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Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

Pigmalión (2 page)

BOOK: Pigmalión
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LA HIJA
.—
(Malhumorada.)
Nos vamos a calar hasta los huesos. ¡Vaya un chaparrón! ¡Quién lo hubiese esperado, con una noche tan serena cuando salimos de casa! Pero ¿en qué estará pensando Freddy? Ya han pasado por lo menos veinte minutos desde que se fue en busca de un coche.

LA MADRE
.—No tanto, hija. Pero, en fin, ya podía haber venido.

UN DESCONOCIDO
.—
(Al lado de ellas.)
No se hagan ustedes ilusiones. Ahora, a la salida de los teatros, no se encuentra un coche por toda la ciudad. Si sigue lloviendo, no tendremos más remedio que esperar que vuelvan de sus carreras.

LA MADRE
.—Pero esto no puede ser. Necesitamos un coche a todo trance. No podemos esperar tanto.

EL DESCONOCIDO
.—Pues no hay más que tener paciencia.

LA HIJA
.—Si Freddy tuviese dos dedos de frente, habría ido al punto del circo, que allí todavía no ha acabado la función.

LA MADRE
.—El pobre chico habrá hecho lo posible.

LA HIJA
.—Otros saben encontrar coches. ¿Por qué no puede él? Ahí viene el tonto, y sin nada.
(
FREDDY
viene corriendo desde una calle lateral, y al entrar en el pórtico cierra su paraguas, que chorrea abundantemente agua. Es un joven de veinte años, en traje de sociedad, y tiene los pantalones hechos una lástima por el agua. Lleva lentes dorados.)

LA HIJA
.—Bueno; ¿qué hay? Ya me lo figuro.

FREDDY
.—Nada, no se encuentra un coche por ninguna parte… ni a tiros.

LA HIJA
.—Tontería tuya. ¿Crees que debemos ir nosotras a buscarlo?

FREDDY
.—Lo que te digo es que están todos ocupados. La lluvia ha venido tan inesperadamente, que casi nadie llevaba paraguas; de modo que todos los coches se han alquilado en el momento. Primero bajé a Charing Cross, y luego a Ludgate Circus. Y nada.

LA MADRE
.—¿No fuiste a Trafalgar Square?

FREDDY
.—Allí no había ninguno.

LA HIJA
.—Pero ¿tú fuiste allí?

FREDDY
.—Fui hasta la estación de Charing Cross. Supongo que no querrías que hubiese ido a Hammersmith.

LA HIJA
.—Tú no fuiste a ninguna parte.

LA MADRE
.—La verdad, Freddy, es que tú eres muy torpe. Anda, vete otra vez y no vuelvas sin un coche. No podemos pasar la noche aquí.

FREDDY
.—Si os empeñáis, iré; pero me calaré en tonto.

LA HIJA
.—Como lo que eres. A ti todo te sale por una friolera, mientras tanto…

FREDDY
.—Bueno, bueno; no hables más, y sea lo que Dios quiera.
(Abre su paraguas y sale corriendo, pero tropieza con una florista que viene precipitadamente para resguardarse de la lluvia, y cuyo canasto de flores se cae al suelo de modo lastimoso. Un relámpago deslumbrador seguido de fuerte trueno ilumina el incidente.)

LA FLORISTA
.—¡Anda, pasmao! ¡Vaya con el señorito cegato! Nos ha amolao el cuatro ojos. ¡Ay, qué leñe!

FREDDY
.—Bastante lo siento, pero tengo prisa.
(Escapa corriendo.)

LA FLORISTA
.—
(Recogiendo sus flores y volviendo a colocarlas en el canasto.)
¡Vaya unas maneras que tienen algunos! ¡Moño, las tienen de…! ¡Y poco barro que hay! ¡Pues ya nos hemos ganao el jornal!
(Se agacha y sigue arreglando sus flores lo mejor que puede, al lado de la señora. No es una muchacha muy hermosa. Tiene unos dieciséis años. Su traje modesto está bastante ajado. Su calzado se halla en mal estado. Su tez atestigua el efecto continuo de la intemperie. No es que, en general, no esté limpia y algo cuidada; pero, al lado de las señoras elegantes, el contraste es bastante grande. Sin embargo, se ve que con un poco de cuidado sería una muchacha muy aceptable.)

LA MADRE
.—No sea usted deslenguada, que mi hijo lo hizo sin querer.

LA FLORISTA
.—Anda, ¿conque es hijo de usted, señora? Bien. Pues mire: podrá usted pagarme las flores estropeás. No se figure usted que a mí me las regalan.

LA HIJA
.—¡Pagarle las flores! No faltaba más; haber tenido usted cuidado.

LA MADRE
.—Ten juicio, Clara, que la chica sale perjudicada. ¿Tienes dinero suelto?

LA HIJA
.—No llevo más que una pieza de seis peniques.

LA MADRE
.—Pues venga. Toma, chica, por lo que te han estropeado.

LA FLORISTA
.—Muchísimas gracias, señora, y que tenga usted mucha saluz.

LA HIJA
.—Seis peniques tirados… No vale un penique todo el canasto.

