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Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

Pigmalión (13 page)

BOOK: Pigmalión
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DOOLITLE
.—¡El novio! ¡Qué palabra! Pero me recuerda mi situación.
(Coge su sombrero y va hacia la puerta.)

PICKERING
.—Antes que me vaya, Elisa, perdónale y vuelve a nuestra casa.

ELISA
.—No creo que mi padre me lo permita. ¿Qué dices, papá?

DOOLITLE
.—
(Melancólico, pero magnánimo.)
Esos dos caballeros, Elisa, han andado muy listos contigo. Si es uno solo, no hay duda, le enganchas. Pero dos, ya es otra cosa. El uno preservó al otro.
(A
PICKERING
.)
Ustedes lo entendieron. En cambio, a mí me enganchó una hembra tras otra. En fin, ustedes verán cómo se las arreglan con la chica. Yo me lavo las manos. Vámonos, que ya es hora.
(Vase.)

PICKERING
.—
(Insistiendo.)
No seas tonta, Elisa, y vuelve con nosotros.
(Sale detrás de
DOOLITLE
.
ELISA
sale al balcón con objeto de evitar estar a solas con
HIGGINS
. Él se levanta y la sigue. Ella inmediatamente vuelve adentro de la habitación y se dirige a la puerta; pero él le coge la delantera y le cierra el paso.)

HIGGINS
.—Vamos, mujer, no dirás que no te han dado satisfacción. Supongo que ya basta y vas a tener juicio.

ELISA
.—Usted quiere que yo vuelva a su casa para tener usted quien le presente las zapatillas y le tenga las cosas arregladas.

HIGGINS
.—Si yo no he dicho que vuelvas a mi casa.

ELISA
.—¿Que no? Pues entonces, ¿de qué estamos hablando?

HIGGINS
.—Estamos hablando de ti, no de mí. Si vuelves a mi casa, de lo que me alegraré, te trataré lo mismo que siempre. No puedo cambiar mi naturaleza y no pienso enmendar mis maneras. Mis maneras son exactamente las mismas que las del coronel Pickering.

ELISA
.—¡Eso sí que no! Él trata a una florista como si fuera una duquesa.

HIGGINS
.—Yo trato a una duquesa como si fuera una florista.

ELISA
.—Ya lo creo.
(Se vuelve de espaldas con altanería y se sienta en el sofá, de frente al balcón.)
Lo mismo a todo el mundo.

HIGGINS
.—Exactamente.

ELISA
.—Como papá.

HIGGINS
.—
(Algo cohibido, con una sonrisa forzada.)
Sin admitir la comparación en todos sus extremos, Elisa, no puedo negar que tu padre no es un hombre vulgar, y que sabrá manejárselas perfectamente en cualquier posición que se encuentre.
(Serio.)
El gran secreto, Elisa, no consiste en tener buenos o malos modales o cualquier clase particular de modales, sino en tratar del mismo modo a todas las almas hermanas; en una palabra: hay que portarse como si uno estuviese en el cielo, donde no hay vagones de tercera ni reservados, y en donde un alma es tanto como la otra.

ELISA
.—Amén. Usted ha nacido para predicador.

HIGGINS
.—
(Irritado.)
La cuestión no es si te trato así o asá, sino si me has visto alguna vez tratar a otra persona de distinto modo.

ELISA
.—
(Con súbita sinceridad.)
Pues, oiga, no me importa nada su trato ni me importan sus palabrotas y sus maneras. Estoy curada de espantos, pero
(Levantándose y encarándose con él.)
no quiero ser un cero a la izquierda.

HIGGINS
.—Entonces, lo mejor será que nos separemos, porque yo no quiero hacer una excepción con nadie.

ELISA
.—Pues yo también puedo pasarme sin usted perfectamente.

HIGGINS
.—No lo dudo; yo mismo te lo dije.

ELISA
.—
(Ofendida, yendo hacia el otro extremo del sofá, con la cara vuelta hacia la chimenea.)
Ya me lo figuraba. Lo que usted quiere es deshacerse de mí cuanto antes.

HIGGINS
.—
(Violento.)
¡Mentira!

ELISA
.—Gracias.
(Se sonríe con cierta satisfacción.)

HIGGINS
.—Supongo que nunca te habrás preguntado si yo puedo pasarme sin ti.

ELISA
.—
(Seria.)
No perdamos el tiempo en palabras inútiles. A la fuerza tendrá que pasarse sin mí.

HIGGINS
.—
(Arrogante.)
Yo puedo pasarme sin cualquiera. Tengo mi alma propia y me basto a mí mismo, pero
(Con súbita humildad.)
te echaré de menos, Elisa.
(Se sienta en el sofá, muy junto a ella.)
Algo de tus ideas simples se me ha pegado, lo confieso. Y me he ido acostumbrando a tu voz y a tu presencia… Y las dos me agradan.
(Cogiéndole una mano.)

ELISA
.—
(Retirando la mano.)
Pues las dos las tiene usted en su gramófono y en sus placas fotográficas. Cuando me eche de menos, pone usted la máquina en movimiento y abre usted su álbum.

