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Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

Pigmalión (9 page)

BOOK: Pigmalión
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SEÑORA EYNSFORD
.—
(Escandalizada.)
Señores, digan lo que quieran, estos modales de ahora no me gustan, no me gustan.

SEÑORITA EYNSFORD
.—
(Sentándose bruscamente en el sofá.)
Pero, mamá, ¡qué cosas tienes! Van a creer que nunca nos tratamos con la gente bien si te muestras tan anticuada.

SEÑORA EYNSFORD
.—Yo seré muy anticuada, hija mía; pero espero que tú no uses ese lenguaje. ¡Qué barbaridad! ¡Jesús! Concedo que las jóvenes de hoy no sean tan remilgadas como lo hemos sido las de mi tiempo; pero, vamos, esto ya pasa de la raya. ¿No le parece a usted, señor Pickering?

PICKERING
.—A mí no me pregunte, señora. He estado fuera de mi país muchos años, y mientras tanto, las maneras han cambiado mucho. Hasta el punto de que, a veces, estando en una reunión, me pregunto si estoy entre personas bien educadas o en un cuerpo de guardia.

SEÑORITA EYNSFORD
.—Todo es acostumbrarse. Yo creo que no hay nada chocante en ese modo de hablar… Luego, es tan expresivo, tan pintoresco… Por mi parte, me encanta.

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Levantándose.)
Vaya, yo creo que ya es tiempo de que nos despidamos de estos señores.
(
HIGGINS
y
PICKERING
se levantan.)

SEÑORITA EYNSFORD
.—
(Levantándose.)
Es verdad; todavía tenemos que hacer tres visitas más.
(A
MISTRESS HIGGINS
.)
Señora, muchas gracias por su amable recepción.
(A
HIGGINS
y
PICKERING
.)
Caballeros, he tenido una verdadera satisfacción.

HIGGINS
.—
(Acompañándola hasta la puerta, con sonrisa socarrona.)
Adiós, señorita. No lo dude usted: aquel lenguaje es lo más “chic” y lo más “smart” que se usa ahora. Usted no haga caso. Úselo en todas sus visitas y tendrá un éxito seguro: dará usted el golpe.

SEÑORITA EYNSFORD
.—
(Sonriendo.)
Lo sé de sobra. Yo tengo mucho pesquis, mucho quinqué. Yo diquelo.

HIGGINS
.—Y que lo diga. ¡Anda la vértiga!

SEÑORITA EYNSFORD
.—¡Vaya al cuerno la ñoñez de la gente antigua! Hay que ser de su tiempo, ¡caray!

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Sumamente abochornada.)
¡Por Dios, hija!

SEÑORITA EYNSFORD
.—¡Ja, ja, ja!
(Sale radiante, convencida de estar a la última, y se la oye cómo se aleja lanzando carcajadas y voces escandalosas.)

FREDDY
.—
(Entusiasmadísimo.)
Yo les digo a ustedes…
(No prosigue por temor a cometer una incorrección. Se acerca a la
SEÑORA HIGGINS
para despedirse.)
Señora, mil gracias por su amable recepción.

MISTRESS HIGGINS
.—Ya sabe usted, Freddy, que tengo mucho gusto en verle por aquí. Y esa señorita, ¿qué tal le ha parecido?

FREDDY
.—A mí, encantadora, graciosísima, resaladísima.

MISTRESS HIGGINS
.—Bien, bien, joven. Ya sabe usted el día que recibo. Cuando usted guste…

FREDDY
.—Un millón de gracias, señora. No faltaré. Adiós.
(Saliendo.)
Mamá, vamos ya; Clara se está poniendo el sombrero.

MISTRESS HIGGINS
.—Adiós, Freddy.

HIGGINS
.—Adiós, joven.

SEÑORA EYNSFORD
.—Señores, he tenido tanto gusto. Clara me está esperando. ¡Qué loca es! Ustedes perdonen.

MISTRESS HIGGINS
.—No haga usted caso. La juventud de hoy, ya se sabe, no es como la de nuestro tiempo.

SEÑORA EYNSFORD
.—Ya lo sé. Pero, vamos, yo no puedo acostumbrarme a ese modo de ser. Clara siempre me está reconviniendo…
(Se la oye continuar hablando en el pasillo, adonde la acompaña
MISTRESS HIGGINS
. Ésta, luego, vuelve a entrar. En cuanto reaparece,
HIGGINS
la coge del talle riendo y la obliga a sentarse a su lado en el sofá.)

HIGGINS
.—Vamos, mamaíta, di la verdad: ¿es presentable o no es presentable Elisa?

MISTRESS HIGGINS
.—Enrique, Enrique, no seas tonto. ¡Qué ha de ser presentable! Confieso que gracias a tus lecciones y gracias al arte del modista puede pasar; pero dice cada cosa… ¡Vamos!

PICKERING
.—Eso sí; su lenguaje se resiente todavía algo del ambiente en que se ha criado.

