Junto a la planta de compilación se halla el centro de ajuste, un edificio cónico de cinco plantas, en el que se guardan los discos de identidad recién creados. Estos se conectan a las redes educacionales y de desarrollo de personalidad de Empresa y Sistema hasta que el sujeto alcanza su madurez mental, momento en el cual pasa a ocupar un cuerpo sufragado por Sistema y a ser un individuo completamente autosuficiente. Este procedimiento es más una posibilidad que se ofrece a los progenitores que una imposición legal. Nada más ser compilado, tras un período de adaptación no mayor de dos semanas en el centro de ajuste, ya eres lo suficientemente capaz como para habitar un biomodelo estándar de crecimiento limitado. En estos casos la educación se suele dejar en manos de los padres, suya es la decisión de optar por una de las distintas instituciones pedagógicas que ofertan Empresa, Sistema y el sector privado, o, en su defecto, encargarse ellos mismos de la educación de sus vástagos.
Los siguientes edificios, antes de llegar al verdadero monstruo del complejo Miranda, son las torres de residencia de los empleados, las centrales donde se almacenan los biomodelos en stock y las distintas oficinas de reclamaciones, publicidad y marketing. Pero la verdadera estrella del complejo es la Factoría: el coliseo de la arquitectura genética.
Un enorme edificio cilíndrico se yergue en el centro del complejo, rodeado por seis torres gemelas que se unen a la estructura del edificio principal con túneles de cristal a ras de suelo. Aquí se diseñan y se construyen los nuevos cuerpos. No importa si se trata de biomodelos o cuerpos mecánicos, no importa si son híbridos de ambos, o si son cuerpos individuales o cuerpos colectivos. Todo se hace aquí. Este conjunto de edificios es el culpable de más de la mitad de cuerpos con los que el género humano avanza hacia un futuro que se rinde sin remedio ante nuestra acometida. Tejedores de ADN, exobiólogos, genetistas, mecánicos, científicos de todos los campos imaginables…, todos juntos o en sus áreas específicas responden a las exigencias del mercado o al propio capricho de su imaginación, haciendo cada vez más extenso el álbum de familia humano. Antiguamente decían que Dios había creado al hombre a su propia imagen y semejanza, si eso fuera verdad en el último milenio Bodyline Enterprise habría reescrito su obra, y corregido los defectos del diseño original.
Más allá de la Factoría se encuentran los dos hangares de rodaje donde los cobayas comprobábamos, principalmente, la maniobrabilidad de los modelos, su grado de dificultad y el nivel de estrés al que somete a su ocupante. En el hangar principal nos dedicábamos a probar los modelos corrientes, cuerpos que, por norma general, no solían dar demasiadas dificultades; en el hangar secundario, bastante más pequeño, era donde efectuábamos las pruebas a los modelos más complejos o a los cuerpos que, por sus características, entrañaban algún peligro serio para nuestra seguridad.
La última zona del complejo Miranda es de acceso restringido: allí se encuentra la inaudita residencia privada de Ethan Lárnax, el lugar donde pasa los falsos días y noches de Miranda alimentando su locura. En primera instancia Nueva Tierra iba a ser un parque temático patrocinado por Bodyline Enterprise, pero Ethan Lárnax decidió que tamaño esplendor no estaba hecho para ser compartido con el resto de la humanidad sino para ensalzar su gloria.
Sí, en aquellos tiempos Ethan Lárnax ya estaba loco. Todo lo que sucede ahora no es más que la derivación lógica que pone en común su demencia y su genio.
Fueron dos años dichosos.
Nuestra felicidad se convirtió en algo cotidiano y, por extraño que parezca, eso no marchitó nuestro vínculo. Nos acostumbramos a la monotonía, a una vida en común sin sorpresas pero plena de satisfacción. Estábamos juntos en todo momento, ya fuera en el trabajo o en el ocio y, cuando por algún motivo nos separábamos, utilizábamos la red de Rad Nadia para mantenernos en contacto. Teníamos tanta necesidad el uno del otro que nunca nos saciábamos. Nos convertimos en un sistema autosuficiente, sin hacer apenas vida social; no necesitábamos a nadie, nos bastábamos a nosotros mismos.
Durante buena parte de esos dos años trabajamos duro en los hangares. El resto del tiempo lo dedicamos a viajar por el Sistema Solar, buscando cobayas con las que aumentar la plantilla de Bodyline o viajando simplemente por el mero placer de hacerlo. Eramos unos privilegiados, lo sabíamos y no nos avergonzábamos de ello. No en vano éramos los mejores cobayas con los que Bodyline Enterprise, o cualquier otra empresa de arquitectura genética, hubiera contado jamás.
Mientras que el resto de los cobayas necesitaban descansar tras cada prueba, tanto Vincent Aurora como yo podíamos trabajar de seguida durante horas antes de que el cansancio nos obligara a dar por terminada la jornada.
