recontra fuertes de Chile. Es pura cuestión de que yo les escriba. Nada más. Y tengo que poner en el papel las medidas de cada músculo mío, etc., etc. En tres meses voy a tener las medidas de él. Así que le pedí a mi mamá que me midiera, pero era tanta la diferencia entre él y yo que pensé que no me va a cotizar. Por eso le dije a mi mamá que le tomara las medidas a papá y se las vamos a mandar. Mi mamá está mejor y se levanta. La hermana no se perdió por fin. La seguimos esperando. Así que mamá escribirá por mí a Ch. A. Uno se siente bien cuando ve que la gente famosa lo cotiza a uno.

Pasa algo misterioso.

Ayer, cuando volví del colegio, había un tipo raro mirando la casa.

Hoy, también estaba en lo mismo. Antes de antes de ayer, ídem.

Y ahora en la tarde andaba caminando con la Domi.

Creo que es un gángster de esos de película. Anda rondando la casa para robarnos y estudia todo. Ahora está engañando a la inocente de la Domitila. Y a lo mejor la cloroforma.

Me escondí en la cocina para espiarlo desde la ventana y vi que el malvado la pescaba de la cintura. Si le hubiera apretado el guargüero, yo habría disparado, porque tenía una honda cargada con la cabeza del martillo.

Pero el tipo sólo le apretó la cintura.

Yo me había equivocado cuando pensé mal de Clorofilo. Resulta que es ni más ni menos que detective. Y es un gran personaje. No sé cómo se hizo tan amigo mío.

Cuando llegue del colegio, él estaba en el comedor contando los plaqués. Yo casi metí la pata porque como pensaba que era ladrón lo traté un poco mal. Y también no había nadie en la casa porque todos habían ido a ver salir a la novia, la hermana del Ramón. Así que cuando lo vi, le dije:

—¡Oiga!, ¿qué hace aquí? —y le dio a mis piernas como un terremotito.

—Hago inventario —me dijo—. ¿Sabes tú lo que es un inventario?

—No —le dije muy seco—. Pero lárguese antes de que llegue mi papá.

—Más despacio amiguito. ¿Sabes tú quién soy yo?

Se rió con unos dientes que parecían rastrillo y me mostró una placa dorada que tenía debajo del chaleco.

—¿Lo sabes ahora?

Yo meneé la cabeza, porque todavía pensaba que era un cogotero; era el mismo que le apretaba la cintura a la Domi todas las tardes.

—¿No sabes el significado de esta placa? Mírala bien. Soy detective.

—¿De verdad? —le pregunté. En ese mismo momento me di cuenta de que era simpático— ¿Entonces usted no piensa matar a la Domi? ¿Quiere casarse con ella?

—¿Por qué no?

—Sería como en los cuentos. Una simple cocinera se casa con un detective. ¡La suerte de ella!

—Tú lo has dicho. Es una buena muchacha. ¿Nos habías visto juntos?

—Muchas veces. ¡Y yo que creía que usted era un ladrón!

—No te fíes de las apariencias. Aquí me tienes, encargado de hacer el inventario de tu casa. Tengo que cuidar todo esto mientras tu papá y mamá están en la tiesta del matrimonio. Andan muchos mañosos por este barrio.

—¿Quiere que vaya a llamar a la Domi? —yo trataba de hacer algo para que olvidara mi ofensa.

—No te molestes. Ha ido a divertirse un rato. Yo me encargaré de hacer su trabajo mientras vuelve. Tú sabes que los enamorados somos así.

—¿Usted le va a hacer la comida?

—No hace falta. Tus papas están en la fiesta. Y, a propósito, me encargaron que te dijera fueras también porque te tienen dulces y helados. La Domi te los dará.

—Es que el Ramón me dijo que su mamá no quería que yo fuera. —alegué, pero Clorofilo me convenció de que la Domi me esperaba en la cocina. Total de que fui corriendo y con hartos jugos en la boca para las cosas más ricas y ni me dejaron entrar. Entonces me volví bastante furioso y cuando iba subiendo a la casa, me encontré con el Clorofilo que salía.

—¿Por qué volviste tan pronto? —me dijo. De la rabia ni le contesté.

