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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

Por qué no soy cristiano

BOOK: Por qué no soy cristiano
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En esta obra lord Bertrand Russell, uno de los pensadores más lúcidos e influyentes que produjo el siglo XX, reúne catorce ensayos escritos entre 1899 y 1954. En ellos expone y desarrolla los motivos de su agnosticismo, rebate los argumentos tradicionales del cristianismo, identifica el miedo como uno de los fundamentos principales de la religión, cuestiona las contribuciones de la religión a la felicidad del ser humano y critica muy duramente los planteamientos del cristianismo sobre cuestiones sexuales.

Por qué no soy cristiano
es una de las más conmovedoras y convincentes defensas del no creyente que se han escrito desde los días de Hume y Voltaire.

Bertrand Russell

Por qué no soy cristiano

Y otros ensayos sobre asuntos relacionados con la religión

ePUB v1.1

LeoLuegoExisto
20.06.12

Título original:
Why I am not a Christian

Compilación y Apéndice sobre el caso Bertrand Russell por Paul Edwards

© Bertrand Russell, 1957, 1967, 1975

Traducción: Josefina Martínez Alinari, 1977

Editor original: LeoLuegoExisto (v1.0, v1.1)

Corrección de erratas: Doña Jacinta

ePub base v2.0

Introducción del compilador

Bertrand Russell ha sido un escritor prolífico durante toda su vida y parte de sus mejores trabajos está contenida en pequeños folletos y en artículos publicados en diversos periódicos. Esto puede aplicarse en especial a sus estudios sobre religión, muchos de los cuales son poco conocidos fuera de ciertos círculos racionalistas. En el presente volumen he reunido cierto número de estos ensayos referentes a la religión, a la vez que otras obras, como los artículos acerca de «La libertad y las universidades» y «Nuestra ética sexual», que son aún de gran interés.

Aunque se le valora sobre todo por sus contribuciones a temas tan puramente abstractos como la lógica y la teoría del conocimiento, cabe esperar que Russell sea igualmente recordado en los años venideros como uno de los grandes herejes en moral y religión. No ha sido nunca un filósofo meramente técnico. Siempre ha estado profundamente preocupado por las cuestiones fundamentales a las que las religiones han dado sus respuestas respectivas: cuestiones acerca del lugar del hombre en el universo y la naturaleza de la vida buena. Ha tratado estas cuestiones con la misma agudeza, ingenio y elocuencia, expresándose también con la misma prosa brillante que ha hecho famosas sus otras obras. Estas cualidades hacen de los ensayos incluidos en este libro quizá la más impresionante y atractiva exposición del pensamiento de un librepensador desde los tiempos de Hume y de Voltaire.

Un libro de Bertrand Russell sobre religión merecería ser publicado en cualquier época. Pero ahora que estamos siendo testigos de una campaña en favor del renacimiento de la religión, que además se lleva a cabo con la precisión de las modernas técnicas publicitarias, el presentar de nuevo la tesis del incrédulo parece especialmente deseable. Desde todos los rincones y en todos los ámbitos, llevamos varios años bombardeados con propaganda teológica. La revista
Life
nos asegura en un editorial que, «excepto para los materialistas dogmáticos y los fundamentalistas», la guerra entre la evolución y la creencia cristiana «ha terminado hace muchos años» y que «la ciencia misma […] desaprueba la noción de que el universo, la vida o el hombre sean fruto del azar». El profesor Toynbee, uno de los más dignos apologistas, nos dice que «no podemos combatir el desafío comunista en un terreno profano». Norman Vincent Peale, monseñor Sheen y otros profesores de psiquiatría religiosa exaltan los beneficios de la fe en artículos que leen millones de personas, en libros de venta excepcional y en programas semanales de radio y de televisión de cobertura nacional. Los políticos de todos los partidos, muchos de los cuales no eran precisamente famosos por su piedad antes de que comenzasen a competir por cargos públicos, se aseguraron de que se los conociera como frecuentadores de iglesias, y nunca dejan de citar a Dios en sus eruditos discursos. Fuera de las aulas de las mejores universidades, el aspecto negativo de esta cuestión apenas se trata.

