—Nada de halagos, por favor, nada de halagos… Y no me tratéis de usted. Sé que es un tópico pero me hace sentir más viejo de lo que ya soy —tendió la mano a Vincent y éste la estrechó con fuerza, Vincent estaba contento como un niño: admiraba de verdad a Ethan Lárnax y no todos los días se tenía la «suerte» de conocerlo—. ¿Nos sentamos a la mesa? —preguntó Lárnax señalando las viandas.
Tomamos asiento. Demetrio permaneció en pie junto a Lárnax durante toda la velada, sin decir ni una palabra.
—¡¿Te lo puedes creer?! ¡¿Te lo puedes creer?! ¡Estoy cenando con Ethan Lárnax! —escuché la entusiasmada voz de Vincent en mi cerebro.
—Me lo creo, me lo creo… Es más, te recuerdo que yo también estoy aquí…
La cena consistió en una sucesión constante de exóticos manjares que una tropa de cocineros se dedicaba de colocar, uno tras otro, sobre la mesa. Ethan Lárnax, a pesar de un despliegue gastronómico de tal magnitud, apenas cenó, sólo de cuando en cuando, y de manera frugal, probaba algunos de los platos, asentía complacido, se pasaba una servilleta suavemente por los labios y tomaba un corto trago de vino.
En la primera parte de la cena, Ethan Lárnax se interesó más por nuestra vida privada que por nuestro trabajo. Entre los dos le contamos cómo nos conocimos en Ganímedes y cómo, en Luna, descubrimos mis habilidades como cobaya en la atracción del coloso negro. No hablamos ni de mi
formal
ni de las pequeñas modificaciones a las que nos habíamos sometido, no parecía un tema agradable ni educado para tratar con alguien como Ethan Lárnax.
En la segunda parte de la cena, Ethan Lárnax, cuando el tema de conversación derivó hacia Bodyline Enterprise, nos habló de él y de las atenciones que albergaba hacia nosotros.
—Es algo que poca gente sabe, pero mi primer trabajo en Bodyline Enterprise fue como tejedor de ADN. Sí, sí… Empecé desde abajo…, pero en poco tiempo mis capacidades llamaron la atención del director, Mohamed Kamuzu, probablemente ni lo recordéis… Ha pasado ya mucho tiempo. Ascendí con rapidez y en unos meses ya era director adjunto y, un tiempo después, cuando Kamuzu decidió retirarse, yo lo sustituí al mando de la empresa. Mis aptitudes, como las vuestras, son innatas. Como yo llamé la atención de Kamuzu, vosotros habéis llamado la mía. Y no sólo sois buenos cobayas, vuestra lealtad a Bodyline Enterprise es elogiable. He tenido la oportunidad de echar un vistazo a algunas de las ofertas de trabajo que os han llegado en los últimos tiempos y, francamente, si yo recibiera una oferta como ésas, muy probablemente me pensaría mucho seguir trabajando aquí… —dijo sonriendo—. Bien… lo que quiero decir es que necesito a gente como vosotros a mi alrededor. Gente con un talento fuera de serie. Gente en la que pueda confiar —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Quiero que seáis mis cobayas personales —dijo—. Seguiréis con vuestro trabajo de manera normal pero, de cuando en cuando, os pediré, a uno o a los dos, que probéis los cuerpos experimentales que yo mismo diseño. Os aviso: es todo un reto… pero si lo superáis con éxito cualquiera de las ofertas que os hagan llegar mis competidores os parecerán una bagatela al lado de lo que vais a ganar conmigo.
—Vaya…, es todo un honor… La verdad es que no sé qué decir… —Vincent parecía aturdido, anonadado.
Y yo, maldito sea, me recliné en la mesa y sí supe que decir.
—Desde luego. Nos encantará probar esos cuerpos. Será un verdadero placer trabajar a su lado…
Una semana después Vincent estaba muerto.
