Premio UPC 2000 (29 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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Y me encontré de nuevo pensando en los bailarines de Dulce Bosco, demasiado aturdido para sentir la pena que pronto me iba a destrozar. Había llegado al fin la hora de la separación, pero ni Vincent ni yo habíamos sospechado jamás que ésta se pudiera llevar a cabo de una forma tan cruel.

Y mientras me derrumbaba y me abrazaba al vacío, a la ausencia que Vincent me dejaba, cuya inmensidad todavía no tenía modo de sondear pero que ya se me antojaba pavorosa, vi que nunca debería haber compadecido a aquellos bailarines porque cada una de sus separaciones traía consigo la promesa de un futuro reencuentro. Y no había reencuentro posible para nosotros.

No sé qué impulso o qué sospecha me llevó a adoptar mi siguiente línea de acción. No sé por qué hice lo que hice, sólo sé que sentí la imperiosa necesidad de hacerlo. Salí de nuestra red común y enfoqué mis sentidos hacia la mirada muerta de Vincent Aurora. Sólo uno de sus ojos funcionaba, borroso, como si se hubiera derramado sobre él una película grasienta y semitransparente; a través de ella pude ver cómo dos figuras se acercaban hasta donde Vincent había caído, a sus espaldas quedaba un nutrido grupo de Términus. Una de las figuras que se acercaban era Ethan Lárnax en el cuerpo de mármol y seda con el que yo le había conocido.

El que le acompañaba no podía ser otro que su lugarteniente Demetrio.

—¡¿Qué ha salido mal?! ¿Qué ha salido mal? —preguntaba Ethan Lárnax, agitando los brazos y moviéndose como si fuera presa de espasmos— ¡Casi lo tenía, maldita sea! ¡Casi lo tenía! ¡He sentido cómo se me escapaba de los dedos!

Llegaron hasta tan cerca del cuerpo caído que la mirada fija y vitrea de Vincent sólo pudo ofrecerme la visión desenfocada de sus piernas.

—Por desgracia no controlamos todas las variables, señor —contestó, con los brazos cruzados a la espalda de su espigado cuerpo.

Algo se nos debió de escapar. O simplemente resultó que el entramado mental del sujeto no era lo suficientemente coherente como para soportar la experiencia.

—¿Lo suficientemente coherente? ¡Era uno de mis mejores cobayas! —el punto de vista de la imagen que veía a través de la mirada de Vincent varió un ápice, como si hubieran golpeado el cuerpo—. ¿Está muerto?

—Por lo menos debería estarlo.

—Encárgate de que no haya ninguna duda. Haz lo que tengas que hacer.

—Sí, señor…

Vi cómo Demetrio se agachaba hacia el cuerpo caído. Instantes después perdí la conexión y me encontré de vuelta en nuestra red. De allí salté a mi propia cabeza. El lugarteniente de Ethan Lárnax debió de retirar el disco de identidad que había contenido a Vincent. Todo había acabado para él.

En la oscuridad de la habitación, incapaz todavía de asimilar lo ocurrido, incapaz de pensar en nada. Me sentía como si me hubieran vuelto a borrar. Un
nuevo format.
Pero esta vez no habían borrado mi vida, no, esta vez habían ido más allá: habían acabado con lo que daba sentido a mi vida.

Y esta vez sí conocía a la persona que lo había hecho.

Ethan Lárnax.

VeiNTiDóS

Vincent Aurora había muerto. Tenía que repetírmelo a cada latido. Cada segundo tenía que hacer un supremo esfuerzo de voluntad para no entrar en nuestra red y buscarlo; el puente que nos había unido seguía allí, intacto, pero en el otro lado sólo había una terrible e insondable oscuridad. No pasaba un minuto del día sin que esperara verle aparecer de repente, sonriendo, pidiéndome disculpas por haber muerto.

La versión oficial fue que un componente interno de la batería energética del cuerpo se había vuelto inestable y había acabado estallando. Yo sabía la verdad. Los primeros días los viví en un constante estado de shock en los que ni siquiera me planteaba lo que ese conocimiento implicaba. Era el mismo procedimiento lógico que, en el Excelsior en Luna, me había llevado a desechar averiguar lo que había ocurrido: averiguarlo no habría cambiado en nada mi situación. Y en aquel momento, en Miranda, no me importaba en absoluto cómo hubiera muerto Vincent o quién hubiera podido estar implicado: lo que me destrozaba era que estaba muerto.

Buena parte de los empleados del complejo Miranda se reunieron en los jardines principales del complejo Miranda el día de las exequias. Ni Ethan Lárnax ni Demetrio Jerusalén aparecieron aquella tarde. Otras obligaciones les requerían, me explicó un secretario de Lárnax, en un rapto de increíble generosidad me comunicó también que habían decidido alargar mi excedencia hasta que me sintiera preparado para volver al trabajo.

