—Estoy de paso —contesté—, vamos a Arica…
—¿A Arica? ¿Y viajando »a dedo«?
—No ha sido necesario —respondí—. Sólo queremos saber dónde estamos… y si es fácil llegar…
La boticaria soltó una de esas risas coquetonas que aprietan la boca y estremecen los hombros. Me estaba coqueteando, se veía, pero yo descubrí en su tienda cosas buenas que quería comprar. Mientras ella seguía coqueteando, vi una campanita celeste que le quedaría muy linda ahora colgada del cogote a la Fortuna, y pregunté cuánto valía.
—Doscientos, curioso.
—¿Y la rosada?
—Igual precio, preguntón.
—¿Por qué me insulta? —le dije—. ¿Cree que no tengo plata?
—Bueno, ¿tienes?
—¡No tengo, pero tengo algo que vale más que todas sus campanitas! ¡Tengo URANIO!
—¿Uranio? —se puso toda seria y me trató con reverencia—. ¡A ver si me lo muestras… para comprártelo!
Saqué mi paquetito, es decir un paquetito de plástico y se lo mostré sin dejar que lo tocara.
—¡COCA! —clamó como si hubiera visto al diablo—. ¿Y dónde conseguiste eso? ¿Tienes más?
Me lo guardé en el bolsillo y me puse bien seco. Los negocios son negocios y hay que saber negociar.
—Tengo siete paquetes —le dije paulatinamente— y muchos más escondidos. ¿Cuánto paga por ellos?
—Una campanita por los siete —dijo, brillando toda entera.
—No —dije yo con voz dura.
—Siete campanitas por los siete y el dato del escondite…
Yo me di cuenta de que ella se sentía muy feliz con ese negocio y si ella estaba tan feliz debía ser mal negocio para mí. Rápidamente respondí:
—Diecisiete campanitas por lo menos —creí que iba a decir que no, pero lo malo fue que dijo »¡SÍ!« con todo el cuerpo. ¿Qué iba a hacer yo con diecisiete campanitas? Pero no estaba para complicarme. Haría un collar de puras campanitas para la Fortuna y se acabó.
Le entregué los siete paquetes de Coca y ella me dio una caja entera de campanitas. La Ji estaba feliz y la boticaria también, porque hasta me regaló una cinta donde las ensartamos y me ayudó a ponérsela en el cogote a la cabra. Se veía preciosa. Era una cabra Importada. Nos fuimos orgullosos.
Pero en la puerta me sujetó la boticaria:
—No me has dicho el lugar del escondite… —dijo, sonriendo otra vez, coqueta. La pobre no sabía que a mí me cargaba así.
—No —le dije—. Y usted tampoco me ha dicho cómo puedo llegar a Arica.
—Te lo digo después de que largues tu secreto. Llévame tú al lugar donde tienes el uranio, y yo te llevo a Arica.
Me quedé un poco perpetuo. ¿Y si ella no cumplía su promesa después de saber el escondite? Las mujeres son poco cumplidoras. Mientras así pensaba ella le dio chocolate a la Ji, una lechuga a la cabra, unos caramelos para mí. Mientras más pasaba el tiempo, más nos daba. Y yo me sentía un canalla de no tener confianza.
—Sé que eres un pequeño desconfiado —dijo—. Pero no importa. Es hora de cerrar, entraremos a almorzar y después hablaremos nuevamente.
La farmacia no tenía ni cortina de fierro sino solamente puerta, y en ese pueblo tan sano que nadie compraba remedios, ni valía la pena que existiera. Pero el almuerzo era bueno, y las humitas frías son fáciles de comer.
Pero cuando estábamos en lo mejor de una sandía, entró el propio teniente al patio en que estábamos. Yo me tragué el pedazo con cáscaras y pepas. ¡Era el propio marido de la Boticaria! Porque ella se le fue encima con mil secretos, y secretos muy largos, tan largos, que cuando terminó de decirlos, el Teniente tuvo que sentarse en una silla.
—Cuando uno está fuera de servicio, amiguito, está fuera de servicio — dijo, y atacó cinco humitas. La boticaria explicó:
—Mi marido quiere decir que a las horas de comida él no es Teniente ¿comprendes? Es mi marido… —y se puso a coquetear.
Almorzamos muy tranquilos, pero después del almuerzo la boti dijo:
—Tenemos un negocio con este amiguito, Braulio. El nos va a indicar dónde guarda una cantidad de Uranio y yo le voy a decir como puede llegar a Arica.
—Andando entonces —dijo él levantándose.
—No tan de prisa, Braulio. El tiene miedo que después de mostrarnos su tesoro, yo no le enseñe el camino más corto y el más fácil para llegar a Arica…
—En ese caso, es mejor que tú confíes en él y le des el dato antes a cuenta del suyo…
—¿Y podré confiar en él? —preguntó ella poniendo todo redondo.
—Creo que sí.
—Entonces te contaré Papelucho, que estás a un paso de Arica… Casi puedes llegar a pie, es tan cerca. Basta con que te subas mañana en mi camioneta que va por la mañana temprano y estarás ahí a mediodía.
Fue una felicidad de cápsula espacial. Sentí que el alma me elevaba de júbilo y me pareció muy poco devolverles la gran noticia con sólo mostrarles ese montón de paja bajo el árbol. Pero cumplí como hombre.
Trepé en la moto del Teniente con la Ji y le encargué la cabra a la boticaria. Partimos a retroimpulso por el camino que yo ya conocía. En la cancha de aterrizaje había un carabinero cuidando la carpa y las antorchas apagadas y más allá estaba el montón de paja inmóvil y anónimo.
Llegamos ahí y escarbé. Primero salió el saco y luego las cajitas del tesoro. El Teniente las recogía y las echaba al saco. Luego tocó un pito y vino el carabinero y lo ayudó a llenar sacos.
—Guarda esos sacos en la carpa y custódialos hasta tu relevo —le ordenó. Me subí otra vez a la moto alemana con la Ji y partimos.
Pero al llegar de vuelta se detuvo en el Retén.
—Papelucho —me dijo, con una voz que trataba de ser dura pero era suave—. No estás detenido ¿entiendes? Pero pasarás la noche en ese cuarto del cual te escapaste esta mañana. No es un castigo. Es una fórmula. Necesito que escribas en el cuaderno que te entregué todo lo que te ha pasado desde que andas perdido.
—¿Y cómo sabe usted que estoy perdido? —pregunté.
—Porque hay una orden de buscarte a lo largo del país y soy el hombre afortunado que te devolverá a tus padres en Arica.
—¿Me buscaban? ¿Nos buscaban? —pregunté estupidizado.
—Desde hace muchos días, Papelucho.
—¿Y por qué no me devuelve al tiro a mi papá?
—Porque es necesario que tu historia quede escrita. He avisado ya a tu madre que fuiste encontrado, que estás bien y que mañana te depositaré en tu casa. ¡Ahora a escribir! ¡Mientras más luego termines, más pronto estarás con los tuyos!
Se me anchó la cara y recogí el cuaderno y el lápiz que había tirado antes.
—¿Y cuándo termine podemos llevar en su camioneta a mi cabra Fortuna? —pregunté.
—Sí, Papelucho, y además felicitaré a tu padre porque has colaborado en una importante pesquisa.
He escrito lo más apurado posible y con esto termino mi historia, señor Teniente pero, por si cuando lo vea, con el apuro de llegar a mi casa se me olvida, quiero preguntarle qué quiere decir »colaborado en una importante pesquisa".
Contésteme a mi casa en Arica, su s. s. s. s. s. s. s.
PAPELUCHO.