Read Pigmalión Online

Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

Pigmalión (8 page)

BOOK: Pigmalión
6.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

DONCELLA
.—¡La señora y la señorita de Eynsford!
(Vase.)

HIGGINS
.—¡Atiza!
(Recoge su sombrero del sofá y trata de escapar sin ser visto; pero su madre le coge del brazo y, al entrar las visitas, le presenta, quiera o no quiera. La
SEÑORA
y la
SEÑORITA DE EYNSFORD HILL
son la madre e hija que hemos conocido en el primer acto. La madre es una señora muy bien educada, calmosa, y tiene la natural timidez del que vive en la estrechez. La hija afecta un aire de estar muy acostumbrada a frecuentar la buena sociedad y a no reparar en gastos.)

MISTRESS HIGGINS
.—Queridas amigas, pasen ustedes.

SEÑORA EYNSFORD
.—¿Cómo está usted?
(Se besan.)

MISTRESS HIGGINS
.—Bien, ¿y ustedes?

SEÑORITA EYNSFORD
.—¡Mistress Higgins! ¡Qué bien la encuentro!
(Se besan.)

MISTRESS HIGGINS
.—
(Presentando a su hijo.)
Mi hijo Enrique. Creo que ustedes no se conocen.

SEÑORA EYNSFORD
.—¿Cómo está usted?
(Se dan la mano.)

HIGGINS
.—Bien, ¿y usted?
(Da la mano también a la hija.)
Señorita.
(Se inclina.)

SEÑORITA EYNSFORD
.—Hemos oído hablar mucho de usted; pero, hasta ahora, no habíamos tenido el gusto de verle.

HIGGINS
.—El gusto es mío.
(Mirándola de repente con sorpresa.)
Pero me parece que nos hemos visto ya en alguna parte. Conozco su voz, no hay duda. En fin, no importa; tomen asiento.

MISTRESS HIGGINS
.—Mi hijo Enrique tiene un carácter un poco brusco. No se lo tomen en cuenta.

SEÑORITA EYNSFORD
.—Yo no hago caso. Me gustan los caracteres originales.
(Se ríe y se sienta en el sillón gótico.)

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Un poco confusa.)
¡Qué cosas tienes, hija!
(Se sienta en el sofá, y
MISTRESS HIGGINS
en la silla del escritorio, volviéndola hacia la reunión.
HIGGINS
va hacia un balcón y admira las lejanías del paisaje, como si fuera la primera vez que contemplara tal panorama. La doncella vuelve a entrar anunciando al
CORONEL PICKERING
.)

PICKERING
.—
(A
MISTRESS HIGGINS
.)
¿Cómo está usted, mistress Higgins?

MISTRESS HIGGINS
.—Tanto gusto en verle, coronel. Estas señoras, amigas mías, son las señoras de Eynsford Hill.
(Saludos mutuos. El
CORONEL
acerca la silla pompeyana y se sienta en ella.)

PICKERING
.—¿Le ha contado Enrique lo que tramamos?

HIGGINS
.—
(Inclinándose hacia él, y en voz baja.)
Nos han interrumpido. ¡Qué le vamos a hacer!

MISTRESS HIGGINS
.—Pero, Enrique, mira lo que dices.

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Semilevantándose.)
Si es que estorbamos…

MISTRESS HIGGINS
.—
(Levantándose y haciéndola sentarse otra vez.)
¡Por Dios; no faltaba más! Precisamente estaba esperándolas. Quiero presentarlas a una amiga.

HIGGINS
.—
(De repente, convencido.)
Sí, sí, es verdad. Para mi experimento hace falta que haya una reunión.
(Vuelve la doncella para anunciar a
FREDDY
.)

HIGGINS
.—
(Casi en voz alta.)
¡Otro Eynsford Hill, vaya!

FREDDY
.—
(Con inclinación pedantesca.)
¿Cómo está usted, señora?

MISTRESS HIGGINS
.—Bien, ¿y usted?
(Presenta a los demás.)
El coronel Pickering.

FREDDY
.—
(Inclinándose.)
Mucho gusto.

MISTRESS HIGGINS
.—Mi hijo Enrique.

FREDDY
.—
(Inclinándose.)
Mucho gusto.

HIGGINS
.—
(Mirándole como si fuese un carterista.)
Juraría que ésta no es la primera vez que nos vemos.

FREDDY
.—No recuerdo.

HIGGINS
.—Bueno, no importa; tome asiento.
(Da la mano a
FREDDY
y casi le hace caer de un empujón sobre el sofá. Luego da la vuelta y se sienta en el otro extremo del sofá, al lado de la
SEÑORA EYNSFORD
.)
Ahora digo yo: ¿de qué vamos a hablar hasta que venga Elisa?

SEÑORITA EYNSFORD
.—Conmigo no cuente, pues no me cuido de la conversación.
(Mirando a
HIGGINS
a ver si le hace impresión.)
¡Ah, si las personas fueran francas y dijeran lo que realmente piensan!