HIGGINS
.—Pues están ustedes equivocados. Su lenguaje es el que ahora priva en la así llamada buena sociedad.

MISTRESS HIGGINS
.—En fin, una vez más se puede decir que los extremos se tocan. Está visto que esas exquisiteces no se han hecho para los que no somos “ni chicha ni limoná”, como tal vez diría aquella muchacha. Pero dejemos eso. Cuéntenme algo de su vida y de lo que hacen.

PICKERING
.—Ya sabe usted que me he instalado en casa de Enrique. Estudiamos juntos los dialectos de la India y la fonética; es más cómodo que…

MISTRESS HIGGINS
.—Lo sé, lo sé… Pero ¿dónde vive la muchacha?

HIGGINS
.—¿Elisa? Con nosotros, claro está. ¿En dónde había de vivir, si no?

MISTRESS HIGGINS
.—Bien; pero ¿en calidad de qué? ¿De sirvienta, de empleada, o de qué?

PICKERING
.—
(Con voz algo cohibida.)
Creo que adivino lo que quiere usted decir, señora.

HIGGINS
.—Pues yo, ¡maldito! El caso es bien claro. Yo he tenido que trabajar a diario durante algunos meses con esa muchacha para hacer de ella lo que es hoy. Y, además, la chica es útil. Me tiene la casa muy arreglada; con ella cada cosa está en su sitio; lleva, como dice, mis libros.

MISTRESS HIGGINS
.—¿Y cómo se lleva con mistress Pearce, tu ama de llaves?

HIGGINS
.—Divinamente. ¡Poco contenta que está la buena señora de haber hallado tan valiente ayuda! Ya no tiene que romperse la cabeza para tener en orden mis cilindros y mis apuntes. Está chiflada por Elisa. No cesa de cantar sus alabanzas. Se pasa el día diciendo: “¡Lo que es esa chica, señor!”

PICKERING
.—Sí, ésta es su fórmula: “¡Lo que es esa chica, señor!”

HIGGINS
.—Por cierto que no necesita recordarme a la tal chica. ¡Menuda tarea la mía con dedicarme a reformar sus vocales y consonantes, y con observar sus labios, sus dientes, su lengua y…, lo que es más complicado…, su alma!

MISTRESS HIGGINS
.—La verdad es que parecen ustedes un par de chiquillos jugando con una muñeca.

HIGGINS
.—¡Jugando! No lo creas. Es la tarea más difícil que he emprendido en mi vida. No confundas, mamá. No puedes figurarte lo interesante que es tomar a un ser humano y transformarlo en otro ser, creando para él un nuevo modo de expresarse. Equivale a rellenar el abismo más profundo que separa unas de otras a las diferentes clases de la sociedad y a las diferentes almas.

PICKERING
.—
(Acercando su silla a la de
MISTRESS HIGGINS
y prosiguiendo con gran animación.)
Sí, señora; es enormemente interesante. Le aseguro que es muy seria nuestra ocupación con Elisa. Cada semana, estoy por decir cada día, se observa en ella algún cambio.
(Acercándose todavía más.)
Vamos registrando exactamente todos los progresos, tomamos docenas de fotografías, impresionamos centenares de cilindros…

HIGGINS
.—
(Asaltándola por el otro oído.)
Sí, mamá, es el experimento más absorbente que te puedes imaginar. Puede decirse que no hacemos otra cosa que ocuparnos de Elisa.

PICKERING
.—Todo el día estamos hablando de Elisa.

HIGGINS
.—Enseñando a Elisa.

PICKERING
.—Corrigiendo a Elisa.

HIGGINS
.—Perfeccionando a Elisa.

PICKERING
.—Vistiendo a Elisa.

MISTRESS HIGGINS
.—¡¡Qué!!

HIGGINS
.—Transformando a Elisa.

PICKERING
e
HIGGINS
.—
(Hablando atropelladamente y a la vez.)
Tiene un oído maravilloso… Te aseguro que esa chica… Lo mismo que un loro… Parece mentira; es un genio… La hemos enseñado a pronunciar cuantos sonidos existen en la lengua humana… La hemos llevado a los conciertos clásicos… En los dialectos africanos, hotentotes, zulúes, cafre… A la opereta, y todo se le fija en la memoria; es increíble… Sonidos que otra persona tardaría años en aprender… Lo mismo le da Beethoven y Mozart que Lehar y Strauss… Vaya un órgano fonético el suyo… Aunque hace tres meses no sabía lo que era un piano…

MISTRESS HIGGINS
.—
(Tapándose los oídos con las manos.)
¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Me van a volver loca!
(Los dos se interrumpen de pronto.)

HIGGINS
.—La verdad es que, cuando se entusiasma Pickering, no hay medio de meter baza.

PICKERING
.—Pero si estoy callado. Hable lo que quiera.

MISTRESS HIGGINS
.—Escúchenme un momento. Hay que resolver un problema.

PICKERING
.—Ya sé. El de cómo se la ha de presentar como aristócrata.

HIGGINS
.—No hay que preocuparse. Ya lo tengo resuelto.