Nuestra capacidad de adaptación parecía no tener límites pero, como contrapartida, el shock del
change
era más fuerte en nosotros que en los demás, yo no podía escaparme de la tormenta sinestésica cada vez que éste se llevaba a cabo y Vincent sufría unos segundos de descoordinación que se traducían en un suave temblor. A pesar de eso éramos los mejores. No pasaba un mes sin que recibiéramos suculentas ofertas de trabajo por parte del resto de empresas de arquitectura genética. Nunca nos sentimos tentados de abandonar Bodyline Enterprise; si lo hubiéramos hecho nada de lo que pasó a continuación habría sucedido y hubiéramos vivido felices y dichosos, ignorantes de lo que Ethan Lárnax estaba planeando. Pero seguimos en Bodyline y nuestro trabajo era tan bueno que llamamos la atención del mismísimo Lárnax. Y ése fue el final.
En la oscuridad no hay nada que temer. Aquí, donde no soy nada, nada puede dañarme. Aquí no existo. Aquí no existe Ethan Lárnax ni ha existido jamás Vincent Aurora. No hay nada. Sólo un mismo instante de tiempo que se repite una y otra vez, demasiado corto para que contenga acción o sufrimiento. Podría acostumbrarme a esto pero, por desgracia, siento cómo mi conciencia resbala y, atrapada, se derrumba dentro de un cuerpo; un chispazo energético indica que se ha producido la conexión con la médula espinal y, en unos segundos, la realidad se descubre ante mis ojos envuelta en las corrientes lentas de la sinestesia. La saliva en mi boca quema como lava. La tenue luz que ilumina el quirófano donde me encuentro rae acaricia con viscosidad salada. Voces de personas que no puedo ver estallan en mi visión periférica como fuegos artificiales. Estoy tumbado boca abajo en una camilla de plástico, con la cabeza inmovilizada por un arnés de sujeción en una postura bastante incómoda, a esta incomodidad se le suma la desagradable sensación que me transmiten las manos y los instrumentos que operan en mi cráneo.
Cierro los ojos e intento abstraerme de todo lo que me rodea. Pero aquí me es imposible lograrlo. En esta parte de la realidad existe Ethan Lárnax.
—Alexandre, ya puedes levantarte. Hemos terminado —me anuncia la voz de Marion Bastian.
Alguien retira el arnés y yo me incorporo como puedo en la camilla, frotándome el cuello. El reloj interno de mi cuerpo me indica que han sido seis horas continuadas de operación. En el pequeño quirófano, perdido en el subsuelo del hangar principal de Juvenal, está Marion Bastian y los dos carniceros del alcalde que le han servido de ayudantes en la operación.
—Os habéis tomado vuestro tiempo…
—Eran muchas las modificaciones que debíamos realizar. Pero nada es poco para mi chico… —Marion Bastian me sonríe amistosamente y me da una palmada en el brazo—. ¿Cómo te encuentras?
—Aletargado y sinestésico…
—Eso es buena señal… —se sienta a mi lado en la camilla, parece agotada—. Ya estás al tanto de las nuevas sorpresas que guarda tu cuerpo… Si eso ya no es suficiente estamos perdidos…
—Eres única dando ánimos…
—Si alguien puede hacerlo eres tú, ¿lo sabes, verdad? —Lo sé, lo sé… —suspiro hondo y sacudo la cabeza—. Esto es una locura… —digo.
—Sí… —corrobora ella—. Pero puede funcionar. Eso es lo verdaderamente fascinante.
Es difícil hacerse una idea de la increíble vastedad de terreno que ocupa villa Nueva Tierra mientras te estás acercando a ella desde el cielo. Puedes haberla visto miles de veces en la red pero nada te prepara para tamaña majestuosidad en vivo. Lo primero que ves mientras te aproximas son las dos pirámides, Gizeh y Kefren, dos inmensas moles de piedra antigua que todavía dan la impresión de estar cubiertas por la arena del desierto; las pirámides flanquean a la mutilada Estatua de la Libertad; la estatua no tiene cabeza, ésta fue destruida antes de que se efectuara el traslado del monumento desde Tierra, y el enorme pedestal que una vez le sirvió de apoyo ha sido sustituido por una estructura de cristal y aluminio en la que se puede leer: «En Memoria.» Restos de la antigua gran muralla china delimitan el perímetro de la villa que, tras dejar atrás las pirámides y la estatua, da paso a dos iglesias góticas dispuestas en paralelo: Chartres y Reims. Pasadas las catedrales se yerguen dos construcciones, una tras la otra, la catedral de San Basilio y la torre Guggenheim que una vez se alzó en Tokyo, aunque la primera debería quedar empequeñecida por la enorme torre de titanio, las dos aparecen inexplicablemente en equilibrio, como si no se pudiera concebir la arquitectura de una sin el complemento de la otra.