La noche antes de su muerte, Vincent Aurora y yo caminábamos entre la multitud que colapsaba, como siempre, los barrios bajos; íbamos tomados de la cintura, buscándonos de cuando en cuando con las manos y los labios. Aurora lucía un escultural cuerpo femenino de diseño, yo también había elegido un cuerpo femenino, pero mucho menos llamativo y recargado que el suyo, no era tan exagerado en curvas pero guardaba una proporción agradable. A Vincent le gustaba siempre llamar la atención con los cuerpos que llevaba. Trabajar para una empresa de arquitectura genética hacía que nos fuera fácil conseguir modelos en el último tramo de pruebas o usar complementos y accesorios a los que el público en general tardaría en tener acceso. A mí no me gustaba ser el centro de atención y evitaba escoger cuerpos llamativos en exceso pero a Vincent, en cambio, eso le encantaba, por término medio cambiaba de cuerpo dos o tres veces por semana. Aquel cuerpo que llevaba era, por el momento, el que se llevaba la palma en cuanto a duración se trataba: llevaba ya más de un mes con él.
Aquel día había un propósito y un objetivo en nuestro deambular por las callejuelas de los barrios bajos de Miranda. Paseábamos al cobijo de una miríada de diminutas luminarias voladoras en una noche en que no había rastro de naves en el cielo. Las sombras y las luces se fundían en un interminable y centelleante goteo que daba un aspecto espectral y maravilloso a todo lo que nos rodeaba, llenando de irrealidad nuestro mundo, un mundo que a duras penas lograba contenernos a nosotros y a nuestra felicidad.
—Llegamos… —anunció Aurora.
En efecto, habíamos llegado. Teníamos ante nosotros el local más selecto y caro de los barrios bajos. Nuestra meta era una estructura rectangular de tres plantas de alto encasquetada entre los dos colosos de cristal que formaban el edificio Erobody. La casa del amor infinito estaba construida con lajas de polímero poroso. Su estructura y diseño, simple y austero, contrastaba con la llamativa holografía que desfilaba en torno a su fachada, dejando tras de sí una estela sonora de orgasmos grabados; Amor Infinito, predicaban las letras evanescentes en su recorrido de jadeos y suspiros. En la puerta se cuadraba —más bien se «curvaba»— una esbelta señorita de ojos verdes y pelo esmeralda; no nos dejamos engañar por la supuesta fragilidad del cuerpo, nuestra empresa fabricaba la gama de cuerpos Elektra y conocíamos muy bien sus verdaderas capacidades.
—¿Tienen cita, amigas? —preguntó la beldad de la entrada. Sus ojos recorrieron nuestros cuerpos como si de un par de lujuriosas mariposas se tratara. Si llamó su atención el espléndido cuerpo de Aurora, no lo demostró.
—Tenemos cita, querida… —dio un paso hacia delante—. A nombre de Aurora…
—Aurora… —Su sonrisa se hizo más abierta, más picara, cuando comprobó en la red de Erobody la clase de servicio que Aurora había solicitado—. Aurora… Sí…, tienen una hora… Que la disfruten…
Otra joven, idéntica a la interior, nos interceptó en el porche. El pasillo en el que nos encontrábamos estaba perfumado —si perfumado es la palabra— por el aroma de salvaje abandono de mil fluidos derramados. La penumbra nos rodeaba y todos los sonidos que llegaban hasta nosotros eran sonidos de ciega pasión y carne contra carne. Todo rezumaba sexo basto, sexo sucio. Hasta la misma casa parecía agitarse en la cresta de un orgasmo. En un principio me había mostrado reticente a visitar una casa de alquiler de cuerpos eróticos, pero la insistencia de Vincent me había hecho capitular; Vincent decía haber oído hablar de algo que debíamos probar. Mi reparo inicial se había terminado convirtiendo en una terrible excitación. Me temblaban las piernas.