HIGGINS
.—¡Dios no quiera!

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Terciando en el asunto para ayudar a su hija.)
¿Por qué?

HIGGINS
.—Lo que creen que debieran pensar, ya es bastante malo de por sí, Dios sabe; pero lo que realmente piensan es aún peor. ¿Cree usted que sería agradable oír, por ejemplo, lo que yo realmente pienso?

SEÑORITA EYNSFORD
.—
(Riéndose.)
¿Tan cínico es?

HIGGINS
.—¡Cínico! ¡Yo no he dicho semejante cosa! ¡Lo que digo es que haría poco gracia!

SEÑORA EYNSFORD
.—Creo que usted exagera.

HIGGINS
.—Desengáñese, señora; todos, el que más y el que menos, somos unos salvajes. Creemos ser hombres civilizados y cultos, entender de poesía y filosofía, arte y ciencia, etcétera; pero la mayoría no sabemos ni la primera palabra de ello.
(A la
SEÑORITA EYNSFORD
.)
Vamos a ver: ¿qué sabe usted de poesía?
(A la
SEÑORA EYNSFORD
.)
¿Qué sabe usted de ciencia?
(Señalando a
FREDDY
.)
¿Qué sabe ese joven de arte, de ciencia, de lo que sea? ¿Qué creen ustedes que yo sé de filosofía?

MISTRESS HIGGINS
.—Y sobre todo, Enrique, de trato de gentes.
(La doncella aparece de nuevo y anuncia a la señorita
ELISA DOOLITLE
.
ELISA
, deliciosamente trajeada, produce al entrar tal impresión de hermosura y distinción, que todos se levantan como cohibidos. Es un contraste enorme con la florista estrafalaria de antes. Guiada por la mirada de
HIGGINS
, se acerca a la señora de la casa, con gracia estudiada.)

ELISA
.—
(Con corrección pedantesca y hermosa cadencia de voz.)
¿Cómo está usted, señora? Su señor hijo me dijo que usted me haría el honor de recibirme; así es que me he permitido…

MISTRESS HIGGINS
.—
(Cordial.)
Tengo una verdadera satisfacción en conocerla.

PICKERING
.—¿Cómo está usted, Elisa?

ELISA
.—Bien, ¿y usted, coronel?

PICKERING
.—Bien, gracias.

MISTRESS HIGGINS
.—
(Presentando.)
Esta señora es mistress Eynsford Hill. Su hija Clara… Su hijo Freddy.
(Saludos mutuos.
CLARA
se sienta al lado de
ELISA
, en el sofá, y la mira con atención suma desde los pies a la cabeza.
FREDDY
, después de rondar solícito a
ELISA
, se sienta con aire de suficiencia en el sillón gótico.)

HIGGINS
.—
(De repente.)
¡Calla, ahora recuerdo!
(Todos le miran con sorpresa.)
En el pórtico de San Pablo…
(En son de lamento.)
¡Maldita casualidad!

MISTRESS HIGGINS
.—¡Vamos, Enrique, repórtate!
(Él está a punto de sentarse en el escritorio.)
Cuidado, hombre, no te sientes en mi escritorio, que lo vas a romper.

HIGGINS
.—Dispensa, mamá.
(Va hacia el sofá, tropezando con el pico de la alfombra, y, desahogándose con sordas imprecaciones, concluye su desastroso trayecto dejándose caer en el sofá con tanta fuerza que lo hace crujir alarmantemente. Su madre le mira con severidad, pero se reprime y guarda silencio. Sigue una larga y penosa pausa.)

MISTRESS HIGGINS
.—
(Finalmente, para reanudar la conversación.)
Parece que el tiempo va a cambiar. No me chocaría que tuviésemos lluvia.

ELISA
.—Las bajas presiones que predominan en las islas por toda la parte del Oeste y el canal, parece que tienen tendencia a correr hacia el Este. Por lo demás, el estado barométrico es bastante fijo, quitando un pequeño centro de perturbación por el Norte.

FREDDY
.—¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Qué gracia!

ELISA
.—¿Qué le pasa a usted, caballero? Creo que no he dicho ningún disparate.

FREDDY
.—Me hace la mar de gracia.

SEÑORA EYNSFORD
.—Yo no creo que llueva. El cielo está muy limpio de nubes. Y es lástima, porque convendría un poco de lluvia. Hay que ver cuánta gente hay enferma a causa de esta sequía tan prolongada.

ELISA
.—
(Sombría.)
Una tía mía se murió de la gripe. Por lo menos, así dijeron.

