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Authors: George Bernard Shaw

Tags: #Teatro

Pigmalión (6 page)

BOOK: Pigmalión
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HIGGINS
.—¡Hombre! A veces estoy distraído, pero no es costumbre.
(Brusco.)
A propósito: ¿cómo es eso que mi levita huele tanto a bencina?

MISTRESS PEARCE
.—Es natural; he tenido que limpiarla. Como tiene usted la costumbre, cuando se mancha los dedos, de restregarlos en sus mangas…

HIGGINS
.—
(Gritando.)
Bueno, bueno; de aquí en adelante me los pasaré por el pelo.

MISTRESS PEARCE
.—Señor, no quisiera haberle ofendido. Perdone.

HIGGINS
.—
(Conciliador.)
Nada, nada. Después de todo, tiene usted mucha razón. Para que la chica no se abandone, voy a tener más cuidado conmigo mismo. ¿Es esto lo que usted quiere decir?

MISTRESS PEARCE
.—Sí, señor. Además, tengo que hacerle una pregunta.

HIGGINS
.—Hable, y a ver si terminamos de una vez.

MISTRESS PEARCE
.—Quería preguntarle si le podía poner a la chica uno de aquellos trajes japoneses que trajo usted el año pasado de París. No puedo ponerle la ropa que tenía…

HIGGINS
.—Claro, ya le dije que había que quemarlos. Vístala de japonesa. ¿Nada más?

MISTRESS PEARCE
.—Nada más. Con su permiso me retiro.
(Vase.)

HIGGINS
.—Es una excelente mujer esa mistress Pearce. Pero tiene un concepto muy raro de mí. Yo, en realidad, soy un hombre tímido, débil, bonachón. Nunca he podido ser enérgico, exigente y tiránico como otros. Y sin embargo, ella está persuadida de que soy un ogro que me como crudos a los niños.
(
MISTRESS PEARCE
vuelve.)

MISTRESS PEARCE
.—¡Ay señor! Ya empieza el jaleo. Ahí fuera hay un hombre de bastante mal aspecto, que acaba de llamar. Dice que es el padre de la muchacha que tienen aquí secuestrada.

PICKERING
.—¡Anda, anda; ya decía yo!

HIGGINS
.—
(Vivamente.)
Mande pasar a ese sujeto.

MISTRESS PEARCE
.—Está bien, señor.
(Sale.)

PICKERING
.—A ver si nos da un disgusto.

HIGGINS
.—No tenga usted cuidado. Si se desboca, el disgusto se lo daré yo a él. Ya verá usted cómo oiremos algo interesante.

PICKERING
.—¿Acerca de la chica?

HIGGINS
.—No; me refiero al lenguaje típico.

PICKERING
.—¡Ya!

MISTRESS PEARCE
.—
(Abriendo la puerta.)
Pase usted.
(Se retira. Hace su entrada solemne
ALFREDO DOOLITLE
. Es un trapero o basurero de cierta edad, pero vigoroso y sano, algo canoso. Sus rasgos fisonómicos son enérgicos e interesantes, y parece tan libre de escrúpulos como de remordimientos. Tiene una voz muy expresiva, como quien está acostumbrado a la vida al aire libre y a expresarse sin reservas. Su traje corresponde a su condición social. Su actitud presente es la del honor perdido y resolución enérgica.)

DOOLITLE
.—
(En la puerta, dudando de quién de los dos caballeros es el dueño de la casa.)
¿El profesor Higgins?

HIGGINS
.—Soy yo. ¿Qué desea usted?

DOOLITLE
.—Buenos días, señores. Vengo por un asunto muy serio.

HIGGINS
.—
(Señalándole una silla.)
Siéntese.

DOOLITLE
.—Con su permiso.
(Se sienta con alguna vacilación.)

HIGGINS
.—
(A
PICKERING
.)
Se ha criado en Hounslow. La madre debió de ser del País de Gales.
(
DOOLITLE
abre la boca atónito. A
DOOLITLE
.)
Usted dirá qué es lo que quiere.

DOOLITLE
.—Pues quiero a mi hija.

HIGGINS
.—Muy natural en un padre. Veo con gusto que no ha perdido usted el sentido de la familia. Pues nada, no se apure. En seguida su hija estará aquí y se la podrá usted llevar.

DOOLITLE
.—
(Como asustado.)
¿Qué es lo que dice?

HIGGINS
.—Que se la lleve usted. No querrá usted que me la guarde yo, supongo.

DOOLITLE
.—Hombre, vamos, sea usted razonable. No debe usted ponerse así. Las cosas, claras. La chica me pertenece a mí. Usted se la llevó. ¿Qué voy yo ganando?

HIGGINS
.—Sí, hombre; las cosas, claras. Su hija tuvo la osadía de presentarse en mi casa con la pretensión de que yo le enseñe a hablar correctamente para que se pueda colocar en una tienda de flores. Este caballero
(Señalando a
PICKERING
.)
y mi ama de llaves lo han presenciado todo.
(Gritándole.)
¿A qué viene usted ahora aquí? Usted la ha mandado a propósito para hacerme un chantaje; pero le va a salir el tiro por la culata.