LA MADRE
.—Calla, mujer; no vale la pena.

LA FLORISTA
.—¡Qué buena es la señora! ¡Si toas fuan así!…

LA MADRE
.—Bueno. Pero otra vez no hagas tantas alharacas.

LA FLORISTA
.—¿No ha de gritar una cuando la pisan un callo?
(Un caballero ya entrado en años, al parecer militar retirado, de aspecto jovial, viene corriendo a refugiarse en el pórtico. Su gabán chorrea agua. Sus pantalones están en el mismo estado que los de
FREDDY
. Debajo del gabán lleva traje de sociedad. Ocupa el sitio de la izquierda dejado vacante por
CLARA
, que se ha retirado hacia adentro.)

EL CABALLERO
.—¡Vaya un tiempecito!

LA MADRE
.—
(Al
CABALLERO
.)
Ya, ya; me parece que hay para rato.

EL CABALLERO
.—Es lo que temo. Parecía que iba a aclarar, y ya ve usted cómo cae ahora.
(Se acerca a la
FLORISTA
, después de haberse remangado los pantalones.)

LA FLORISTA
.—
(Trata de entablar conversación con el
CABALLERO
.)
Cuando cae así, con fuerza, no crea usted, cabayero, es que pronto se acaba. Ande, mi general, cómpreme un ramiyete.

EL CABALLERO
.—Lo siento, hija, pero no tengo cambio.

LA FLORISTA
.—Por eso no lo deje, que yo puedo cambiarle.

EL CABALLERO
.—¿Un “soberano”? No llevo menos.

LA FLORISTA
.—¡Anda la mar! Si tuviá yo un “soberano”, estaría yo ahora en un palco de la Ópera. Mírese a ver si tiene medio penique.

EL CABALLERO
.—Vaya, no molestes. ¡Cuando te digo que no llevo!
(Buscando por sus bolsillos.)
¿No lo he dicho?… ¡Calla! Aquí tengo seis peniques en plata; a ver si nos arreglamos.

LA FLORISTA
.—Pues sueltos llevo cinco peniques. Tome dos ramiyetes y los cinco dichos. Le sale a medio penique ca ramiyete. Me paece que…
(Da un grito, pues un vendedor de periódicos, de unos doce años, acaba de pellizcarla en el brazo.)
¡Golfo, marrano! ¿Qué ties tú que pellizcarme?
(Restregándose el brazo.)
¡Qué animal!

EL GOLFO
.—Es pa anunciarme.

LA FLORISTA
.—¡Pues ni que fuás el Padre Santo! ¡Mira que anunciarse con cardenales!

EL GOLFO
.—Cállate, pelucha, y hazme caso a mí. A ver si vas a la Comi
(Bajando la voz.),
que allí detrás hay uno de la ronda, que no me gusta naa. Ya sabes lo que dice el bando…: que a las floristas os está prohibido molestar al público. Me paece que el poli aquel te está apuntando.

LA FLORISTA
.—
(Muy asustada.)
Yo no he hecho naa malo. Tengo derecho a vender flores, que pa eso pago mi licencia. Yo soy una chica honraa, y a ese cabayero sólo le dije que me comprase unos ramiyetes.

EL GOLFO
.—¿A mí que me cuentas? Por lo que puá tronar, ándate con cuidao. ¡“La Nación”!
(Se aleja a través de la lluvia.)

LA FLORISTA
.—Ustedes, señores, son testigos… que yo no he hecho naa malo.
(Tumulto general, en su mayoría expresando simpatía por la
FLORISTA
, pero protestando contra sus alharacas.)

LA MUCHEDUMBRE
.—¡Cállate la boca, tonta, que nadie se mete contigo, caramba! ¡Calma, calma, chica! ¡Pero qué pamemas son ésas! ¡Qué escandalosa es la criatura! ¡No le da poco fuerte a la niña!
(Óyese decir por varios. Algunos hombres le dan golpecitos en los hombros de modo protector. Otros, malhumorados, quieren que se calle o se vaya con la música a otra parte. Un grupo, que no se ha enterado de lo sucedido, trata de acercarse y aumenta la confusión con sus empujones y preguntas).
¿Qué demonios pasa? ¿Qué le sucede a la muchacha? ¿Dónde está él? ¿Un policía ha tomado notas? Ya se supone lo que habrá sido. Habrá querido meter la mano en el bolsillo de alguien… Ya se sabe cómo las gastan esas chicuelas.

LA FLORISTA
.—
(Cada vez más apurada, fuera de sí, se precipita a través de los circunstantes hacia el
CABALLERO
de marras, y grita desaforadamente.)
Oiga usté, cabayero; diga usté la verdá. ¿Qué es lo que he hecho yo? Yo no he quitao naa a nadie. Que me registren.

UN GUASÓN
.—
(Arrimándose.)
Servidorito no tiene inconveniente. Manos a la obra…

LA FLORISTA
.—
(Dándole un golpe en la mano que acercaba.)
Tóquese usted las narices…

EL DE LAS NOTAS
.—
(Yendo hacia ella seguido de todos.)
Vaya, vaya, calma. ¿Por quién me has tomado a mí?