—Reserva Aurora, ¿verdad? —Aurora asintió—. Los cuerpos que han solicitado no están a disposición de nuestra clientela habitual. Lo saben, ¿verdad?
—Nosotros no somos clientes habituales…
—Exacto. Son cobayas en Bodyline Enterprise. Lo hemos comprobado. Sólo por eso accedemos a que ocupen los dos Venus. Un cliente normal tendría grandes dificultades para dominarlos y podría terminar dañándolos. Ni queremos ni podemos correr ese riesgo ¿Comprenden…?
—Comprendemos…
—Sabía que lo harían. Una última cosa. El modelo Venus está en la última fase del proceso de estudio y ha sido sometido a muy pocas pruebas aún. ¡No, no se preocupen, por favor! —Aurora y yo nos miramos. En ningún momento habíamos dado la menor señal de estar preocupadas—. La seguridad del modelo Venus es completa, más aún si la persona que lo controla es experta en
changes.
Y ustedes, sin duda, lo son. Por eso querríamos pedirles un favor. Un favor que se traduciría en una considerable rebaja del precio de alquiler de los cuerpos, claro está… Aunque entenderíamos su rechazo…
—¿Quiere ir al grano de una vez?
—Uh… ¿Nos dejan grabarlo?
—Una mierda… —contesté, enrollándome lasciva a la cintura de Vincent. Tomé la mano de mi amor en la mía y, mirándola a los ojos, pregunté con voz lánguida—: ¿Nos vamos a la cama ya, por favor? Estoy salidísima…
La salida de fase y el
change
fueron tan perturbadores como siempre. Me sentí mareada y al borde de la náusea ante la riada de sensaciones que me llegaba desde todos los puntos de la casa del amor infinito. Los gemidos y gritos de placer se me traducían en balas trazadoras que penetraban con fuerza atroz en la piel ultrasensible de mi cuerpo modelo Venus. El aroma del sexo derramado, en la confusión sinestéstica en que se hallaba mi mente tras la salida de fase, era un mar salado y amargo rondándome por el velo imaginario de mi paladar imaginario.
El cuerpo Venus que ocupaba era horrible. No estaba diseñado para ser hermoso a la vista sino para dar y recibir placer, placer en bruto. Tardé un instante en acostumbrarme a su volumen. No, el modelo Venus no tenía nada de hermoso. Era como estar dentro de una inmensa y deforme montaña de carne que se tambaleara precariamente, a punto de colapsarse y derrumbarse sobre sí misma. Tuve que esforzarme para no sucumbir al principio de claustrofobia que comenzaba a rondarme. Me concentré en centrar las numerosas visiones fragmentarias que me llegaban de las más de tres docenas de ojos que estaban repartidos por todo mi cuerpo. Mi mente se obstinaba en interpretar mis distintas percepciones visuales como si de una gigantesca vidriera o de un alocado
collage
se tratara. Concentré mi visión en aquello que tenía enfrente: otra montaña de carne idéntica a la que yo ocupaba, repleta de turgencias erectas y anhelantes resquicios deseosos de ser penetrados. Vincent parecía tener sus propios problemas de adaptación, se tambaleaba levemente de izquierda a derecha y tardó unos segundos en controlar todas sus terminaciones hasta llegar a una plácida laxitud.
Cuando encontré los enlaces a red del Venus partí como una flecha hacia nuestra red privada. Allí me esperaba ya Vincent, con un cuerpo que parecía fabricado en hielo esmeralda.
—Te concedo que son horribles… —fue lo primero que me dijo—. Pero no me dirás que no te mueres de ganas de usarlos…
—¡Oh… cállate! —le repliqué yo, y le envolví en un abrazo del que ni podía ni deseaba escapar, le besé entonces y busqué mezclar su esencia con la mía mientras nuestros cuerpos gigantes caían el uno sobre el otro, inmensos, brutales, buscando dar y recibir el placer desmedido que sólo las reglas de dos universos dementes podían permitir.
