Por qué no soy cristiano (26 page)

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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Por qué no soy cristiano
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Es habitual, entre los apologistas cristianos, considerar el comunismo como muy distinto del cristianismo y contrastar sus males con los supuestos bienes disfrutados por las naciones cristianas. Para mí esto es un profundo error. Los males del comunismo son los mismos que existían en el cristianismo durante las Edades de la Fe. La G.P.U. se diferencia de la Inquisición sólo cuantitativamente. Sus crueldades son de la misma clase, y el daño que hace a la vida moral e intelectual de los rusos es de la misma clase que el que hicieron los inquisidores donde prevalecieron. Los comunistas falsifican la historia, y lo mismo hizo la Iglesia hasta el Renacimiento. Si la Iglesia no es ahora tan mala como el Gobierno soviético, se debe a la influencia de los que atacaron a la Iglesia: desde el Concilio de Trento hasta el día de hoy, todas las mejoras de la Iglesia se deben a sus enemigos. Hay muchos que se oponen al Gobierno soviético porque les disgusta la doctrina económica comunista, pero esto es lo que el Kremlin tiene en común con los primeros cristianos, los franciscanos, la mayoría de los heréticos cristianos medievales: Sir Thomas More, un mártir ortodoxo, habla del cristianismo como de algo comunista, y dice que éste era el único aspecto de la religión cristiana que la hacía recomendable a los utópicos. No es la doctrina soviética en sí misma la que puede considerarse justamente como un peligro. Es el modo en que se mantiene esta doctrina. Se mantiene como una verdad sagrada e inviolable, y el dudar de ella es un pecado merecedor del más severo castigo. El comunista, como el cristiano, cree que su doctrina es esencial para la salvación, y esta creencia es la que hace la salvación posible para él. Las semejanzas entre el cristianismo y el comunismo son las que los han hecho incompatibles entre sí. Cuando dos hombres de ciencia están en desacuerdo, no invocan el brazo secular; esperan que la prueba ulterior decida quién tiene razón, ya que, como hombres de ciencia, saben que ninguno es infalible. Pero cuando dos teólogos difieren, como no hay criterio al que ninguno de ellos pueda apelar, sólo hay un mutuo odio y una apelación a la fuerza encubierta o abierta. El cristianismo, lo reconoceré, hace menos daño del que solía hacer; pero ello se debe a que se cree con menos fervor en él. Quizás, con el tiempo, el mismo cambio le sobrevendrá al comunismo; y, si así es, ese credo perderá mucho de lo que hoy le hace pernicioso. Pero si en el Occidente prevalece el criterio de que el cristianismo es esencial a la virtud y la estabilidad social, el cristianismo adquirirá de nuevo los vicios que tenía en la Edad Media; y, al parecerse más al comunismo, se hará cada vez más difícil de reconciliarse con él. Éste no es el camino que va a salvar al mundo del desastre.

II

En mi primer artículo me ocupé de los males que resultan de cualquier sistema de dogmas que se presenta para su aceptación, no porque sea verdadero, sino porque tenga una utilidad social. Lo que tenía que decir se aplica igualmente al cristianismo, al comunismo, al Islam y al budismo, al hinduismo y a todos los sistemas teológicos, excepto cuando se apoyan en razones de interés universal, de la clase que suelen emplear los hombres de ciencia. Sin embargo, hay argumentos especiales aducidos en favor del cristianismo a causa de sus supuestos méritos especiales. Éstos han sido expresados elocuentemente con un alarde de erudición por Herbert Butterfield, Profesor de Historia Moderna de la Universidad de Cambridge
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, y le tomaré como delegado del importante cuerpo de opinión que representa.

El profesor Butterfield trata de asegurarse ciertas ventajas en la controversia mediante concesiones que le hacen parecer más amplio de criterio de lo que es realmente. Admite que la Iglesia cristiana se ha apoyado en la persecución, y que la presión exterior es la que la ha llevado al abandono relativo de esta práctica. Admite que la presente tensión entre Rusia y Occidente es un resultado de la política de poder, previsible aun cuando el Gobierno de Rusia hubiera seguido fiel a la Iglesia Ortodoxa Griega. Reconoce que algunas de las virtudes que considera distintivamente cristianas han sido patentes en algunos librepensadores, y han estado ausentes en la conducta de muchos cristianos. Pero, a pesar de estas concesiones, sostiene aún que los males que sufre el mundo han de curarse mediante la adhesión al dogma cristiano, y comprende en el mínimo necesario del dogma cristiano, no sólo la creencia en Dios y la Inmortalidad, sino también la creencia en la Encarnación. Pone de relieve la relación del cristianismo con ciertos acontecimientos históricos y acepta estos acontecimientos como históricos basándose en pruebas que no le convencerían si no estuvieran relacionadas con su religión. No creo que la prueba sobre la Virgen pudiera convencer a ningún investigador imparcial si fuera presentada fuera del círculo de creencias teológicas a que estuviera acostumbrado. Hay innumerables historias del mismo tipo en la mitología pagana, pero nadie las toma en serio. Sin embargo, el profesor Butterfield, a pesar de que es un historiador, no parece interesarse en cuestiones de historicidad en lo relativo a los orígenes del cristianismo. Su argumento, privado de su urbanidad y de su engañoso aire liberal, puede expresarse cruda y precisamente como sigue: «No vale la pena inquirir si Cristo nació de una Virgen y fue concebido por obra del Espíritu Santo porque, sea o no verdad esto, la creencia de que fue así representa la mejor esperanza de huir de los males presentes del mundo». En ninguna parte de la obra del profesor Butterfield hay la menor tentativa de probar la verdad de cualquier dogma cristiano. No hay más que el argumento pragmático de que la creencia en el dogma cristiano es útil. Hay muchas partes en el tema del profesor Butterfield que no están expuestas con la claridad y la precisión deseables, y yo me temo que la razón sea que la claridad y la precisión las hicieran inverosímiles. Creo que su argumento, reducido a lo esencial, es el siguiente: sería conveniente que la gente amase a su prójimo, pero no muestran una gran inclinación a ello; Cristo dijo que deberían hacerlo, y sí ellos creen que Cristo era Dios, probablemente prestarán más atención a sus enseñanzas en este aspecto, que si creen que no lo es; por lo tanto, los que desean que la gente ame a su prójimo deben tratar de persuadirla de que Cristo era Dios.