Fue una ceremonia corta pero emotiva, aunque en los últimos dos años Vincent se había alejado de sus amistades habituales debido a mi aparición en su vida, la gente le seguía queriendo. Uno a uno fueron dándome el pésame mientras, en un cuenco plateado sobre una tarima de mármol blanco ardía en su honor una llama de suave color azul; su disco de identidad había sido enterrado en el pequeño cementerio del complejo Miranda después de que su contenido hubiera sido reducido a cenizas.

Yo vestía el último cuerpo que Vincent había ocupado, deseando aferrarme a algo suyo para no perderlo de golpe.

Cuando Marion Bastian llegó hasta mí y me abrazó no fueron palabras de apoyo las que escuché a mi oído.

—Tenemos que hablar… Hay algo sobre la muerte de Vincent que debes saber…

—No fue un accidente… —dije yo en un susurro—. Fue Ethan Lárnax. Lárnax lo mató.

El rostro de Marion se contrajo por la sorpresa, a punto estuvo de recular hacia atrás, por suerte mi abrazo lo impidió.

—¿Qué?
¿Lo sabes?

—Lo sé… Yo estaba allí… En su mente.

VeiNTiTRéS

Me encontré con Marion unos días después en su laboratorio privado en
Chapitel
Miranda. Me hizo pasar a su laboratorio y, durante un largo minuto, me miró seriamente. Luego se acercó a una peana de metal, la activó y retrocedió hasta una consola en el otro extremo de la sala.

—Quiero que observes detenidamente lo que va a suceder. No pierdas detalle.

Asentí y me centré en la representación virtual en tres dimensiones que rotaba lentamente en el basamento circular. Estaba observando una imagen en tiempo real ampliada de la materia orgánica que Marion Bastian estaba operando desde la consola. Era como contemplar un lago calmo de aguas traslúcidas en las que, sin motivo aparente, se producían ondas de impacto. Marion amplió la imagen de forma considerable y contemplé el entramado de la existencia, las neuronas flotaban como peces muertos en el caldo axónico. Entre ellas, esparcidas aparentemente al azar, se acumulaban escamas de mineral orgánico que se me antojaron ruinas antiquísimas. Tuve la impresión de estar contemplando un antiguo campo de batalla desolado donde la conciencia había sucumbido a manos de la siniestra entropía.

—Esto fue lo que infiltraron en el disco de identidad de Vincent. Incineraron su mente antes de que pudiera examinarla pero, por suerte, logré acceder al cuerpo destrozado antes de que lo hicieran desaparecer. Había una ampolla inyectable en el zócalo craneal. Todavía quedaban restos.

Un proyectil ovoide se zambulló en el mar orgánico. Nada más entrar en contacto con el líquido aquella cápsula se partió en dos y de su interior surgió una nube oscura que fue extendiéndose de manera paulatina, como si de una marea negra se tratara, sobre la superficie del caldo axónico. Alcé la mirada y contemplé a Marion Bastian, intrigada.

Marion aumentó de nuevo la ampliación. Las neuronas triplicaron su tamaño y comprendí que mi comparación inicial entre lo que veía y un campo de batalla era mucho más correcta de lo que en un primer momento había sospechado. Sólo que la batalla llegaba ahora. Las neuronas eran naves doradas sometidas al asedio de aquello que había surgido de las cápsulas: unas nerviosas esporas negras atacaban la célula con un ímpetu imposible. Bestias carroñeras trepando por el cuerpo de un gigante muerto. Aquellas infernales criaturas hundían sus finas hebras en las células para luego penetrar en ellas, voraces.

—¿Qué…?

—Observa… Pronto terminará todo.

Las esporas, que habían logrado introducirse en las neuronas con una velocidad pasmosa, retrocedían ahora con la misma velocidad. Huían o esa impresión me dio. Aquellos dientes de león oscuro fueron frenándose entonces hasta quedar inmóviles, flotando en el líquido axónico como nadadores exhaustos. Cuando vi que parecían no tener la menor intención de moverse de nuevo volví mi vista hacia Marion Bastian.

—¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Qué es lo que he visto?

—Un virus. Ataca a las neuronas y luego se repliega y muere. Efectúa un cambio en las neuronas que no alcanzo a comprender. Para ello debería utilizar un disco de identidad vivo y, después de lo que le ocurrió a Vincent, no me parece buena idea.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Seguiré experimentando con el virus hasta que averigüe de qué diablos se trata. Mientras tú deberás seguir trabajando para Bodyline Enterprise con total normalidad. Cuando llegue el momento de actuar actuaremos, y entonces necesitaré tu ayuda. Es lo único que podemos hacer por el momento.

—¿Lo único que podemos hacer por el momento? Ethan Lárnax está violando todos los protocolos habidos y por haber… ¡Tenemos que denunciarlo a seguridad del Sistema! ¡La
Zone
se encargará de él!

Marion Bastian sacudió la cabeza.

—Ponerlo en conocimiento de Sistema no solucionará el problema.

—¿Por qué? ¡No lo entiendo!