EL DESCONOCIDO
.—Es verdad; no es poli: es un caballero. No hay más que ver su calzado.
(Explicando al de las
NOTAS
.)
Aquí la gachí le ha tomao por otro. S’ha figurao qu’era usté un guiri.

EL DE LAS NOTAS
.—
(Con súbito interés.)
¿Un guiri? ¿Qué es?

EL DESCONOCIDO
.—
(Que no tiene aptitudes para las definiciones.)
Pues le diré: un guiri es… un guiri. Eso es. No lo sé decir d’otro modo.

LA FLORISTA
.—
(Muy nerviosa.)
Juro por la saluz de mi madre, que en paz descanse, que yo no he hecho naa.

EL DE LAS NOTAS
.—
(Altanero, pero de muy buen humor.)
Cállate, si puedes, que me pones nervioso. Ya comprendo; ¿tengo yo facha de policía?

LA FLORISTA
.—
(Lejos de tranquilizarse.)
Pues, entonces, ¿a qué viene el tomar apuntes? ¡Yo qué sé lo que habrá escrito ahí! Enséñemelo a ver.
(El de las
NOTAS
abre su cuaderno y se lo pone debajo de las narices, por más que la presión de los que tratan de leer por encima de sus hombros daría en tierra con un hombre menos fuerte que él.)
¿Qué dice? Yo no sé leer eso.

EL DE LAS NOTAS
.—Yo, sí; escucha.
(Lee reproduciendo exactamente la fonética, de la muchacha. Para que la ilusión sea completa, la misma actriz puede hablar, haciéndose creer al público que es el presunto imitador.)
“Cuando cae así, con fuerza, no crea usté, cabayero, es que pronto se acaba. Ande, mi general, cómpreme un ramiyete…”

LA FLORISTA
.—¡Qué voz pone! Pero vamos a ver: ¿es un crimen el que yo haya llamao general al señor cuando tal vez no sea más que coronel?
(Dirigiéndose al
CABALLERO
.)
Usté dirá, cabayero, si me he propasao en algo.

EL CABALLERO
.—Nada, mujer.
(Al de las
NOTAS
.)
Si es usted de la secreta, le diré que la muchacha no ha faltado ni a mí ni a nadie. Está en su perfecto derecho, creo yo, al tratar de vender sus flores.

LOS CIRCUNSTANTES
.—
(Juntándose en su poca simpatía por la Policía.)
¡Claro! ¡Qué ganas de meterse donde nadie le llama! Esto no se ve más que en este país. ¡Si creerá que con esas chinchorrerías se va a ganar el ascenso! Le digo a usted que ni en la Papuasia. ¡Que se vaya a tomar el fresco!…, etcétera.
(La chica, al ver que tantos toman su defensa, se engríe y mira retadora a su supuesto enemigo.)

EL DESCONOCIDO
.—Pero, señores, ¡si está visto que ese señor no es de la Policía! A mí me parece que es un guasón que quie tomarnos el pelo.

EL DE LAS NOTAS
.—¡Qué listo es usted! Bien se ve que ha nacido usted en Whitechapel.

EL DESCONOCIDO
.—
(Atónito.)
¿Cómo lo sabe usted?

EL DE LAS NOTAS
.—
(Sonriendo.)
Por un pajarito que me lo dice todo.
(A la
FLORISTA
.)
También tú eres de por allí.

LA FLORISTA
.—Sí, sí; en aquel barrio nací; no lo puedo negar; pero no me vaya usted a multar por ello…, que no lo volveré a hacer.
(Risas.)
Ahora vivo en Lisson Grove. Esto supongo que no es un crimen.
(Empieza nuevamente a lamentarse.)

EL DE LAS NOTAS
.—
(Sonriendo.)
Vive donde te dé la gana, pero cesa de gimotear. ¡Caramba!

EL CABALLERO
.—Anda, muchacha, serénate, que nadie se mete contigo.

LA FLORISTA
.—
(Todavía quejumbrosa, en voz baja.)
Soy una muchacha honraa.

EL CIRCUNSTANTE SARCÁSTICO
.—Si todo lo adivina, dígame: ¿en qué calle me he criado yo?

EL DE LAS NOTAS
.—
(Sin vacilar.)
En la de Hoxton.
(Sensación. El interés por los conocimientos del tomador de notas aumenta.)

EL CIRCUNSTANTE SARCÁSTICO
.—
(Atónito.)
Pues es verdad. ¡Qué hombre! ¡Lo sabe todo!

LA FLORISTA
.—No es una razón para meterse conmigo.

EL CIRCUNSTANTE SARCÁSTICO
.—Claro que no; ni con nadie que no haya cometido falta alguna. A ver si resulta un policía “ful”. Si no, que enseñe la insignia.

ALGUNOS
.—
(Animados por esta apariencia de legalidad.)
Eso es: que enseñe la insignia.

EL DESCONOCIDO
.—No saben ustedes distinguir. Ese señor no es policía. Es Onofrof, el adivinador de pensamientos. Le he visto trabajar en el circo.
(Alzando más la voz.)
Oiga usted, musiú: díganos de dónde es aquel caballero al que llamó general la muchacha.

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