Un libro como éste, con su afirmación intransigente de un punto de vista laico, es doblemente necesario hoy porque la ofensiva religiosa no ha quedado restringida sólo a la propaganda en gran escala. En Estados Unidos ha asumido también la forma de numerosas tentativas, muchas de ellas con éxito, de minar la separación de la Iglesia y el Estado, tal como estipula la Constitución. Estas tentativas son demasiadas para que las detallemos aquí, pero quizá dos o tres ejemplos ilustrarán suficientemente esta tendencia perturbadora que, si no halla obstáculos, convertirá en ciudadanos de segunda clase a los que se opongan a la religión tradicional. Hace unos cuantos meses, por ejemplo, una subcomisión de la Cámara de Representantes incluyó en una Resolución Concurrente la asombrosa proposición de que la «lealtad a Dios» es una condición esencial para el mejor servicio del gobierno. «El servicio de cualquier persona, en cualquier puesto, que gobierne o esté sometida al gobierno —afirmaban oficialmente los legisladores—, debe estar caracterizado por la devoción a Dios». Esta resolución no es ley aún, pero lo será pronto, si no es impugnada vigorosamente. Otra resolución, que hace de «Confiamos en Dios» el lema nacional de Estados Unidos, ha sido aprobada por ambas cámaras y ahora es ley nacional. El profesor George Axtelle, de la Universidad de Nueva York, uno de los pocos críticos francos de estos movimientos y otros similares, se refirió apropiadamente a ellos, en su declaración ante una comisión del Senado, como «erosiones diminutas pero significativas» del principio de la separación de la Iglesia y el Estado.

Las tentativas de inyectar religión donde la Constitución la prohíbe expresamente no se limitan de ninguna manera a la legislación federal. Así, en la ciudad de Nueva York, para dar un ejemplo particularmente elocuente, la Dirección del Consejo de Educación preparó en 1955 una Guía para Inspectores y Maestros en la que se afirmaba sin ningún tipo de rodeos que «las escuelas públicas fomentan la creencia en Dios, reconociendo simplemente el hecho de que nosotros somos una nación religiosa», y además, que las escuelas públicas «identifican a Dios como la fuente última de la ley natural y moral». Si se hubiera adoptado esta declaración, casi ninguno de los temas del programa escolar de la ciudad de Nueva York habría quedado libre de la intrusión teológica. Incluso los estudios aparentemente seculares, como las ciencias y las matemáticas, debían ser enseñados en términos religiosos. «Los científicos y los matemáticos —decía la declaración— conciben el universo como un lugar lógico, ordenado y pronosticable». Su consideración de la inmensidad y el esplendor de los cielos, las maravillas del cuerpo y la mente humana, la belleza de la naturaleza, el misterio de la fotosíntesis, la estructura matemática del universo o la noción del infinito sólo pueden hacernos humildes ante la obra de Dios. Uno sólo puede decir: «Cuando considero los Cielos, la obra de Tus Manos». Un tema tan inocente como «Artes Industriales» no fue pasado por alto. Los filósofos del Consejo afirmaron: «La observación de las maravillas de la composición de los metales, las vetas y la belleza de las maderas, las formas de la electricidad, y las propiedades características de los materiales usados, invariablemente da origen a la especulación acerca del plan y el orden del mundo natural, y de la maravillosa obra de un Poder Supremo». Este informe fue recibido con tal indignación por los grupos cívicos y varios de los grupos religiosos más liberales que la adopción por el Consejo de Educación se hizo imposible. Una versión modificada, con supresión de los pasajes más censurables, fue adoptada subsiguientemente. Sin embargo, incluso la versión revisada contiene suficiente lenguaje teológico para hacer estremecer a un librepensador, y es de esperar que su constitucionalidad sea discutida en los tribunales. Ha habido una falta de oposición asombrosa a la mayoría de las intromisiones de los intereses eclesiásticos. Una de las razones parece ser la extendida creencia de que la religión es hoy moderada y tolerante y que las persecuciones son una cosa del pasado. Ésta es una peligrosa ilusión. Mientras muchos jefes religiosos son indudablemente sinceros amigos de la libertad y de la tolerancia, y además firmes creyentes en la separación de la Iglesia y el Estado, desgraciadamente hay otros muchos que perseguirían si pudiesen, y que persiguen cuando pueden.

