Presagio (25 page)

Read Presagio Online

Authors: Jorge Molist

BOOK: Presagio
13.53Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí. —Ahora Carmen se levantó y se enfrentó a ella—. Lo siento mucho, pero no tenías derecho a engañar a Jeff de esa forma. Te dije que no era justo, que no era honrado, que se lo dijeras, que dejaras a uno o a otro. Pero tú, no. Lo despreciabas, te burlabas, te reías de él; era humillante. Y yo en mi papel de paño de lágrimas. Venía a llorar conmigo tus desplantes, tus burlas, y yo sufría tanto o más que él. Porque yo lo amo. No era justo. No tenías derecho a hacernos eso. Deberías haberlo dejado cuando te liaste con el jefe, dejarlo libre; ese doble juego era inmoral.

—¿Inmoral? ¿Ahora quieres darme lecciones de moralidad? —Muriel subía el volumen de su voz—. ¿Tú, que has traicionado a tu mejor amiga? ¡Eso sí que es inmoral! Yo confié totalmente en ti, te lo contaba todo, con pelos y señales, no tenía intimidad contigo, te lo habría dado todo, ¡maldita sea! ¡Todo! ¡Después de tantos años juntas! ¡Éramos más que hermanas! ¡Y me haces eso por un tío!

—¿Todo? ¿Me habrías dado a Jeff?

—¿Jeff? —Muriel se quedó pensando—. ¡Diablos! ¡Él es mi novio!

—Ya. Tu novio... ¿Número uno o número dos? —Carmen usaba ahora un tono sarcástico—. ¿Y cuando quería acostarse contigo y le mentías con lo mal que estaba tu padre para follar con Rich? ¿Qué turno tenía Jeff en tu cama? ¿Eh?

Muriel, roja de indignación, echó con rapidez la mano atrás y la estrelló en la cara de su compañera. El golpe sonó como un trallazo e hizo que Carmen se tambaleara, pero ésta, sin protegerse, sólo puso su mano en la parte dolorida.

—¡Cómo te atreves a hablarme así! —le gritó Muriel lanzándole el siguiente bofetón a la otra mejilla. Carmen no quiso esquivarlo; había esperado la agresión física antes y sentía un extraño alivio con los golpes—. ¡Traidora! ¡Maldita seas, Carmen! ¡Me duele más que tú me hayas hecho esto que romper con Jeff! —Los ojos de Muriel se llenaron de nuevo de lágrimas y estalló en sollozos—. Yo no le hacía daño —continuó cuando pudo controlar el llanto—. Lo mío con Rich quizá no hubiera durado mucho y todo habría sido como antes. ¡Y ahora lo voy a perder!

El silencio se hizo entre ambas y Carmen se sentó. Al cabo de un rato Muriel hizo lo mismo.

—Lo siento, Muriel —dijo Carmen finalmente—, pero no pude aguantar más. Él me pedía que le contara qué te pasaba, si había otro hombre, y yo le daba excusas. Y tú presumiendo de tus aventuras con Rich. Y yo aguantando al soso de Albert para no volverme loca. Y Jeff, que regresaba a lamentarse conmigo, contándome tus crueldades. Y yo amándolo cada vez más. Lo siento, Muriel, no podía más, pero como te prometí no decirle nada...

—¡Entonces montaste el maldito show de hoy! ¡No me hagas reír! ¿Y dices que no se lo dijiste?

—Lo siento. Quizá al final lo hice de la peor forma.

—¿Que si lo hiciste mal? ¡Claro que sí! ¡Peor imposible! ¡De la forma más humillante! Porque ya veo, ¡quieres quedártelo tú! ¿Verdad? ¿Y te crees que lo tendrás?

Carmen miró al suelo sin responder.

—¡Pues como me llamo Muriel que no será tuyo!

—¿Qué vas a hacer? —Ahora Carmen la miraba fijamente a los ojos—. ¿Vas a dejar a Rich? ¿Cómo impedirás que busque mi oportunidad?

—No lo sé. —Muriel vacilaba. Y luego añadió, más resuelta—: Pero tú no te lo quedarás. Yo haré que no disfrutes de tu traición. Él volverá a mí cuando yo quiera que vuelva.

