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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

Por qué no soy cristiano (28 page)

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La defensa de Russell no estuvo limitada a la comunidad académica. El nombramiento de Russell y la independencia de la autoridad que le dio el nombramiento fueron apoyados por la Unión de Libertades Civiles Americanas y el Comité de Libertad Cultural, cuyo presidente era por entonces Sidney Hook. También tomaron partido por Russell los delegados de los grupos religiosos más liberales, entre ellos el rabino Jonah B. Wise, el profesor J. S. Bixler, de la Escuela de Teología de Harvard; el profesor E. S. Brightman; el Director del Consejo Nacional de Religión y Educación, reverendo Robert C. Andrus, consejero de los estudiantes protestantes de la Universidad de Columbia; el reverendo John Haynes Holmes y el reverendo Guy Emery Shipler que discutió el derecho del obispo Manning para hablar en nombre de la Iglesia Episcopal. Nueve importantes editores, entre ellos Bennett Cerf, de Random House; Cass Canfield, de Harper's; Alfred A. Knopf y Donald Brace, de Harcourt Brace, publicaron una declaración en favor de la elección de Russell como «un hombre que daría categoría a la Junta de Educación Superior». Hablando de las «brillantes contribuciones de Russell a la filosofía» y de sus «altas cualidades de educador», los editores declaraban que sería «una pena para los estudiantes de la Ciudad de Nueva York no beneficiarse con su nombramiento». Como editores, continuaban, «no necesitamos suscribir personalmente todas las opiniones expresadas en los libros que hemos publicado, pero acogemos gustosamente las grandes mentalidades en nuestras listas, especialmente en un tiempo en que la fuerza bruta y la ignorancia han ganado tal ascendiente sobre la razón y el intelecto en tantas partes del mundo. Consideramos más importante que nunca el honrar la superioridad intelectual siempre que se presenta la oportunidad». Sentimientos similares fueron expresados en el
Publishers' Weekly
y el
New York Herald Tribune
, ambos editorialmente, y por Dorothy Thompson en su sección
En el Archivo
. «Lord Russell no es inmoral —escribió—. Todos los que le conocen saben que es un hombre de la más exquisita integridad intelectual y personal».

En la Universidad misma, había un gran resentimiento, entre los estudiantes y el profesorado, sobre la ingerencia eclesiástica y política en los asuntos de la universidad. En una reunión celebrada en el aula magna, el profesor Morris Raphael Cohen comparó la situación de Russell con la de Sócrates. Si el nombramiento de Russell fuera revocado, dijo, «el claro nombre de nuestra ciudad sufrirá como sufrió el de Atenas por condenar a Sócrates como corruptor de la juventud o el de Tennessee por declarar culpable a Scopes por enseñar la evolución». En la misma reunión, el profesor Herman Randall, hijo, distinguido historiador de filosofía y hombre religioso, denunció la oposición de los eclesiásticos al nombramiento de Russell como una «pura desfachatez» y una «gran impertinencia». Trescientos miembros de la Universidad de la Ciudad de Nueva York firmaron una carta felicitando a la Junta de Educación Superior por el espléndido nombramiento. Los padres de los estudiantes de la universidad no quedaron alarmados por la perspectiva de exponer a sus hijos a la influencia corrosiva del «campeón del Amor Libre». Aunque la mayoría de los enemigos de Russell se declaraban delegados de los «padres ofendidos», la Asociación de Padres de la Universidad de la Ciudad de Nueva York votó unánimemente en favor de la decisión de la Junta.

IV

Entre los gritos y las amenazas de los fanáticos, algunos de los miembros de la Junta perdieron el valor. Sin embargo, en una reunión del 18 de marzo la mayoría permaneció fiel a sus convicciones y el discutido nombramiento fue confirmado por 11 votos contra 7. Los fanáticos esperaban esta derrota y se hallaban dispuestos a moverse en todos los frentes. No habiendo podido hasta entonces lograr la anulación del nombramiento de Russell como profesor de la Universidad de Nueva York trataron de evitar que enseñase en Harvard. Russell había sido invitado a dar las conferencias de William James en el curso del otoño de 1940. El 24 de marzo, el político católico Thomas Dorgan, «agente legislativo» de la ciudad de Boston, escribió al Presidente James B. Conant: «Usted sabe que Russell patrocina las uniones libres y el aflojamiento de los lazos que refrenan la conducta moral. El contratar a ese hombre es un insulto para todos los ciudadanos americanos de Massachusetts».

Al mismo tiempo, la Legislatura del Estado de Nueva York recibió una petición para que invitase a la Junta de Educación Superior a rescindir él nombramiento de Russell. El senador Phelps Phelps, demócrata de Manhattan, introdujo una resolución pidiendo a la Legislatura que declarase que un «partidario de la promiscuidad es una persona indigna de ostentar un puesto importante en el sistema educacional de nuestro estado a expensas de los contribuyentes». Para eterna vergüenza de la raza humana se aprobó la resolución y, que yo sepa, no se levantó en su contra voz alguna.