Desperté de un sueño plácido para caer de lleno en una enloquecida pesadilla de estallidos y agonía. Un dolor sin medida se propagaba por todo mi cuerpo y creí morir. Nunca en la vida me he sentido tan desorientado y perdido como en aquel momento, ni siquiera cuando desperté tras el
format
en Luna; allí, en la habitación del Excelsior era una nada sin referencia alguna, un vacío que esperaba a ser llenado y este nuevo despertar era todo lo contrario a aquél: sabía quién era pero todas mis percepciones, todos mis sentidos, me gritaban que mi identidad estaba equivocada, que yo no sólo no era quien creía ser sino que no estaba donde debería estar. Sentía la blandura del colchón bajo mi cuerpo y la tenue calidez de los campos de fuerza que me envolvían pero, a la par, entre el tormento que sufría, sentía un frío terrible y el regusto amargo de la sangre y el aceite quemado en el cielo del paladar. Veía llamas y tinieblas. Borrones estrábicos se intercalaban en una visión que no era mía. Reconocí, entre las llamas y las confusas sombras, las paredes del hangar de pruebas y comprendí entonces que no veía a través de mis ojos sino a través de la mirada de Vincent Aurora. Y me di cuenta de que no era yo quien moría, sino Vincent. En un primer instante ni siquiera recordé que Ethan Lárnax había solicitado su presencia para comenzar con aquellas pruebas de las que nos había hablado durante la cena en Nueva Tierra.
Vincent estaba en uno de los hangares y el dolor que le traspasaba de parte a parte era tan tremendo que amenazaba con enloquecernos a los dos. A él que lo sentía y a mí que asistía, lleno de horror e impotencia, a su sufrimiento. Lo vi —me vi— caer al suelo y sentí cómo éste comenzaba a fundirse bajo mi peso, incapaz de soportar el tremendo calor que despedía. Comprendí que Vincent había perdido por completo el control del cuerpo que ocupaba. Y que eso no era lo que le estaba matando. Lo que estaba acabando con él sucedía en su disco de identidad.
Salté a nuestra red. Incapaz de soportar en primera persona aquella terrible experiencia.
Y allí me encontré con Vincent Aurora. En aquel espacio virtual que nos hicimos construir en Luna nos encontramos por última vez. El ocupaba el cuerpo con el que nos habíamos conocido en órbita a Ganímedes; ese cuerpo pálido, de mirada soñadora y pelo ensortijado.
Ni siquiera me fijé en el cuerpo que llevaba yo.
—¡¿QUÉ ESTÁ OCURRIENDO?!
—grité.
—Me están matado, Sara… —sus ojos mostraban tal calma que sentí el terrible impulso de golpearlo. Más tarde comprendí que no era calma lo que brillaba en su mirada sino una gélida aceptación—. Me están matando… —repitió.
—¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué estás diciendo? ¿Quién?
¡¿QUIÉN?!
¡Cielo santo! ¿Por qué? ¿Quién querría hacerte daño?
—No sé cómo ni por qué… —sacudió la cabeza—. No sé lo que han hecho conmigo. No lo sé…, sólo sé que han introducido algo en mi disco de identidad desde el cuerpo que estaba probando… Lo he sentido entrando en mí. Todavía lo siento. Aun aquí lo siento. Me está haciendo algo. Algo terrible. Me está matando…
—
¡NO!
—caí de rodillas y él se arrodilló junto a mí. Tomó mis manos entre las suyas. No sentí contacto alguno y, desesperado, intenté abrazarle. Fue como tratar de abrazar a un fantasma. O a un sueño.
—Me está matando… —dijo por última vez con una voz que apenas era un suspiro.
Y desapareció. Dejó una nube de estática con su forma allí donde se había encontrado hasta que ésta también, con un suave titilar, se esfumó.