DOOLITLE
.—Pues déjeme usted explicarme…

HIGGINS
.—La Policía se encargará de aclarar el asunto. Esto ha sido un plan para sacarme dinero con amenazas. Voy a telefonear a la Comisaría.
(Va resuelto hacia el teléfono y descuelga el aparato.)

DOOLITLE
.—Pero, señor, ¿le he pedido yo ni un penique? Caballero
(A
PICKERING
.)
, usted es testigo: ¿he hablado yo de dinero?

HIGGINS
.—
(Volviendo a colgar el auricular.)
A ver; pues: ¿a qué ha venido usted?

DOOLITLE
.—Ya lo puede usted suponer. A lo que está uno. Yo no amenazo, ni exijo, ni pido; lo dejo a su voluntad. ¿Puedo decir más?

HIGGINS
.—Ante todo, dígame, sin más rodeos, cómo ha sabido que la chica estaba aquí.

DOOLITLE
.—Bien sencillo. La chica tomó un taxi y convidó a un rapaz, vendedor de periódicos, a que la acompañara. Es el hijo de la portera en cuya casa vive. Al saber que usted quería que se quedase aquí, bajó y le dijo al chico que fuera por su equipaje. Yo me lo encontré, por casualidad, en la esquina de la calle de Long Acre y la de Endell.

HIGGINS
.—En una taberna, claro.

DOOLITLE
.—La taberna, caballero, es el club del pobre.

PICKERING
.—Déjele acabar, Higgins.

DOOLITLE
.—Pues bien: llamé al chico y me lo contó todo. Comprenderá usted mi dignidad y mi deber de padre. Le dije al chico: “Tráeme el equipaje aquí.”

HIGGINS
.—¿Por qué no fue usted mismo por él?

DOOLITLE
.—¡Anda!… ¿Usted cree que la portera me lo hubiera entregado a mí? Las mujeres son muy desconfiadas en general; pero las porteras lo son en particular. Bastante trabajo, y, además, dos peniques, me costó para que el panoli del chico me lo dejara. Pues ahora traigo el equipaje, para que vea usted que soy servicial. Eso es todo.

HIGGINS
.—¿Y en qué consiste ese equipaje?

DOOLITLE
.—Pues en una guitarra, cinco postales ilustradas, un medallón, una cadena de plata y una jaula con un pájaro. Dijo que no necesitaba ropa. ¿Qué es lo que yo debo pensar de esto, caballero? Póngase usted en mi lugar como padre.

HIGGINS
. ¿De modo que ha venido usted para salvarla de la ignominia?

DOOLITLE
.—
(Inclinando afirmativamente la cabeza y aliviado al verse tan bien comprendido.)
Justo, justo, usted lo ha dicho.

HIGGINS
.—Pero dígame: ¿por qué ha traído usted su equipaje, si piensa llevársela?

DOOLITLE
.—Pero ¿he dicho yo que voy a llevármela? Ni por pienso.

HIGGINS
.—Se la va usted a llevar ahora mismo, y de cabeza. Acabemos de una vez.
(Va hacia el botón del timbre y lo oprime.)

DOOLITLE
.—Caballero, óigame una palabra. No tome las cosas así. Hágase cargo. No soy yo hombre para ser obstáculo a que mi hija haga carrera. ¡Dios me guarde!
(
MISTRESS PEARCE
viene a tomar órdenes.)

HIGGINS
.—Mire, señora: aquí está el padre de Elisa, que viene a llevársela. Entréguele, pues, la chica, y en paz.
(Va hacia el piano, como quien considera terminado el asunto.)

DOOLITLE
.—Permítame, caballero, que aquí hay una mala inteligencia. Me habré expresado mal.

MISTRESS PEARCE
.—¿Cómo entregarle ahora la chica, cuando acabo de quemar sus ropas?

DOOLITLE
.—Pues claro. ¿Querrá usted que me la lleve en cueros vivos?

HIGGINS
.—Usted ha venido aquí diciendo que quería a su hija. Llévesela, pues. Si no tiene ropas, cómpreselas.

DOOLITLE
.—
(Desesperado.)
¿Dónde están las ropas con que entró? ¿Las he quemado yo o las ha quemado aquí, su señora?

MISTRESS PEARCE
.—Soy el ama de llaves de míster Higgins. Por lo demás, no se apure. He mandado comprar ropa nueva para su hija. En cuanto llegue, podrá usted llevársela. Mientras tanto, puede usted esperar en la cocina.
(
DOOLITLE
, muy contrariado, se dirige a la puerta. Vacila; luego, en tono de confianza, se vuelve hacia
HIGGINS
.)

DOOLITLE
.—Oiga usted, caballero: usted y yo somos hombres de mundo. Hablemos como es debido, de hombre a hombre.

HIGGINS
.—¡Ah, bueno! Mistress Pearce, déjenos solos un momento.