Las objeciones a esta clase de argumentación son tantas que uno no sabe por dónde empezar. En primer lugar, el profesor Butterfield y todos los que piensan como él están convencidos de que es una cosa buena amar al prójimo, y sus razones para mantener este criterio no están derivadas de las enseñanzas de Cristo. Por el contrario, como tenían ya este criterio, consideran las enseñanzas de Cristo como prueba de Su divinidad. Tienen, por así decirlo, no uña ética basada en la teología, sino una teología basada en su ética. Sin embargo, aparentemente, sostienen que las razones no teológicas que les hacen considerar una cosa buena amar al prójimo no van a ser muy populares y, por lo tanto, proceden a inventar otros argumentos que esperan que van a ser más efectivos. Este es un procedimiento muy peligroso. Muchos protestantes solían pensar que trabajar en sábado era tan malo como cometer un asesinato. Si se les convencía de que trabajar en sábado no era malo, sacaban en consecuencia que no era malo cometer un asesinato. Toda ética teológica puede, en parte, ser defendida racionalmente, y en parte no ser más que una incorporación de tabús supersticiosos. La parte que puede ser defendida racionalmente debe ser defendida así, ya que de lo contrario los que descubran la irracionalidad de la otra parte pueden rechazar el total imprudentemente.

Pero el cristianismo, en realidad, ¿ha luchado por una moral superior a la de sus rivales y enemigos? No veo cómo ningún honrado estudiante de la historia puede mantener esto. El cristianismo se ha distinguido de las otras religiones por una mayor disposición a la persecución. El budismo no ha perseguido jamás. El Imperio de los Califas fue mucho más benévolo con los judíos y los cristianos que los estados cristianos con los judíos y mahometanos. No molestaba a los judíos ni a los cristianos con tal de que pagasen sus tributos. El antisemitismo fue fomentado por el cristianismo desde el momento en que el Imperio Romano se hizo cristiano. El fervor religioso de las Cruzadas condujo a los pogroms en la Europa Occidental. Los cristianos fueron los que injustamente acusaron a Dreyfus, y los librepensadores los que aseguraron su rehabilitación final. En los tiempos modernos, los cristianos han defendido las abominaciones, no sólo cuando las víctimas eran los judíos sino también en otros aspectos. Las abominaciones del Gobierno del Rey Leopoldo en el Congo fueron ocultas o disminuidas por la Iglesia y terminaron sólo por una agitación principalmente movida por librepensadores. La afirmación de que el cristianismo ha tenido una influencia moral elevadora sólo se puede mantener ignorando o falsificando la prueba histórica.