La resolución fue el preludio de una acción aun más radical. Once miembros de la Junta de Educación Superior habían sido tan obstinados como para desafiar las órdenes de la jerarquía. Los herejes tenían que ser castigados. Tenían que aprender quién era el que ostentaba el verdadero poder en el estado de Nueva York. Basándose en las declaraciones del obispo Manning y del presidente Gannon, de la Universidad de Fordham, el senador John F. Dunigan, jefe de la minoría, dijo al Senado que la filosofía de Russell «corrompe la religión, el Estado y la relación familiar». Se quejó de las teorías impías y materialistas de los que gobiernan ahora el sistema escolar de la Ciudad de Nueva York. La actitud de la Junta, que «insistía en el nombramiento de Russell a pesar de la gran oposición pública —argüía el Senador—, es un asunto que debe preocupar a esta Legislatura». Pidió una profunda investigación del sistema educacional de la Ciudad de Nueva York y puso en claro que dicha investigación debería estar principalmente dirigida e las facultades de la Junta de Educación Superior. La resolución del senador Dunigan fue también adoptada con sólo una ligera modificación.

Pero éstas apenas fueron escaramuzas menores. La maniobra principal fue llevada a cabo en la misma Ciudad de Nueva York. Una tal señora Jean Kay, de Brooklyn, que antes no se había distinguido por su interés en los asuntos públicos, presentó, como contribuyente, una querella en el Tribunal Supremo de Nueva York, para que se declarase nulo el nombramiento de Russell por las razones de ser extranjero y partidario de la inmoralidad sexual. Dijo que estaba preocupada por lo que podría ocurrirle a su hija Glory si llegaba a ser alumna de Bertrand Russell. El hecho de que Glory Kay no pudiera ser alumna de Russell en la Universidad de la Ciudad no se consideró improcedente. Más tarde, los abogados de la señora Kay presentaron dos razones más para que excluyesen a Russell. Una de ellas era que no había dado un examen de competencia y otra «que era contrario a la política pública el nombrar como maestro a un creyente en el ateísmo».

La señora Kay estaba representada por un abogado llamado Joseph Goldstein quien, con la administración Tammany precedente a La Guardia había sido magistrado de la ciudad. En su informe, Goldstein describió las obras de Russell como «lujuriosas, libidinosas, lascivas, venéreas, erotomaníacas, afrodisíacas, irreverentes, estrechas de criterio, mentirosas y desprovistas de fibra moral». Pero esto no era todo. Según Goldstein, «Russell dirigía una colonia nudista en Inglaterra. Sus hijos se exhibían desnudos. Él y su mujer habían aparecido desnudos en público. Ese hombre, que ahora tiene unos 70 años, se ha dedicado a hacer poesía salaz. Russell tolera la homosexualidad. Diré más, hasta la aprueba». Pero incluso esto no era todo. Goldstein, que presumiblemente pasa todos sus ratos libres estudiando filosofía, concluía con un veredicto acerca de la calidad de la filosofía de Russell que terminó para siempre con la reputación del autor de
Principia Mathematica
. El veredicto ruinoso es el siguiente:

No es un filósofo en el sentido aceptado de la palabra: ni un amante de la sabiduría; no busca la sabiduría: no es un explorador de esa Ciencia universal que busca la explicación de todos los fenómenos del universo mediante las últimas causas; en opinión del declarante y de multitud de otras personas es un sofista; practica el sofismo; mediante recursos de astucia, subterfugios y sofismas, presenta argumentos falaces que no están apoyados por un razonamiento sano; saca conclusiones que no están deducidas de sanas premisas; todas sus supuestas doctrinas, que él llama filosofía, no son mas que burdos, vulgares y gastados fetiches y proposiciones, inventados con el fin de descarriar a la gente.

Para cualquiera que esté familiarizado con la terminología corriente entre los filósofos católicos es difícil evitar que se saque la conclusión de que ellos fueron los que escribieron el informe y de que emplearon a un abogado judío para ocultar el verdadero origen del ataque. Es altamente significativo que ni la señora Kay, ni su esposo, ni Goldstein dijesen quién pagaba las costas del proceso.

Hasta este punto, Russell se había abstenido de hacer ningún comentario, aparte de una breve declaración al comienzo de la campaña, cuando dijo: «No tengo el menor deseo de responder al ataque del obispo Manning… Cualquiera que decida en su juventud pensar y hablar honradamente, sin tener en cuenta la hostilidad y la tergiversación, espera tales ataques y pronto aprende que lo mejor que puede hacer es ignorarlos». Sin embargo, entonces, cuando los ataques fueron llevados ante un tribunal. Russell se sintió obligado a publicar una respuesta. «Hasta ahora he mantenido un silencio casi absoluto en la controversia relativa a mi nombramiento de la universidad —advirtió—, ya que no podía admitir que mis opiniones fueran pertinentes. Pero cuando se hacen ante un tribunal declaraciones completamente falsas sobre mis actos, creo que tengo que rechazarlas. Nunca he dirigido una colonia nudista en Inglaterra. Ni mi esposa ni yo nos hemos exhibido desnudos en público. Nunca he escrito poemas salaces. Tales afirmaciones son deliberadas falsedades y los que las han hecho tienen que saber que carecen de fundamento. Me alegraría tener una oportunidad de negarlo bajo juramento». Hay que añadir que Russell nunca «aprobó» la homosexualidad. Pero éste es un punto que más tarde discutiremos detalladamente.