HIGGINS
.—Sí; pero no podré evocar tu alma. Faltará tu aliento…

ELISA
.—¡Oh! Usted es un demonio. Puede estrujar el corazón de una mujer como si fuera un trapo. No le importa nada ni nadie. ¿Qué soy yo para usted?

HIGGINS
.—A mí me importa la vida universal, la Humanidad, y tú eres una parte de ella, que la suerte ha traído a mi casa. ¿Qué más puedes pedir?

ELISA
.—Pues yo no puedo querer a quien no me quiere.

HIGGINS
.—Esos son principios comerciales, hija mía. Doy tanto para recibir tanto, y procuro que la ventaja sea para mí. ¿Es eso?

ELISA
.—No hay nada que sea de balde.

HIGGINS
.—Pues yo no quiero comerciar en cosas del cariño. Tú te indignas porque no te concedo algún derecho sobre mí por traerme las zapatillas y encontrar mis lentes. Eres una imbécil. Una mujer trayendo las zapatillas a un hombre no tiene nada de airosa. Subiste bastante en mi estimación cuando me las tiraste a la cara. Es inútil ser mi esclava y luego aspirar a mi aprecio. ¿Quién da importancia a una esclava? Si vuelves a mi casa, hazlo por nuestra buena amistad, y no quieras echar a perder mi creación de una duquesita, Elisa.

ELISA
.—¿Que más da, si yo no le importo nada?

HIGGINS
.—
(Cordial.)
No quiero que nadie estropee mi obra maestra.

ELISA
.—¿Y no le preocupa el trastorno que ello podrá causarme a mí?

HIGGINS
.—¡Ay hija! El mundo no hubiera sido creado si su Hacedor hubiese temido causar trastornos. Sólo hay un medio de evitar trastornos, y consiste en matar lo que estorba. Sólo los cobardes se asustan de remover obstáculos.

ELISA
.—Yo no entiendo de eso; yo no sé predicar ni me fijo en las cosas de esa manera… Yo sólo me doy cuenta de que usted no repara en mí.

HIGGINS
.—
(Brusco e intolerante, paseándose.)
Elisa, eres una simple. He malgastado los tesoros de mi ingenio olímpico al derramarlos sobre ti. Entiende una vez para siempre que yo sigo mi camino y trabajo en mi obra, sin preocuparme un ápice por lo que pueda acontecer ni a ti ni a mí. No estoy avasallado, como tu padre y tu madrastra. Así, pues, tú puedes volver a mi casa, si quieres, y si no, irte al demonio.

ELISA
.—¿Por qué había yo de volver?

HIGGINS
.—
(Poniéndose bruscamente de rodillas en el sofá e inclinándose sobre
ELISA
.)
Porque sí… porque a mí me hace gracia.

ELISA
.—
(Volviendo la cara al otro lado.)
… Y luego, si no hago todo lo que quiere usted, me echará a la calle.

HIGGINS
.—Sí, hija, y podrás marcharte si yo no hago lo que tú quieras.

ELISA
.—Y tendré que ir a vivir con mi madrastra.

HIGGINS
.—¡Claro! Y si no, podrás volver a vender flores.

ELISA
.—¡Ojalá pudiese volver a mis flores! Sería independiente de los dos, de usted y de mi padre, y de todo el mundo. ¿Por qué me quitó usted mi independencia? ¿Por qué me la dejaría yo? Ahora soy una esclava bonitamente vestida.

HIGGINS
.—Nada de eso. Si quieres, te adoptaré como hija y te adoraré. ¿O preferirías casarte con Pickering?

ELISA
.—
(Mirándole fieramente.)
¿Casarme yo con Pickering? ¡Ni que me hubiese vuelto demente!

HIGGINS
.—
(Con suavidad.)
¿Demente?

ELISA
.—
(Perdiendo la paciencia y levantándose.)
Hablo como me da la gana. Ya no es usted mi profesor.

HIGGINS
.—
(Reflexivo.)
Además, no creo que Pickering quisiera. Es un solterón empedernido como yo.

ELISA
.—Me tiene sin cuidado. No falta quien quiera casarse conmigo. Sin ir más lejos, Freddy Eynsford está muerto por mí y me lo escribe dos o tres veces al día.

HIGGINS
.—
(Desagradablemente sorprendido.)
¡El mamarracho aquel!
(Retrocede, y resulta que, en vez de estar sentado en el sofá, está de cuclillas.)

ELISA
.—Tiene perfecto derecho a ello el pobre muchacho, si le parezco bien. Y me quiere de verdad.

HIGGINS
.—
(Levantándose.)
No debes darle esperanzas.

ELISA
.—Toda mujer tiene derecho de ser amada.

HIGGINS
.—¡Pero no por un mamarracho!

ELISA
.—Freddy no es un mamarracho. Es débil y pobre y me necesita, y seguramente me hará más feliz que uno que sea más que yo y me trate con dureza porque no me necesita.