—¿Y usted ya se va? —le pregunté.

—Me llamaron urgente de Investigaciones. No le digas a tu papá que tuve que irme. Ni tampoco a la Domi. Tienes que aprender a ser hombre y a guardar secretos. ¿Puedo confiar en ti?

—¡Ya lo creo!

—Bien. Te diré un secreto si me juras no contarlo a nadie. Es un pecado muy grande romper un juramento.

—Ya lo sé.

—Jura, entonces, que guardarás el secreto.

—No me gusta jurar.

—Ya lo pensaba yo… No te lo digo, y ¡adiós!

—En ese caso le juro…

—Basta con que lo guardes hasta mañana a las ocho de la tarde. Se trata de un encargo de tu papá, pero él no quiere que nadie lo sepa. Ni siquiera tu madre. ¿Te acuerdas de lo que te dije del inventario? Bien. He cumplido el encargo de tu padre y tengo todo muy guardado. La platería, las joyas, las cositas finas, ¿sabes? Están todas bajo llave en la despensa. Yo me llevo la llave. Mañana a esta misma hora vengo a abrir la puerta. Ya no habrá peligro de robo, porque la casa ya no estará sola. La cuestión es saber callar y ser hombre.

—A esta misma hora. Con la llave. Todo estará conforme. Pero no digas nada hasta mañana poco antes de que yo llegue. Tu papá sabe muy bien lo que me ha encargado. No te importe si tu mamá o la Domi se muestran sorprendidas. Ellas no saben nada.

Y partió. Pero al darme la mano, me encajó entre los dedos un billete. Son tipos ricos los detectives.

—¿Usted vendrá mañana?

A la mañana cuando desperté tenía un hambre tremenda. Porque como todos estaban en la fiesta ni se acordaron de darme comida y me quedé dormido sin comer. Así que apenas me levanté, aunque era tempranito, me fui corriendo a la casa de Ramón. Por suerte había tanto bochinche en la casa y tantos ramos de flores secas y tantos botes llenos de conchos de helado que uno raspaba y raspaba y no se acababan nunca.

Así es la vida. Cuando uno está más hambriento y triste, de repente puede comer de sorpresa las cosas más ricas. Dios sabe por qué la hizo así. Ahora no me va a importar sufrir, porque ya sé que tengo siempre un premio de sorpresa.

Eso mismo pensaba en la tarde, cuando volví a la casa y me encontré con la pelotera de que mi mamá y la Domi tenían un alboroto con eso de que no había ni cubiertos, ni fuentes, ni nada. Como ellas son mujeres, pensaban lo peor.

—¡Nos ha robado! —gritaban, y la Domi lloraba de chorro.

Yo casi les digo lo de Clorofilo, pero por suerte me acordé del juramento. Tenía que guardar mi secreto hasta las ocho, y eran sólo las siete. Mi mamá llamaba a todas partes. Mi papá no estaba en la oficina y él la podía haber tranquilizado. Por fin llamó a los autopatrullas, y yo, obligado a callar.

Todo el tiempo que ella se retorcía entera quejándose y lloriqueando y lo demás, yo pensaba en el premio que la esperaba cuando llegara papá y el Cloro y abrieran la despensa. Y el secreto se me agrandaba que ya no me cabía. Pero es raro, no importa ver sufrir cuando uno sabe que están sufriendo gratis. Por no dejar.

Y más bien me volví donde el Ramón para esperar que pasaran las horas y por si quedaban helados. Yo quería ver las caras de todos cuando llegara el autopatrulla con el Clorofilo y su llave.

Y cuando sentí la sirena, corrí a la casa. Faltaban cinco para las ocho. Yo pensaba decirle al Cloro: "¡Chitas que es puntual usted!", pero no lo vi.

Subió un teniente y dos carabineros y mi mamá estaba tan brillosa y medio con fatiga y la Domi tenía hipo y no podía hablar. El único que alegaba era Javier que no sabía ni palabra. Yo miraba la hora todo el tiempo, y la puerta, por si aparecía Cloro.

—¿Cuándo echó usted de menos las cosas? —preguntaba mi teniente.

—¡Esta mañana! —decía mamá—. La Domitila no tenía en qué servir el desayuno.