Los viejos monumentos terrestres fueron evacuados en los tiempos en que quedó claro que la Gran Guerra iba a ser inevitable, muchos países se negaron a perder los símbolos que les daban identidad y, por tanto, esos símbolos se convirtieron en cenizas con ellos. Todos los monumentos quedaron bajo el control de una delegación de la UNESCO en Marte, la intención inicial era que, una vez finalizada la guerra, los monumentos pudieran retornar a sus lugares de origen, pero eso nunca fue posible, el hombre nunca volvería a pisar Tierra. Con el tiempo, el control de todos ellos paso a Sistema que, poco deseoso de enfrentarse a los enormes costes de mantenimiento, optó por subastarlos. Muchos acabaron en manos de particulares como Ethan Lárnax y otros fueron comprados por asentamientos humanos deseosos de contagiarse con la antigua gloria de aquellos monumentos.
Dos naves de seguridad de Lárnax nos interceptaron nada más aproximarnos a la zona de aterrizaje, ni siquiera las vi llegar. Se colocaron uno a cada flanco de nuestro vehículo y nos escoltaron hasta que tomamos tierra. Cuando descendimos de la nave nos encontramos con un pelotón de soldados en perfecta formación. A su mando se encontraba un sonriente y canoso hombre de armadura negra que se acercó a grandes trancos hacia nosotros.
—Alexandre Sara y Vincent Aurora… —dijo inclinando la cabeza hacia nosotros en señal de saludo—. Soy Demetrio Jerusalén, el lugarteniente de Ethan Lárnax. El los espera en el patio principal. Si hacen el favor de seguirme…
Sentí a Vincent Aurora en mi mente.
—Nos acaban de someter a todas las exploraciones remotas que permiten los protocolos de Seguridad y Sistema. Y a uno ilegal, creo. —Vaya… Creí que
eso
habías sido tú…
La mansión principal de Nueva Tierra es un elegante palacio español de dos plantas que se encuentra rodeado por una docena de jardines diferentes. Hacia uno de esos jardines nos guió Demetrio. Ethan Lárnax nos había invitado a cenar, sí, pero de ahí a permitirnos entrar en los aposentos de su palacio iba un abismo.
Entramos en un patio circular surcado por una encrucijada de baldosas negras y blancas que desembocaban en arcadas finamente labradas, en el territorio delimitado por aquellos caminos crecía la flora más espectacular que la arquitectura genética había podido concebir.
Bajo una de las arcadas la más maravillosa estatua que hubiera podido imaginar el escultor más prodigioso nos observaba con ojos de jade, envuelta en la danza del polvo sorprendido por los oblicuos rayos de las luminarias, parecía sumergida en alguna suerte de animación suspendida. Un suave aroma a naranjas flotaba en el patio. Con un movimiento lánguido, de agua sobre agua, la estatua dejó de ser una estatua para convertirse en el hombre más poderoso de la galaxia que se acercaba hacia nosotros caminando despacio sobre el paseo ajedrezado, con el paso medido y orgulloso del que se sabe admirado.
Ethan Lárnax nos alcanzó un metro antes de llegar a la lujosa mesa que estaba dispuesta bajo la fuente flotante, retenida por un campo estático convenientemente creado para que el agua perdida por la fuente retornara a su base de alabastro tallado. Sobre el campo estático se posaba una bandada de palomas.
Lárnax ocupaba uno de los cuerpos más hermosos que hubiera visto jamás. Era un modelo humano en apariencia, un modelo de líneas clásicas que parecía esculpido en una desconocida amalgama de mármol y seda. Pero era hermoso de una forma que resultaba perturbadora ya que, en torno a su hermosura, se intuía un marcado halo bestial, denotando que bajo esa humanidad aparente yacía, latente, un poder bestial, una amenaza salvaje siempre a un tris de desatarse. En la mesurada lentitud de sus movimientos se entreveía la amenaza nada velada de la aceleración. Y me di cuenta de que aquellas percepciones no surgían del cuerpo que ocupaba sino de que se trataba de algo inherente a su persona real, que sin importar el cuerpo que vistiera, aquella fuerza atávica, aquella energía salvaje, como la sonrisa de Vincent, siempre emanaría de él.
Ethan Lárnax me tendió la mano, sonriente. Sobre nuestras cabezas las palomas echaron a volar.
—Vincent Aurora y Alexandre Sara… Muchas gracias por aceptar mi invitación. Tenía ganas de conoceros personalmente. He oído cosas increíbles sobre vosotros —su voz era lánguida y suave.
—Seguro que ni la mitad de las que hemos oído sobre usted… —le estreché la mano. Fue un apretón tibio y sostenido, medido. La mirada de Ethan Lárnax se clavó en mi mirada y tuve la desasosegante impresión de que mis ojos eran traspasados por una fuerza física, como si a través de sus ojos esmeralda hubieran despegado sondas que me hubieran invadido y, ya desde mi interior, buscaran profanar todos mis secretos, encontrar todos los anhelos y oscuridades que me daban forma e identidad. Me costó apartar la vista de aquellos ojos y de su poderoso magnetismo. Y aunque el rostro de Ethan Lárnax seguía tan imperturbable y hermoso como antes vislumbré, o creí vislumbrar, una tenue sombra que lo recorría y velaba antes de dedicarme una nueva sonrisa que de tan franca y abierta apestaba a falsedad.