HIGGINS
.—¿Podrá hacer algo por ti? Esta es la cuestión.

ELISA
.—Tal vez pueda yo hacer algo de él. Pero yo nunca he pensado en hacer algo de alguien, y usted no piensa en otra cosa. Yo soy como Dios me hizo.

HIGGINS
.—En resumidas cuentas: quisieras que yo estuviese tan encaprichado de ti como Freddy. ¿No es eso?

ELISA
.—No es así como yo desearía verle a usted. Pero
(Muy turbada.)
no lo he de negar… Sí me gustaría un poco de consideración, algo de cariño.

HIGGINS
.—Eso es natural. Ese cariño ya se te tiene, Elisa; eres una tonta.

ELISA
.—Esa no es contestación.
(Se deja caer en la silla, delante del escritorio, y estalla en llanto.)

HIGGINS
.—Sigue la tontería. Mira: en verdad te digo que, si quieres hacerte una señora de verdad, lo que yo llamo una señora, tienes que dejar de sentirte postergada si los hombres que conoces no pasan la mitad del tiempo en verter lágrimas amorosas sobre ti y la otra mitad en darte bofetadas. Si no puedes apreciar el fondo de mi carácter, si te mata la frialdad de mi alma, anda y vuelve al arroyo. Trabaja hasta que te parezcas más a una bestia de carga que a un ser humano, y entonces ama y riñe y emborráchate hasta quedarte dormida. Eso es lo real, lo cálido, lo vibrante: penetra hasta por las epidermis más espesas y lo puedes disfrutar y saborear sin educación especial ni esfuerzo. A mí me encuentras frío, egoísta, apático, sin sentimiento, ¿verdad? Pues bien: busca quien sea como a ti te gusta. Cásate con algún memo sentimental, o con uno que tenga mucho dinero, un par de gruesos labios para besarte y un par de buenos puños para vapulearte. Si no puedes apreciar lo que tienes, es mejor que tengas lo que puedes apreciar.

ELISA
.—¡Para qué voy a discutir con usted! Siempre salgo perdiendo. Pero bien sabe que no tiene razón y habla por hablar. Bien sabe que no puedo volver al arroyo, como usted lo llama. Bien sabe que yo no podría acostumbrarme a vivir con un hombre ordinario y brutal. Por lo demás, aunque yo no tuviese a mi padre, y aunque no pudiese ya contar con el apoyo de usted y del señor Pickering, no tendría que volver a ser florista. Podré casarme con Freddy en cuanto él tenga un destino.

HIGGINS
.—
(Sentándose a su lado.)
No digas sandeces, chiquilla. Tú debes casarte con un embajador, o con el gobernador de la India o el virrey de Irlanda; con cualquiera que necesite una diplomática y una reina. Pero no con Freddy. ¡No faltaba más!

ELISA
.—Ahora quiere usted halagarme, pero a mí no se me olvida lo que ha dicho un momento antes. Me trata usted como si fuera una criatura. Pierde el tiempo. Si no puedo encontrar cariño, quiero al menos tener independencia.

HIGGINS
.—¡Independencia!… ¡Ay hija mía!… ¿Qué ilusiones son ésas? Todos dependemos los unos de los otros; todos, sin excepción.

ELISA
.—
(Levantándose resuelta.)
Yo, al menos, no tengo que depender de usted. Si usted sabe predicar, yo sé enseñar. Me dedicaré a enseñar.

HIGGINS
.—¿Y qué enseñarás, en nombre del cielo?

ELISA
.—Lo que usted me enseñó. Fonética.

HIGGINS
.—¿A…? ¡Qué gracia! ¡Ja, ja, ja!

ELISA
.—Me ofreceré como auxiliar al profesor Nepean.

HIGGINS
.—
(Levantándose furioso.)
¿Qué dices? ¿A aquel impostor, a aquel charlatán, a aquel ignorante? ¿Quieres revelarle mis métodos, mis descubrimientos? Atrévete a repetirlo y te retuerzo el pescuezo.
(Le pone la mano alrededor del cuello.)
¿Oyes lo que digo?

ELISA
.—
(Desafiándole, sin oponer resistencia.)
Adelante; ya me lo había figurado. Ya sabía yo que algún día llegaría a pegarme.
(
HIGGINS
la suelta, pateando de rabia por haberse dejado llevar de su carácter, y se echa hacia atrás en su asiento.)
¡Ah, ya sé cómo habérmelas con usted! ¡Qué tonta he sido en no caer en ello antes! Usted no me puede quitar lo enseñado. Confiesa que tengo un oído más fino que el suyo. Además, yo sé tratar con la gente, y usted, no. Ya verá cómo me manejo. Por de pronto, voy a anunciar en la Prensa que aquella duquesita presentada por usted en la alta sociedad no es sino una florista enseñada por su método, y que, a su vez, ella enseña a cualquier muchacha a presentarse del mismo modo. Estoy segura de que con poco trabajo me crearé una posición independiente y brillante.

BOOK: Pigmalión
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