Pigmalión

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Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

BOOK: Pigmalión
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El profesor Higgins, a la salida de una representación en el Teatro de la Ópera de Londres, toma nota de los acentos de un grupo de personas que trabajan en el mercado y, con especial atención, de la manera de hablar de una de las floristas, Elisa. El encuentro con un colega, el Coronel Pickering, sellará una apuesta: ¿será capaz el profesor Higgins de convertir a Elisa, en seis meses, en una verdadera
lady
?

El musical
My Fair Lady
está basado en esta obra.

George Bernard Shaw

Pigmalión

ePUB v1.1

rykotxet
20.12.11

Título:
Pigmalión

Título original:
Pygmalion

Autor: George Bernard Shaw

Fecha de la primera edición: 1913

PREFACIO

Como se verá más adelante,
Pigmalión
necesita, no un prefacio, sino un apéndice, que he puesto en su debido lugar.

Los ingleses no tienen respeto a su idioma y no quieren enseñar a sus hijos a hablarlo. Lo pronuncian tan abominablemente que nadie puede aprender, por sí solo, a imitar sus sonidos. Es imposible que un inglés abra la boca sin hacerse odiar y despreciar por otro inglés. El alemán o el español suena claro para oídos extranjeros; el inglés no suena claro ni para oídos ingleses. El reformador que hoy le haría falta a Inglaterra es un enérgico y entusiástico conocedor de la fonética. Por esta razón, el protagonista de mi obra es el tal conocedor.

Entusiastas por el estilo han existido en los tiempos pasados, pero clamaban en el desierto. Cuando yo empecé a interesarme por el asunto, el ilustre Alexander Melville Bell, el inventor del lenguaje visible, había emigrado al Canadá, donde su hijo inventó el teléfono; pero Alexander J. Ellis seguía siendo un patriarca londinense, con una cabeza llamativa, siempre cubierto de un solideo de terciopelo, por lo que solía, de un modo muy cortés, pedir perdón en las reuniones públicas. Él y Tito Pagliardini, otro fonético veterano, eran hombres a quienes era imposible no querer. Henry Sweet, entonces un joven, no participaba de su suavidad de carácter; basta con decir que era tan poco tolerante para con las personas convencionales como Ibsen o Samuel Butler. Su gran aptitud como fonético (paréceme que de los tres era el que más valía profesionalmente) debiera haberle hecho merecedor de los favores oficiales, y tal vez haberle proporcionado los medios para popularizar sus métodos; pero lo impidió su satánico desprecio de todas las dignidades académicas y, en general, de todas las personas que tienen en más estima el griego que la fonética. Una vez, en los días en que el Instituto Imperial se había levantado en South Kensington y Joseph Chamberlain estaba atronando el país con su política imperialista, yo induje al director de una principal revista mensual a solicitar un artículo de Sweet por la importancia que había de tener para la política imperante.

Cuando leyeron el artículo, vieron que se reducía a un furibundo ataque contra un profesor de lenguas y literatura, cuya cátedra, según Sweet, no podía estar ocupada sino por un inteligente en ciencia fonética. El trabajo hubo de ser rechazado, y yo tuve que renunciar a realizar mi ensueño de poner en candelero a su autor. Cuando le encontré otra vez, más adelante, después de muchos años, vi con asombro mío que él, que había sido un joven muy presentable, a fuerza de llevar adelante su manía, había llegado a alterar su apariencia personal hasta el punto de parecer una caricatura de protesta contra Oxford y todas sus tradiciones. Seguramente con todo el dolor de su corazón se había visto obligado a aceptar algo parecido a una cátedra de fonética en aquel centro. El porvenir de la fonética queda a ciencia cierta en manos de sus discípulos, ya que todos creían firmemente en él; pero nada pudo convencer al hombre a que hiciera algunas concesiones a la Universidad, a la que, sin embargo, quedaba unido, por derecho divino, de una manera intensamente oxoniana.

No me cabe duda de que sus papeles, si ha dejado algunos, contienen sátiras que pudieran ser publicadas sin causar demasiados estragos… dentro de cincuenta años. No fue, en ningún modo, persona de malos sentimientos, según creo, sino todo lo contrario; pero no le era posible aguantar con paciencia a los necios.

Los que le conocieron se fijarán en la alusión que hago en mi tercer acto a la taquigrafía patentada que usaba para escribir tarjetas postales y que se puede adquirir comprando un manual de cuatro chelines y seis peniques publicado por la Prensa de Clarendon. Las tarjetas postales que la señora Higgins describe son como las que he recibido de Sweet.

Quise descifrar un sonido que un londinense representaría por
zerr
y un francés por
seu
, y le escribí preguntando con cierta viveza qué demonios significaba. Sweet, con infinito desprecio por mi estupidez, contestó que no solamente significaba, sino que obviamente era la palabra
result
, puesto que ninguna otra palabra conteniendo aquel sonido, y capaz de encajar en el sentido del contexto, existía en idioma alguno hablado del mundo. El que mortales menos expertos que él necesitaran más explicaciones, no le cabía en la cabeza a Sweet.

Por eso, aunque el punto esencial de su taquigrafía corriente está en que puede expresar perfectamente cualquier sonido del idioma, lo mismo vocales que consonantes, y que la mano del que escribe no tiene que hacer trazos que no sean los fáciles y corrientes con los que se escribe
m
,
n
y
u
,
l
,
p
y
q
con la inclinación que más cómodo sea, su desgraciada determinación de hacer servir de signos taquigráficos ese notable y muy legible alfabeto lo redujo en su propia práctica al más inescrutable criptograma. Su verdadero objeto era la creación de un alfabeto completo, exacto y legible para nuestro noble pero mal trajeado idioma; pero no lo logró por haber despreciado el popular sistema Pitman de taquigrafía. El triunfo de Pitman fue debido a una buena organización del asunto. Pitman publicó un periódico para convencer a todos de la necesidad de aprender su sistema. Publicó además libros de texto baratos, ejercicios y transcripciones de discursos para ser copiados por alumnos, y fundó escuelas en las que profesores expertos enseñaban de manera que los alumnos hacían rápidos progresos. Sweet no pudo organizar su mercado de este modo. Era como una sibila que abrió de par en par el templo de la profecía cuando nadie quería entrar.

