Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (45 page)

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Authors: Joseph Heath y Andrew Potter

BOOK: Rebelarse vende. El negocio de la contracultura
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Lo que subyace tras el eslogan de «Piensa globalmente, actúa localmente» es la creencia de que los problemas medioambientales se deben casi en su totalidad a la conducta del consumidor. De hecho, si rascamos la superficie de los actuales movimientos anticonsumistas y antipublicitarios descubriremos que en realidad son puro ecologismo disfrazado. Por eso las soluciones que proponen para los problemas medioambientales son similares a las propuestas contraculturales para corregir el consumismo: la responsabilidad individual mediante la educación cívica y la conducta individual mediante un estilo de vida concienciado, es decir, quien plante un árbol, vaya a los sitios en bicicleta e instale en su casa un sistema de reciclaje de residuos fecales estará salvando la tierra.

La apoteosis de esta forma de pensar es la tienda THE Store de Vancouver (el acrónimo significa Total Home Environment o Entorno Doméstico Total), donde el comprador concienciado encontrará colchones y edredones de lana orgánica, un parqué de madera de bambú sostenible y muebles hechos de pino reutilizado. Ser virtuoso nunca sale barato, pero quien consiga rebasar el concepto disonante de «pelota de golf biodegradable» podrá comprar un juego de colchón y edredón por sólo 2.500 dólares. Quien ande mal de dinero pero quiera poner su granito de arena para mejorar el planeta puede comprar una caja de bastoncillos orgánicos para los oídos por sólo 8,99 dólares.

Obviamente, es fácil burlarse de las pretensiones ecológicas de los ricos y los aburridos, pero lo que no se puede pasar por alto es la enorme influencia que ha tenido el consumismo ecológico en la mente y el bolsillo de la contracultura medioambiental contemporánea.
Adbusters
estará vendiendo zapatillas de deporte, pero ha llegado muy tarde a la fiesta. La Sustainable Style Foundation de Seattle (cuyo eslogan es «Cuida tu imagen, vive bien, ten conciencia») se creó en 1998 como organización no lucrativa consagrada a «educar, respaldar e inspirar a los profesionales y clientes estilosos de ayer y hoy para que transformen de manera positiva la sociedad y el medioambiente al tiempo que se expresan a través de un estilo propio en el trabajo, en el hogar y en los momentos de ocio». Entre sus sugerencias para apoyar el desarrollo sostenible en el mundo de la moda, la Sustainable Style Foundation sugiere que las personas, en la medida de lo posible, compren ropa y zapatos artesanales hechos con mano de obra local.

La SSF también insiste en que, en el sector de alimentación y restauración, todos los productos deben ser orgánicos y producidos localmente. El origen de este concepto es el movimiento de «comida lenta» francés, que surgió en París en 1989 para luchar contra el azote internacional de la comida rápida (o, como dicen los franceses,
la malbouffe)
. Sería difícil encontrar un mejor ejemplo de la convergencia de los ideales hippies y
yuppies
. Oficialmente conocido como el Movimiento Internacional en Defensa del Derecho al Placer, el manifiesto a favor de la comida lenta proclama lo siguiente:

Nuestro siglo, que nació y creció sometido a la revolución industrial, primero inventó la máquina y después la convirtió en su ejemplo a seguir. Todos somos esclavos de la velocidad y hemos sucumbido bajo el mismo virus insidioso: la «vida rápida», que interfiere en nuestras costumbres, invade la privacidad de nuestros hogaresy nos obliga a comer «comida rápida» […] Una firme defensa del sencillo placer material es la única manera de oponerse a la locura universal de la vida rápida. Mediante dosis razonables de un placer sensual lento, seguro y duradero conseguiremos protegernos del contagio de las multitudes que confunden el frenesí con la eficiencia. Nuestra defensa debería empezar por la mesa, donde comeremos «comida lenta». Debemos volver a descubrir los aromas y sabores de la cocina regional y eliminar los efectos degradantes de la «comida rápida». En el nombre de la productividad, la «vida rápida» ha cambiado nuestra manera de ser y constituye una amenaza para nuestro entorno y nuestro paisaje. Por lo tanto, la Comida Lenta es hoy la única respuesta verdaderamente progresista.

Olvidémonos de unirnos al Cuerpo de Paz para ir a dispensar vacunas en alguna zona calurosa del mundo. Es mucho mejor coger la guía Michelín y encaminarse hacia Aix-en-Provence o la Toscana. Al fin y al cabo, la comida lenta es la
única
respuesta a todos los males de la civilización moderna. Aunque vivir bien quizá sea la mejor respuesta, comer bien es sin duda la política más progresista.