MISTRESS HIGGINS
.—Pero, señores, ustedes todo se lo dicen y todo se lo contestan. A lo que me refiero es a un problema completamente distinto.

HIGGINS
.—Tú dirás.

MISTRESS HIGGINS
.—El problema está en saber qué se hará con esa muchacha una vez terminado vuestro experimento.

HIGGINS
.—¿Qué tenemos que ver con eso? Hará lo que le parezca. Disfrutará las ventajas que le he proporcionado.

MISTRESS HIGGINS
.—Pero, hombre, no digas disparates. ¿Qué ventajas son ésas? En el momento que tenga que ganarse la vida, ¿de qué le servirán las maneras y el modo de expresarse que le hayas enseñado?

PICKERING
.—Ya se encontrará el medio de proporcionarle alguna colocación.

HIGGINS
.—Ya lo creo, no te preocupes. Ahora, con tu permiso, mamá, nos vamos a despedir. Oiga usted, Pickering: vamos a llevarla a la Exposición de Shakespeare, en Earls Court.

PICKERING
.—Conforme, sí. Nos harán gracia sus críticas.

HIGGINS
.—En casa, luego, imitará a todos los conferenciantes.

PICKERING
.—Adiós, señora.

HIGGINS
.—Adiós, mamá, y consérvate buena.
(Salen riendo a carcajadas.)

MISTRESS HIGGINS
.—
(Se queda moviendo la cabeza, y luego exclama:)
¡Ah! Los hombres, los hombres…

TELÓN

ACTO CUARTO

El laboratorio de
HIGGINS
y
PICKERING
. Es medianoche. No hay nadie en la habitación. El reloj de la chimenea da las doce. Es una noche de primavera. Se oye que, por la escalera, vienen
HIGGINS
y
PICKERING
.

HIGGINS
.—Cierre la puerta, Pickering. Creo que, por esta noche, ya no saldremos.

PICKERING
.—Bien; ya he echado el cerrojo. Me parece que mistress Pearce puede acostarse. ¿O la necesita para algo?

HIGGINS
.—No, nada; que se acueste.
(
ELISA
abre la puerta de la habitación y hace su aparición en traje de noche, con joyas, flores, abanico, etc., como quien viene de la ópera. Se acerca a la chimenea y enciende los candelabros eléctricos. Está cansada. Su palidez contrasta fuertemente con sus ojos y sus cabellos negros, y su expresión es casi trágica. Se quita el abrigo, coloca sus flores y su abanico sobre el piano y se sienta en un sillón, callada y pensativa.
HIGGINS
, en traje de etiqueta y con sombrero de copa, entra y se quita el gabán, el sombrero y el frac, coge una chaqueta de encima de un sillón y se la pone, tirando sin cuidado la ropa sobre los muebles. Luego se deja caer en un sillón delante de la chimenea.
PICKERING
entra también, se quita el sombrero y el gabán y está a punto de amontonarlos sobre la ropa de
HIGGINS
, pero se abstiene.)

PICKERING
.—Mistress Pearce se va a enfadar si dejamos la ropa tirada en el salón.

HIGGINS
.—Déjela ahí fuera, en el banco de la antesala. Mañana la encontrará y la guardará. Pensará que estuvimos algo bebidos.

PICKERING
.—Y lo estamos un poco, amigo Higgins. Voy a ver si hay cartas en el buzón.
(Recoge la ropa y la lleva a la antesala.)

HIGGINS
.—
(Tarareando un aria de “La Fanciulla del Oeste dorado”. Se interrumpe bruscamente.)
¿Dónde están mis zapatillas?
(
ELISA
le mira sombría, luego se levanta de repente y sale de la habitación.
HIGGINS
vuelve a tararear, después de bostezar ampliamente.
PICKERING
vuelve con el contenido del buzón.)

PICKERING
.—Sólo hay circulares y esta esquelita amorosa para usted.
(Tira las circulares dentro de la chimenea, le da la carta a
HIGGINS
y se coloca de espaldas a la chimenea.)

HIGGINS
.—
(Mirando la carta.)
Algún sablazo, como si lo viera.
(Tira la carta a la chimenea.
ELISA
vuelve con un par de enormes zapatillas, las coloca en la alfombra delante de
HIGGINS
y se vuelve a sentar silenciosa.)

HIGGINS
.—
(Bostezando nuevamente.)
¡Dios mío, qué noche! ¡Cuánta gente! ¡Y cuánta idiotez!
(Levanta el pie para desatarse el calzado y ve con sorpresa las zapatillas.)
Pero ¿qué es eso? ¿Mis zapatillas están aquí?

PICKERING
.—
(Estirándose.)
¡Caramba! Estoy algo cansado. Ha sido una jornada de prueba. Primero la “garden-party”; luego, la cena; finalmente, la ópera; son muchas cosas. Pero usted ha ganado la apuesta. Elisa se presentó perfectamente y ha dado el timo a todos.

BOOK: Pigmalión
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