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Moviendo la cabeza y chascando la lengua en son de lástima.)
¿Es cierto? ¡Pobrecilla!…

ELISA
.—
(Con pronunciación muy pura y cadencia armoniosa.)
Sí, así dijeron; pero a mí no me la dan con queso. Para mí que cuando la estaban cuidando a la pobre, metieron la pata hasta el corvejón…

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Con extrañeza.)
No comprendo…

ELISA
.—Sí, señora, como hay Dios. Mi tía, que en paz descanse, tenía mucha correa. Había pasado por muchas enfermedades: malos partos, una pulmonía, el cólico miserere, qué sé yo. Y tan tiesa. Mi padre siempre decía: “A ésta no la matan ni a tiros.” Cuando lo del cólico sí creíamos que la diñaba. Parecía que estaba dando las boqueadas; pero mi padre le acercó una botella de aguardiente, y al momento ella volvió en sí, y pidió más, y si la dejan, no queda ni gota.

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Espantada.)
¡Jesús! ¡Jesús!

ELISA
.—
(Recalcando y cuidando cada vez más de su pronunciación.)
Nada, señora; lo que digo. Una mujer con esa fibra no se muere, así como así, de la gripe. Hace falta más para que la diñe. Sencillamente, que le hicieron la pascua en grande.

SEÑORA EYNSFORD
.—¡La pascua! No entiendo nada.

HIGGINS
.—
(Interviniendo.)
Quiere decir que precipitaron su muerte.

ELISA
.—Luego arramblaron con todo. Su peina de concha, que a mí me hubiese tocado, no apareció. No apareció nada.

SEÑORA EYNSFORD
.—
(Horrorizada.)
Pero ¿cree usted que mataron a su pobre tía?

ELISA
.—¿Que si lo creo? ¡Cuando le digo que los que vivían con ella la hubiesen despachado para el otro mundo por un alfiler de sombrero! No digamos, pues, por una peina.

SEÑORA EYNSFORD
.—De todos modos, lo que no me parece bien es que su padre de usted le diese aguardiente. ¡Por Dios, a una mujer gravemente enferma eso era matarla!

ELISA
.—No lo crea. A ella bien le gustaba: más que la teta de su madre. ¡Luego, como también él estaba acostumbrado a la bala rasa!

SEÑORA EYNSFORD
.—Pero ¿su padre bebía?

ELISA
.—¡Ay mamá, que si bebía! Agarraba cada melopea que Dios tiritaba.

SEÑORA EYNSFORD
.—¡Qué cosa más terrible para usted!

ELISA
.—¡Quia, que se cree usted eso! Estando así era un alma de Dios. Le daba por tener contento a todo el mundo. A los chicos nos daba los cuartos que le habían quedado. Con mi madre se ponía la mar de amable. Tanto es así, que cuando ella le veía de mal humor, le daba un chelín y le decía: “Anda, hombre, vete a tomar unas copas a ver si te pones de mejor genio.” ¡Cuánta más felicidad habría en los hogares si todas las señoras siguiesen ese método y tratasen de emborrachar a sus maridos!
(A
FREDDY
, que lucha desesperadamente por no soltar carcajadas estrepitosas.)
¿Qué le pasa a usted, joven? Parece que me está usted tomando la melena.

FREDDY
.—Me hace mucha gracia. Había oído decir que en la alta sociedad se usa ahora el lenguaje de las clases populares como diversión. Ahora, nunca creí que una persona de la categoría de usted lo pudiese imitar tan perfectamente. ¡Qué bien lo hace usted!

ELISA
.—Si lo hago bien, no sé a qué viene el reírse tanto.
(A
HIGGINS
.)
¿He dicho algo que no sea conveniente?

MISTRESS HIGGINS
.—
(Interviniendo.)
Nada, hija mía; ha estado usted muy bien.

ELISA
.—Favor que usted me hace, señora.
(Expansiva.)
Lo que digo yo siempre es…

HIGGINS
.—
(Mirando el reloj y levantándose.)
¡Ejem!

ELISA
.—
(Mirándole de repente y comprendiendo la indicación.)
Pero ¿en qué estoy pensando? Señores, tendría mucho placer en seguir tan agradable compañía; pero no tengo más remedio que despedirme.
(Va hacia
MISTRESS HIGGINS
y luego a los demás.)
Tanto gusto… Reconózcame como a una verdadera amiga.

MISTRESS HIGGINS
.—Ya sabe dónde me tiene a su disposición.

ELISA
.—Gracias, señora. Adiós, coronel Pickering.

PICKERING
.—Adiós, miss Doolitle.
(Se dan la mano.)

ELISA
.—
(Inclinándose hacia los demás.)
Adiós, señoras, señores.

FREDDY
.—
(Abriéndole la puerta.)
Si va usted a tomar por el parque, miss Doolitle, permítame que la acompañé un trecho.

ELISA
.—¡Pa chasco! ¡Nipis!
(Sensación.)
Yo voy a agarrar un taxi.
(Sale.
PICKERING
estupefacto, se sienta.
FREDDY
va al balcón para seguir a
ELISA
con la vista.)

BOOK: Pigmalión
6.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Capital Crimes by Jonathan Kellerman
Taken by Surprise by Tonya Ramagos
Soup Night by Maggie Stuckey
Tender Torment by Meadowes, Alicia
Lines We Forget by J.E. Warren