La respuesta habitual es que los cristianos que hicieron las cosas que deploramos no eran verdaderos cristianos, en el sentido de que no seguían las enseñanzas de Cristo. Igualmente se podría argüir que el Gobierno soviético no consiste en verdaderos marxistas, pues Marx enseñó que los eslavos son inferiores a los alemanes y esta doctrina no la acepta el Kremlin. Los discípulos de un maestro siempre se apartan en algunos aspectos de su doctrina. Los que tratan de fundar una Iglesia deben recordar esto. Toda Iglesia desarrolla un instinto de auto conservación y reduce al mínimo las partes de la doctrina del fundador que no ayudan a tal fin. Pero, en todo caso, lo que los modernos apologistas llaman «verdadero» cristianismo es algo que depende de un proceso muy selectivo. Ignora gran parte de lo que aparece en los Evangelios: por ejemplo, la parábola de las ovejas y las cabras, y la doctrina de que los malos sufrirán tormento eterno en el fuego del Infierno. Elige ciertas partes del Sermón de la Montaña, aunque en la práctica también las rechaza a veces. Deja que la doctrina de la no resistencia, por ejemplo, sea solamente practicada por los no cristianos, como Gandhi. Los preceptos que favorece particularmente tienen atribuida una moralidad tan alta que son juzgados de origen divino. Y, sin embargo, el profesor Butterfield tiene que saber que estos preceptos fueron dados por los judíos antes de la época de Cristo. Se hallan, por ejemplo, en las enseñanzas de Hitler y en los Testamentos de los Doce Patriarcas, respecto a los cuales el Reverendo doctor R. H. Charles, una famosa autoridad en esta materia dice: «El Sermón de la Montaña refleja en varios casos el espíritu e incluso reproduce las mismas frases de nuestros textos: muchos pasajes de los Evangelios exhiben huellas de lo mismo, y San Pablo parece haber usado el libro como
vademecum
». El doctor Charles opina que Cristo debía haber conocido esta obra. Si, como se nos dice a veces, la altura de la enseñanza ética prueba la divinidad de su autor, el autor desconocido de estos Testamentos es quien debe haber sido divino.

Que el mundo está en mal estado es innegable, pero no existe la menor razón histórica para suponer que el cristianismo ofrezca una salida. Nuestros males comenzaron con la inexorabilidad de la tragedia griega, desde la Primera Guerra Mundial, de la cual son productos los nazis y los comunistas. La Primera Guerra Mundial fue completamente cristiana en origen. Los tres emperadores eran devotos, e igualmente lo eran los ministros más belicosos del gabinete inglés. La oposición a la guerra vino, en Alemania y en Rusia, de los socialistas, que eran anticristianos; en Francia, de Jaurès, cuyo asesino fue aplaudido por los cristianos sinceros; en Inglaterra, de John Morley, un ateo famoso. Los aspectos más peligrosos del comunismo recuerdan los de la Iglesia medieval. Consisten en una aceptación fanática de las doctrinas incorporadas en un Libro Sagrado, la repugnancia a examinar críticamente esas doctrinas y la salvaje persecución de todos los que las rechazan. El renacimiento del fanatismo en Occidente no debemos considerarlo como una solución feliz. Tal renacimiento, si se produce, sólo significará que los aspectos odiosos del régimen comunista se harán universales. Lo que el mundo necesita es racionalidad, tolerancia y la comprensión de la interdependencia de las partes de la familia humana. Esta interdependencia ha quedado enormemente aumentada por los modernos inventos, y los argumentos puramente mundanos en favor de una actitud de benevolencia hacía el prójimo son mucho más fuertes de lo que eran antes. Tales consideraciones son las que debemos mirar, y no volver a los mitos oscurantistas. La inteligencia, hay que decirlo, ha causado nuestros males; pero la falta de inteligencia no los curará. Sólo una inteligencia mayor y más prudente puede hacer más feliz al mundo.

Religión y moral

Escrito en 1952

Hay mucha gente que dice que sin creer en Dios un hombre no puede ser feliz ni virtuoso. En cuanto a la virtud, sólo puedo hablar por observación, no por experiencia personal. Y en cuanto a la felicidad, ni la experiencia ni la observación me han llevado a pensar que los creyentes son, en general, más o menos dichosos que los incrédulos. Se acostumbra a encontrar «nobles» razones para la desdicha porque es más fácil ser orgulloso si se puede atribuir la desdicha de uno a falta de fe que si hay que atribuirla al hígado. En cuanto a la moralidad, una gran parte depende del modo en que se entiende el término. Por mi parte, creo que las virtudes más importantes son la inteligencia y la bondad. La inteligencia está obstaculizada por todos los credos, cualesquiera que sean; y la bondad está inhibida por la creencia en el pecado y el castigo (esta creencia es la única que el Gobierno soviético ha tomado del cristianismo ortodoxo).

Hay varias maneras prácticas de que la moralidad tradicional estorbe todo lo que es socialmente deseable. Una de estas cosas deseables es la prevención de la enfermedad venérea. Más importante aun es la limitación de la población. Los adelantos en medicina han hecho esta materia más importante de lo que había sido antes. Si las naciones y las razas que son aún tan prolíficas como eran los ingleses hace un centenar de años, no cambian sus costumbres a este respecto, a la humanidad sólo le queda la guerra y la miseria. Esto lo saben todos los eruditos inteligentes, pero no lo reconocen los dogmatizadores teológicos.

Creo que la decadencia de la creencia dogmática sólo puede hacer bien. Reconozco inmediatamente que los nuevos sistemas de dogma, como los de los nazis y los comunistas, son peores aun que los antiguos, pero no habrían arraigado de tal modo en la mente humana si los hábitos dogmáticos ortodoxos no hubieran sido inculcados en la niñez. El lenguaje de Stalin recuerda el seminario teológico donde recibió su aprendizaje. Lo que el mundo necesita no es dogma, sino una actitud de investigación científica, combinada con la creencia de que la tortura de millones no es deseable, ya la inflija Stalin o una Deidad imaginada a semejanza del creyente.

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