—Siempre has estado muy segura de eso, ¿verdad? Muriel la bella, Muriel la brillante, Muriel la que siempre tiene varias opciones que tomar y varias oportunidades para escoger. Y yo detrás como tu sombra. Pues bien, yo no tengo ocasión de escoger. Ésta es mi única oportunidad. Amo a Jeff. Y es ahora o nunca. Lo apuesto todo por él.

—No te saldrás con la tuya, amiguita. —Los ojos verdes brillaban con fuego en su interior.

—A que sí. —Los ojos oscuros de Carmen mantenían la mirada, acuosos pero firmes.

El acomodador partió la entrada que Rich le tendía y lo acompañó a su asiento. Hacía unos minutos que había empezado la película pero el cine estaba casi vacío.

Rich parecía más interesado en la parte de atrás del local que en la pantalla; al cabo de unos minutos, se levantó y anduvo hasta la última fila. Allí a la derecha vio a un individuo corpulento y cuando la pantalla se iluminó, los dientes de éste brillaron en una sonrisa que mostraba colmillos de perro de presa.

—Hola, Rich —lo saludó al sentarse a su lado.

—Hola.

—Ya sabes que no me gusta el cine —dijo el hombre—. ¿Por qué esa manía de encontrarnos en este tipo de lugares? ¿Por qué no vienes a mi casa y tomamos una copa?

—¿Otra vez, Charly? ¿Es que no quieres entenderlo? ¿O tratas de presionarme para sacar más dinero? —El otro mostró de nuevo sus dientes—. Sabes que no conviene que nos vean juntos y menos desde que te fichó la policía.

—Y menos aún desde que quieres hacer carrera política, ¿verdad?

—Ya vale. Me dejaste un mensaje conforme habías conseguido algo. Si lo tienes, tendrás dinero, si no, olvídate de mí. Ya sé que tu especialidad es la extorsión, que disfrutas con ello, y que conoces todos los métodos; pero ni lo intentes conmigo.

—Vamos, Rich, nos conocemos de toda la vida, llevo muchos años trabajando para ti y sabes que soy de total confianza. Podrías ser más generoso.

—Ya lo soy y si lo que traes me sirve, lo seré mucho más.

—¡Te traigo pura dinamita!

—¿Qué es?

—Tenías razón. El viejo O'Donell lleva una doble vida. Padre de familia y homosexual. Mantiene a un jovencito. El muchacho se hace llamar Bobby.

—¡Vaya! Eso es lo que yo te conté a ti. ¿Qué más hay?

—¡Que lo logré!

—¿Qué lograste?

—El chaval trabajará para nosotros. Tendrás fotografías y es posible que saquemos un vídeo.

—¡Bien, Charly! Ahora sí que estoy impresionado. ¿Cómo lo conseguiste?

—Te encantan los detalles. —Sus dientes volvían a brillar—. ¿Verdad?

Rich se interesó de repente por la película dejando la pregunta del hombre sin respuesta. Una rubia de grandes ojos azules conducía un coche en medio de una gran tormenta.

—Bueno, ya sabes —continuó el hombretón al cabo de unos instantes—. A los chaperos se los convence dándoles miedo o dinero. Éste cobró unas cuantas patadas en el estómago. Cuando le dije que le iba a dar en la cara fue cuando llegamos a un acuerdo en el precio.

—¿Cuánto?

—Cinco mil antes del trabajo. Luego, si las fotos están bien, quince mil más. Si es en vídeo serán veinticinco mil.

—Humm...

—Vamos, hombre. Es un buen trato.

—Bien, adelante.

—¿Cuándo te cargarás al viejo O'Donell? —quiso saber Charly.

—Ese tío me ha estado cerrando el paso en el partido. No sé si es que le caigo mal o por instrucciones de mi cuñado. ¡Que si yo tenía poca clase, poco estilo! Necesitaba quitarlo de en medio.

—Como hicimos con la mujer ésa.

—Exacto, esa zorra pensaba que tenía más posibilidades que yo para el segundo puesto.