La demanda de la señora Kay se vio ante el Juez McGeehan, un católico asociado con la camarilla democrática del Bronx. Antes de esto, McGeehan se había distinguido por tratar de quitar un retrato de Martín Lutero de un mural del tribunal que servía de ilustración a la historia legal. Nicholas Bucci representó a la Junta de Educación Superior. Se negó a entrar en una discusión acerca de las malignas opiniones de Russell y de su incompetencia como filósofo. Se limitó al único punto legalmente pertinente del informe: que se pudiera dar una plaza en la universidad a un extranjero. Bucci rechazó esto y pidió que se desechase la petición. McGeehan replicó ominosamente: «Si hallo que esos libros están de acuerdo con el alegato de la demanda, proporcionaré un motivo de reflexión al Tribunal de Apelación». Los libros a que se refería eran los que presentó Goldstein en apoyo de sus cargos. Eran
La educación y la vida buena
,
El matrimonio y la moral
,
La educación y el mundo moderno
y
Lo que yo creo
.

V

Dos días después, el 30 de marzo, el Juez dio a conocer sus meditaciones. Basándose en «normas y criterios… que son las leyes de la naturaleza, y la naturaleza de Dios», revocó el nombramiento de Russell y lo calificó, como los anteriores oradores clericales, de «un insulto al pueblo de la Ciudad de Nueva York». La acción de la Junta, concluyó, era «en efecto, el establecimiento de una cátedra de indecencia», y al hacer aquello había «actuado arbitrariamente, caprichosamente, y en directa violación de la salud pública, la seguridad, la moral del pueblo y los derechos del demandante, quien tiene derecho a una resolución revocando el nombramiento del dicho Bertrand Russell». Según el
Sunday Mirror
, el juez reconoció que su veredicto era «dinamita». Que no pensaba sólo en la ley, si es que pensaba en ella, se hizo evidente por su ulterior declaración de que «esta decisión ha colocado los cimientos para que el comité legislativo investigador comience su obra, y creo que van a interesarse por el modo en que se llegó al nombramiento de Bertrand Russell».

El
New Republic
indicó que el fallo de McGeehan «debió haberse producido con velocidad sobrehumana», y muchos observadores creían que había sido escrito para el juez por los analistas eclesiásticos de las teorías de Russell. No comparto esta creencia, pero sí la sospecha de John Dewey de que el juez no leyó jamás los libros que presentó como prueba Goldstein. Lo que sí es cierto, es que el fallo se dio apresuradamente. Es imposible que en el curso de dos días McGeehan hubiera estudiado cuidadosamente los cuatro libros, además de escribir su extensa opinión. Que el juez no hizo ninguna tentativa para salvaguardar los derechos de todas las partes, como debe hacer un juez concienzudo, se hace también evidente por otros varios aspectos del caso. McGeehan no permitió que Russell negase los cargos de Goldstein, sino que los aceptó sin más rodeos. No dio a Russell oportunidad de decir si la interpretación de las opiniones de Russell era correcta. Tampoco trató de averiguar si Russell mantenía aún las opiniones expresadas en libros escritos entre ocho y quince años antes. Todo esto parece un requisito de los cánones elementales de la decencia común, ya que no de la imparcialidad judicial.

Como vimos, Bucci, que representó a la junta de Educación Superior, se había limitado a responder al cargo de que, como extranjero, Russell no podía ser legalmente nombrado profesor de la universidad. Sin embargo, McGeehan basó la anulación del nombramiento principalmente en los otros cargos de la demanda de la señora Kay. Publicó su decisión sin dar a Bucci la oportunidad de responder a los otros cargos. El demandado, dijo McGeehan, había «informado al Tribunal que no respondería». Bucci negó categóricamente esto en una declaración jurada que no se recusó nunca. Bucci juró que el juez le había dado a entender que se le permitiría exponer la respuesta de la Junta, después del rechazamiento de su moción para que se desechase la demanda.

Sin embargo, estas demasías de procedimiento eran nada comparadas con las deformaciones, calumnias y falsas conclusiones contenidas en el juicio mismo, que merece el estudio más cuidadoso. Demuestra lo que aparentemente puede hacerse en plena luz del día, incluso en un estado democrático, si un fanático ostenta el poder judicial y se siente apoyado por políticos influyentes. Es necesario citar extensivamente este asombroso documento, ya que de otro modo el lector no creerá que esto ocurrió realmente. Además, no deseo emular al juez en su deformación entresacando citas del contexto. El juez McGeehan, como veremos, demostró ser un cumplido profesional de este innoble arte, y frecuentemente logró hacer aparecer a Russell como defensor de todo lo contrario de lo que pensaba.

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