—Porque Ethan Lárnax controla Sistema. Y no sólo eso: Ethan Lárnax controla Empresa y es el dueño en la sombra de las cuatro multinacionales de arquitectura genética y del setenta por ciento del negocio de cuerpos ilegales. Es el dueño total y absoluto de buena parte de la galaxia. Le ha costado mucho tiempo conseguirlo pero ha sabido mover los hilos adecuados y colocar a sus títeres en los puestos indicados.

—No puede ser cierto…

—Lo es. Créeme. Lo es. Ir con el cuento a Sistema sería firmar nuestra orden de ejecución.

—No puede ser cierto… —repetí, incapaz de creerme todo aquello. Ethan Lárnax había acabado de cobrar una dimensión nueva que lo hacía más aterrador aún. Ya no era un hombre sino un misterio, un secreto, una conspiración. Contemplé a Marion Bastian, la mujer respiraba agitadamente sin apartar la vista de mí. Un insidioso pensamiento me rondaba—: pero…, pero…, si lo tiene todo ¿qué es lo que quiere ahora?

VeiNTiCuaTRo

Esta mañana he despertado exangüe, agotado, como si el sueño hubiera consumido todas las fuerzas que se suponía debía restaurar. Primero Juvenal con Leónidas y más tarde Marion Bastian han venido a despedirse. Yo les he atendido como si no fueran reales, como si no se trataran más que de sueños que han encontrado la manera de escaparse de mi disco de identidad y vagar por el confuso mundo de la vigilia. Durante todo el día me he sentido irreal. Falto de coherencia. Cuando se lo he contado a Marion me ha dicho que no me preocupe, que todo ganará en solidez cuando llegue a Miranda. Yo le he contestado que precisamente es a eso a lo que temo.

Nadie me acompaña hasta el verdadero espaciopuerto de Luna. Es un viaje que hago solo. Primero tomo el carril rápido hasta que enlazo con una lanzadera que deriva hacia el espaciopuerto. Llego a tiempo de ver cómo un mastodonte colonial se zafa de una de las plataformas de amarre y sale despedido hacia dondequiera que esté su destino. Las llamaradas de sus motores se estrellan contra los campos de contención que rodean las plataformas; por un momento una parcela del cielo brilla en rojo incandescente y luego, poco a poco, se va apagando hasta que la noche recupera su color y las estrellas su lejano brillo. El espaciopuerto no es tan grande como
Chapitel
Luna, pero sí más impresionante: torretas enormes adosadas a edificios capaces de contener en su interior toda una barriada de
Chapitel
, estructuras de reparación donde las naves averiadas cuelgan como reses en un matadero, cúpulas de control y de espera, residencias para pilotos y viajeros que son verdaderas ciudades en sí mismas, anexos orbitales y astilleros donde se trabaja en naves, tan enormes, que hay lunas a las que no pueden acercarse por riesgo de influir en sus mareas. Y entre esa locura de metal y cristal se mueven las naves, haciendo aún más impresionante el conjunto: vehículos personales zigzagueando por doquier, los cruceros, inmensos y quietos hasta que llegue la hora del despegue, los negros husos de la flota de la
Zone
, las torpes lanzaderas de transbordo dejándose caer con suavidad desde las plataformas orbitales hasta que los campos de fuerza de los fosos de anclaje las atraen con fuerza a su seno bajo tierra y, desde allí, las propulsan, a través de una compleja red de túneles subterráneos, de una estación a otra.

Si contara con enlaces a redes no me costaría nada encontrar la ubicación de la
Stefánikova
, pero debo fiarme de las indicaciones que Leónidas me ha proporcionado. Aun así tardo una hora en dar con ella. Es una nave globular de suave azul que pende a media altura en una fina torreta de anclaje, bajo el vientre de un gigantesco crucero negro. Un enorme panel que rota sobre la torre comunica que la salida de la nave
Stefánikova
está pronta a realizarse y urge a los viajeros a embarcar.

Un ascensor tubular en el interior de la torreta de anclaje me lleva hasta las puertas de acceso a la nave; allí paro bajo una arcada que estudia la pauta genética con la que Marion Bastian ha camuflado mi identidad y, engañada por ésta, desconecta los campos de fuerza para permitirme el acceso a la nave. Antes de dar un paso en el interior una voz incorpórea sale a mi encuentro.

—Bienvenido a la
Stefánikova
, señor Vargas. Soy el capitán de la nave y le deseo un viaje agradable en nuestra compañía. Llegaremos a Miranda en dieciséis horas estándar. En ese tiempo puede permanecer en su camarote o, si lo desea, entrar en contacto con los otros pasajeros en las salas habilitadas para tal efecto.

—Gracias, pero creo que prefiero estar solo. Pasaré el viaje en mis dependencias si no hay inconveniente.

—Ninguno. Que tenga buen viaje. Es un placer contar con su presencia a bordo.

Encuentro sin problemas mi departamento en el ala este de la nave. Un amplio salón dormitorio que cuenta con las comodidades y accesorios de un hotel de cinco estrellas. Ni siquiera presto atención a la estancia, nada más entrar encamino mis pasos hacia la terraza que, protegida por cristal y campos de fuerza, se abre al espaciopuerto.

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