En Gran Bretaña, la situación es un poco distinta. Hay iglesias oficiales y la instrucción religiosa está sancionada legalmente en todas las escuelas del Estado. Sin embargo, el carácter del país es mucho más tolerante y los hombres públicos no temen tanto que se los reconozca públicamente como no creyentes. Pero también en Gran Bretaña abunda la propaganda religiosa vulgar y los grupos religiosos más agresivos hacen todo lo posible para evitar que los librepensadores defiendan su posición. El reciente Informe Beveridge, por ejemplo, recomendaba que la BBC dejase oír a los representantes del racionalismo. La BBC aceptó oficialmente esta recomendación, pero no ha hecho nada para llevarla a cabo. Las charlas de Margaret Knight acerca de «Moral sin religión» son una de las pocas tentativas de dar a conocer la posición de los no creyentes sobre un tema importante.

Las charlas de la señora Knight provocaron furiosos arrebatos de indignación por parte de diversos fanáticos, que al parecer han logrado que la BBC vuelva a su antigua sumisión a los intereses religiosos.

Para contribuir a disipar la complacencia acerca de este tema he añadido, como apéndice de este libro, un relato exhaustivo de cómo Bertrand Russell no fue aceptado como profesor de Filosofía de la Universidad de la ciudad de Nueva York. Lo ocurrido en este caso merece ser más conocido, aunque sólo sea para mostrar las increíbles tergiversaciones y los abusos de poder de que los fanáticos están dispuestos a servirse cuando se disponen a vencer a su enemigo. La gente que logró la anulación del nombramiento de Russell es la misma que ahora estaría dispuesta a destruir el carácter laico de Estados Unidos. Ellos y sus correligionarios de Inglaterra son, en general, más poderosos hoy de lo que eran en 1940.

El caso de la Universidad de la ciudad de Nueva York debería ser revisado en detalle aunque sólo fuera por hacerle justicia a Bertrand Russell, que fue calumniado tanto por el juez que accedió a la demanda, como por gran parte de la prensa. Los actos y las opiniones de Russell fueron objeto de ilimitadas deformaciones y la gente que desconocía sus libros tiene que haber recibido una impresión completamente errónea de lo que él sustentaba. Yo espero que el relatar nuevamente la historia aquí, unida a la reproducción de algunos de los estudios reales de Russell sobre los temas supuestamente ofensivos ayudará a poner las cosas en su sitio.

Varios de los ensayos incluidos en este volumen se publican de nuevo gracias a la amable autorización de sus editores originales. A este respecto, deseo expresar mi agradecimiento a los señores Watts and Co., editores de «Por qué no soy cristiano» y «¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización?»; a los señores Routledge and Kegan Paul, que publicaron «Lo que creo»; a los señores Hutchinson and Co., que publicaron «¿Sobrevivimos a la muerte?»; a los señores Nicholson y Watson, editores originales de «El destino de Thomas Paine»; y al
American Mercury
, en cuyas páginas aparecieron por primera vez «Nuestra ética sexual» y «La libertad y las universidades». También deseo dar las gracias a mis amigos el profesor Anthony Flew, Ruth Hoffman y Sheila Meyer y a mis alumnos Marilyn Charney, Sara Kilian y John Viscide, quienes me ayudaron de muchas maneras en la preparación de este libro.

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