Su manual de cuatro chelines y seis peniques, en su mayor parte litografiado y reproduciendo sus apuntes, que nunca fue anunciado en la Prensa, tal vez algún día sea recogido por un Sindicato y lanzado a la circulación como el
Times
ha lanzado la
Enciclopedia Británica
. Pero hasta tanto, seguramente no prevalecerá contra Pitman. He comprado en mi vida tres ejemplares de dicho manual, y los impresores me dicen que les queda un gran número de ellos. Me tomé el trabajo de aprender el método de Sweet, y, sin embargo, para taquigrafiar las presentes líneas el método que empleo es el de Pitman. Y la razón de ello es que mi secretaria no sabe transcribir a Sweet por haber aprendido a la fuerza a Pitman en las escuelas. Por eso Sweet se rió de Pitman tan vanamente como Tersites se rió de Ayax. Con toda su risa, no logró desbancar a su competidor.

Pigmalión Higgins no es un retrato de Sweet, para quien la aventura con Luisa Doolitle hubiese sido imposible. Sin embargo, hay en el personaje rasgos que son de Sweet. Con el físico y el temperamento de Higgins puede que Sweet hubiese hecho arder en llamas el Támesis. Tal como fue supo llamar la atención de los fonéticos de Europa lo suficiente para que su oscuridad personal y su fracaso en Oxford sean todavía objeto de asombro y los profesionales estén convencidos de sus grandes méritos.

No censuro a Oxford, porque creo que Oxford tiene perfecto derecho de exigir cierta amenidad social de su personal docente (¡Dios sabe cuán exigua es esa exigencia!); porque aunque bien sé cuán difícil es para un hombre genial no apreciado en su valor mantener relaciones amables y serenas con los que le menosprecian, de todos modos, por mucho que sea su rencor y su desdén para con ellos no puede esperar que, demostrándoselo a diario, le paguen sus desplantes con manifestaciones de cariño y de respeto.

De las ulteriores generaciones de fonéticos sé poco. En ellos descuella el poeta laureado, al que tal vez Higgins le deba sus simpatías miltonianas, aunque también en esto debo hacer constar que no he retratado a Sweet ni a nadie. Pero si mi obra contribuye a llevar al conocimiento del público que existen realmente personas dedicadas a la fonética y que pertenecen a las clases más ilustradas de Inglaterra en la actualidad, no habrá sido escrita en vano.

Puedo vanagloriarme de que
Pigmalión
ha tenido un extraordinario éxito en los teatros de Europa y de América, lo mismo que en Inglaterra. Es tan intensa e intencionalmente didáctico, y su asunto, al mismo tiempo, es tan árido de por sí, que no puedo por menos de regocijarme ante tales éxitos, al pensar en los corifeos de la crítica, que no cesan de proclamar que el arte nunca debe ser didáctico. Aquí está la prueba de lo bien fundado de mi punto de vista.

Finalmente, para animar a los que se apuran por su mala pronunciación, temiendo que ésta les obstruya el camino a altos empleos, añadiré que el cambio maravilloso operado en la pobre florista por el profesor Higgins no es imposible ni descomunal. La hija del portero moderno, que llena su ambición haciendo la reina de España en
Ruy Blas
, en el Théâtre Français, es uno solo de los muchos miles de personas que se han despegado de su acento nativo y adquirido un nuevo modo de hablar. Pero la cosa debe hacerse científicamente para evitar que el remedio sea peor que la enfermedad. Un acento nativo franco y natural, por malo que sea, es más tolerable que los esfuerzos de una persona fonéticamente ineducada para imitar el vulgar dialecto de los deportistas aristocráticos. Y duéleme tener que decir que, a pesar de la enseñanza de nuestra Academia de Arte Dramático, en los escenarios ingleses quedan todavía demasiados dejes y resabios viciosos, y no florece bastante la noble dirección de Forbes Robertson.

PERSONAJES

MADRE (SEÑORA EYNSFORD HILL)
.

HIJA (SEÑORITA EYNSFORD HILL)
.

FREDDY
.

FLORISTA (ELISA DOOLITLE)
.

MISTRESS PEARCE
.

MISTRESS HIGGINS
.

Una
DONCELLA
.

CABALLERO (CORONEL PICKERING)
.

EL DE LAS NOTAS (ENRIQUE HIGGINS)
.

ALFREDO DOOLITLE
.

Un
DESCONOCIDO
.

Un
GOLFO
.

Un
GUASÓN
.

Un
CIRCUNSTANTE SARCÁSTICO
.

ESPECTADORES, TRANSEÚNTES
.

ACTO PRIMERO

Pórtico de la iglesia de San Pablo, en Londres, después de las doce de la noche. Lluvia torrencial, con truenos y relámpagos. Por todas partes, llamadas a los cocheros y chóferes de taxis. Los transeúntes corren a cobijarse en los portales, cafés o en donde pueden. En el pórtico hay varias personas, entre ellas una señora distinguida y su hija, en traje de sociedad. Todos miran mohínos cómo cae el agua, excepto un caballero ocupado en tomar notas en un cuaderno. En un reloj de torre vecino se oyen dar las doce y media.

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