—El té —dijo Javier—. Aquí nadie tomó desayuno porque estaban durmiendo.

—Sí, señor teniente —decía mi mama sonándose—. Nos levantamos tarde porque habíamos estado en pie hasta el amanecer.

—¿Aquí en casa? ¿Estaban las cosas aquí a esa hora?

—Naturalmente.

—Entonces el robo se ha cometido en la mañana, mientras ustedes dormían…

—No señor —dije yo y por suerte me acordé del juramento. A veces resulta terrible haber jurado.

—¡Tú te callas! —me dijo Javier—. No sabes nada y te metes a hablar.

—¡Sé harto más que tú! —le dije lleno de rabia. Que a uno le digan que no sabe nada cuando es el único que sabe. Me daban ganas que se me olvidara el juramento, pero no podía olvidarlo. Tenía tantas ganas de mostrarle a todos la verdad.

—¿A qué hora creen ustedes que se cometió el robo? —preguntó el teniente y nos miraba a todos.

Mi mamá dijo: "En la mañana". La Domi dijo: "Anoche". Javier dijo: "A las tres de la madrugada", y yo dije:

—A las ocho.

—Que hablen los grandes —dijo el teniente, y mi mamá y la Domi hablaron a un tiempo y ni se entendió.

—¿Por dónde creen ustedes que han entrado los ladrones? —preguntó el teniente.

—Por el tejado —dijo la Domi.

—Por la ventana —dijo mamá.

—Por la chimenea

—dijo Javier.

Yo no dije nada.

El t. anotó en su libreta y fue a ver la ventana, la chimenea y miró al tejado. Yo me metí las manos a los bolsillos para no indicar nada.

—¿Están seguros de que la puerta estaba cerrada? —preguntó el t.

—Seguros —dijo la mamá. A mí se me meneó la cabeza. Javier me miró furioso. El t. abrió y cerró la puerta con cuidado. Después anotó.

Miré el reloj del t. y eran las ocho en punto. Yo ya podía hablar. Pero no podía. Era el juramento. El reloj del t. podría estar adelantado.

En eso llegó mi papá. Mamá se volvió loca de llanto y de histeria. La Domi comenzó con un hipo espantoso. Y se armó más bochinche —que antes porque todos querían explicar y nadie entendía. Y mi papá creía que se estaba perdiendo la famosa hermana y retaba a la Domi de llamar a autopatrullas cuando debía llamar al doctor.

Ya era tanto el alboroto, que yo decidí hablar con mi papá.

—Oiga, papá —le dije—. No es nada. La cuestión del inventario, no más.

—¿Qué inventario? —me miró con cara de loco.

—El que usted sabe —Yo le cerré un ojo. Pero él ni se dio cuenta. Se lo volví a cerrar y tampoco. Entonces le dije:

—Papá, le estoy cerrando el ojo.

—Sí —me gritó—. Me doy cuenta. ¿Por qué diablos me cierras el ojo?

—Para que entienda —le contesté con rabia.

—¿Qué quieres que entienda? ¿Es ésta una de las tuyas?

Se me revolvió la cabeza de rabia.

—No es de las mías —le dije—. Es de las suyas.

—¡Insolente! —y me iba a pescar la oreja, cuando me tiré al suelo. Porque a papá le ha dado con que soy insolente y también con mis orejas. Y al fin y al cabo, yo creía que él tenía mala memoria y no se acordaba del inventario. Y yo me levanté de un salto y me puse al lado del t.

—Señor patrullero —le dije—, papá no se acuerda, pero él le encargó a un agente que le hiciera su inventario ayer. Él sabe que le encargó que guardara todo en la despensa.

—¿De dónde sacas eso? —papá me miraba casi con respeto.

—El agente Clorofilo me lo dijo.

En ese momento pasó una cosa. La Domi se desmayó y todos se le fueron encima para desdesmayarla. Mi mamá le tiraba agua, papá le daba palmadas en la cara, el t. la puso patas arriba y yo le chiflé la oreja. La cuestión es que volvió en sí, pero más valiera que se hubiera quedado desmayada porque se largó a gritar y gritar. Mi papá se enfureció y la mandó a su pieza.

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