En Canadá, sin embargo, el concepto de «comida lenta» no se vendió bien. Esto se debe a que en la mayor parte del país, la temporada de cosecha y recolección no dura más de cuatro o cinco meses. Por tanto, la
cuisine
canadiense abastecida con productos locales a menudo se enfrenta a una evidente escasez de verdura fresca. Al tener que elegir entre alimentarse de carne deshidratada y gachas o abandonar los principios de la comida lenta, una chef de Calgary halló una ingeniosa solución: trasladar su escuela de cocina al sur de Francia durante la temporada baja. De esa forma podría disfrutar de la exquisita cocina francesa y respetar el requisito de que todos los productos tengan una procedencia local. «La solución está en la simplicidad», explicaba. «Hay que saber de dónde viene la comida que comemos». Hace poco se ha comprado una casa en el pueblo de Aigües-Vives y una bicicleta para acudir al mercado donde venden sus productos los granjeros locales.

¿Quién iba a pensar que salvar al mundo pudiera ser tan
pintoresco
?

Como experimento mental, elijamos cualquier ciudad norteamericana importante y hagámonos una serie de preguntas: ¿Dónde es más probable que vendan ropa y calzado hecho a mano? ¿Qué precio tendrán la fruta y la verdura fresca? ¿Cuáles serán los restaurantes que se abastecen de productos de la huerta local? Las respuestas a todas estas preguntas son, en cualquier caso, muy caras y no podrán hallarse más que en los mejores barrios de la ciudad (probablemente cerca de la zona universitaria). Inmediatamente surge la duda de si el consumo supuestamente concienciado con el medioambiente no será la enésima variante del consumismo rebelde. ¿Cómo hemos podido llegar a una situación en la que nuestros ciudadanos más respetuosos con el entorno tienen un concepto tan engreído y autocomplaciente de lo que constituye un compromiso político?

*

La filosofía de la «nave Tierra» que subyace tras el eslogan «Piensa globalmente, actúa localmente» es sólo una versión de lo que el teórico ecologista Peter van Wyck denomina «la salida al exterior». Se trataría de considerar el planeta en su conjunto, como una gran máquina (simbolizada por la metáfora de la nave) o como un único organismo activo (simbolizado por la hipótesis de Gaya). Esta idea tiene un atractivo retórico considerable, pues nos plantea la interconexión e interdependencia de todos los aspectos de la ecología terrestre. Sin embargo, la «salida al exterior» también nos inculca un falso concepto de comunidad humana global, que pasa por alto las gigantescas diferencias culturales, políticas y económicas, además de encubrir las correspondientes responsabilidades en cuanto a fomentar o mitigar el deterioro y la degradación del entorno. Al animarnos a valorar la situación sólo a gran escala («piensa globalmente») o sólo a muy pequeña escala («actúa localmente»), la salida al exterior nos lleva a obviar el nivel intermedio de las instituciones nacionales políticas y económicas. Yesto es una verdadera lástima, porque ahí es donde se cuece todo.

La variante más radical de la teoría de «salida al exterior» es la filosofía medioambiental conocida como «ecología profunda», fundada en 1972 por un filósofo noruego llamado Arne Naess y basada en el principio del ecocentrismo. Es decir, todas las formas de vida tendrían un valor intrínseco independiente de su utilidad o valor para el ser humano. Toda la vida terrestre forma parte de una red interdependiente y aunque los seres humanos sean una parte fundamental de esa red, no son más importantes que cualquiera de las demás especies. Por tanto, no tienen derecho a reducir la riqueza y la diversidad de la vida terrestre si no es para satisfacer estas necesidades vitales.

La ecología profunda no sólo rechaza la defensa medioambiental convencional que quiere cambiar el sistema actual, sino que también rechaza la idea (mantenida por Bookchin, entre otros) de que las verdaderas culpables de todos nuestros males son las jerarquías autoritarias y tecnocráticas de la sociedad de masas. Esto lo rechaza como crítica meramente
social
, que culpa a las élites tecnológicas mundiales del enorme deterioro medioambiental. A los ecologistas profundos no les importan demasiado los problemas sociales, pues siguen formando parte del reformismo ecologista. Lo importante no sería el hecho de que unos seres humanos avasallen a otros, sino el hecho de que logren dominar
la naturaleza
.

Incluso los temas que destacan los ecologistas «superficiales», como el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación, son tan sólo síntomas de un problema más profundo. El hecho de que estemos destruyendo nuestro ámbito natural demuestra que nuestra civilización ha entablado una relación esencialmente perversa con el mundo. El ser humano valora el entorno como un objeto de dominio, manipulación y control. En este sentido, nuestra actitud hacia la «naturaleza externa» reflejaría la actitud hacia la «naturaleza interna» que caracteriza a la sociedad industrial. El dominio de la naturaleza y la represión del yo serían dos caras de la misma moneda.