—Pues no creo que las tenga después de cómo le dejé la cara y del par de llamadas que le hizo mi socio.

—Ésa ya no cuenta. Ha dicho que se retira de la política. Está aterrorizada.

—Bueno, pues una menos, y en unos días tendrás lo que necesitas para cargarte al viejo ése.

—Tendré más que eso. Lo tendré a él; podré manejarlo a mi antojo. ¡Me besará el culo! Ya no hace falta destruirlo, sólo usarlo bien.

—Eres listo, Rich. Y nadie podrá detenerte mientras yo esté contigo haciéndote el trabajo sucio. Pero dime, ¿cómo supiste todos los detalles de este asunto? En un principio pensé que habías contratado a otro detective, y eso me molestó mucho. Imagínate, después de todo lo que he hecho por ti... sería como traicionar nuestra amistad. Después pensé que tú odias compartir tus negocios con muchos. Por tanto, no creo que ningún profesional me esté haciendo la competencia. ¿Pero quién te ha dado la información? ¿Cómo sabías tanto?

—Yo soy quien paga. No tengo por qué revelarte mis fuentes.

—También me pagas por trabajos donde me la juego. Si hay alguien más metido en este asunto, yo debo saberlo.

—Humm... —Y Rich se quedó mirando la pantalla sin contestarle.

La música era agobiante. Una mujer con peluca, rostro difuso y bata asestaba una y otra puñalada a la muchacha rubia desnuda en la ducha. La sangre salpicaba y corría junto al agua.

Charly ya no esperaba respuesta, aquellas imágenes le encandilaban. Sus dientes de perro brillaban en una sonrisa feliz.

Al salir del cine, Rich conducía distraído, encontrarse con Charly
Cara Perro
le recordaba invariablemente una infancia que él quisiera olvidar.

Su madre quería que fuera actor, como ella. Decía que era guapo, inteligente, seductor... que su hijo lo tenía todo para triunfar. Y él estaba convencido de ello.

Lo hizo asistir a clases de interpretación y estaba muy ilusionada con la prueba para el papel de Michael en la nueva película de Maxwell. Ensayaron el texto cien veces y él se lo sabía a la perfección.

Ella lo acompañó al estudio y después de una larga espera hicieron que Rich pasara, solo, a un hangar donde montaban decorados. Un par de hombres sentados en unas sillas lo esperaban. Reconoció a uno de ellos. Lo había visto por casa últimamente y lo saludó.

—Buenos días, señor Maxwell.

—Hola, Rich —respondió éste—. A ver cómo lo haces. Empieza.

—¿Me dan el pie?

—No hace falta, empieza por donde quieras.

Rich comenzó su acto aunque pronto advirtió que los hombres no prestaban atención. Eso lo inquietaba, pero hizo un esfuerzo para calmarse y continuó con su papel tal como lo había ensayado.

Maxwell le contaba algo al otro hombre, cuchicheando, y con sus manos mostraba unos pechos grandes; el segundo empezó a reírse.

El chico estaba desconcertado pero se forzó a seguir. No le atendían y empezaba a sospechar que bromeaban sobre su madre. Eso hizo que se le subiera la sangre a la cabeza, se sentía mal, muy mal.

—... y este pequeño hijoputa... —pudo entender que Maxwell decía por lo bajo al segundo hombre lanzándole una mirada a él.

Aquel tipo se fue, sin despedirse, antes de que él terminara y el otro se lo quedó mirando con agresividad.

—Ya basta —dijo después de unos minutos y con una mueca desagradable añadió—: Puedes irte, ya te avisaremos. —Le señalaba la salida—. Pequeño bastardo...

Lo último fue dicho entre dientes, en voz baja, pero Rich lo oyó con toda claridad. Jamás antes se había sentido tan humillado, tan confundido; notaba lágrimas en los ojos y tuvo que apoyarse en uno de los decorados durante unos minutos para intentar calmarse; no quería que su madre lo viera en aquel estado.