MISTRESS PEARCE
.—Perfectamente.
(Sale digna y majestuosamente.)

PICKERING
.—Tiene usted la palabra, señor Doolitle.

DOOLITLE
.—Gracias, caballero.
(Dirigiéndose a
HIGGINS
, que se retira a sentarse en el taburete del piano.)
La verdad es ésta, caballero: usted, desde la primera vista, me ha sido simpático. Hablando se entiende la gente. Mire, yo no soy intransigente y tirano, como muchos. Por las buenas se hace de mí lo que se quiere. Quedando en salvo mi dignidad, yo no tengo inconveniente en llegar a un arreglo. La chica, como usted sabe perfectamente, es guapita, y, como tal, tiene sus méritos. Como hija, en cambio, no vale nada, y no tengo inconveniente en confesarlo sin rodeos. Lo único que yo reclamo son mis derechos de padre, pues no supongo que considere usted justo que yo se la deje de balde. Es usted demasiado caballero para eso. Para usted, ¿qué es un billete de cinco libras? Y para mí, ¿qué es Elisa?
(Vuelve a su silla y se sienta como un juez que ha pronunciado un fallo.)

PICKERING
.—Debe usted saber, Doolitle, que las intenciones de míster Higgins son absolutamente honestas.

DOOLITLE
.—Naturalmente; si no lo creyese yo así, pediría por lo menos cincuenta libras.

HIGGINS
.—
(Indignado.)
¿Quiere usted decir con eso, infame, granuja, que vendería a su hija por cincuenta libras?

DOOLITLE
.—Por complacer a un caballero como usted, soy capaz de cualquier cosa, tenga la seguridad.

PICKERING
.—Pero, hombre, usted no tiene moralidad.

DOOLITLE
.—¡Ay caballero, mis medios no me lo permiten! Tampoco tendría usted moralidad si fuese tan pobre como yo. Y no es que yo tenga malas intenciones; pero vamos a ver: si a Elisa le ha tocado un premio gordo, ¿no es justo que tenga yo una pequeña participación?

HIGGINS
.—
(Confuso.)
No sé qué hacer, amigo Pickering. Es indudable que, desde el punto de vista de la moral, es un crimen darle a este hombre un penique. Pero, por otro lado, tampoco se puede negar que su petición encierra cierta justicia brutal.

DOOLITLE
.—Diga usted que sí. Tenga usted en cuenta lo que es un padre. Díganme, caballeros, ¿qué soy yo? Un pobre que no tiene la culpa de ser pobre. Esto supone un conflicto continuo con la moralidad de la clase media. Si hay algo en que disfrutar y yo trato de disfrutarlo, todos me quieren negar el derecho a ello. Pero mis necesidades son, por lo menos, tan grandes como las de cualquier favorito y recomendado de los establecimientos de Beneficencia. Necesito comer tanto como él y beber aún algo más. Necesito diversiones, porque soy un hombre pensante. Me hacen falta expansiones: su miaja de baile, su miaja de canto, cuando estoy de buen humor. Pues bien: me piden por cualquier cosa lo mismo que a los otros. No me regalan nada. ¿Y cuál es la moralidad de la clase pudiente? Escudarse en esta moralidad para negármelo todo, para no darme nada. Por eso les suplico a ustedes, caballeros, que no sigan conmigo el mismo sistema. No quieran ustedes quitar a un padre el fruto de su trabajo, amparándose en hipócritas principios de moralidad. Ustedes no saben, claro está, lo que es criar a una hija, darle de comer casi a diario, vestirla desde la cuna hasta que ya se puede ella ganar la vida. Díganlo ustedes mismos. Cinco libras es una ganga. Lo dejo a su criterio.

HIGGINS
.—
(Levantándose y acercándose a
PICKERING
.)
Pickering, si nos empeñáramos en darle lecciones a este hombre durante tres meses, podría ocupar un sitio en el Parlamento o distinguirse como predicador.

PICKERING
.—¿Qué opina usted de esto, Doolitle?

DOOLITLE
.—¡Quiten ustedes! He oído muchos discursos parlamentarios y muchos sermones. Ya lo dije: soy un hombre pensante y me gustan los discursos sobre la política, la religión y las reformas sociales, así como cualquier otra diversión; pero no vale la pena de que yo me moleste en hacer un papel activo. La vida es corta y hay que aprovecharla.

HIGGINS
.—Creo que se le puede dar el billete para acabar.
(Mirando a
PICKERING
y sacando la cartera.)

PICKERING
.—Me temo que haga mal uso de ese dinero.

DOOLITLE
.—Dios me guarde, caballero. Mal me conoce usted. No tenga el más pequeño cuidado: no lo guardaré, no lo economizaré, no lo sustraeré a la circulación. El lunes próximo no quedará ni un penique en mi poder. El lunes tendré que ir al trabajo, como si nunca hubiese tenido tal billete. No me servirá para entregarme a la holgazanería, pierda cuidado. Una juerga en grande el domingo para mí y la parienta, y “pax Christi”…

BOOK: Pigmalión
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