Durante décadas, los teóricos de la contracultura han considerado el movimiento de la ecología profunda como la manifestación externa de una lucha interna por conseguir la liberación psíquica. La presión ecológica que la civilización humana ejerce sobre su entorno tiene un paralelismo exacto en la presión psicológica que la civilización ejerce sobre nuestros instintos primarios. La contaminación sería la manifestación externa de esta tensión; la neurosis sería la manifestación interna. La «primavera silenciosa» y la guerra de Vietnam tienen el mismo origen y con el tiempo se producirá un punto de ruptura. La subsiguiente «sublevación de la naturaleza» nos hará conseguir la emancipación del mundo interno y del mundo externo. Cuando se produzca esta sublevación y finalmente nos liberemos de la represión del superyó, nuestra necesidad de dominar la naturaleza sencillamente desaparecerá. Cuando eso suceda, no tendremos que imponer leyes y regulaciones medioambientales, del mismo modo que no es necesario poner carteles de «No tirar basura» en las iglesias. Sencillamente, a nadie se le ocurrirá destruir el entorno natural.

El miedo aun inminente apocalipsis ecológico o un «retorno de la represión» es una de las fuentes de ansiedad más profundas de nuestra cultura. En la década de 1970, las películas como
El día de los animales
aterrorizaron al público con la idea de que la revancha de la naturaleza estaba a la vuelta de la esquina. Las viñetas de Gary Larson desarrollan una visión enormemente paranoica de nuestra relación con el mundo natural, cuyos animales estarían esperando el momento adecuado para tomarse la justicia por su mano.

La única solución que nos queda es dirigir nuestra concienciación ecológica hacia un igualitarismo biosférico no antropocéntrico. La especie humana tiene que reconocer que es una entre millones de especies más, sin ningún derecho a apropiarse del planeta y sus recursos. Tenemos una deuda moral con el resto de las especies y no podemos anteponer nuestra prosperidad al bienestar de las especies no humanas. Nuestro nivel actual de explotación e interferencia en el mundo es excesivo y va de mal en peor. Según los partidarios de la ecología profunda, todos tenemos la obligación de dar los pasos necesarios para solucionar la situación.

Durante las últimas dos décadas se ha intentado dar una base intelectual al rígido programa normativo de la ecología profunda, con mayor o menor éxito. Por ejemplo, la dinámica de sistemas y la cibernética se han usado para implementar distintas modalidades de biorregionalismo, que es un programa para organizar la vida humana en torno a determinadas zonas (sobre todo las próximas a cauces de agua) que pudieran ser autosuficientes y sostenibles en cuanto a alimentación, productos y servicios. Para dar a conocer los principios esenciales del igualitarismo ecológico y su valor intrínseco, Bill Devall y George Sessions publicaron en 1985 el libro
Deep Ecology
[Ecología profunda]. Definido por los autores como «una invitación a pensar», se trata de un compendio que abarca el budismo zen, la filosofía del proceso, el romanticismo alemán, el psicoanálisis de Jung y la deconstrucción literaria. Como dice Van Wyck, «parece una antología de citas New Age». De hecho, la ecología profunda es una sencilla llamada a amar y cuidar de nuestro planeta.

Bajo toda esta concienciación y filosofía de «Lo que necesitas es amor», el movimiento de ecología profunda tiene un lado oscuro y claramente intolerante. Su influencia ha generado grupos convencidos de que la especie humana debe obtener una prosperidad panecológica y dispuestos a emplear la violencia para conseguirlo. Dentro de este grupo, uno de los movimientos más polémicos es Earth First! [¡La Tierra primero!], cuyo grito de guerra es «¡Volvamos al Pleistoceno!» Su juego sucio va más allá de la simple desobediencia e incluye la perforación de árboles, la destrucción de carreteras y el boicot de la construcción de redes viales. En los últimos años, un grupo similar llamado Earth Liberation Front [Frente de Liberación de la Tierra] ha llamado considerablemente la atención al incendiar varios edificios de apartamentos en obras, destruir centros de investigación biotecnológica y prender fuego a concesionarios de automóviles tipo monovolumen.

Los elementos intolerantes de la ecología profunda están implícitos en el intento de homogeneización y equilibrio de la «salida al exterior». Al tomar cierta distancia y visualizar la mecánica de la tierra en su conjunto, las amenazas al entorno se conciben como un fracaso mecánico o biológico: la nave puede haberse roto o el sistema planetario puede estar enfermo. Inmediatamente surge la sospecha de que los seres humanos sean una aberración biológica, un parásito o un virus terrestre que no se detendrá hasta que haya destruido o matado todo lo que se le cruce en el camino. Recordemos la escena de
Matrix e
n que el agente Smith interroga al recién capturado Morfeo y le da una charla sobre la humanidad. En su opinión, los seres humanos, al contrario que el resto de los mamíferos del planeta, son incapaces de vivir en armonía con su entorno. Se multiplican hasta acabar con todos los recursos naturales de una zona y entonces se trasladan a otra, como un virus o un cáncer.

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