La noticia de que le habían dado el papel a otro, un muchacho que ya había trabajado en un par de películas, disgustó muchísimo a su madre, pero no fue ninguna sorpresa para él. Sospechaba desde el mismo momento en que hizo la prueba que la decisión ya estaba tomada y que Maxwell montó aquel engaño para librarse de la continua insistencia de su madre.

Aquel hombre se había aprovechado de ella, después se había burlado de ambos y lo había humillado a él de forma indecente.

Aquella experiencia cambió su vida. Rich se dijo que no permitiría que nadie más lo ofendiera así, que no iba a seguir intentando convertirse en actor, pero que llegaría muy alto, al precio que fuera, hasta situarse por encima de todos los Maxwell de este mundo; sabrían quién era él.

Sería una águila, alas de poder, pico hambriento, que volaría por encima de cualquier otro cazador o carroñero, dispuesta a destruir a quien quisiera limitar su vuelo.

—¿Cómo te fue la prueba? —le preguntó Charly al salir de la última clase de la mañana.

A Rich se le llenaron los ojos de lágrimas pero se contuvo. Había pasado una mala noche; no lograba conciliar el sueño y cuando pudo dormir tuvo pesadillas.

—¿Qué te pasa? —insistió Charly, extrañado al verlo silencioso y con esa expresión amargada.

Rich se había prometido que no contaría la humillación sufrida a nadie, que el secreto moriría con él, pero su personalidad extrovertida no lo dejaba mantener tal propósito y, agarrando a su amigo del brazo, lo llevó a un rincón donde nadie pudiera oírlos.

Y allí se lo contó todo.

A simple vista aquellos muchachos no tenían nada en común. Rich no sólo era inteligente y buen estudiante, sino que se lo consideraba el muchacho más popular de la clase y sus compañeras coincidían en que era guapísimo.

En cambio, a Charly lo llamaban «Cara Perro» por el aspecto canino de sus dientes que se acentuaba al sonreír. Era un muchacho agresivo y siempre dispuesto a pelear. Todos decían que pertenecía a una banda de adolescentes que operaba en la zona de Hollywood; presumía de robar coches y llevaba una navaja escondida.

Pero había un par de coincidencias que configuraban una extraña camaradería entre ambos: los dos vivían en la zona más pobre de Hollywood solos con la madre. El padre de Rich se fue de casa el día en que la esperanza de llegar a ser un actor importante lo abandonó y las últimas noticias que tenía de él eran que había vuelto a casarse y que regentaba un negocio relacionado con deportes náuticos en Seattle. El amor de aquel hombre por su madre había desaparecido incluso antes de que sus sueños de triunfo murieran. La pareja se conoció en el Actor's School de Pasadena, vivieron un tórrido romance, pero al fin sólo les quedaba un hijo en común. Y eso no era suficiente. La madre había logrado interpretar algún papel secundario de cierta envergadura diez años antes pero ahora sólo de vez en cuando conseguía un trabajito de actuación sin importancia. Vivía de maquillar a actrices que sí habían triunfado y de la esperanza de que Rich, que lo tenía todo para el éxito, llegara a ser un gran actor.

Rich conocía la sordidez de querer triunfar en Hollywood y no conseguirlo; veía en su madre el peaje que ella pagaba por mantener esperanza en su carrera y no se le escapaba que ella había estado rondando a Maxwell, ofreciéndole lo que él quisiera a cambio de un papel para su hijo. Por eso el insulto y la burla de aquel hombre le dolían mucho más.

Charly
Cara Perro
tampoco recordaba a su padre. Ni siquiera sabía quién era; un actor, decía su madre. Ella también se identificaba como actriz, y quizá lo hubiera sido alguna vez, pero Charly sabía que era, lisa y llanamente, una prostituta. Ya de pequeño se acostumbró a pasar las noches solo y a que aparecieran hombres en casa que por pagar se creían con derecho a cualquier cosa. Pero el único derecho que tenían era por lo que pagaban por adelantado. Sólo por eso.

Other books

Nacidos para Correr by Christopher McDougall
The Shifting Price of Prey by McLeod, Suzanne
Hers (Snowy Mountain Wolves) by Lovell, Christin
Katana by Gibsen, Cole
Climbing High by Smid, Madelon